La erupción de un supervolcán comprende algo más que un fluido promedio de lava. Cuando sucede una de estas explosiones enormes, más de 240 millas cúbicas de detritos son arrojados fuera del volcán. Esa es demasiada mugre que puede permanecer en la atmósfera, reflejar algo de la luz solar lejos de la Tierra y llevar al planeta a un invierno global.
Por mucho tiempo, ha sido un misterio si los humanos pueden sobrevivir a estas condiciones. La última erupción de un supervolcán sucedió alrededor de 26,000 años atrás en Nueva Zelanda. Aun cuando se ha preservado el registro geológico, por ejemplo, una capa de un cuarto de milla de espesor de ceniza en el sitio de un supervolcán, no incluía evidencia alguna de cómo los humanos se las arreglaron durante el estallido y sus secuelas.
Un diminuto trozo de vidrio podría completar la historia. Un ensayo publicado en marzo en la revista Nature da una sorprendente evidencia nueva que casi demuestra que, por lo menos, algunos grupos de humanos tempranos sobrevivieron a una erupción gigantesca del supervolcán Toba en Indonesia hace 74,000 años, la más grande en los últimos 2.5 millones de años. Cientos de millas cúbicas de ceniza fueron arrojadas desde la isla de Sumatra. La caldera, o cráter, creada por el evento hace empequeñecer al monte Tambora, un volcán indonesio que hizo erupción violentamente en 1815. Ello fue suficiente para detener la llegada del verano ese año, incluso dejó a Europa bajo una perpetua neblina gris que inspiró a Mary Shelley a escribir Frankenstein.
Si el estallido del monte Tambora pudo tener semejante efecto, razonaron los geólogos, seguramente una explosión diez veces más grande que la del monte Toba habría sido absolutamente devastadora en las áreas cercanas y potencialmente enfrió la Tierra varios grados durante años.
El monte Toba hizo erupción al comienzo de la migración humana fuera de África. Sabiendo que los efectos colaterales posiblemente alcanzaron el continente africano, los científicos se han preguntado desde hace mucho cómo fue la experiencia para los humanos tempranos. La caída de ceniza posiblemente se veía como nieve, “lo cual probablemente era algo que ellos nunca habían visto”, dice Eugene Smith, un geólogo de la Universidad de Nevada, campus Las Vegas, y coautor del estudio. “Ellos quizá no hayan tenido ni idea de lo que estaba pasando”. ¿Pudieron sobrevivir a eso?
Entra ese diminuto pedazo de vidrio. Los volcanes a menudo disparan estas astillas minúsculas, productos de lava que se enfrió rápidamente. Pero hallarlas es equiparable a tomar un grano específico de una paletada de arena. “Es como una esquirla por cada 10,000 granos”, menciona Smith. Y a un nivel microscópico.
Ese era el tamaño de la esquirla hallada en Pinnacle Point, un sitio arqueológico en Sudáfrica, a unos 9,000 kilómetros del monte Toba. Smith y su equipo creen que fue creada por la erupción cataclísmica del Toba, lo cual significa que fue transportada por el viento “9,000 kilómetros desde Indonesia hasta Sudáfrica”, comenta Smith. “Eso es muy asombroso”.
Smith sabe que la esquirla era del Toba porque cada erupción individual, incluso del mismo volcán, deja una huella química diferente en ese vidrio. Usando herramientas precisas de medición para rastrear capas de artefactos en el mismo sitio donde se halló la esquirla, los geólogos confirmaron que humanos vivieron en Pinnacle Point antes, durante y después del enorme estallido.
Smith y su equipo tienen la teoría de que Pinnacle Point quizás haya estado protegido de la escasez de alimento que habría resultado de las condiciones frías y oscuras tras una supererupción. Dada la ubicación costera del sitio, ellos piensan que el secreto podría ser una gran cantidad de alimentos del mar.
“Ellos no se extinguieron”, dice Smith. “Estoy seguro de que se estresaron, pero sobrevivieron bastante bien”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek