Los órganos artificiales son la mejor oportunidad de rehabilitación y vida para millones de pacientes.
Los órganos artificiales han dejado de pertenecer exclusivamente al mundo de la ciencia ficción. En realidad, rudimentarios o sofisticados, han acompañado al ser humano desde tiempos ancestrales. Claros ejemplos son las piernas de palo o las dentaduras postizas. Durante la segunda década del siglo XX la estructuración de la ingeniería biomédica, el desarrollo de múltiples materiales biocompatibles y la incorporación de la nanotecnología han logrado la sustitución de la función de varios órganos y tejidos por materiales o aparatos desarrollados por el hombre. Ejemplos que son utilizados día a día son las máquinas de hemodiálisis que permiten sustituir de forma temporal o muy prolongada la función de los riñones y las maravillosas prótesis mioeléctricas de brazo y mano que se conectan con las terminaciones nerviosas y que obedecen al pensamiento moviéndose como un miembro natural.
Tratándose del corazón, los esfuerzos para sustituir este órgano único y necesario —pues de él depende la vida misma— datan de los años 50 del siglo pasado. El 6 de mayo de 1953 el doctor John Gibbon realizó la primera cirugía de corazón abierto y logró mantener vivo a un paciente con el corazón parado al utilizar una máquina que bombeaba y oxigenaba la sangre a todo el organismo. Este hecho no solo abrió las puertas al desarrollo de la cirugía de corazón abierto, sino que también demostró que se podía sustituir la función del corazón humano. Tal fue el impacto del desarrollo del doctor Gibbon que el expresidente estadounidense John F. Kennedy, en su discurso inaugural mencionó que durante la siguiente década Estados Unidos lograría dos cosas: poner a un hombre en la luna y desarrollar un corazón artificial.
Los presupuestos para investigación y desarrollo fluyeron en todo el mundo y los primeros prototipos comenzaron a aparecer. Obviamente, los investigadores se encontraron frente a una serie de retos como la compatibilidad de los materiales con las células de la sangre, el tamaño del aparato para poder ocupar el espacio correspondiente al corazón en el pecho de los pacientes y, el más difícil de alcanzar, una fuente de energía inagotable.
Posterior al hito del primer trasplante de corazón, realizado el 3 de diciembre de 1967 por Christian Barnard en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, los esfuerzos de la investigación científica se volcaron buscando mejorar los trasplantes. Esta maravillosa alternativa, sumada a la cantidad de enfermos terminales que crece día a día (ha sobrepasado la lista de donadores de corazón), han obligado a los médicos e investigadores a continuar esfuerzos para el desarrollo de un corazón artificial.
Los sistemas parciales de corazón artificial surgieron porque era necesario mantener vivos a los pacientes en lo que esperaban un órgano de donación. Estas máquinas, denominadas sistemas de asistencia ventricular, han permitido la espera efectiva de miles de pacientes que de otra manera hubieran fallecido aguardando un órgano de donación. Estos procedimientos se llaman puente al trasplante y, como su nombre lo dice, permiten un puente de tiempo, que en algunos casos puede ser de hasta más de dos años, en buenas condiciones de salud, en su domicilio y haciendo gran parte de su vida normal hasta ser trasplantados.
Con el pasar de los años, la tecnología ha evolucionado y hoy por hoy contamos con sistemas parciales de corazón artificial de diferentes tamaños, formas y maneras de funcionar. El único problema con el que nos seguimos enfrentando es que la fuente de energía es finita. No existe en la actualidad la tecnología necesaria de baterías que se implanten dentro del cuerpo y que puedan ser recargadas a través de la piel. Así que, aun los más sofisticados sistemas que implantamos dentro del tórax, tienen la limitante de que cuentan con un cable que sale del cuerpo y se conecta a un controlador y a unas baterías, que se recambian y se recargan.
En los comienzos de esta fascinante subespecialidad médica, los investigadores pensaban que había que extirpar el corazón enfermo y colocar el corazón artificial en su lugar, pero con los años hemos entendido que en el 99 por ciento de los pacientes es suficiente colocar uno o dos sistemas parciales a un lado del corazón enfermo.
Actualmente se están llevando a cabo, a escala internacional, estudios de cinco sistemas de corazón artificial total implantable —todo adentro, incluso las pilas—, y esperamos que en los siguientes 10 a 15 años podamos comercializar este tipo de aparatos, pues a pesar de múltiples esfuerzos en todo el mundo, desde hace cerca de una década el número de trasplantes de corazón reportados por el registro único de la Sociedad Internacional de Trasplante de Corazón y Pulmón se ha estancado en 4,000 al año (no hay más donaciones efectivas de corazón), mientras que el número de pacientes en lista de espera sigue creciendo.
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En México empezamos a utilizar la tecnología de asistencia circulatoria (corazón artificial) en 1993, y durante los pasados 25 años ha sido posible utilizar muy diversos y novedosos sistemas, desde los que se colocan por fuera, denominados paracorpóreos y que generan un latido muy similar al del corazón natural, hasta microturbinas eléctricas de flujo continuo que han mantenido vivos y en muy buenas condiciones de salud a pacientes durante años, con la muy especial característica de que, como son de flujo continuo, no producen latido y estos pacientes no tienen pulso.
Probablemente la consideración más importante en México es que desde hace más de 20 años un grupo de investigadores y empresas se ha dado a la tarea de desarrollar un dispositivo nacional, que en su concepción original pretende ser usado como puente al trasplante. La tarea ha sido larga y difícil; sin embargo, la experiencia inicial en nuestro país ha arrojado buenos resultados. Este sistema fue diseñado de tal forma que solo las partes que tienen contacto directo con la sangre de los pacientes son desechables, pudiendo reutilizar el resto de las partes externas, lo que disminuye de manera muy significativa los costos con respecto al resto de los equipos usados actualmente y que permitirá mayor disponibilidad al gran número de mexicanos necesitados. Por otra parte, su uso temporal ha demostrado que permite que el corazón enfermo se recupere logrando su retiro después de unos meses y evitando la necesidad del trasplante.
En conclusión podemos afirmar que el corazón artificial es una realidad en México y el resto del mundo, y cada día que pasa se salvan más vidas mediante el implante de tan maravillosos sistemas. Hoy no podemos negar la posibilidad de que la persona que está sentada en la mesa de junto en un café, viva gracias a un corazón artificial.
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El autor es médico especialista en cirugía cardiotorácica.