JAVIER DESPERTÓ una mañana de sábado e intentó rascarse un ojo. Logró palpar su frente, la nariz, cualquier otro punto del rostro, pero el ojo, no. Se impacientó. La acción era imposible. Algo en el funcionamiento de su cuerpo se había estropeado y el hombre ignoraba a qué grado: apenas dos jornadas antes había sufrido una embolia y no lo sabía. No hubo dolor, no el suficiente.
El día en que ocurrió la obstrucción, estuvo activo. Asistió a juntas de negocios, charló con colegas. Más tarde se dirigió a su hogar y, en un segundo, algo se quebró en su organismo: comenzaron el dolor de cabeza, las náuseas, la sensación de boca seca. Como si la noche anterior se hubiera excedido en bebidas etílicas, pero no había probado una gota de alcohol en las últimas horas. Su pie izquierdo no respondía, apenas podía alzarlo. Al llegar a su destino ya arrastraba ambas extremidades inferiores. Los estragos del accidente cerebrovascular. Pero Javier no se alarmó. Trabajó, como siempre, hasta las nueve de la noche. Manejó su automóvil. Llegó a su casa y se fue a la cama. Desestimó los padecimientos. A la siguiente mañana el agotamiento era extremo, pero se obligó a asistir a una reunión laboral y luego a otras más. El cansancio lo estaba matando.
Otra cosa estaba mal: su voz era cada vez más queda. Se exasperaba porque no lo escuchaban. En la tarde fue al cardiólogo. Quizás era algo relacionado con su problema cardiaco. El especialista le recetó una pastilla. Nada mejoró. En un primer hospital le realizaron estudios, una resonancia magnética de cerebro, y descubrieron la embolia. El médico comenzó a hablar sobre lesiones en el cerebro. Javier se alarmó. Se levantó de inmediato, solicitó una ambulancia y pidió que lo llevaran a otro hospital. Ahí descubrieron el tamaño anormal de su corazón y la formación de arterias colaterales en la zona donde tenía la embolia cerebral. Por fin, los médicos sospecharon que todos estos problemas podían ser en gran parte consecuencias de que Javier padecía del síndrome de apnea obstructiva del sueño. No se equivocaban.
Infografía: Newsweek en Español.
“Es como si sumergieran tu cabeza en un tanque con agua. No respiras. Cuando logras escapar, inhalas profundo para introducir aire a los pulmones. Casi te ahogas”.
Eso es más o menos, en una imagen simbólica, lo que ocurre a alguien que padece apnea del sueño, un padecimiento silencioso, discreto, que ha adquirido niveles epidemiológicos en México y en el mundo. Es un trastorno del sueño, de acuerdo con la clasificación de enfermedades de la Organización Mundial de Salud en su código CIE-10. Se manifiesta al dormir y se caracteriza por varios episodios de suspensión o cese total o parcial de la respiración y, por lo tanto, del flujo aéreo, por boca y nariz, hacia los pulmones. Uno de los síntomas que padecen estos sujetos es no descansar lo necesario, precisamente, por no respirar bien.
Durante el sueño los seres humanos necesitamos continuar ventilando, se trata de un proceso del cuerpo en el que se introduce oxígeno y se elimina dióxido de carbono, de la misma forma que durante el día. Si esto no ocurre de manera adecuada, se incrementa el dióxido de carbono en la sangre y disminuye esa concentración de oxígeno indispensable. Es posible un evento de asfixia, pero el cerebro reacciona ante una cantidad elevada de dióxido: las personas despiertan de manera súbita, respiran profundamente. Se salvan. Pero hay consecuencias: aumenta la frecuencia cardiaca y hay una mayor liberación de sustancias de estrés, principalmente de adrenalina, dado que el metabolismo de los carbohidratos no es el adecuado, se acumula grasa y los niveles de estrés se incrementan, entre otros efectos, en el cuerpo.
“Aunque es frecuente en la población, la apnea del sueño muchas veces no se percibe. Al disminuir la saturación de oxígeno, incrementa el esfuerzo del corazón, es decir, aumenta la presión arterial, la frecuencia cardiaca, la cantidad de oxígeno disponible para el propio funcionamiento del corazón y, por lo tanto, el riesgo de una embolia cerebral, un infarto o arritmia cardiaca, es cuatro veces más con respecto a la población general”, expone el neurólogo Marco Antonio Alegría, integrante de la Academia Mexicana de Neurología.
Las personas se enteran de que padecen apnea porque ya sufrieron alguno de estos eventos, o un problema en el control de su diabetes. “A veces, los médicos no revisamos lo suficiente al enfermo —critica el especialista—. Tratamos la hipertensión, el infarto, la embolia, y dejamos de lado la apnea. Solo cuando se está informado sobre el padecimiento y notas en el paciente exceso de peso, cuello ancho y corto, mandíbula retraída, realizamos las dos grandes preguntas para detectarla: ¿ronca? ¿deja de respirar durante el sueño?”.
Los familiares siempre ayudan a dar respuestas. Y si son positivas, hay probabilidad en un 80 por ciento de tener apnea. Alegría, también miembro del Consejo Mexicano de Neurología, explica: “Cuando hay varios episodios de suspensión, el oxígeno baja en el cerebro, cuerpo, órganos. Se dañan. Con el tiempo, la persona tiene un daño severo en el sistema nervioso y cardiovascular”.
La apnea del sueño es frecuente y aumenta la hipertensión arterial, el riesgo de fibrilación auricular, de cardiopatía isquémica, y de infartos cerebrales, secunda la cardióloga Lilia Sierra, médico de staff del Centro Médico ABC. “Provoca estrés excesivo, todas las noches, no para. Te levantas abatido. Puede ocurrir por años, y la persona no lo sabe. Si el paciente entiende qué es la apnea, comprende por qué empeora la situación cardiovascular. El cansancio no va a parar por más antidepresivos o pastillas para dormir”.
Sierra ha atendido a pacientes que piensan que despertar cansado es normal. Se justifican porque su jornada comienza temprano. “Una cosa es tener sueño, flojera. Otra, sentirte mal. Las personas con apnea, de verdad, se mueren de sueño en el día. No se trata de un asunto de edad, estrés. Se duermen en sus actividades laborales. Si no se trata, empeora conforme pasa el tiempo. El mayor riesgo es la formación de coágulos adentro de la aurícula izquierda. Se descompensa la presión arterial y es de difícil control. Surgen embolizaciones, luego los infartos cerebrales. No para”.
LILIA SIERRA, CARDIÓLOGA: “Si el paciente entiende qué es la apnea, comprende por qué empeora la situación cardiovascular. El cansancio no va a parar por más antidepresivos o pastillas para dormir”. Foto: Antonio Cruz/NW Noticias.
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La apnea del sueño era la responsable de su cansancio crónico de toda la vida y la culpable de su complicación cerebrovascular. Dos años antes, Javier, un hombre de sesenta años, trataba un problema cardiaco, pero este no era su verdadero enemigo. De este no había escuchado nunca su nombre: síndrome de apnea obstructiva del sueño. Desde joven roncaba, se despertaba a mitad de la noche. Hace dos años le injertaron una malla metálica en una arteria coronaria, para evitar que sus vasos sanguíneos se bloquearan como consecuencia del medicamento, y evitar un infarto. No funcionó. El médico no advirtió que el tamaño de su corazón era menor al promedio.
Ninguno de sus doctores realizó preguntas exhaustivas para detectar que la nula respuesta al tratamiento farmacológico era una consecuencia de un trastorno del sueño, de apnea. El tamaño de su corazón y su trastorno del sueño provocaron que su cuerpo creara otros caminos para irrigar sangre a su cerebro: las arterias colaterales. Cuando sufrió la embolia, ahí se retuvo el coágulo, que dañó el hemisferio derecho de su cerebro. Y aunque aquel sábado no podía tocar su ojo, no hubo un daño mayor.
Los médicos le explicaron a Javier en qué consistía este raro padecimiento. Y fue así que, tras años de autoexplicaciones, encontró una respuesta a su cansancio extremo constante.
Estuvo anestesiado 24 horas. Le realizaron una intervención para averiguar si era candidato a una cirugía de baipás y restaurar el flujo de sangre en el área afectada por la embolia. Se le colocó un marcapasos para regular el envío de sangre al cerebro y comenzó a utilizar el dispositivo mecánico CPAP, una especie de ventilador que envía aire de forma continua a la nariz y boca, a través de una mascarilla. Este instrumento mantiene el flujo de aire y evita el colapso de las vías respiratorias. Fueron 23 días en el hospital. Javier no terminaba de entender qué le había sucedido todos estos años. Sentía alivio y, al mismo tiempo, se reprochaba. Jamás buscó otras opiniones médicas. Estaba arrepentido.
EN ESTADO DE ALERTA: Si una persona tiene sobrepeso, exceso de sueño en el día, bajo rendimiento en el trabajo, ánimo variable o sufrió un infarto a una edad temprana, es casi un hecho que padece apnea del sueño. Foto: Antonio Cruz/NW Noticias.
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Existen dos tipos de apnea: obstructiva y central. La primera, expone el neumólogo Edgardo Bautista, expresidente del Consejo Nacional de Neumología, es resultado del colapso de la vía aérea superior que provoca un esfuerzo al respirar durante el sueño. Quien la padece, se despierta por algunos segundos. Duerme de nuevo, pero la suspensión regresa. La segunda, menos frecuente, se identifica por el cese del mismo flujo aéreo, pero aquí no hay esfuerzo respiratorio. Se produce, generalmente, por un trastorno en el sistema nervioso central.
“La apnea tiene repercusiones graves: suben los electrolitos, la viscosidad de la sangre, el estado de ánimo cambia constantemente. Esos son los síntomas a mediano y corto plazo. En el largo, hay mayor mortalidad: los pacientes con apnea mueren más. Además de que provoca enfermedades cardiovasculares, hay riesgo de desarrollar diabetes mellitus tipo 2, disminuye la calidad de vida”, explica.
En México, dice, no hay estudios específicos, pero en Estados Unidos la prevalencia de este trastorno del sueño es “de 10 al 17 por ciento de la población, y se incrementa en personas mayores a 60 años y con obesidad. La forma obstructiva se relaciona, sobre todo, con sobrepeso o alguna anormalidad en la vía área superior, nariz, garganta, un mentón retraído”.
Si una persona tiene sobrepeso, exceso de sueño en el día, bajo rendimiento en el trabajo, estado de ánimo variable o sufrió un infarto a una edad temprana, es casi un hecho que padece apnea del sueño.
La Academia de Medicina del Sueño de Estados Unidos afirma que, si alguien presenta 15 eventos de suspensión del sueño por hora, en los que se deje de respirar al menos diez segundos, padece apnea. Explica Bautista: “Los pacientes que mueren por causa cardiovascular, enfermedad vascular cerebral y diabetes mellitus son aquellos con más de 30 eventos por hora”.
El especialista indica que en México se realiza investigación sobre el tema, pero no al grado de establecer una prevalencia en la población. “Pero es común, pues nuestra población es obesa, ya tenemos el primer lugar. Si Estados Unidos tiene ese porcentaje, imagínate nosotros”.
Hace tres años, la Organización de las Naciones Unidas difundió que México ocupaba el primer lugar mundial en obesidad, con 32 por ciento de la población con el problema. En agosto pasado, el Foro Económico Mundial creció la cifra. Indicó que en el país hay 85 millones de personas obesas o con sobrepeso. El 70 por ciento, especificó, son adultos.
“Hay un montón de gente con apnea del sueño allá afuera —alerta el neumólogo—. Y lo que más preocupa es la población obesa con alguna comorbilidad: hipertensión, enfermedad neurológica o pulmonar crónica. Ellos tienen que ser evaluados y atendidos ya”.
EDGARDO BAUTISTA, NEUMÓLOGO: “Suben los electrolitos, la viscosidad de la sangre, el estado de ánimo cambia. Y en el largo plazo hay mayor mortalidad: los pacientes con apnea mueren más”. Foto: Antonio Cruz/NW Noticias.
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Javier siempre se preguntó por qué se cansaba tanto si estaba en la cama ocho horas diarias. “Ajá, pero cada 30 segundos me despertaba para respirar. Tenía hasta 64 apneas en la noche. En realidad, no dormía”, comprende.
Acostumbrarse a dormir con la mascarilla del CPAP fue un lío. “Empecé a dormir boca arriba, terrible. Después aprendí a moverme. Es una porquería impresionante, pero cuando lo logras, todo cambia. Compré tres máscaras hasta que me adapté a una, que solo cubre la nariz. La del hospital de plano me la arranqué porque era una cosa dura, no podía más. Es un aparato molestísimo”, recuerda, con voz baja. “Mi voz se va a quedar así toda la vida. Nadie me oye, y todo por consecuencia de la embolia”.
Este hombre se dedica a las ventas y ocupa su voz todo el tiempo para convencer a los clientes de realizar una buena inversión. “Es un golpe muy fuerte. Vivo desesperado porque he perdido la agilidad mental de la que antes me jactaba. Siempre había sido bromista y generaba empatía en las reuniones. Ya no hay humor. Vivo con una frustración terrible. Voy a juntas y prefiero no integrarme, no puedo. Tardo en reaccionar. Mejor me quedo calladito. Frustrado, escucho, nada más”.
Tras la embolia de hace unos meses, tomó una terapia para superar la depresión que le produjo. Contrató a un enfermero. Después aceptó su nuevo ritmo pausado. Pero teme bajar escalaras solo. Se baña sentado. Olvida rasurarse. A veces usa la misma ropa del día anterior. “Antes era el tipo más elegante”, dice, resignado. Las consecuencias de la obstrucción son severas: no recuerda tomar el medicamento. La frustración y enojo aumentan. Para un ejecutivo con un ritmo ajetreado, olvidar alguna actividad, una simple llamada, incrementan los momentos de recriminación, sobre todo en las noches.
“Me molesta llegar a casa cuando todavía hay luz solar. Para mí, quiere decir que no trabajé suficiente. En ese momento recuerdo que olvidé cosas. ¡Me frustra, no te imaginas! Pienso y pienso: quiero saber qué no hice en el día. Qué coraje”. Ahora utiliza el dispositivo mecánico CPAP. Este asegura el flujo de aire y evita el colapso de las vías respiratorias.
Los médicos le solicitan que sea paciente. Javier no se tranquiliza, aunque acepta que su vida ha cambiado. “Ya son seis meses así. Quiero valerme por mí mismo. Vivo como si fuera un alcohólico. Siento que soy otro. Me siento tonto, lento. Tengo moretones en el cuerpo porque me golpeo en todos lados. Me enoja mucho no pensar como antes. Soy intolerante al ruido. El escándalo me mata. Si alguien mastica fuerte, me dan ganas de golpearlo. Si a mi lado juegan dominó, si un niño llora, enloquezco. Ya no quiero vivir así”.
ACOSTUMBRARSE A DORMIR con la mascarilla del CPAP fue un lío. “Empecé a dormir boca arriba, terrible. Después aprendí a moverme. Es una porquería impresionante, pero cuando lo logras todo cambia”. Foto: ROBERT BYRON/ISTOCK
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La apnea del sueño es un problema de salud de niveles epidemiológicos, sentencia el neurólogo y experto en trastornos del sueño, Óscar Sánchez, investigador de la Clínica de Trastornos del Sueño de la UAM.
“Los pacientes con síndrome de apnea obstructiva del sueño se quejan, además de fatiga excesiva, de fallas en la memoria —dice—. Si no se corrige, provoca depresión, enfermedades cardiacas e incluso la muerte. En México no se produce demasiada investigación, pero la que existe es de calidad. Este síndrome es el trastorno del sueño más frecuente. En la población global general, el 30 por ciento padece o ha padecido un trastorno del sueño. Y de este 30, hasta el 60 por ciento podría tener apnea. En México, la incidencia es muy alta: casi del 15 al 20 por ciento de ese 30 por ciento padece lo mismo”.
La idea de que las personas engordan hacia fuera es mentira, indica. El cúmulo de grasa también va para dentro, “y esto genera obstrucción parcial en las vías respiratorias, y después una apnea que complica la ventilación al dormir”.
Durante el sueño ocurren procesos relevantes para, al día siguiente, lograr un desempeño adecuado: la formación de nuevos neurotransmisores que ayudan a la memoria, contracción muscular, control hormonal general del cuerpo. El sueño se divide en diferentes etapas. En el de tipo profundo hay dos: el de ondas lentas, que repara el descanso, y el profundo, que recicla la información adquirida en el día. “Y estas dos etapas son las más afectadas por trastornos del sueño, especialmente la apnea”, explica Sánchez.
Si la apnea en México se considera una epidemia es porque está asociada con la obesidad. “Mientras esta exista, es más prevalente el síndrome, sobre todo de tipo obstructiva: las vías respiratorias, sí, se obstruyen por el aumento de peso. Pero la apnea no es exclusiva de obesos. También hay unas que afectan a personas de complexión normal, y se relacionan con fallas en los mecanismos autonómicos, es decir, los que regulan la ventilación a nivel central, por alteraciones estructurales que afectan la regulación respiratoria en adultos”, expone el especialista.
Los síntomas relacionados con la apnea del sueño, en estudios que se han realizado en poblaciones de personas mayores de cuarenta años, son muy frecuentes, detalla el neurólogo. La prevalencia del ronquido es de hasta el 60 por ciento. El sueño incrementado como consecuencia de no dormir en la noche, llamada somnolencia excesiva diurna, llega hasta el 16 por ciento. Las apneas que aparecen durante el sueño alcanzan hasta el 12 por ciento. “¿Cuántas personas en esa edad hay en este país?”, cuestiona.
—Pareciera que cualquiera puede padecerla.
—La población adulta con sobrepeso y obesidad tiene de tres a diez veces más riesgos de tener el síndrome que una persona normal, y la obesidad va de la mano de otras enfermedades: diabetes, hipertensión. Esto complica el cuadro. Recordemos que en México el 50 por ciento de la población tiene sobrepeso u obesidad.
Recientemente, el titular de la Secretaría de Salud, José Narro Robles, alertó que 35 por ciento de los fallecimientos en México se deben a la diabetes y a los males cardiovasculares, entre los que se encuentran la hipertensión.
En el caso de apnea, como siempre sucede con la salud pública, lo primero es la prevención, “y esta tiene que partir de una adecuada información y difusión. Y lamentablemente en México está limitada. Muchos profesionales de la salud asumen que saben de sueño. No es así y pueden desorientar. Recetan una simple pastilla que genera relajación muscular, pero puede ser peligroso en un paciente que tiene apnea y el médico no la identifica”.
Las medidas preventivas son simples: ejercicio, alimentación sana, condición física, no desvelarse en exceso. Una inadecuada higiene del sueño; meterte a la cama para ver televisión hasta la madrugada, genera un mal hábito que puede provocar consecuencias. La apnea es un ejemplo.
“La apnea se puede detectar con un estudio llamado polisomnografía —especifica el neurólogo—, que cuantifica los eventos de suspensión en una noche y arroja de qué tipo son. También detecta si la persona tiene comorbilidad, es decir, otros trastornos asociados con la apnea. Lo normal es cinco suspensiones por hora, durante el sueño. Si son 19, el padecimiento es leve. De 20 a 30 es moderado. Pero hay pacientes con hasta 130 pausas por hora, y se considera un problema severo. Cualquiera que sea, empeora si no se trata a tiempo”.
Si se diagnostica apnea obstructiva, los médicos recomiendan medidas de higiene del sueño, disminución de peso y el dispositivo CPAP. Este funciona así: la mascarilla, que cubre nariz y boca, se conecta a un compresor con diferentes sensores que detectan pausas respiratorias y envían aire ambiente a presión. Con esto se abre la vía respiratoria y evita en la persona hipoxemia (disminución de oxígeno en sangre) o hipercarbia: el aumento del dióxido de carbono en la sangre. Así se evita despertar y respirar de emergencia.
—Existe un problema de desinformación —se comenta al neurólogo Marco Antonio Alegría.
—En Estados Unidos hay 22 millones de personas con apnea del sueño… imagina qué pasa en nuestro país. En México es más difícil tener una estadística porque carecemos de estudios poblacionales: tomar una zona específica y no mezclarla con otra. No tenemos organización suficiente para conocer los números de un problema epidemiológico de esta naturaleza. Hay estadísticas, trabajos de investigación con los pacientes que llegan a las clínicas. Pero no se sabe qué sucede en algún estado del norte, o en el país.
El doctor agrega que, si una persona con apnea no puede bajar de peso, por la razón que sea, “debe usar el CPAP. Su renta mensual es de unos 1200 pesos, y cuesta 20 000. Vuelven a tener un buen funcionamiento cerebral, y cardiaco. El aparato cambia la vida”.
ÓSCAR SÁNCHEZ, NEURÓLOGO: “Los pacientes con síndrome de apnea obstructiva del sueño se quejan, además de fatiga excesiva, de fallas en la memoria. Si no se corrige, provoca depresión, enfermedades cardiacas e incluso la muerte”. Foto: Antonio Cruz/NW Noticias.
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Cada día, durante cuatro décadas, Pedro se conformó con pocas horas de sueño. Se iba a la cama antes de las 12 de la noche y a las tres o cuatro de la mañana despertaba. “Duermo bien”, pensaba. Revisaba documentos, leía periódicos, checaba su correo. Salía de casa a las ocho, con gran parte del trabajo realizado. Algo lo obligaba a despertar y eso era una ventaja para él. Ignoraba que padecía apnea.
Hoy tiene 68 años y dirige una distribuidora de alimentos para animales. En esos cuarenta años participó en los consejos administrativos de empresas de diversos giros: telecomunicaciones, construcción. “Apenas descansaba. Por 15 años tomé medicamentos para regular mi presión arterial. No me interesaban las dietas ni el ejercicio”, cuenta. La apnea y obesidad limitaban los resultados de la variedad de fármacos para tratar su hipertensión.
Su experiencia administrativa le permitió colaborar en fundaciones, asociaciones y hospitales. A mediados de 2015 consiguió un donativo que beneficiaría a médicos mexicanos. Entonces ocurrió el infarto inesperado. La cardióloga Lilia Sierra atendió a Pedro, quien fue sometido a una angioplastia, un procedimiento médico para restaurar el flujo de sangre en arterias bloqueadas por placas de colesterol o coágulo. Durante su periodo en el hospital, la doctora le recomendó una polisomnografía para detectar si padecía apnea. Sierra no se equivocó. Ahí estaba.
Desde hace un año duerme con ayuda del dispositivo CPAP. La presión arterial bajó a niveles normales y la mejoría fue tan sorprendente que el médico le retiró el medicamento antihipertensivo. Ahora descansa siete horas. El doble de antes. “Me siento mucho mejor, relajado. Ya no estoy tenso”.
Contrario a otros pacientes, el uso del apoyo ventilatorio para el sueño no significó problema para Pedro. Aunque al principio hay que aprender a regular la respiración y acostumbrarse a tener una fuente de aire sobre la nariz, el beneficio en su salud es tan asombroso que cualquier cambio o sacrificio en su estilo de vida es insignificante. “Llega un momento en que siento que no está ahí el dispositivo, olvido que duermo bien con su ayuda. Te convences de que vas a vivir con él. Porque si no, vas a pasarla mal. Para personas que padecemos apnea, es una necesidad. Hay quienes se lamentan por usarlo, porque es una compresora que inyecta aire. Lo entiendo. Lo ideal sería que no estuviera. Pero uno comete errores”.
Cuando una persona comienza a usar el CPAP, es normal la sensación de que ingresa demasiado aire al cuerpo. Dos días después todo vuelve a la normalidad. “La doctora me explicó que mi infarto fue resultado de la apnea, mi corazón no descansaba de noche. Y yo ni siquiera sé cuánto tiempo viví así”.