ENTRE LAS 12:00 y las 17:00 horas, sobre la atmósfera de la Ciudad de México, suspendida en el aire, se avista una espesa nata grisácea. El aire se siente denso, a veces irrespirable; los ojos arden, lagrimean y provoca dolor de cabeza. Es el ozono, el principal enemigo de nuestro corazón y pulmones. Son más de 4000 compuestos tóxicos los que respiramos hoy bajo el mismo cielo que, hace dos siglos, Alexander Von Humboldt definió como “la región más transparente”, reducida ahora solo a título de novela.
Ozono (O3) en altas concentraciones y partículas suspendidas (PM) son, entre las sustancias tóxicas, los principales problemas en la Ciudad de México y áreas conurbadas, la llamada megalópolis, un término que proviene del griego “megáli”, que significa “gran”, y “polis”, “ciudad”, y que define el conjunto de áreas metropolitanas que se interrelacionan unas con otras.
En 1961 el geógrafo francés Jean Gottmann utilizó por primera vez este término para identificar una conglomeración urbana, como refirió al área de Nueva York, Nueva Jersey, Boston, Baltimore y una parte de Washington. En México se usa hoy para definir las conglomeraciones entre la Ciudad de México y los municipios vecinos del Estado de México, Morelos, Hidalgo, Puebla y Tlaxcala, precisamente la región del país con mayor densidad de población, flujo de fuentes móviles y fijas emisoras de sustancias contaminantes de la atmósfera.
La transparencia de esta región apenas se disfruta unos días al año. En 2018, de los 365 días del año, solo 82 fueron “días limpios”, 283 registraron mala calidad del aire. Como calendario, la contaminación del aire tiene sus propias estaciones:
Entre marzo y junio, la temporada más calurosa, se registra también la mayor concentración de contaminación por ozono; esta es resultado de un proceso complejo que involucra una reacción química entre los óxidos de nitrógeno (NOx), compuestos orgánicos volátiles (COVs) y el oxígeno en presencia de luz solar. Por ello las concentraciones más altas ocurren los días con mayor insolación y donde hay también una menor dispersión de los contaminantes. El ozono es considerado como un contaminante secundario, pues no es emitido directamente a la atmósfera, al contrario de sus precursores.
Durante junio, cuando llegan las lluvias, el ozono se dispersa, pero esos contaminantes se van al suelo o a la atmósfera, y a veces se produce lluvia ácida.
De noviembre a febrero arriba la que los especialistas del medioambiente definen como temporada de partículas, que es la que más afectaciones directas provoca a la salud, al generarse la llamada inversión térmica. Explicado en términos simples sería como poner una tapa sobre la Cuenca, con lo que los contaminantes quedan atrapados.
Los elementos contaminantes responden, como todo en este mundo, a la ley de conservación de la materia: no se destruyen, solo se transforman; las sustancias que en días de invierno nos dificultan la respiración con las partículas suspendidas (PM) —de las cuales depende la calidad del aire— desplazan esas altas concentraciones de ozono que en plena primavera nos obligan a buscar cubrirnos la boca.
Las partículas son una mezcla compleja de componentes cuyas características físicas y químicas son muy variadas, y las hay lo mismo en ambientes urbanos que en rurales, aunque de distinto tipo y cantidad.
Las partículas suspendidas provocan daños a la salud que varían de acuerdo con su composición química, las fuentes de donde provienen y el tiempo de exposición a estas.
Las principales fuentes emisoras de partículas son la industria, el sector de servicios, el residencial y el transporte que utiliza como combustible primordial el diésel. Lo que significa que las partículas suspendidas las respiramos desde el interior del hogar y, luego, al salir a la calle, en cualquier rincón bajo esta atmósfera.
El Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático identifica que una de las afectaciones más directas como consecuencia de la exposición a este tipo de contaminantes es la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) y padecimientos como asma, mortalidad y hospitalización de pacientes con enfermedades cardiovasculares, mortalidad y hospitalización de pacientes con diabetes mellitus, aumento del riesgo de infarto al miocardio, inflamación de los pulmones, inflamación sistémica, disfunción endotelial y vascular, desarrollo de aterosclerosis, aumento en la incidencia de infecciones y cáncer de pulmón.
“Las partículas son quizá las sustancias más tóxicas a las que estamos expuestos todos en el ambiente urbano”, explica Antonio Mediavilla Sahagún, doctor en Tecnología Ambiental por el Colegio Imperial de Ciencia, Tecnología y Medicina de Londres, Inglaterra, con especialidad en el área de Evaluación Integrada aplicada a la Gestión de la Calidad del Aire en Megaciudades.
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Solo en la temporada de lluvia hay días en que los dispersores de contaminantes son suficientes para dar tregua, “son como nuestras vacaciones”, opina Armando Retama, director de Monitoreo Atmosférico de la Ciudad de México.
De todas las ciudades de la megalópolis, en su posición geográfica, la Ciudad de México tiene una enorme desventaja: es una cuenca rodeada de montañas, lo que impide que los dispersores de sustancias lleguen, así que cuando municipios y entidades vecinos emiten todo tipo de sustancias contaminantes, estas viajan en el aire, y al llegar al corazón de la megalópolis se quedan entrampados porque ya no encuentran aire que los empuje a seguir su camino.
Los vientos, que siempre son de norte a sur, trasladan todas las emisiones de las áreas industriales del valle de México, desde municipios como Naucalpan, Ecatepec y Tlalnepantla, que son los de mayor actividad industrial en la megalópolis. Y así, esos vientos refrescan por unas horas el aire en la zona conurbada, pero mueven a la cuenca las sustancias que se respiran todos los días de la semana, todos los meses, todo el año, en un devenir natural influenciado por la vida del hombre.
Antonio Mediavilla Sahagún: “Las partículas son quizá las sustancias más tóxicas a las que estamos expuestos todos en el ambiente urbano”. Foto: Antonio Cruz/NW noticias.
AIRE SUCIO
En condiciones naturales el aire está compuesto por nitrógeno (78 por ciento), oxígeno (21 por ciento) y otros gases (1 por ciento), pero las actividades de la vida cotidiana, industrial, flujo vehicular, emiten sustancias que ensucian el aire, lo contaminan. En la megalópolis los principales problemas se llaman ozono en altas concentraciones y partículas suspendidas (PM), tanto inhalables (PM10), como respirables o finas (PM2.5). El reto diario para quienes monitorean la calidad del aire es identificar cada una de esas sustancias y el cómo están interactuando para formar ozono o partículas suspendidas.
¿Pero qué o quiénes producen esas sustancias que nos intoxican? “Todo y todos, porque todas las reacciones químicas de combustión contaminan, definido el término contaminación como el agregar un elemento, bueno o malo, a la atmósfera. Desde procesos naturales, por ejemplo, los seres humanos cuando hacemos la digestión expulsamos C02 y también metano y con ello estamos contaminando. Todo ser vivo y todas las máquinas de combustión emiten sustancias a la atmósfera, como los animales cuando hacen la digestión producen metano y es muy contaminante, sobre todo para el llamado efecto invernadero”, explica Felipe Ocampo Torrea, ingeniero químico por la UNAM y Premio Nacional de Ciencia y Tecnología.
“El término contaminación es muy elástico: significa agregar a la atmósfera sustancias que se desechan en la atmósfera. Toda combustión nos arroja CO2. Todas las reacciones químicas de combustión contaminan, si por contaminar se llama agregar un elemento, bueno o malo, a la atmósfera. En el caso de los animales, las vacas por ejemplo, contaminan muchísimo con sus flatulencias, y entonces quizá se debería decidir también dejar de comer carne por dos días, o dos años, o imponer a los humanos un doble no circula”, dice con un dejo de sarcasmo.
Desde la digestión en los seres vivos, el uso de maquillaje de las mujeres, los desodorantes en aerosol, productos para el cabello, la cocción de alimentos en el hogar o en la calle, el uso de productos de limpieza, la calefacción de agua para el baño, la puesta en marcha de cualquier motor de combustión, la quema de basura, la energía que consume la computadora donde se escriben estas palabras… La lista sería inacabable, valga subrayar que el modo de vida lo mismo en las zonas urbanas que en el campo se mueven al ritmo de una interminable sinfonía en la que cada compás es una producción, ebullición, generación de emisiones de contaminantes con la que los seres humanos ensuciamos el mismo aire que respiramos, algunos en mayor o menor intensidad, y muchos ignorándolo, de forma premeditada e irresponsable.
LA EVOLUCIÓN DE LA CALIDAD DEL AIRE
Aun con las contingencias ambientales atmosféricas decretadas por la Comisión Ambiental de la Megalópolis (CAMe), este 2018 no estamos en el periodo más contaminado como aquellos años de la década de 1980 cuando se registró la muerte súbita de aves que, intoxicadas por un aire sucio, se desplomaban en el suelo. Al menos los datos duros dicen que la calidad del aire no es tan crítica como entonces.
Desde la década de 1970 la Ciudad de México había sido considerada una de las más contaminadas del mundo. A finales de los años 80 todos los contaminantes monitoreados en el entonces Distrito Federal rebasaban los criterios establecidos en las normas oficiales mexicanas de salud ambiental.
A partir de que se instaló el Sistema de Monitoreo de Contaminantes, la gráfica de concentración máxima de ozono diaria indica que el año de 1992 fue el de mayor crisis, ya que el índice de contaminantes, los llamados Imeca, subieron a casi 350 puntos, en escalas de medición en las que los 300 puntos se considera en condición crítica. Ese año, durante cuatro meses, todos los días se registraron arriba de los 200 puntos y luego subieron a 250 puntos. Así, paulatinamente, hasta los casi 350.
En 1998 se estableció como límite los 241 puntos para establecer una contingencia, pero ahora los límites se han acortado. Recientemente el gobierno federal decidió reducir el nivel de concentraciones máximas a 150 puntos para declarar precontingencia, 200 para contingencia Fase 1, y 230 para contingencia Fase 2.
El 14 de marzo de 2016, cuando a las 16:00 horas los puntos de contaminación de ozono llegaron a 194 y una hora después ya estaban en 203, como anuncio del Armagedón, se decretó la Contingencia Ambiental Fase 1, por las condiciones “extremadamente malas”.
Luego de 14 años volvieron a escucharse términos como contingencia ambiental y la prohibición de realizar actividad física al aire libre. Algunas escuelas suspendieron actividades, otros tomaron la precaución de salir con el cubrebocas bien colocado, aunque el decreto se asoció más a un endurecimiento en la restricción de la circulación de automotores, que de inmediato generó el malestar social justo en las precampañas electorales de los procesos que tuvieron lugar este año.
Pero lo más relevante: el deterioro o gravedad de la calidad del aire que respiramos no quedó suficientemente clara. Al respecto, Antonio Mediavilla Sahagún, actual director general de Gestión de la Calidad del Aire del gobierno de la Ciudad de México, explica:
“La situación en la que estamos hoy sin duda es mejor que la que teníamos en esas fechas, pero el tema se ha mediatizado, porque la medida que el gobierno mexicano ha impuesto para declarar fase uno de contingencia es más estricta. Lo que hoy es una contingencia ambiental antes ni siquiera era precontingencia. Es decir, estamos declarando fase uno en niveles muy bajos. A principios de los años 90 casi los 365 días del año teníamos niveles de ozono superiores a los que hoy declaramos fase uno de contingencia, entonces esto no se ha entendido correctamente y parecería que estamos en niveles más altos de ozono, pero no es así”.
Sin embargo, el titular de la Comisión Ambiental de la Megalópolis (CAMe), Martín Gutiérrez Lacayo, dice que “si bien hemos avanzado mucho, aún estamos muy por arriba de las recomendaciones de la Organización Mundial de Salud, a tal grado que con los ajustes que se hicieron de las normas 024 y 025 a finales de 2014, eso hizo que de los días de mala calidad de alrededor de 140 que tuvimos en 2014, nos fuéramos a más de 200 en 2015, pero esto es una alerta. Sí hemos mejorado, pero el tener más de un tercio del año con mala calidad implica que debemos generar nuevas políticas, así como las que se tomaron en los años 1989, 1990 y 1992 para poder dar otro brinco hacia abajo y mejorar la calidad del aire”.
Tener inventarios homologados, actualizados y confiables es una de las medidas que los científicos y especialistas destacan como una de las medidas emergentes para todo el país. Foto: Armando Monroy/Cuartoscuro.
INVENTARIOS INSUFICIENTES
Los instrumentos con los que los especialistas o funcionarios deciden las políticas públicas medioambientales son los inventarios de emisiones contaminantes.
Se trata de los diagnósticos que identifican las fuentes de emisiones contaminantes, qué sustancias emiten y en qué cantidad. Es como el diagnóstico general que hace el internista sobre un cuerpo enfermo; podría decirse que es como la revisión, valoración y diagnóstico emitidos por un Dr. Gregory House en la medicina.
Un inventario permite conocer las fuentes emisoras de contaminantes, así como el tipo y cantidad de contaminantes que emite cada una de ellas. Al tratarse del instrumento básico para conocer la situación de la calidad del aire, lo es también para diseñar las políticas públicas para su mejora.
El detalle es que el gobierno federal, a través de áreas medioambientales, ha trabajado por años, y ha tomado decisiones y políticas públicas sin tener al día sus inventarios de emisiones contaminantes.
La Semarnat, por ejemplo, trabaja con un inventario que data del año 2008, es decir, con bastantes años de rezago en que, sin ser estadistas, basta leer los informes oficiales y censos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, también gubernamental, para saber que las principales fuentes generadoras de sustancias contaminantes del aire han crecido exponencialmente asociadas al crecimiento poblacional, vehicular y de consumo energético que son los elementos básicos que determinan la generación de emisiones en concentraciones máximas permisibles de sustancias como plomo, monóxido de carbono, dióxido de azufre, dióxido de nitrógeno, entre otras.
Su inventario vigente debía ser el de 2014 (ya que el procesamiento de datos estadísticos y de verificación implica un trabajo de dos años, que es el ciclo normal que tienen los inventarios de emisiones), pero en todo este periodo no se ha hecho ese instrumento que, como se explicó, es vital para que se decida qué es lo que daña y qué necesita este cielo enfermo.
Las fuentes generadoras de emisiones contaminantes se dividen en categorías distintas: móviles, de área, fuentes puntuales o fijas, y fuentes naturales.
Las fuentes móviles son las que genera el transporte vial de todo tipo, que emiten contaminantes y compuestos de efecto invernadero.
Las llamadas fuentes puntuales o fijas se refieren al sector industrial, tanto de los alimentos como industria química y de fabricación de productos con base en minerales no metálicos —aquí encontramos desde las que manufacturan los colchones donde dormimos, las persianas de casa, los muebles, hasta el plástico que contiene el agua que bebemos, las curtidurías donde se manufacturan los zapatos que calzamos, el papel sobre el que escribimos, las prendas que vestimos, lo mismo que la industria química, del petróleo, las armadoras de equipos de cómputo, entre otras.
Las llamadas fuentes de área son las que provienen del paso vehicular sobre las vialidades, de los orgánicos volátiles que originan el uso de solventes y productos que los contienen, los comercios y servicios, además de las fugas e hidrocarburos no quemados en la combustión de gas licuado de petróleo, en estufas y calentadores de gas domésticos, la combustión comercial, institucional, habitacional, la operación de aeronaves o de equipos agrícolas.
Y las fuentes naturales son las sustancias que agrega la propia naturaleza en su proceso natural, como las emisiones biogénicas y también la erosión del suelo.
Tal segmentación se utiliza en los inventarios para analizar el tipo de contaminantes y la cantidad que genera cada sector.
El Inventario de Emisiones Contaminantes de la Zona Metropolitana del Valle de México 2014 incluye la medición de 90 categorías emisoras de contaminantes en las 16 delegaciones de la Ciudad de México y 59 municipios del Estado de México. Identifica entre las fuentes contaminantes: 5.3 millones de vehículos, 2410 comercios y servicios regulados, 1935 industrias reguladas y unos 5.8 millones de viviendas.
El documento, recientemente concluido por las autoridades medioambientales y consultado por este medio, subraya que, aunque en el inventario se contabilizan las emisiones de 1935 industrias reguladas, “se estima que aproximadamente el 7 por ciento (más de 5200) de las industrias asentadas en la ZMVM deberían estar sujetas a regulación en materia de emisiones a la atmósfera”.
El documento revela que las emisiones de los compuestos orgánicos volátiles (COV) se sitúan como uno de los principales problemas de contaminación del aire en la región. La contribución de COV se da principalmente por las actividades de la población y uso de vehículos.
El inventario señala que “en las últimas dos décadas, los factores contaminantes de la ZMVM han aumentado, la población y la mancha urbana se han extendido cada vez más a los municipios conurbados del Estado de México, asimismo, la cantidad de vehículos motorizados se ha incrementado aceleradamente, lo que ha provocado una mayor demanda de energéticos, con el consecuente aumento de contaminantes”.
La emisión de partículas destaca también en el inventario como uno de los principales problemas en la región. Sobre las fuentes emisoras, sobresalen las que se emiten en el Estado de México en vialidades, actividades de labranza y cosecha; en la Ciudad de México las que emiten tractocamiones, que en 99 por ciento son de jurisdicción federal, y las que generan actividades de construcción.
El documento señala también que “los resultados de la moderación fotoquímica sugieren una subestimación de emisiones de partículas y de COV de las fuentes puntuales, en algunas zonas industriales del Estado de México (Xalostoc, Tlalnepantla y Naucalpan)”. Lo que significa que el Estado de México estaría subestimando la emisión de partículas en zonas que de por sí se ubican entre las de mayores niveles de emisiones contaminantes. Dicho hallazgo es especialmente relevante, ya que, como se explicó, son las sustancias que afectan de manera más drástica y directa el cuerpo humano.
También hay una falta de claridad en el número de emisiones de las unidades de autotransporte microbús que el Estado de México reportó, datos en los que se advierten posibles omisiones o errores.
Un grave problema es que cada entidad y nivel de gobierno aplica metodologías distintas para sus inventarios, y eso resulta en datos incompatibles.
Por ejemplo, los inventarios nacionales se hacen mediante estadísticas con datos macroeconómicos, tales como los datos generales del combustible que se usa, y respecto a estos se estima el número de emisiones; en cambio, el inventario en la Ciudad de México se hace al revés: comienza con datos microeconómicos.
Aunque los números son precisos, los inventarios que se hacen a escala local no coinciden con los que se hacen en el orden federal, por lo que también hay una divergencia en su aplicación para las políticas públicas en materia ambiental.
Así que de alguna manera podría decirse que, desde el ámbito gubernamental, muchas decisiones en materia medioambiental se están tomando sin los suficientes datos científicos para saber con precisión el número de fuentes emisoras de contaminantes que dañan la calidad del aire.
Tener inventarios homologados, actualizados y confiables es una de las medidas que los científicos y especialistas en calidad del aire destacan como una de las medidas emergentes para todo el país.
Tanya Müller, secretaria del Medio Ambiente de la Ciudad de México, explica la importancia de que cada entidad y a escala federal se tengan inventarios homologados:
“La importancia de los inventarios de emisiones es que, justamente, nos permite conocer las fuentes que tenemos de contaminantes, pero además en qué proporción; es decir, la industria con cuánto está contribuyendo, el parque vehicular, las actividades que se tienen. Y, en ese sentido, en que no hay una verificación nacional y una metodología nacional homologada”.
Müller, maestra en Ciencias Internacionales de la Agricultura Urbana por la Universidad de Humboldt, en Alemania, asegura que en la actualidad solo la Ciudad de México mantiene inventarios de la emisión de contaminantes que abarcan la zona metropolitana. “La mayoría de las entidades, si es que llegan a tener un inventario, no es con la periodicidad que se requiere, entonces difícilmente se puede hacer una política pública de fondo atendiendo las fuentes más contaminantes cuando no se tiene ni siquiera un inventario de emisiones para saber, con toda precisión, cada una de las actividades; en cuánto están contribuyendo y en qué elementos están aportando el mayor grado de contaminantes”.
En efecto, varias de las ciudades que la OMS identifica como las de menor calidad de aire están rezagadas en su monitoreo, aún cuando sus gobernadores son miembros de la CAMe, y oficialmente han firmado cada acuerdo de colaboración medioambiental que en esa mesa se define.
Martín Gutiérrez Lacayo, coordinador ejecutivo de la CAMe, reconoce que, en efecto, “sí tenemos disparidad en los tiempos de reporte de los inventarios. La Ciudad de México por la capacidad instalada tiene posibilidad de estar reportando los inventarios de emisiones, incluso ya están trabajando en el de 2016. En el caso del general es de 2008, y se va a trabajar el de 2012, efectivamente hay un desfase de tiempo”.
El funcionario resume la importancia de los inventarios de la siguiente manera: “Lo que no se mide no se maneja, y no puede ser de alguna manera ubicado en metas e indicadores de reducción de emisiones”.
Luego de 14 años han vuelto a escucharse términos como contingencia ambiental y la prohibición de realizar actividad física al aire libre. Foto: Diego Simón Sánchez/Cuartoscuro.
ARMA DE PREVENCIÓN
Los inventarios de emisiones de contaminantes, además de identificar fuentes de emisiones y segme ntarlas, aporta datos duros que, si se aplican combinándolos con datos atmosféricos, pueden utilizarse para determinar medidas preventivas para que los habitantes de la megalópolis no estén tan expuestos a respirar contaminantes, como lo están en la actualidad. Es decir, para quienes se encuentran más vulnerables a afectaciones respiratorias y la llamada población de riesgo, podría significar la diferencia de poner a salvo su integridad.
Antonio Mediavilla, quien tiene más de 15 años de experiencia en el desarrollo de estrategias y políticas públicas en organismos nacionales e internacionales, explica:
“El inventario es una pieza fundamental de un sistema de gestión de calidad del aire. Es, yo diría, el primer paso y el más importante dentro del sistema, porque un inventario es un catálogo de todas las fuentes de todas las emisiones, de todos los contaminantes que hay en la zona. Eso nos sirve para, por ejemplo, alimentarlo a un sistema de moderación, un modelo de dispersión de contaminantes que transforma emisiones en concentraciones, que es lo que miden las estaciones de monitoreo, entonces esas concentraciones que provienen de resultados del modelo las podemos comparar con las que mide el sistema de monitoreo y así podemos calibrar el sistema de modelación.
“Eso es muy valioso porque, entonces, ya teniendo calibrado ese sistema, podemos simular qué pasaría si implementamos cierto tipo de políticas, por ejemplo qué pasaría si solo circula la mitad de vehículos de la zona metropolitana. O cómo se verían las concentraciones sin necesidad de hacerlo en la calle, sino hacerlo en la computadora, ese es uno de los grandes valores de tener un inventario. Mientras más preciso y más exacto es el inventario, naturalmente los resultados de la moderación van a ser mas cercanos al resultado del monitoreo que estamos midiendo.
“También nos sirve para pronosticar qué va a pasar mañana o pasado mañana, porque con el inventario y datos meteorológicos se puede prever, desde el punto de vista meteorológico, una situación complicada de inversiones térmicas o poco viento de bajas velocidades; el modelo en su modo productivo de operación nos puede decir si puede haber contingencia ambiental. Entonces podremos implementar medidas anticipadamente, y eso permite que la gente no tenga que respirar altos niveles de contaminación y esperar a que se genere la fase uno de contingencia a través del sistema de monitoreo, sino que antes de que eso se genere se tomen medidas. Es decir, con esos datos las medidas restrictivas de emisión se aplicarían a priorien lugar de a posterioricomo es hoy”.
Mediavilla adelanta que el área a su cargo en la Secretaría del Medio Ambiente trabaja en ese sistema especial de gestión de modelación que está ya casi listo. Se trata de un sistema que muy pocas ciudades en el mundo tienen, y que la de México trabaja en coordinación con el Centro de Supercómputo de Barcelona, que tiene varios expertos a escala mundial.
POLÍTICA DE REDUCCIÓN DE CONTAMINANTES, BOTÍN POLÍTICO
En México, los temas ambientales se han visto politizados al tener las entidades vecinas gobiernos de distintos partidos y con muy diferentes políticas ambientales, algo que sexenio tras sexenio se refleja también a escala nacional, donde se ha estilado que secretarías de Estado, procuradurías o jefes de oficina de cualquier área medioambiental estén bajo la dirección de políticos o amigos de estos.
En medio de estas prebendas entre políticos, o las disputas entre “vecinos”, los ciudadanos de la megalópolis quedan entrampados en medidas sin sentido, montañas de basura o fuentes emisoras de contaminantes que al hallarse en los límites territoriales ninguno vigila.
El ejemplo más claro es el tema del confinamiento de basura entre el gobierno de la Ciudad de México y el de su vecino del Estado de México.
En mayo pasado, el gobierno del Estado de México cerró los tres depósitos que emplea la Ciudad de México para el confinamiento de basura. El gobierno de la CDMX reclamaba al del Edomex que un tercio de coches que circulan cada día en la capital provienen del Estado, y el del Estado, que las miles de toneladas que diariamente la Ciudad de México confina en territorio mexiquense generan más de 10 000 toneladas de CO2, y más de 400 toneladas de gas metano. “Todo eso nos lo respiramos, se concentra, se acumula”, dijo el gobernador Eruviel Ávila Villegas.
Antonio Mediavilla dice que el problema del ozono no se va a resolver restringiendo solamente la circulación de los vehículos, “se tiene que restringir también la emisión de todas las fuentes que tengan estas sustancias: óxidos de nitrógeno, orgánicos volátiles. Los óxidos de nitrógeno son producto de cualquier combustión, entonces, por ejemplo, las empresas que generan energía, las termoeléctricas que están en la zona, generan grandes cantidades de óxidos de nitrógeno, y esas necesariamente tiene que controlarlas el gobierno federal porque están en su jurisdicción. Y los orgánicos volátiles son todos los solventes que se utilizan para lavado, engrasado, pintura, todo esos procesos, de plásticos, por ejemplo, igualmente tendría que reducirse la emisión de esas empresas en igual forma que se hizo de los vehículos para realmente tener resultados ante condiciones extremadamente adversas como las que tuvimos hace unos meses”.
Nota del editor: Esta investigación fue publicada originalmente en agosto de 2016, pero las cifras y datos han sido actualizados.