Correr fue la forma que Feyisa
Lilesa eligió para protestar; ganar una medalla olímpica se convirtió en el
camino que le permitió exponer su miedo y difundir la situación que vive su
pueblo.
El deportista etíope que se quedó con
la plata en el maratón de Río 2016 traspasó la meta con las manos cruzadas
sobre su cabeza, que pareciera que estaban encadenadas, como lo está su pueblo:
los Oromo.
Algo así no se había visto desde los
Juegos Olímpicos de México 1968, en que los velocistas John Smith y Tom Carlos
recibieron sus medallas y escucharon el himno de Estados Unidos con los puños
cerrados, enfundados en guantes negros, emulando al ‘Black Power’ y las
diferencias sociales para los afroamericanos en esa época, en ese país.
“Si regreso a Etiopía después de
esto, el gobierno va a matarme a mí y a mi familia, o me mandarán preso”, dijo
Lilesa, a quien no le agobia una posible sanción por parte del Comité Olímpico
Internacional tras su expresión política en la meta; su miedo es de otra índole
–teme por su vida– y radica donde está su gente, de donde son sus raíces.
La dimensión de la preocupación de Lilesa
es muy vasta: abarca a 15 millones de personas en Oromo, Etiopía. “El Gobierno
nos obliga a dejar nuestras tierras, nos encarcela, nos mata… Yo les pido a
ustedes, los periodistas, que hablen de la democracia que no existe en mi país,
de los intereses económicos que apoyan la represión de los Oromo”, explicó.
Feyisa forma parte de la tribu
Oromo, de tradición nómada y agrícola, una de las más grandes y reprimidas en
Etiopía. El conflicto étnico en el país es intenso: en 1974 la etnia
minoritaria Amhara derrocó al emperador Haile Selassie, ahora los Amhara
gobiernan al país y mantienen una guerra continua con los Oromo.
El último levantamiento de los Oromo
fue en noviembre de 2015, tras la expropiación de tierras que usaba la tribu
para cultivo y con las que el gobierno planificó hacer un desarrollo
urbanístico. La autoridad sofocó las manifestaciones en contra con un saldo de
medio millar de etíopes Omoro muertos.
La constitución etíope considera todas las tierras del
país como propiedad del estado y a sus ocupantes los califica de inquilinos.
Los oromos defienden que solo ellos son dueños legítimos de sus predios. El
asunto se agrava porque los que tienen el poder, el gobierno establecido, trae
jugosos negocios inmobiliarios entre manos, y controla cualquier atisbo en
contra con derroche de violencia.
Feyisa Lilesa puso sobre el podio
los conflictos en su país, y el Campeón Olímpico del evento, Eliud Kipchoge de
Kenia, le externó su solidaridad. El deportista etíope no sabe a dónde irse. Lo
que sí sabe es que regresar a su país representa un grave peligro para él y los
suyos.