Hollie Hayes conduce su bicicleta hacia el
interior de un parque rodeado de árboles en la parte noreste de Portland al
final de un largo y caluroso día de primavera. Desenrolla una bolsa de papel
que extrajo de su mochila y busca en su interior un cigarro de mariguana que
forjó un par de horas antes, con una variedad de cannabis llamada “Animal
Cookies” (galletas de animalitos), la elección perfecta para una sesión vespertina
de “yoganja.”
Hayes ha practicado yoga durante casi una
década y también ha fumado cannabis más o menos durante ese tiempo. En un
momento dado, se dio cuenta de que ambas cosas empataban muy bien una con la
otra, especialmente como tratamiento para los accesos de migraña que se
arrastran diariamente hacia el interior de su cráneo. Ahora, forma parte de un
pequeño grupo de yogis de todo Estados Unidos que ofrecen compartir su
descubrimiento con otros estudiantes, siempre que éstos puedan cumplir con las
intrincadas reglas sobre cuándo y dónde es legal practicar yoga y fumar
mariguana al mismo tiempo.
“Cuando estás sobrio, es más fácil
permanecer dentro de la caja, seguir el programa, actuar de manera lineal,”
afirma Hayes.
La razón por la que esta combinación
funciona tan bien, de acuerdo con Hayes, es que el yoga “inspira el movimiento.
Pone una pausa en tu apego reactivo al dolor”. Dado que algunas variedades
mitigan el dolor y la incomodidad que pueden acompañar, por ejemplo, a un
estiramiento en particular, fumar mariguana antes de una sesión permite que las
personas pasen por alto esos factores, y se centren más en el trabajo
consciente.
Hayes impartió su primera clase a
principios de este mes en Prism House PDX, hogar de Samantha Montanaro en Portland.
Ella y su esposo han organizado varias reuniones con un tema en particular en
esa casa desde que se mudaron a ella hace algunos años, provenientes de
Chicago, donde el uso de la cannabis era “totalmente ilegal”. La idea de unir
dicho consumo con el yoga resultaba atractiva, pero las veces que trató de
asistir a una clase estando drogada la hicieron sentir paranoica. En Oregón, el
problema, literalmente, se hizo humo.
“Para empezar, lo que me gusta de consume
cannabis es que me hace sentir más conectada con la tierra”, señala Montanaro.
“Pienso que el yoga tiene muchas de las mismas intenciones, conectarse con la
tierra y el cielo. Tiene mucho sentido unir ambas cosas.”
Dee Dussault enseña “yoganja” desde 2009
en Toronto, tras hablar con estudiantes que le dijeron que estaban interesados
en asistir estando drogados. Pronto descubrió que resulta útil ofrecer a los
alumnos un lugar y un espacio de tiempo para que pudieran consumir cannabis
antes de iniciar la clase. Ahora, ella está en San Francisco y ha pasado de
ofrecer clases una vez al mes a hacerlo dos veces por semana, con una
asistencia de entre 15 y 20 alumnos cada vez. Y ha escuchado acerca de
instructores que también practican yoganja en Alaska, Seattle, Vancouver, Canadá
y a lo largo de la Bahía en Oakland.
“La mayoría de las
personas dicen que, al parecer, mejora la sensibilidad del cuerpo. Podemos ser
demasiado mentales, seguir los movimientos de las clases de yoga, pero no
siempre estamos conscientes de la anatomía ni de la postura”, declaró Dussault
a Newsweek.“La cannabis tiene algo que hace que esas
cosas realmente sobresalgan.”
Dado que el uso
recreativo de la cannabis no es legal en California, todos los alumnos de
Dussault debían tener una tarjeta que les autorizaba a consumir mariguana con
usos médicos para ser admitidos en sus clases. En Oregón, los votantes
aprobaron en 2014 una iniciativa que permite que las personas posean cultiven
mariguana, pero no les permite consumirla en público. La ciudad de Portland ha
lanzado una ofensiva contra las reuniones de personas en eventos relacionados
con la mariguana, diciendo que podrían violar los reglamentos relacionados con la
limpieza del aire, y que las reuniones donde se cobra una cuota de admisión y
se ofrecen muestras gratuitas podría constituir técnicamente una “venta” ilegal
de mariguana.
Montanaro dio clases en Prism House durante
la mayor parte del año pasado. Debido a que el número de asistentes a sus
clases es tan reducido, ella espera que la aplicación de la ley no la afecte.
Ahora, le preocupa que las nuevas reglas de la ciudad “hagan que todos mis
eventos sean ilegales.”