El cerebro es un campo de batalla, asegura el neurocientífico David Eagleman. Tal vez pienses que tomas decisiones propias, pero no es verdad. “Es todo lo contrario, estás hecho de impulsos múltiples y todos tratan de tomar el control”, informa. Aunque es un poco desconcertante —¿no soy quien creo ser?, ¿qué son esas voces en mi cabeza?—, Eagleman dice que el modelo cerebral de “equipo de rivales” podría allanar el camino para acabar con la drogadicción si tan sólo encontrara la manera de enseñar a la gente a controlar esa infinidad de impulsos.
Eagleman está en las etapas iniciales de un proyecto en su laboratorio del Colegio de Medicina Baylor, donde retroalimenta imágenes en tiempo real para remodelar la respuesta de los adictos a su “bestia negra” particular. “Todos tenemos redes neurales distintas, y cada cual tiene un propósito y una agenda particular”, explica. “Una parte de tu cerebro quiere hacer algo, y las otras redes tratan de resistirse. Lo que intentamos hacer es que la gente vea esas batallas ocultas y cambie el resultado”. El científico conecta a sus sujetos con una máquina de resonancia magnética y entonces les muestra fotografías de los instrumentos que usan para drogarse; luego les pide que permitan que sus impulsos los dominen y, seguidamente, indica que supriman el deseo de la droga mientras él rastrea sus respuestas neurales en una pantalla, usando un medidor parecido a un velocímetro. Su teoría es que, con la práctica, los sujetos podrán afinar su impulso de resistir esos poderosos disparadores.
“Yo lo llamo ‘gimnasio prefrontal’; es como ir a ejercitarte, averiguar cómo se mueve la aguja. La idea es que, al fortalecer tu capacidad para suprimir el deseo en el mundo real, seguirás sintiendo las ansias, pero tendrás la herramienta cognitiva para resistir”, dice Eagleman, de manera enfática.
Vídeos iniciales de los ensayos forman un entreacto particularmente impresionante en The Brain With Dr. David Eagleman, su nueva miniserie documental para PBS. Escrito y presentado por el científico, el programa (estrenado el 14 de octubre) intenta educar a los neófitos en neurociencias en los procesos fundamentales de nuestro órgano más importante: cómo canaliza el pensamiento, cómo procesa la realidad, cómo funciona en estado consciente e inconsciente.
De manera muy parecida a su héroe de la infancia, Carl Sagan (y al heredero cósmico de Sagan, Neil deGrasse Tyson), Eagleman es un comunicador sociable, bien preparado para la televisión, con una personalidad franca y jovial que traduce densas investigaciones en términos fácilmente accesibles al público. Este miembro Guggenheim suele manifestar un juvenil entusiasmo al describir sus intereses profesionales en sinestesia (trastorno que confunde la información de los sentidos), percepción temporal (interpretación del orden temporal de los acontecimientos mundiales, desde las sensaciones táctiles hasta visuales y auditivas) y neuroleyes (nuevo campo que propone que los hallazgos de las investigaciones en neurociencias deben determinar las construcciones de la sociedad, desde los castigos criminales hasta la manera como un jurado debe evaluar las acciones inconscientes). A menudo emplea alguna metáfora visual impresionante, como vestirse con uniforme de béisbol completo (para demostrar una reacción física inconsciente) o meterse en una espeluznante cueva (para reproducir los oscuros confines de la cavidad craneana).
Incluso su currículo es bastante surrealista, pues incluye un periodo de voluntario en el Ejército israelí, licenciatura en letras inglesas y estadounidenses de la Universidad de Rice, y una breve incursión como comediante en Los Ángeles. También es autor de un popular libro de ficción, Sum: Forty Tales From the Afterlives, que inventa ingeniosas alternativas al típico argumento del cielo religioso contra el vacío ateísta. En una de ellas, Dios tiene el tamaño de un microbio y no comprende, en absoluto, a la humanidad; en otra, los no muertos reviven sus actividades terrenales más comunes en periodos paralizados en el tiempo: pasan seis días interminables cortándose las uñas, dos años de aburrimiento, doscientos días duchándose, etcétera. El libro de no ficción más celebrado de Eagleman, Incognito: The Secret Lives of the Brain, propone jugosos argumentos sobre libre albedrío, contradicciones neurales e interdependencia biológica, aunque reserva algún espacio para prenderle fuego a Mel Gibson.
La vena teatral de Eagleman se extiende también a sus proyectos de investigación. En una entrevista ofrecida esta primavera en la conferencia TED (tecnología, entretenimiento y diseño), donde lanzó un chaleco de su invención que traduce información de audio en sensaciones táctiles, se arrancó su camisa de la Marina para revelar un deslumbrante atuendo blanco, tan orgullosamente como Superman desplegaba su capa. En 2007, para probar si el tiempo realmente se hacía más lento para una persona que tenía una experiencia de muerte inminente —o si la minuciosa captura de datos en la amígdala sólo parece más prolongada debido al pánico, o si “estás viendo que el tiempo se alarga, como Neo en Matrix, o es sólo un truco retrospectivo”, en palabras de Eagleman—, el neurocientífico y un alumno de postgrado, Chess Stetson, subieron una torre de 33 metros en un parque de diversiones local y dejaron caer a los participantes en una red. Los sujetos llevaban relojes de pulsera especializados y, entre alaridos, debían leer números destellantes que aparecían a una velocidad un poco mayor que la percepción humana normal; si de veras estaban viendo el mundo a menor velocidad, habrían podido detectar los números (los hallazgos: sólo Neo tiene esa habilidad).
Aunque Eagleman se ha erigido en embajador de la neurociencia —una especie de “intelectual público”, según su colega Michael S. Gazzaniga de la Universidad de California en Santa Bárbara—, su investigación en adicciones podría tener un impacto real en el campo. Su trabajo en el área reexamina el potencial del escaneo neural y el uso de imágenes de resonancia magnética (MRI) para tratar adicciones. Si bien se usa más comúnmente para detectar cánceres neurológicos y enfermedades del sistema nervioso central, como epilepsia y demencia, la MRI también es idónea para detectar cambios discretos de patrones asociativos. No es una finalidad que se haya explorado mucho o canalizado en esfuerzos de rehabilitación más extensos como intenta hacer Eagleman, pero existe el potencial. Y Hollywood lo reconoció en 2004: la película Eterno resplandor de una mente sin recuerdos partió de una premisa parecida, con científicos deshonestos que amarraban “pacientes” a escáneres cerebrales y registraban sus respuestas neurales hacia examantes.
La versión de mundo real de Eagleman es una especie de avance en la terapia conductual cognitiva, un tipo de psicoterapia, pues el proceso identifica patrones de pensamiento negativos y trabaja para contener los disparadores, gradualmente. Los programas de doce pasos se fundamentan en este sistema, que es la piedra angular de Alcohólicos Anónimos y ha sido respaldado por el Instituto Nacional de Abuso de Drogas y la Asociación Psicológica Estadounidense como uno de los métodos más eficaces disponibles, actualmente, para prevenir la recaída de adicciones (aunque ambas organizaciones señalan que sólo un pequeño porcentaje de los cerca de veinte millones de estadounidenses adictos, de doce años y más, buscan tratamiento).
“Creo que lo que hacemos se alinea con otros métodos que usa la gente, como meditación y terapia cognitiva —dice Eagleman—. Pero nosotros le ponemos velocidad turbo”. El Dr. Marvin Seppala, director médico de la Fundación Hazelden Betty Ford, califica de “notable” el enfoque de Eagleman. “Considero que sería realmente útil, porque el deseo es una de las características esenciales de la adicción y contribuye al potencial persistente de recaídas”, informa Seppala, quien no ha trabajado con Eagleman. “El centro de recompensas del cerebro es subcortical, de modo que es subconsciente. Si pudieras ver cuánto se afecta el cerebro con esas cosas y trabajaras en tiempo real para reducir cómo ocurre esa alteración, me parece que podrías lograr algo muy poderoso”.
No obstante, Seppala tiene reservas en cuanto a que el método sea adoptado tan ampliamente como Eagleman espera, empezando por el costo prohibitivo del escaneo neural. “Tengo dudas, porque la continua presión financiera de las aseguradoras y otros proveedores limita el costo de la atención de la salud”, dice. El precio promedio de un escaneo MRI cerebral supera los 1100 dólares en Estados Unidos y las aseguradoras han empezado a poner tantos reparos para cubrir el gasto, que el asunto se ha vuelto tema de artículos de investigación. Seppala añade: “Además, el deseo es sólo un aspecto de la adicción. También existen la compulsión de continuar el consumo, la pérdida de control y la incapacidad de reconocer el problema, todo lo cual es parte del daño ocasionado al lóbulo frontal”.
La estrategia contra la adicción de Eagleman, con su toque futurista, también parece invocar las inclinaciones dramáticas de su carrera. “Vamos, la ciencia es difícil. Hay mucho trabajo; hay mucha competencia para conseguir fondos y lograr que te publiquen. Siento que hay un millón de maneras de cómo la gente puede meterse en un agujero y terminar haciendo cosas realmente aburridas —comenta—. Me siento mucho mejor cuando hago experimentos que me sacan de la cama por la mañana”.
Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek