Se los ve,ruidosos y apasionados, en manifestaciones públicas en días dedicados a la lucha feminista (8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, o incluso el 25 de noviembre, Día Mundial por la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres).
Acuden en multitudes a marchas de movilización en pro de los derechos de las mujeres, contra la violencia de género y los feminicidios, a favor del aborto libre y gratuito.
Algunos se visten con faldas, en abierta provocación a la estética tradicional, otros son más formales, pero todos, todos, cantan consignas tradicionalmente coreadas por grupos de mujeres feministas radicales; son cada vez más visibles en las redes sociales, en particular, en Facebook. Son hombres feministas…
¿Quiénes son estos hombres? ¿Puede un hombre ser auténticamente feminista? ¿O se trata de una contradicción per se, desde lo teórico y en la práctica?
Desde hace siglos, la humanidad ha sido testigo del accionar y el pensamiento de (escasos) hombres solidarios con los derechos de las mujeres. Cada vez más claramente, aunque de manera individual, han surgido intelectuales, políticos y artistas que han denunciado la desigualdad de género y apoyado en foros públicos el discurso reivindicativo feminista. Citemos unos pocos ejemplos conocidos de los últimos siglos: Condorcet, John Stuart Mill, Bernard Shaw, Edward Carpenter, Adolfo González Posada, Frederick Douglass, Santiago Valentí Camp, W. E. B. Du Bois o Henrik Ibsen. Recordemos que las sufragistas del mundo contaron con el apoyo de (todavía escasos) hombres, quienes incluso sufrieron cárcel por el solo hecho de colaborar con estas mujeres. Ya a finales del siglo XX y al margen de la actividad política o artística, encontramos a teóricos de vanguardia como el psicoterapeuta hispanoargentino Luis Bonino o, más recientemente, el jurista español Octavio Salazar.
Es recién en la década de 1990 cuando estos hombres pro feministas comienzan a superar la acción individual y se organizan en asociaciones, colectivos, círculos, redes, etcétera. Surgen, entonces, agrupamientos bajo nombres hasta ahora inusuales como Colectivo de Varones Antipatriarcales, Asociación de Hombres Igualitarios o, lisa y llanamente, Hombres Feministas.
Jesús Espinosa Gutiérrez, militante de AHIGE (Asociación de Hombres por la Igualdad de Género de España), nos comparte: “En AHIGE no nos identificamos como feministas y, en cambio, preferimos hablar de hombres igualitarios porque consideramos que el feminismo o la lucha feminista es exclusiva de las mujeres. En este sentido, nosotros solo podemos apoyar las iniciativas (puntuales o programáticas) propuestas por los grupos de mujeres feministas”.
Las denominaciones de estos grupos de hombres varían dependiendo del país y del objetivo que persiguen. En Argentina y Uruguay, se habla más de “varones antipatriarcales” (contra un sistema social que privilegia a los hombres) mientras que, en España, encontramos asociaciones o colectivos de “hombres igualitarios” (o por la igualdad) o “feministas” cuyo fin es promover la participación de los hombres en los avances por la igualdad de género. Asimismo, existen agrupaciones de hombres en torno a las “masculinidades”, cuyo propósito central es la reflexión sobre las nuevas formas de ser hombre, alejándose del machismo y el discurso tradicionales.
Párrafo aparte merece la campaña Lazo Blanco, originada en Canadá en 1990, pero que cuenta con sedes en diversos países del mundo y reúne a hombres con el objetivo de “implicarlos en la lucha contra la violencia contra las mujeres, contribuir a romper el silencio masculino sobre el tema, y que los varones se pronuncien públicamente en el rechazo a la violencia e invitarlos a cambiar los modelos machistas y los comportamientos personales machistas, que están en la base de la violencia de género” (discurso de apertura de la campaña Lazo Blanco en España, por Luis Bonino).
Con una excelente capacidad organizativa y de acción política, así como un manejo intenso de los recursos de la informática y gran cantidad de militantes activos, estas asociaciones establecen alianzas y redes cada vez más amplias, en un movimiento cada vez más extendido en el mundo entero.
A grandes rasgos, estos grupos de hombres desempeñan sus actividades en tres líneas de pensamiento y acción:
1. La reflexión individual y colectiva sobre una nueva forma de ser hombre, actuar, sentir, manifestarse, en resumen, de vivir la condición masculina.
2. La promoción de igualdad de género a fin de construir relaciones igualitarias con las mujeres y otras identidades de género.
3. El apoyo de las reivindicaciones de la agenda feminista.
El proceso de reflexión implica necesariamente identificar y deconstruir al “machista interno” que cada uno de estos hombres reconoce en sí, como resultado de haber crecido en una sociedad profundamente patriarcal. El objetivo final es lograr una revolución interior que ha quedado pendiente en la gran mayoría de los procesos de avance social: construir un hombre nuevo, capaz de renunciar a sus privilegios, en razón de un imperativo ético y para optar por relaciones más sanas, justas, felices y libres de violencia.
Entusiasman la propuesta y las acciones. Sin embargo, numerosos grupos de mujeres observan con escepticismo este “feminismo masculino”. En primer lugar, la congruencia entre las declaraciones públicas, por un lado, y la realidad personal, por otro, pareciera ser el gran desafío.
María (nombre ficticio) nos relata: “Mi marido es un ’feminista’ conocido globalmente, alto funcionario de una institución internacional. Desde hace décadas, imparte conferencias sobre los derechos de la mujer; aparece en televisión, periódicos y revistas, abogando por el fin de la violencia contra las mujeres. Su discurso es realmente convincente, como si se estuviera frente a la reencarnación de Gandhi o una versión masculina de Simone de Beauvoir. Sin embargo, este ‘feminista’ fue feroz cuando nos abandonó a mí y a nuestros hijos: ejerció todo su poder económico y legal para hacernos vivir en terror constante. Durante el primer año amenazó con quitarme a los niños, dejarme sin visa, sin apoyo económico, etcétera. Soy escritora y traductora; desatendí mi carrera profesional para dedicarme por décadas a apoyar la suya, confiando en que él era un hombre de convicciones éticas y feministas, incapaz de este tipo de violencia. Todavía no sabemos cuándo terminará este acoso, este despojo de los derechos más fundamentales. Hay una incongruencia monstruosa, entre su discurso público y su vida privada. El eslogan que corean los grupos feministas es ‘lo privado es público’ porque es en el ámbito privado donde se comprueba si un hombre es realmente feminista o si solo utiliza el feminismo como trampolín para una carrera profesional. Si no se es feminista en casa, con la familia, con la pareja, con los hijos, no se es realmente feminista. Lástima”.
De igual manera, en determinados círculos feministas, las agrupaciones de hombres igualitarios son vistas con escepticismo, tanto desde lo privado (desafortunadamente, la situación personal de “María” no es un caso aislado, ni siquiera es el más extremo) como lo público. “Ya no hablemos de las incoherencias de los que llamamos peyorativamente ‘progres de boquilla’ o ‘machirulos de izquierda’ en su vida personal: hacen la revolución feminista en la calle, pero en sus casas relegan a sus mujeres a tareas y lugares subalternos. Hablemos también de los espacios públicos que algunos de estos varones han copado en instituciones nacionales e internacionales dedicadas a la promoción de las mujeres; hablemos de la agenda feminista que intentan liderar. Muchos han visto el filón político y hasta económico del feminismo y se acoplan solo para lucrar. Eso es todo”, nos comenta Elsa M. G., de Femen Rusia, en declaraciones que solicita sean tomadas estrictamente como opiniones personales.
Lo cierto es que, con luces y sombras, con desgarradoras incongruencias, con honestidad, convicción y valentía en diverso grado, con largo camino que recorrer, en círculos de hombres o en el seno de grupos feministas mixtos cada vez más numerosos, estos hombres pro feminismo son esenciales en la construcción de un nueva sociedad, basada en el equilibrio de poder, la justicia y el respeto. Así lo comprenden otras tantas agrupaciones de mujeres o incluso la ONU, con la campaña ELporELLA (HeForShe), lanzada por la actriz británica Emma Watson e inaugurada recientemente en la sede de Naciones Unidas en Nueva York. Resuenan, entonces, las palabras de Alexander Ceciliasson, militante del partido sueco Iniciativa Feminista (FI): “Yo me llamo feminista. Me emociono por asuntos feministas y por la lucha por la igualdad. Soy un hombre blanco, heterosexual y sin discapacidades. (…) [existen] dos tareas fundamentales por cumplir en la lucha feminista: uno, retroceder y callarnos y dos, hablar con otros hombres”.