Al comienzo de este artículo pensamos que sería realmente difícil sacar a relucir las bondades y dulzuras mexicanas en virtud de los amargos y recientes sucesos en Guerrero. En medio de una de las crisis sociales más agudas que ha sufrido México en las últimas décadas, llegamos a considerar que sería incluso inapropiado acentuar lo bueno del país, cuando de lo malo no se puede escapar solo por cambiar el título de un reportaje.
Sin embargo, muy poco tiempo después de comenzar a reflexionar en esta discrepancia nos percatamos de que no solo no era inapropiado, sino hasta necesario darle la estima a un ámbito que lo merece y que últimamente no aparece en los diarios extranjeros. Una cara de México que poca culpa tiene de la grave herida que ha dejado el narcotráfico y la corrupción política en la psique de ya varias generaciones, con las que inevitablemente aumenta el déficit de oportunidades. A ese México con su calidez humana y su eterna capacidad para adaptarse a lo adverso, y a nuestro legado cultural, del que ninguna cantidad de balas nos podrá despojar jamás, debemos, al menos, un homenaje simbólico.
Florido y espinudo
México tiene el primer lugar en llegadas de turistas internacionales en América Latina con un promedio de 21 millones de visitantes al año, según datos del Fondo Nacional de Turismo (Fonatur). Nos hemos ganado ese lugar porque contamos con 11 000 kilómetros de costa distribuidas en el Mar Caribe, Mar de Cortés, Océano Pacífico y en el Golfo de México. También es considerado uno de los 17 países megadiversos por albergar 64 878 de las especies (animales y vegetales) conocidas que existen en el mundo. Su enorme variedad de climas y relieves han convertido a México en un sinónimo de ecoturismo, cuyos paisajes propician la práctica de diversos deportes y actividades al aire libre, como kayak, descenso en rápidos, natación, paracaidismo, espeleísmo, vuelo en parapente, montañismo y snorkeling.
El mundo sabe de México porque ha visitado o ha escuchado sobre nuestras increíbles playas de arena blanca, como las del Mar de Cortés, cuyas aguas son transparentes y en las que se puede practicar buceo con focas marinas, tiburones y en arrecifes. También las playas pedregosas, de grandes olas, como en Todos los Santos, Baja California, en la que se presenta el oleaje más grande y peligroso de todo el mundo, y a donde los surfistas más experimentados viajan buscando lo que llaman “la ola más grande de América”. Los turistas no solo visitan nuestros destinos con el afán de divertirse, también lo hacen para comer los deliciosos platillos tradicionales cocinados con mariscos frescos.
México es un país de enormes montañas y cuevas que son perfectas para practicar deportes como escalada deportiva o en búlder, como Potrero Chico, en Monterrey, y la Cueva del Chonta, en Taxco. Estos lugares, famosos por sus rocas, son muy concurridos cada año por turistas en busca de deportes extremos, de aventura y de hermosos paisajes.
Otro tipo de turismo de naturaleza se puede practicar, por ejemplo, en el Nevado de Toluca: un hermoso escondite en la capital del Estado de México en el que se pueden realizar grandes caminatas deportivas o rutas en bicicleta de montaña; y si se es resistente al frío se puede incluso acampar en las faldas del famoso Xinantécatl. Cuando se llega a la cima se devela una belleza que se encuentra atrapada en la naturaleza… en lo que el dinero no puede comprar.
México está lleno de hermosos pueblos, playas y ciudades que han manifestado su cultura y su resiliencia a través de siglos. Aun en estados que en la actualidad son testigos de diversos conflictos, como Michoacán, Morelos, Guerrero y Tamaulipas, es justo aclarar que existen muchas zonas en donde los habitantes han logrado adaptar su forma de vida y sacar lo mejor de la situación. Además, los fenómenos de violencia no abarcan toda la extensión geopolítica de estas entidades, sino que se encuentran focalizados en algunos núcleos de conflicto más que en el resto del territorio.
En general la vida cotidiana transcurre, con algo más de recelo, en las ciudades fuera de los centros de tensión. Además, también es preciso señalar que, a diferencia de lo que suelen percibir los diarios extranjeros, el crimen también viene en temporadas. Por lo tanto, es esencial entender las circunstancias de tiempo-espacio del país para redefinir una nueva estrategia de turismo nacional. Por ejemplo, alejarse de los sitios ásperos y dirigir la mirada hacia muchos otros destinos, incluso dentro de las entidades citadas, que tienen suficiente por ofrecer.
En Tamaulipas, por ejemplo, existe una de las joyas naturales más extraordinarias del orbe y cuyo nombre no queda corto de insinuación. La reserva de la biosfera llamada El Cielo es el área natural protegida más grande del norte de México, con 144 530 hectáreas de extensión. Es hogar de gran cantidad de especies de flora y fauna endémicas, y su ubicación es, para turistas y locales, un verdadero paraíso dentro del turbulento estado.
De igual forma ocurre con Guerrero y Morelos. El primero por sus kilómetros de costa en donde se despliegan destinos de gran turismo como Ixtapa Zihuatanejo, una de las playas mexicanas más visitadas cada año; y también por sus poblados tierra adentro como Taxco de Alarcón, célebre por su producción de plata y que ha crecido por su influencia cultural con festivales como las Jornadas Alarconianas y la Feria Nacional de la Plata (conmemorada desde hace 77 años). La segunda entidad, Morelos, es reconocida tanto por su clima envidiable como por ser una de las regiones que más historia ha presenciado. Desde lo prehispánico hasta lo revolucionario, en Morelos hay un poco para todos; algunos de los sitios más visitados son el pueblo de Tepoztlán (y su Cerro del Tepozteco) y el lago de Tequesquitengo. Mientras que en Guerrero, las imponentes grutas de Cacahuamilpa.
Sin embargo, Michoacán es posiblemente el estado más próspero de los anteriormente mencionados. Llamado en ocasiones “el alma de México”, su territorio alberga ocho pueblos mágicos: Pátzcuaro, Tlalpujahua, Cuitzeo, Santa Clara del Cobre, Angangueo, Tacámbaro, Jiquilpan y Tzintzuntzán, y decenas más que también son mágicos, aunque sin denominación oficial. Pátzcuaro, con su lago y su fuerte legado indígena, es un templo vivo que preserva el tiempo y las tradiciones de México quizá como ninguno más. Otro atractivo turístico popular en esta zona es la reserva natural de la mariposa monarca, una especie famosa por su patrón colorido de alas que vuela hasta 4000 kilómetros cada noviembre para reproducirse en el centro de México. Uno de los santuarios más espectaculares para observarlas se encuentra muy cerca del pueblo mágico de Angangueo, fundado en 1792, que por sí solo es un destino obligado.
Robusto y flexible
Pero así como México no es solamente delincuencia, tampoco es simplemente un país de playas, montañas y pueblos mágicos. La profundidad mexicana reside en su infinidad de ritos y tradiciones; tradiciones que han sobrevivido al paso de los años y a la homogeneidad que la globalización demanda; folclore que se transmite de generación en generación en un país que siente y que vive cada una de sus fiestas con toda intensidad. Algunas vienen desde la época prehispánica y otras son mezclas que se hicieron después de la conquista española, pero sin importar el país del que provienen, México ha hecho de estas unas tradiciones únicas en el mundo al darles colorido y personalidad festiva, sumamente característicos de lo mexicano.
Muchas de esas tradiciones viven gracias a las comunidades indígenas, pueblos enteros que han permanecido pese a los cambios y la evolución que ha habido en el mundo en los últimos años. En México existen 62 pueblos indígenas, los cuales han logrado mantener su forma de vida, a pesar de haber tenido que adaptarse al mundo moderno. Esta cualidad les ha permitido conservar lugares sagrados, vestidos tradicionales y fiestas, incluso existen los que aún se rigen bajo sistemas internos de gobierno, conocidos como usos y costumbres. Son pueblos que hacen que México sea una nación pluricultural, en la que el gobierno reconoce política y socialmente a todas estas comunidades, con sus distintas culturas, ritos y tradiciones.
Un ejemplo importante de estos pueblos son los wirrárikas, conocidos comúnmente como huicholes, que actualmente están establecidos en tres estados de la república: Durango, Nayarit y Jalisco. Las comunidades wirrárikas llevan a cabo distintas celebraciones a lo largo del año, una de las fiestas más importantes para este pueblo es la del maíz, o del tambor, un festejo en el que la comunidad celebra la vida, es el inicio de un nuevo ciclo de peregrinación. En esta fiesta, dan gracias por la vida que tienen, por la vida del campo, y por los alimentos.
Pero no todo en México son tradiciones prehispánicas, y es curioso que la fiesta de la vida de los huicholes se celebre en la misma fecha en que otras culturas (sobre todo las fieles a la tradición cristiana) festejan a los muertos. En el estado de Michoacán las celebraciones del Día de Muertos literalmente han ignorado los festejos del estadounidense Halloween, que parecen haber dominado el mundo. Y es que cada 2 de noviembre, los panteones de Michoacán se visten de cempasúchil y los michoacanos pasan las noches sobre las tumbas de sus muertos, compartiendo con ellos alimentos y bebidas, recordando momentos significativos y pasando con ellos una noche del año.
A la larga lista de tradiciones que llegaron con la religión católica y la conquista de los españoles a México en el siglo XVI se suman las posadas, una fiesta significativa que, aunque se celebra en algunos otros países de América Latina, en México es ampliamente popular. Sobre todo si consideramos que —según cifras del censo 2010 del INEGI— el 84 por ciento de la población del país se identifica como católica, y esta tradición está directamente ligada a las creencias de la natividad de Jesucristo: las posadas se celebran durante los nueve días anteriores a la Navidad, son días en los que cientos de creyentes católicos reviven los pasos que María y José siguieron para llegar al pesebre en el que nació Jesús. En México la tradición es romper una piñata de barro con siete picos, cada uno de los cuales representa un pecado capital, y se rompe con un palo de madera que representa la fortaleza de Dios; los dulces y frutas que caen de la piñata cuando esta se rompe son las recompensas que los creyentes reciben por vencer el pecado. Durante estas fiestas los mexicanos “piden posada” cantando canciones, compartiendo dulces y alimentos y tomando el tradicional ponche de frutas, demostrando una vez más que los mexicanos hacen de las costumbres una fiesta tradicional con características singularmente mexicanas.
Ahora bien, también existen creencias a las que la misma Iglesia católica se opone, y aunque sus raíces se remontan mucho tiempo atrás, su práctica es más bien contemporánea y se han ido extendiendo solo entre ciertos círculos, incluso hasta llegar a Estados Unidos. Hablamos del culto a la Santa Muerte. Miles de mexicanos rezan a Nuestra Señora de la Santa Muerte (en especial en la región norte del país), a la que los fieles consideran la personificación de la muerte. La observan como algo natural e innegable a lo que se debe de tener completo respeto, e incluso deben de venerarla para que los proteja. Así, el 15 de agosto de cada año sus fieles le piden favores que van desde suerte en el amor hasta peticiones malintencionadas en contra de otras personas.
Somos un país de sincretismo y tradiciones. A través de estas se entrevén momentos de destellos en los que los mexicanos olvidamos las penas y tristezas por algunas horas para festejar; porque a pesar de todas las tragedias que está viviendo nuestro país, a pesar de todas las decepciones que hemos vivido en los últimos años, México defiende sin ningún problema sus tradiciones a través de la festividad de su gente.
Ingenioso y productivo
Aunado a la fuerza de las tradiciones y la cultura mexicana, existen ciertos rasgos que nos distinguen de igual forma, pero como una colectividad. Son expresiones idiosincrásicas que atraen y fascinan a cualquier foráneo que no experimente la vida cotidiana de las calles mexicanas. Cuando nos adentramos en lo verdaderamente común, encontramos que México no solo tiene un legado histórico tangible, sino que la personalidad y el carácter de su gente también se han forjado a través de sus históricos “errores gigantescos y aciertos luminosos”.
Tomemos como ejemplo el ingenio mexicano, cuya forma más sofisticada y destacable se condensa en dos de nuestras herencias más valiosas: la producción artesanal y la oferta gastronómica. Algunas de las artesanías más impresionantes del mundo, hechas aun con los métodos añejos y tradicionales, tienen su origen en la colisión de lo prehispánico y lo español viejo mundista. Por ello, ahora miles de manos mexicanas trabajan barro, lana, talavera, hilo, plata, madera, palma, hoja de maíz y hasta de comida. Del material que fuere, el mexicano fabrica lo que viere. Esta cualidad admirable, como Pablo Neruda simplificó, es “el poderío asombroso de los dedos mexicanos, fecundos y eternos”.
Dicho ingenio lo pasamos por alto cuando transitamos las calles y vemos a decenas de personas vendiendo sobre mantas callejeras; al igual que lo hacemos con los miles de “puestos” que ofrecen delicias, algunas de más tradición, y otras francamente inventadas con la modernidad. El ingenio culinario es, con toda certeza, el bono más atractivo de México en el mundo, no por nada nuestra cocina fue declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco. Millones y millones de turistas al año viajan al país para saborear los clichés tequileros y picantes; sin embargo, más allá de esos sabores, en México se trastocan los límites de los paladares poco experimentados. No tenemos miedo a imaginar nuevas mezclas de aromas y sabores, o dicho a la mexicana, se le pone de todo a todo. Azúcar a lo salado, limón a lo azucarado, y chile… a todo. Esto ha contribuido a que la comida mexicana se distinga en todos los grados de, lo que algunos llamarían, sofisticación: desde puestos ambulantes de garnachas, pasando por comida casera tradicional, hasta la gastronomía gourmet. Chefs profesionales que han tomado como inspiración los sabores originarios de México y los han fusionado, sintetizado y convertido en verdaderas maravillas comestibles… o así lo consideran los más avezados degustadores, ya que al menos dos restaurantes gourmet de la capital mexicana han sido incluidos entre los 50 mejores del mundo.
Por otro lado, existe un rasgo que tal vez es el que menos se nos reconoce alrededor del mundo. El estereotipo del mexicano de sombrero, tomando siestas y tequila, es no solo desgastado, sino demeritorio. La realidad es que los mexicanos son la colectividad que labora más horas al año, incluso por arriba de países asiáticos. Unas 2226 horas anuales es el promedio que trabajan los mexicanos en edad laboral, esto según el informe anual de la Organización de Comercio y Desarrollo Económico (OCDE) —que recopila datos de las 36 naciones industrializadas—, titulado “Índice para una vida mejor”. Desde luego, esto no significa que seamos los mejor remunerados —aunque lo sería en un mundo perfecto—, pero sí exterioriza una de las mayores virtudes del mexicano de a pie: ser incansable. Incansable para laborar, pero también inagotable de espíritu. La esperanza y el empuje con que viven la vida diaria es la que mantiene viva a una nación de tantos contrastes.
Se dice, de forma romántica, pero aun los mismos estudios oficiales lo señalan, que pese a contar con cifras preocupantes en diversas áreas (léase educación y seguridad), México es un país “contento”. De acuerdo con el antes citado índice de la OCDE, los mexicanos aseguran que viven más experiencias positivas que negativas durante el día, y de igual forma, sus logros les satisfacen emocionalmente más que al promedio de extranjeros que fueron entrevistados. Por supuesto que ello no resuelve el resto de los problemas por sí mismo, pero una nación de gente cálida y esperanzada posee, al menos, una profundidad humana incomparable, aquella que favorece la regeneración tras las desdichas.
Si bien la calidad humana del mexicano le da una gran ventaja, esta regeneración no solo depende de ella, y es cierto que quizá tome mucho tiempo, a juzgar por las circunstancias actuales. Algunos de sus mayores retos se presentan en forma de garantizar que las decisiones gubernamentales se lleven a cabo para el beneficio de todos. Como ejemplo tenemos las tan discutidas reformas estructurales, y aunque muchos estén de acuerdo o no con ellas, su implantación es un paso que ya se tomó. Ahora el reto más importante es concentrar los esfuerzos en exigir las oportunidades que de ellas puedan generarse y que sus efectos logren cambios positivos para el grueso de la población. Demandar los resultados no solo es sano, es inexcusable. Esto porque algunos de los retos más grandes hoy provienen de la democracia incipiente (y nos atrevemos a decir que, hasta ahora, malograda). Pese a ello, de esta podemos rescatar que la participación e interés de los ciudadanos va en aumento. En especial entre la población joven… que, con toda certeza, es la mejor apuesta para generar cambios necesarios. La participación política que ahora vemos deberá evolucionar sus métodos para que, en tiempo, intervenga adecuadamente en la administración pública, en su rendimiento y en su, más que urgente, transparencia. De allí que debamos invertir de forma incansable en la juventud mexicana y en garantizar su educación. La parte que nos corresponde es garantizar que estos cambios prometedores se vuelvan una realidad.
Surgir y resurgir
Es probable que todos los atributos que ya hemos destacado se puedan resumir en nuestra sola capacidad de resurgir, de recrear y de adaptarnos. Hace falta voltear a cualquier rincón de México para apreciar que el ingenio, la fuerza trabajadora y la esperanza han hecho de este país uno pintoresco, pero sobre todo, perenne. Siempre hay vida en la gente, en las calles. Todo en México encuentra la manera de surgir y resurgir. Con muchos obstáculos en su contra, México sigue siendo un país fecundo por su gente… y, expresamente, por la calidad humana de esta; por su solidaridad insistente incluso cuando damos lo poco que tenemos, y por su desinterés al hacerlo. Esto convierte a México un país ejemplar.
Tal vez por ello, los ahora famosos pueblos mágicos como Xilitla, Mineral de Pozos, Chiapa de Corzo, Metepec y Yuriria, han sido tan exitosos para extranjeros y locales por igual. Porque ahí es donde toda la riqueza social se evidencia inalterablemente: pueblos coloniales que alguna vez fueron prehispánicos, gente que logró —muchas veces sin saberlo— mantener y adaptar lo mejor de dos mundos. Calles y callejones repletos de vitalidad mexicana, costumbres que se transforman y permanecen entre lo antiguo y lo moderno. Quizá todo eso como un reflejo del país mismo.
Si algo (no poco) podemos concluir, es que el capital más valioso de México es su gente. Pareciera que muchos mexicanos menosprecian su habilidad para reverdecer lo que parece árido, en especial cuando la actualidad parece tan sombría. Tomemos prestada y presumamos una página de la perspicacia de Neruda, quien aseguró que “no hay en América, ni tal vez en el planeta, país de mayor profundidad humana que México y sus hombres. A través de sus aciertos luminosos, como a través de sus errores gigantescos, se ve la misma cadena de grandiosa generosidad, de vitalidad profunda, de inagotable historia, de germinación inacabable”.