Es un contrasentido que en América Latina se tenga tanto potencial y tan baja competitividad.
Recién escribí que América Latina es una región de alta corrupción, y que ello implica un alto costo de oportunidad para el desarrollo, por el caudal de recursos que se dejan de invertir y no llegan a la población necesitada. Le decía que la corrupción cancela la posibilidad de potenciar el gasto público, que impide maximizar el valor de las inversiones.
Ahora vuelvo sobre algo similar, el Índice de Competitividad Global 2014–2015. Es un estudio que abarca 144 países y que analiza las condiciones económicas, políticas e institucionales existentes para establecer su nivel de productividad. Sin duda algo substancial, pues la eficiencia es la base para el progreso social y económico.
Para América Latina, los resultados son congruentes con los datos vistos sobre la corrupción. Me refiero a que son decepcionantes.
Sirva de muestra que entre los 30 países más competitivos del orbe, no aparece ninguno de América Latina; o que entre los 50 más productivos, apenas se ubiquen tres territorios: Puerto Rico, Chile y Panamá.
El contraste es interesante, pues por tamaño y potencial, la región cuenta con naciones que participan en el G20, como México y Brasil; o bloques como la Alianza del Pacífico y el Mercosur, a quienes les alcanza para estar entre las primeras 10 economías del mundo.
Es un contrasentido que se tenga tanto potencial y tan baja competitividad. Es autodestructivo que no se trabaje más para elevar la productividad.
En buena medida, la región agrupa países acostumbrados a explotar sus recursos naturales, a valerse de sus materias primas y a canjearlas por cuantiosa inversión extranjera. Empero, no han invertido el mismo ahínco en fortalecer las instituciones y desarrollar el talento interno, han sido acomodaticios con los beneficios que la geografía les suministró.
Allí están de muestra México, Colombia y el Perú, naciones ricas en sus ecosistemas, pero con una productividad que se ubica después de la plaza 60 en esta escala mundial.
La diferencia se marca con países pequeños, como Singapur y Finlandia, quienes no poseen recursos naturales significativos, pero que ocupan los espacios dos y cuatro en el índice. Son estados que encontraron una forma de vida alterna al no poseer un hábitat privilegiado, adoptaron la cultura de la innovación y el desarrollo del talento, se volvieron generadores de valor.
Son sociedades líderes en educación y habilidades matemáticas, creadoras de tecnología e investigación, e igual destacan en innovación y emprendimiento, así lo demuestran las numerosas patentes y compañías “start-up” que lanzan cada año.
Es la diferencia, es lo que pasa cuando no se tiene petróleo para vender. Pero también es la gran ventaja cuando se recuerda que las materias primas son recursos no renovables. Los países dependen de sí mismos.
Es un círculo virtuoso y multiplicador, uno que acorta las brechas sociales y favorece el crecimiento incluyente. Ojalá que en América Latina no tardemos mucho en cambiar de rumbo, en tomar decisiones reformadoras. De seguir igual, no vaya a ser que se nos acabe la bendita naturaleza.
Amable lector, recuerde que aquí le proporcionamos una alternativa de análisis, pero extraer el valor agregado le corresponde a usted.
Óscar Armando Herrera Ponce es un profesional de las finanzas. Ejerce como columnista y analista financiero para varios medios en México y Latinoamérica. Destaca como docente en posgrado y conferencista. @oscar_ahp.