Una guerra generalizada en Oriente Medio siempre fue el plan maestro de Al-Qaeda.
Al final, Osama bin Laden podría conseguir la meta que inspiró los ataques del 11/9. Y extrañamente, una de las mejores maneras para frustrar ese sueño es que Estados Unidos enfurezca a algunos de sus amigos y coopere con sus enemigos, en particular, la República Islámica de Irán.
La exitosa marcha hacia Bagdad de un grupo fundamentalista suní en Irak —Estado Islámico de Irak y el Levante (o ISIL por sus siglas en inglés)— ha sido inevitable, al igual que su amenaza a cualquier posibilidad de paz en Oriente Medio. Ahora, los cientos de años de guerra tribal entre las dos sectas más eminentes del islam —suníes y chiitas— se ha exacerbado de nuevo, con el grupo fundamentalista exhibiendo la debilidad e incompetencia de lo que sus seguidores ven como solo otro gobierno impuro establecido por Occidente.
Lo que muchos estadounidenses, incluidos sus líderes en el gobierno, desde hace mucho no han podido entender es que esto es lo que Bin Laden y Al-Qaeda quisieron todo el tiempo. La intención de los sangrientos ataques al World Trade Center y el Pentágono fue para tentar a EE UU y sus aliados a que atacasen Oriente Medio. Bin Laden era muy abierto al respecto. El creía que semejante guerra unificaría a los musulmanes y luego llevaría a una enorme victoria que motivaría a Occidente a retirarse de todo Oriente Medio. A partir de allí, Bin Laden quería disparar una revolución suní que derrocase a los gobiernos seculares apoyados por Occidente en el mundo árabe y confrontar a los chiitas, a quienes se oponía profundamente. De hecho, ISIL ha proclamado que la confrontación actual no es una guerra entre el gobierno de Irak y los islamistas, sino un conflicto suníes vs. chiitas.
Para quienes no entendieron antes de la invasión estadounidense de Irak este caldero hirviente de odio tribal que ha tenido un papel tan importante en la seguridad de Oriente Medio, la evidencia fue más clara a lo largo de la guerra. Al-Qaeda y sus organizaciones afiliadas han asesinado a miles de chiitas en los últimos 11 años, en especial en Irak. De hecho, en 2007, grupos en Kuwait que juraron fidelidad a Al-Qaeda publicaron una fatwa —un pronunciamiento legal hecho por un erudito religioso— contra el gobierno chiita en Irán.
Desde el principio, esta ha sido la falla irreparable en la estrategia estadounidense para derrocar al gobierno iraquí de Sadam Hussein. Él era un dictador brutal y asesino, pero siendo un suní secular que gobernaba con un sangriento puño de hierro, Hussein fue capaz de aplastar la amenaza fundamentalista. Pero tan pronto como el gobierno suní fue derrocado del poder y los militares iraquíes fueron desbandados por los estadounidenses, sus miembros unieron fuerzas con los islamistas más amenazantes entre sus hermanos tribales.
El plan estadounidense era que Irak fuese gobernado por un gobierno cooperativo entre la secta mayoritaria, los chiitas, y la minoría suní. Pero esta idea de liderazgo cooperativo entre los Hatfield y los McCoy siempre estuvo destinada a venirse abajo; no se iban a dejar de lado cientos de años de guerra solo porque Occidente lo exigía.
Los suníes que trataron de unirse al nuevo orden político pronto fueron marginados. Su representación cuasi simbólica intensificó la ira hirviente de los suníes por lo que percibían como discriminación y desigualdad. Para empeorar las cosas, está la dirigencia del primer ministro iraquí, Nouri al-Maliki, quien ha hecho todo lo posible para destruir cualquier dirigencia creíble entre los suníes que tratan de unirse al gobierno.
Según un informe del Grupo Internacional de Crisis, un grupo no gubernamental que trabaja en la resolución de conflictos, Al-Maliki ha expulsado a eminentes líderes suníes con base en sus conexiones al Partido Bath de Saddam, y ha desplegado desproporcionalmente las fuerzas de seguridad gubernamentales en los vecindarios suníes de Bagdad y las localidades gobernadas por suníes. El principal movimiento político de los suníes —Al-Iraqiya— se vino abajo mientras Al-Maliki se esforzaba para consolidar su poder y el de los chiitas. Una señal importante de la impotencia suní en Irak se dio a finales de 2012 con el arresto de los guardaespaldas de un miembro eminente de Al-Iraqiya. Los suníes lanzaron un extraordinario y pacífico movimiento de protesta, solo para ver más represión como respuesta.
¿El resultado? Un apoyo cada vez más intenso entre los suníes a la única opción que les queda: la insurgencia. Las señales de una posibilidad cada vez mayor de una guerra civil fueron aún más evidentes en el verano del año pasado, cuando la cantidad de coches bomba aumentó a lo largo y ancho del país.
Por supuesto, se suponía que las fuerzas de seguridad iraquíes serían capaces de proteger al país para estas fechas. Más bien, se han desvanecido de cara a la marcha próxima del ISIL. En parte, eso también es culpa de Al-Maliki. Él puso fin demasiado pronto al entrenamiento de sus fuerzas de parte de asesores de EE UU, a pesar de las objeciones estadounidenses. Y este grupo mal entrenado e indisciplinado estaba plenamente consciente de que los militares sirios, mucho más fuertes y mejores, batallaron y sufrieron pérdidas significativas en las confrontaciones tempranas con ISIL y otros yihadistas en ese país.
Pero los problemas que están motivando el estallido de violencia en Irak también contienen las simientes de una solución, o la posibilidad de una conflagración todavía más intensa. El régimen chiita fundamentalista de Irán, desde los primeros días de un régimen del ISIL gobernando Irak, sería confrontado por un país en su frontera liderado por suníes inclinados a destruir el gobierno de Teherán. Los chiitas de Irán podrían considerar inevitable una guerra religiosa sin cuartel, aunque esta vez entre naciones.
En otras palabras, Irán tiene mucho más en juego que cualquier otra nación con el resultado de la lucha en Irak. Al-Maliki —como hermano chiita— tiene una alianza fuerte con Teherán. Igual la tienen las dos milicias kurdas más eminentes en el Gobierno Regional de Kurdistán al norte de Irak. Y los militares iraníes no se parecen en nada a las chapuceras fuerzas de seguridad iraquíes: las Guardias Revolucionarias Iraníes están tan bien entrenadas y armadas que fácilmente podrían aplastar al ISIL.
E Irán ya se ha puesto en marcha. Funcionarios estadounidenses dicen que dos batallones del mejor grupo de operaciones especiales de las Guardias Revolucionarias —la Fuerza Quds— ya han cruzado la frontera y combaten al lado de soldados iraquíes. Militarmente, el ISIL no podría sobrevivir a semejante arremetida.
Pero aquí es donde los estadounidenses podrían tener una participación. Si los políticos de nuevo son incapaces de entender la dinámica que se está dando y recaen en la tradicional oposición a Irán, estarían oponiéndose simultáneamente a los chiitas y los suníes. Aun cuando los locutores de los noticieros por cable no capten esto, los iraquíes ciertamente lo harán.
He aquí el peligro: los iraníes ciertamente derrotarán al ISIL, pero tal victoria de una fuerza chiita —especialmente si resulta en la muerte de suníes inocentes— posiblemente haga que más suníes apoyen al ISIL y los otros fundamentalistas. Después de todo, este es un conflicto directo entre suníes y chiitas, al cual se ha unido una poderosa nación chiita. Los suníes iraquíes ya creen que el gobierno de Al-Maliki es demasiado cercano a Irán. Ese problema solo se intensificará.
¿La respuesta? EE UU debe comprometerse a una diplomacia compleja, reconociendo que comparte un interés estratégico con los chiitas de Irán a la vez que enfrenta a los chiitas de Irak por marginar a los suníes del gobierno. Si los suníes no tienen influencia en el gobierno —y si a Irán se le permite tener una presencia a largo plazo en Irak—, la percepción de que esto es un conflicto puramente entre las dos tribus sin duda se arraigará.
Al-Maliki debe irse, y su lugar debe tomarlo un líder más comprometido con la nación, en vez de con su facción. Debe persuadirse a los chiitas en Irak de que compartir el poder garantiza su propia supervivencia, y los estadounidenses son los únicos en una posición para ayudar a que eso pase. La crisis puede evitarse. Pero no será fácil.