Casi todas las fuentes de agua potable de Estados Unidos son vulnerables a la contaminación con variedades tóxicas de algas, y el cambio climático podría estar aumentando ese riesgo.
Los nadadores y piragüistas de Oregón no son ajenos a las algas pues, en los últimos años, se han vuelto rutina las alertas sobre infestaciones en estanques y lagos. Por ello, en mayo, cuando ocurrió una floración algal en el lago Detroit, cerca de Salem, los funcionarios del estado y la ciudad supieron, exactamente, cuáles pruebas debían realizar y las advertencias que debían emitir.
El problema fue que los líderes urbanos no habían anticipado la amenaza para el agua potable. El lago Detroit desemboca en la parte norte del río Santiam y de allí, esas aguas continúan hasta el sistema municipal. Y así, el 31 de mayo, pocos días después de la detección inicial de algas, toxicólogos de Salem hallaron toxinas potencialmente mortales en el suministro de agua. Ese mismo día, la ciudad notificó a sus 200,000 residentes que el agua de grifo estaba prohibida para niños menores de seis años, personas con problemas hepáticos o renales, mujeres embarazadas o lactantes, ancianos, y mascotas. La advertencia persistió durante más de un mes.
Era la primera vez que Oregón detectaba toxinas de algas en el agua tratada. “El hecho de que puedan entrar en el sistema de agua potable fue una verdadera advertencia para nosotros”, confiesa Jonathan Modie, oficial de comunicaciones de la Autoridad de Salud de Oregón.
Debido a la falta de datos, los expertos no saben con certeza si las floraciones algales se han vuelto más frecuentes o si, simplemente, se notifican con más regularidad. Sin embargo, la creciente temperatura favorece el desarrollo de algas y floraciones algales, y eso puede convertirse en una amenaza mortal.
Las algas suelen ser inofensivas, pero ciertas especies de la variedad azul-verde —conocidas como cianobacterias— producen toxinas tan potentes que pueden intoxicar a los grandes mamíferos y a las personas, con consecuencias potencialmente fatídicas. En 2001, la Agencia de Protección Ambiental y Water Research Foundation analizaron 45 fuentes de agua potable en Estados Unidos y Canadá, y hallaron que cuatro de cada cinco estaban contaminadas con microcistina, una toxina que ataca el hígado y los riñones. Aunque la recuperación es completa, en la mayoría de los casos, las personas afectadas la pasan bastante mal, y los síntomas (fiebre, náusea y diarrea) pueden confundirse con una intoxicación alimentaria.
Un experto calcula que más de 90 por ciento de los lagos, ríos y reservorios utilizados como fuentes de agua potable en Estados Unidos son vulnerables a las floraciones de algas. E igualmente preocupante es que la mayor parte de las plantas para tratamiento de aguas no cuentan con equipos para eliminar toxinas, las cuales requieren de costosos métodos de tratamiento, como la desinfección con ozono. Una vez que las algas se introducen en los suministros de agua, es difícil implementar remedios oportunos, por lo que algunas ciudades no tienen más opción que ordenar a sus residentes que dejen de usar el agua de los grifos; a veces durante varias semanas. Aun cuando los gestores de aguas municipales se resisten a tocar el tema en público, “están muy preocupados”, asegura Deepak Mishra, profesor asociado de geografía en la Universidad de Georgia, donde estudia la distribución mundial de las floraciones algales nocivas.
Hasta ahora, ningún estadounidense ha muerto a resultas de las toxinas algales, pero la posibilidad es muy real. Una dosis alta de microcistina puede ocasionar insuficiencia hepática o renal, informa David Farrer, toxicólogo en salud pública de la Autoridad de Salud de Oregón. Se cree que la combinación de microcistina y cilindrospermopsina (otra toxina potencialmente mortal) fue la causa de que murieran 52 personas en Brasil, en 1996, si bien eran pacientes dializados que, durante el tratamiento, estuvieron expuestos por vía intravenosa al agua de grifo contaminada.
Debido a que los municipios no están obligados a realizar pruebas de detección, no hay información completa sobre la contaminación por algas en Estados Unidos. Algunos estados y distritos empezaron a practicar pruebas hace, más o menos, una década, pero los referentes que utilizan los gestores de agua para determinar si el consumo es seguro son, mayormente, preliminares (justo este año, la Agencia de Protección Ambiental implementó el primer protocolo de pruebas).
El 19 de junio, Norton, Kansas se llevó un susto. La lama del lago Sebelius (un reservorio) contaminó una planta de tratamiento con un tipo de cianobacteria específica que produce anatoxina, sustancia que ataca el cerebro y puede provocar convulsiones, pérdida del control muscular e incluso, la muerte.
Cuando los resultados de laboratorio confirmaron la especie de alga, la respuesta no se hizo esperar. La ciudad de Norton interrumpió de inmediato la extracción de agua del reservorio, y la Guardia Nacional de Kansas acudió horas después para distribuir agua embotellada. La clausura del reservorio aumentó la demanda en el resto del sistema de agua, y cuando este se volvió insuficiente, las autoridades de salud ordenaron a los cerca de 3,000 residentes que hirvieran el agua antes de beberla. Más tarde, los funcionarios confirmaron que no habían ingresado toxinas en el suministro público.
Con todo, la solución no es hervir el agua. Aun cuando los filtros atrapan a las algas (el problema con las floraciones es que tienden a obstruir los filtros), las toxinas siguen pasando. Y aunque matan a las algas, los desinfectantes químicos, como el cloro, pueden empeorar la situación porque, al morir, las cianobacterias sueltan grandes cantidades de toxinas. “En realidad, no hay mucho que pueda hacerse”, reconoce Farrer.
Greenfield, Iowa experimentó una crisis parecida a mediados de julio, cuando las algas potencialmente nocivas de una floración del lago Greenfield lograron pasar por un filtro de la planta de tratamiento de aguas de la ciudad. Servicios Municipales de Greenfield ordenó a sus 12,000 clientes que evitaran el agua de grifo hasta que el laboratorio determinara si había toxinas presentes; al final, las pruebas demostraron que no hubo contaminación.
En todo caso, no hace falta que las toxinas ingresen en el sistema de aguas para causar trastornos. En Utah, una floración algal enorme en el lago Utah, ocurrida en 2016, contaminó el agua que los residentes de tres condados usaban como “agua secundaria” no tratada para regar sus prados y jardines. Los funcionarios no pudieron determinar si los alimentos cultivados con agua contaminada ofrecían algún riesgo de consumo. Mientras la floración crecía, un sistema secundario tras otro optó por proceder con cautela extrema, y cerró sus válvulas. Entonces, los residentes empezaron a regar sus prados con agua potable, lo cual causó una escasez en toda la ciudad.
Mishra agrega que no es raro que haya toxinas algales en el agua potable. “Siempre están presentes”, afirma. “Es solo que muchas pasan inadvertidas”. La interrogante es si el consumo en bajas concentraciones es perjudicial. Mishra sospecha que, si la exposición es crónica, podría causar daños acumulativos en el hígado y el cerebro. Por desgracia, debido a que las investigaciones están dirigidas a esclarecer cómo y cuándo ocurren los efectos mortales de estas toxinas, hay pocos estudios sobre sus consecuencias para la salud pública.
La falta de buenas opciones terapéuticas ha orillado a Water Research Foundation a recomendar una estrategia de múltiples etapas que combina varios métodos de descontaminación. Pero, para ello, las plantas de tratamiento tendrían que hacer renovaciones que representarían millones de dólares. Muchos estados están atacando directamente las floraciones algales, e intentan acabar con las cianobacterias privándolas de nutrientes como nitrógeno y fósforo, elementos presentes en los fertilizantes y en las descargas de las plantas de aguas residuales. Kansas ha reservado un presupuesto anual de más de 5 millones de dólares para limitar la cantidad de fertilizantes y aguas residuales en los ríos utilizados como fuentes de agua potable.
Por su parte, Oregón no quiere correr riesgos. Las ciudades del estado están invirtiendo en costosas plantas de tratamiento nuevas. “Para nosotros, esto parece ser la nueva normalidad”, concluye Modie.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek