¿Podrá salvar al Partido Republicano o su controvertida presidencia llevará a una vasta derrota de los republicanos en los comicios de este año?
El Nuevo Trato se ha detenido”, decretó The New York Times el 10 de noviembre de 1938, dos días después de que el presidente Franklin Delano Roosevelt sufrió una derrota desastrosa en una elección congresista a la mitad de la legislatura. “Revuelta de los contribuyentes”, decía el titular que lo acompañaba.
Roosevelt había hecho campaña vigorosamente por candidatos que apoyaban sus políticas progresistas, las cuales ampliaban enormemente los poderes federales para reducir el desempleo. Su mensaje a los votantes: los obstruccionistas y “reaccionarios francos” en el Congreso —en particular aquellos de su propio partido— tenían que ser eliminados por el bien de la república.
El mensaje de los votantes a Roosevelt no fue más ambiguo que el de él a ellos. “Esta es una democracia y es sano tener una oposición fuerte”, sermoneó el pastor de un poblado de Indiana al presidente en una carta. “Ningún hombre está siempre en lo correcto. Usted necesita críticas por su propio bien”. Los demócratas perdieron 72 escaños en la Cámara de Representantes y siete en el Senado, y aun cuando conservaron el control de ambas cámaras, los legisladores contrarios al Nuevo Trato estaban en ascenso, vigorizados por la victoria. Roosevelt siguió siendo presidente otros siete años, pero la mayor parte de ese periodo se ocupó en la Segunda Guerra Mundial. Como predijo el Times, la era del liberalismo despreocupado había terminado.
Los presidentes les temen a las elecciones a mitad de la legislatura, las cuales se dan a los dos años de su periodo. Un presidente en funciones puede esperar perder, en promedio, 32 escaños en la Cámara de Representantes y dos en el Senado. Algunos han perdido muchos más: frustrados con la administración corrupta de Ulysses S. Grant, un republicano, en 1874 los votantes les entregaron 96 escaños de la Cámara de Representantes a los demócratas. Veinte años después, los votantes descontentos con el manejo de Grover Cleveland del Pánico de 1893 recompensaron a los republicanos con 116 escaños de la Cámara de Representantes. La magnitud de esa diferencia no ha sido rebasada desde entonces.
La primera elección a mitad de la legislatura de Barack Obama, en 2010, también fue una noche oscura para el alma demócrata. Aun cuando lograron conservar el Senado, los republicanos, vigorizados por el movimiento del Partido del Té, ganaron 63 escaños en la Cámara de Representantes, en lo que Obama reconoció que fue una “gran paliza”.
Algunos creen que una pérdida del tamaño de la de Obama, o incluso de la de Grant, le espera al presidente Donald Trump cuando enfrente su prueba a mitad de la legislatura en noviembre. El índice de aprobación promedio de su primer año en el cargo, 38.4 por ciento, es el más bajo en la historia estadounidense. Ya sea por difamar al FBI por investigar su campaña presidencial o amenazar a Kim Jong-un, de Corea del Norte, en Twitter, por defender a un alto asesor acusado de golpear a sus esposas o despotricar contra la inmigración de países “mierderos”, Trump ha destrozado toda expectativa de cómo se debería comportar un presidente. Algunas personas están emocionadas, convencidas de que solo una figura tan singular como Trump podría rescatar a las instituciones moribundas del gobierno federal, en gran medida mediante acabar con ellas. Pero, a juzgar por su popularidad, o la falta de esta, muchos más están mortificados.
Los demócratas se preparan como corresponde para hacer de las elecciones a mitad de la legislatura un referendo tan devastador que la presidencia de Trump nunca se recupere. Creen que no solo pueden ganar la Cámara de Representantes, sino recuperar el Senado, donde las condiciones son más desafiantes. Si llegaran a asumir el control total del Capitolio, los demócratas podrían cumplir un sueño que los liberales han anhelado realizar desde el 20 de enero de 2017: la impugnación de Trump y su subsiguiente separación del cargo. “La izquierda va a presentarse”, advirtió el senador Ted Cruz, republicano por Texas, en un discurso reciente. Él enfrenta a un contrincante duro en Beto O’Rourke, un demócrata vigoroso que ha recabado más dinero que Cruz. “Gatearán sobre vidrios rotos en noviembre para votar”.
Que los republicanos puedan ganar en 2018 sigue siendo materia de un debate vigoroso, al igual que el mensaje sobre el cual esperan ganar. Sin embargo, a Trump no parecen preocuparle especialmente los gateadores en vidrios. “Tengo la impresión de que nos va a ir muy bien en 2018”, comentó durante un mitin reciente en Cincinnati.
Sus partidarios en la base del Partido Republicano tampoco parecen preocupados. El 21 de febrero, la Conferencia Conservadora de Acción Política (CPAC, por sus siglas en inglés) se reunirá en las afueras de Washington para celebrar a Trump y sus logros. Los conservadores saben que el presidente cumplirá sus deseos solo si recibe el apoyo de un Congreso complaciente. Si por lo menos una de las cámaras se vuelve azul, las aspiraciones de la derecha serán nulificadas por completo.
A pocos kilómetros al norte de los salones de convención de la CPAC, en las consultorías políticas de Washington, D. C., los republicanos tradicionales temen que se estén acercando a un otoño de descontento político. Los demócratas supuestamente planean un asalto coordinado contra 101 escaños controlados por republicanos en la Cámara de Representantes, donde necesitan solo 24 para asumir el control. Si los demócratas no están organizados todavía, ciertamente están vigorizados, menos por políticas específicas que por su aversión general por Trump.
“La elección a mitad de la legislatura de 2018 va a ser un incendio forestal de gran magnitud para el Partido Republicano”, dice John Weaver, un veterano consultor republicano que trabajó en las campañas presidenciales del senador John McCain de Arizona. “Mi única esperanza es que, a través del fuego, venga el rejuvenecimiento de la vida”.
“GRAN CABELLERA REPUBLICANA”
A Trump le encanta el papel del paria y del no favorito, una figura desdeñada por las élites, pero apoyada por el pueblo. Esa fue la pose que adoptó como candidato con pocos respaldos y legiones de detractores. También fue una actitud central en su cortejo a la base republicana, un esfuerzo que comenzó con su aparición en la CPAC en 2011.
La pieza central de la convención es su encuesta extraoficial, en la que los conservadores seleccionan a su candidato presidencial ideal. En 2010, su selección fue el representante Ron Paul, republicano por Texas. Al año siguiente, Trump decidió que era su deber informar a los conservadores cuán mala era esa selección. Trump dijo en su primer discurso en la conferencia que el libertario de 75 años “tiene cero posibilidades de ser elegido”. Aun cuando no anunció su candidatura a la presidencia, el otrora demócrata dio un discurso notablemente similar al que emitió desde el vestíbulo de la Torre Trump cuatro años después. “Si me postulo, y si gano, este país será respetado de nuevo”, dijo, y concluyó su discurso con una promesa: “Nuestro país será grandioso de nuevo”.
Paul ganó fácilmente la encuesta extraoficial de la CPAC en 2011, mientras que Trump, como un candidato fuera de la boleta, tuvo un apoyo infinitesimal. The Week llamó a Trump uno de los “perdedores” de la conferencia.
Pero como un pretendiente persistente y determinado en probar su punto, Trump siguió regresando a la CPAC: en 2013 (“Tenemos que quitarle nuestros empleos a China”), 2014 (“Con la inmigración, es mejor ser inteligente, y es mejor ser duro”) y 2015 (“Nuestros caminos se caen a pedazos; todo está cayéndose a pedazos”). No fue en 2016, pues canceló su presentación tras reportes de un boicot planeado. Algunos aplaudieron la noticia, la cual les confirmó que Trump no era, en palabras de un asistente, “un verdadero conservador”.
El año pasado, la CPAC se celebró apenas un mes después de que Trump asumiera el cargo, con el presidente y sus aliados ansiosos por acallar los reportes de disfunción y desacuerdo. Todos se llevaban bien en la Casa Blanca, y la Casa Blanca se llevaba bien con el Capitolio. La derecha estaba unida; la izquierda, herida y en caos. “El presidente Trump unió al partido y el movimiento conservador”, mencionó Reince Priebus, el entonces jefe del gabinete. Sentado junto a él estaba el estratega político en jefe Steve Bannon, quien estuvo de acuerdo: “Entendemos que puedes unirte para ganar”.
Bannon y Priebus fueron despedidos el verano pasado; ninguno de los dos está programado para hablar en la CPAC 2018, la cual empieza el 21 de febrero. Se calcula que 10,000 conservadores se reunirán en National Harbor, Maryland. Algunos usarán gorras de “Hacer a Estados Unidos grandioso de nuevo”; otros, trajes de Brooks Brothers. Trump estará allí, al igual que una variedad apropiadamente ecléctica de luminarias, desde el nacionalista británico Nigel Farage hasta Jeanine Pirro, presentadora de Fox News.
Matt Schlapp, quien se convirtió en el director de la Unión Conservadora Americana en 2014, supervisará el evento. Conocí a Schlapp en las oficinas centrales de la organización en Alexandria, Virginia. Un hombre jovial de 50 años, se parece a un papá suburbano a quien le gusta terminar su noche con Fox News y una Bud Light. De hecho, es uno de los hombres mejor conectados en Washington. Su esposa, Mercedes, es una funcionaria de comunicaciones de alto rango en la Casa Blanca. Y él prefiere los martinis.
A Schlapp no lo preocupa Trump, y tampoco lo preocupa lo que Trump les podría hacer a los prospectos republicanos en noviembre. Muestra algo que se asemeja a la lástima por quienes piensan que esa “gran cabellera republicana”, como dice él, es todo lo que se necesita para venderle un candidato a la base conservadora. Durante la votación presidencial primaria de los republicanos, algunos de los 16 competidores de Trump no estaban especialmente ansiosos de hacerse camino hasta National Harbor en 2015, recuerda Schlapp. “Algunas de esas campañas simplemente sudaban de miedo ante la idea de siquiera subirse a ese estrado”, comenta. “Si dices que eres conservador, pero te incomoda hablar con conservadores, eso es raro”. Trump no mostró tales dudas. No podía darse ese lujo.
Pero ni Schlapp ni nadie más con quien hablé pudo articular qué era el trumpismo, ya no digamos cómo Trump concordaba con el conservadurismo, compasivo o cualquier otro. “No hay tal cosa como el trumpismo”, escribió el editor conservador Roger Kimball el año pasado. Más bien, hay cosas que Trump ha hecho y que los conservadores aprobaron: darles nominaciones vitalicias en magistraturas federales a juristas conservadores; aprobar un recorte fiscal de 1.5 billones de dólares; la reducción sistemática de la infraestructura reguladora federal. Todo esto, dice Schlapp, ha vuelto “extática” a la base republicana. Igual ha hecho lo que los partidarios ven como el troleo maestro a liberales y medios de comunicación.
Pero el éxtasis de la base es la agonía de la clase dominante. Estos republicanos creen que le entregaron el partido a alguien que es solo un conservador por conveniencia, a quien los líderes del partido frecuentemente tienen que reprender —en el trato a las mujeres, la raza, las prácticas nucleares poco ortodoxas—, como si fuera un sustituto caprichoso. Algunos incluso ven con buenos ojos una oleada demócrata, para que le recuerde al Partido Republicano qué representa. “Sería mejor para nosotros perder el poder por una generación que continuar este fraude”, comenta Bruce Bartlett, asesor de Ronald Reagan que se ha convertido en miembro de la brigada Nunca Trump.
Schlapp descarta a los miembros de Nunca Trump como unos falsos profetas de la fatalidad política que han intelectualizado su propia irrelevancia. “Ellos simplemente entendieron mal todo”, menciona. La victoria de Trump es “una acusación de todo lo que ellos han hecho, y no les gusta eso. Es incómodo”. Pese a todos los lamentos de que Trump carece de auténticas convicciones conservadoras, el Partido Republicano se ha convertido en el partido de Trump. Casi 75 por ciento de los republicanos apoyan un muro fronterizo con México; solo 36 por ciento de los republicanos apoya el libre comercio.
Trump es un acto inimitable, una serie de contradicciones flagrantes que, en cierta forma, se integran. Schlapp quiere asegurarles a los candidatos potenciales que no tienen que ser totalmente como Trump. Probablemente, ni siquiera deberían intentarlo. “Toma las partes que te gustan”, aconseja. Por ejemplo, habla de los recortes fiscales, pero tal vez no de la grabación de Access Hollywood.
Cuando los índices de aprobación de Trump languidecían en treinta y tantos por ciento, había pocas cosas que les gustaran a los republicanos, e incluso menos que adoptar. Ahora, el presidente ha subido de vuelta a la zona segura del cuarenta y tantos por ciento. La boleta genérica —que simplemente les pregunta a los votantes si prefieren a demócratas o republicanos— vio cómo se redujo a la mitad la ventaja de 13 puntos de los demócratas (desde entonces, ha subido a 6.9 puntos). Brian Walsh, consultor republicano que administra un super PAC a favor de Trump, dice que una batalla genérica que continuase favoreciendo a los demócratas por solo 5 puntos solo presagia una “noche movida” para los republicanos, mientras que una ventaja de 12 puntos en la genérica sería “devastadora”. Porque la reordenación (o sea, la manipulación de las circunscripciones electorales) llevada a cabo en 2011 favoreció tremendamente a los republicanos, explica el veterano encuestador Larry Sabato, de la Universidad de Virginia: “Los demócratas deben ganar una mayoría clara del voto popular por 5 a 6 por ciento nacionalmente para tener una buena oportunidad de hacerse con la Cámara de Representantes”.
En 2016, las posibilidades de que Trump ganara la presidencia también parecían devastadoras. Pero al derrotar a Clinton, demostró que podía trascender la historia, la demografía, e incluso el destino. Y si lo hizo entonces, ¿por qué no podría hacerlo de nuevo?
Es esta promesa de victoria lo que une a la derecha detrás de Trump. Tal vez sea lo que defina al trumpismo, esta noción de que él, de alguna manera, siempre elude la derrota, en especial cuando la derrota parece segura, ya sea en las elecciones a mitad de la legislatura en noviembre o una encuesta extraoficial de la CPAC, la cual nunca ha ganado todavía.
UNA CORTINILLA ARTÍSTICA
Whit Ayres es uno de los republicanos dominantes de los que Schlapp cree que están destinados a “malsubestimar” a Trump, para usar un famoso malapropismo de George W. Bush. Un sureño alto y elegante —en una tarjeta de presentación, su nombre completo: Q. Whitfield Ayres—, se comporta con los modales de un juez rural. Su consultora, North Star Research, está ubicada en una majestuosa casa adosada federalista en Alexandria, Virginia. Tiene colgadas en la pared del vestíbulo las fotografías de senadores republicanos en cuyas campañas ha trabajado Ayres: Lindsey Graham, de Carolina del Sur; Marco Rubio, de Florida; Bob Corker, de Tennessee. Hoy, ellos están entre los inconformistas republicanos más claros contra Trump en el Capitolio.
Ayres no pensaba que Trump fuera a ser presidente. El 23 de septiembre de 2016, con una ventaja de 6 puntos para Hillary Clinton en las encuestas nacionales y Trump aparentemente comprometido en inmolarse extensamente, expresó sus frustraciones en un podcast de CNN. “Necesitamos adaptarnos al nuevo Estados Unidos, no cambiando nuestros principios, sino aplicando esos principios al nuevo tipo de votante”, dijo Ayres.
En 2013, el Partido Republicano publicó un “informe de autopsia” sobre la elección presidencial de 2012. El informe advertía que la derrota de Mitt Romney ante Barack Obama era el síntoma de una enfermedad más profunda en el interior del Partido Republicano. “Los jóvenes votantes cada vez más desvían la mirada a lo que representa el Partido, y muchas minorías piensan erróneamente que no les gustan a los republicanos o que no los quieren en el país”, escribieron los autores. “Sonamos cada vez más desfasados”.
Cinco años después, la autopsia sigue siendo un asunto divisorio en la derecha, ya sea una verdad profética o el producto sombrío de los descontentos. Los partidarios de Trump dicen que él ha hecho irrelevante el informe. “La autopsia hablaba de muchas cosas —argumenta Schlapp—, pero nunca habló de los estadounidenses rezagados”. Para él, los republicanos han pasado demasiado tiempo alejándose de su propia base, desesperados por cortejar votantes que nunca fueron realmente influenciables. El resultado fue inevitable, embarazoso: Newt Gingrich hizo un anuncio para televisión sobre el calentamiento global con Nancy Pelosi y Romney prometió abrir sus “carpetas llenas de mujeres”. En lo que concierne a Schlapp, Trump les recordó a los republicanos quiénes eran realmente. Habiéndose cansado de la gran cabellera republicana, hallaron la salvación en una cortinilla artística.
Cuando le comenté a Ayres el argumento de Schlapp, sus labios temblaron con algo entre consternación y disgusto. “Le está haciendo al tío Lolo”, dice Ayres. Para él, los datos son el destino, y el destino de un Partido Republicano que se niega a evolucionar es la ruina. En una sala de conferencias con luz natural, hacía clic en una presentación de PowerPoint que mostraba los datos de elecciones especiales recientes y encuestas de opinión. Esto daba la sensación característica de un cardiólogo examinando los resultados de un examen del corazón poco auspicioso.
La diapositiva más reveladora estaba en un mazo preparado por el analista republicano Adrian Gray. Se ve como la boca abriéndose de un aligátor. La “mandíbula” superior es una línea anaranjada que muestra cómo la gente se sentía con respecto a la economía. La línea sube, lo que indica que la gente cree que la economía está en excelente forma. También hay un indicio de que los recortes fiscales republicanos del año pasado se están volviendo más populares, o por lo menos no tan impopulares como el cólera.
Pero hay otra línea, una mandíbula inferior en verde oscuro, la cual se hunde. Este es el índice de aprobación del presidente, y lo más problemático de ello es cuán fuera de sincronía está su ligero declive con el creciente optimismo económico. Trump comenzó su presidencia con un índice de aprobación de 45 por ciento, según Gallup. Solo recientemente ha escalado de vuelta a esa meseta, incluso cuando la nación se acerca al empleo completo, la economía crece a un ritmo impresionante de 2.3 por ciento, y el Dow Jones ha visto 96 cierres históricos con Trump (más recientemente, hubo una marcada corrección hacia abajo en el mercado bursátil, aunque los economistas no creen que esto presagie una baja más amplia). Y aun cuando el índice de aprobación del presidente en ocasiones ha subido, no lo ha hecho de una manera consistente.
“Prácticamente, la aprobación del desempeño de todo presidente ha sido motivada por la condición de la economía”, señala Ayres, pero Trump “ha roto el vínculo tradicional entre la aprobación del desempeño del presidente y el bienestar económico”. Ello da algo de credibilidad al argumento del presidente de que no le dan suficiente crédito por la economía, aun cuando tal vez él sea quien evita que le den ese crédito. Trump “sigue distrayendo a la gente de todas las buenas noticias con sus varios tuits y conflictos y batallas”, dice Ayres. “La aprobación del desempeño del presidente es motivada por su conducta y su comportamiento en el cargo”.
La renovación económica fue la mayor parte del atractivo de Trump. Quienes votaron por él han indicado en repetidas ocasiones que no les importa su comportamiento con las mujeres, su abolición problemática de las normas, los fallos éticos de los miembros de su gabinete. Sin embargo, ahora parecen haber dado por sentada la economía en gran medida. “En realidad, estamos a punto de saber si ‘Es la economía, estúpido’ todavía es una regla o solo una guía”, comenta Rick Wilson, uno de los críticos más duros de Trump entre los republicanos dominantes.
Ayres cree saber la respuesta, y no es la que la Casa Blanca quiere oír. Señala las cifras detrás de la victoria del asistente demócrata del gobernador Ralph Northam sobre el candidato republicano Ed Gillespie en la contienda por la gubernatura de Virginia en 2017. Esa elección se decidió en los suburbios del norte de Virginia, cuyos residentes de clase media alta se han beneficiado significativamente del enfoque económico de Trump. Al contrario de los trabajadores acereros despedidos en Pensilvania, se benefician cuando el Dow sube. Si trabajan para una corporación transnacional, podrían tener ganancias con la acción desreguladora de Trump, así como con su reforma fiscal.
Pero la condición de la economía resultó ser irrelevante la noche de la elección. En el condado Fairfax, en las afueras de Washington, D. C., 254,919 demócratas le dieron su voto a Northam, casi duplicando su asistencia en la contienda por la gubernatura de Virginia en 2009, en la que ganó el republicano Bob McDonnell. En el condado Loudon, el cómputo demócrata en 2017 casi se triplicó en comparación con la cifra de 69,788 en 2009. Para muchos de estos votantes, un voto por Northam era un voto en contra de Trump. Según las encuestas de salida, 34 por ciento de los virginianos eligieron únicamente por oponerse al presidente, no porque les preocupara especialmente la contienda por la gubernatura. Casi todo este voto de resistencia (97 por ciento) fue para Northam.
A Bannon le gusta decir que una nación es más que una economía. Los votantes que se oponen a Trump están llegando a la misma conclusión. Tal vez sus fondos de retiro estén bien, pero sus objeciones morales son demasiado apremiantes como para ignorarlas. “No estoy convencido de que los votantes estén tan enamorados de la economía que pasen por alto y perdonen todo lo demás que los ha desganado en los últimos dos años”, dice Michael Steele, expresidente del Comité Nacional Republicano.
Al recordar la derrota catastrófica de Barry Goldwater en la contienda presidencial de 1964, a Steele le preocupa lo que ve como el regreso del partido al extremismo intransigente que marcó el atractivo del senador de Arizona. “Ronald Reagan no podría ganar una votación republicana primaria hoy”, se lamenta.
ENREDADOS EN AZUL
Los conservadores todavía tratan de descifrar a Donald Trump. Los liberales lo hicieron hace meses. Para la izquierda, Trump es un cáncer que se debe extirpar del cuerpo político estadounidense. La ira contra el presidente ha unido a la izquierda como ninguna propuesta política podría hacerlo jamás. “Los votantes que están enojados tienden a votar en las elecciones de mitad de legislatura”, señala Stuart Rothenberg, del canal de noticias políticas Inside Elections.
Los sitios web dedicados a la cuenta regresiva para la elección presidencial de 2020 se han vuelto sorprendentemente populares (al momento de escribir esto: 992 días, 9 horas, 10 minutos y 29 segundos). Hasta entonces, la manera más sencilla en que los demócratas castiguen a Trump será en las elecciones de mitad de la legislatura de 2018, las cuales se darán en 264 días, 21 horas, 9 minutos y 13 segundos.
Esta ira debería consternar a los republicanos. “Casi no hay nada que puedas hacer para detener una oleada”, dice el encuestador Sabato. “Simplemente va más allá de tu control”. Los republicanos pretenden pasar los siguientes meses tratando de disminuir, si no es que detener del todo, esta arremetida demócrata predicha. Tales acciones solo se intensificarán conforme se acerquen las elecciones primarias en la primavera.
En enero, los multimillonarios conservadores Charles y David Koch invitaron a grandes donantes a sus grupos políticos, Estadounidenses por la Prosperidad y Socios por la Libertad, a Indian Wells, California, para una cumbre anual en la que las elecciones de mitad de la legislatura fueron el tema principal de discusión. Los Koch planean gastar 400 millones de dólares en estas elecciones, y 20 millones de dólares serán para defender el plan tributario de Trump que se aprobó el año pasado.
Como lo recordó tan hábilmente la campaña presidencial de Hillary Clinton, los donantes adinerados no pueden impulsar a un candidato deslucido. Y los republicanos enfrentan un problema de candidatos. Mientras que los demócratas están ansiosos por hacerle frente a Trump, muchos republicanos en funciones están eligiendo no combatir en absoluto. Más de 30 republicanos han decidido retirarse de la Cámara de Representantes. Varios lo hacen porque enfrentan acusaciones de mala conducta sexual; a otros, los límites de periodo les impiden continuar como presidentes de comités.
No obstante, una buena cantidad parece haber decidido que no son lo bastante ágiles para bailar sin tropezar entre un furioso electorado demócrata y un presidente impredecible que podría echar a pique una elección en el Iowa rural con un solo tuit. “Ellos temen por sus elecciones, o es que el puesto se ha vuelto una gran mierda”, dice Bartlett, el exasesor de Reagan.
Los demócratas tienen razones para sentirse motivados. Desde hace mucho ridiculizados por su falta de atención a las contiendas por escaños locales, ahora han ganado 36 elecciones especiales de legislaturas estatales desde 2016, incluidos distritos que optaron por Trump. Los republicanos solo han ganado cuatro.
Esos resultados son una de las razones por las cuales Corey Lewandowski está preocupado. Después de servir como el primer gerente de campaña de Trump hasta que fue despedido en el verano de 2016, Lewandowski todavía tiene una influencia enorme con el presidente, a pesar de no tener un papel oficial en la Casa Blanca.
Cuando fue a la Casa Blanca en diciembre para una sesión de estrategia política, la reunión se convirtió en un concurso de gritos instigado por Lewandowski. “Mira, mi mensaje para el presidente, su equipo, era que tienen que prepararse para donde las cosas tengan el potencial de dirigirse en noviembre”, me dijo, mientras movía hacia abajo su dedo índice. El objetivo de Lewandowski ese día era Bill Stepien, director político de la Casa Blanca. “La Casa Blanca no está estructurada actualmente para que Bill sea exitoso. “No tiene una relación de 20 años con el presidente, ¿de acuerdo? No tiene la suficiente influencia”.
Los funcionarios con quienes hablé en el Comité Nacional Republicano y el Comité Nacional Republicano del Senado no están de acuerdo con esta valoración. Al igual que Stepien. “Hay razones para ser cautelosamente optimista” en noviembre, dice. Él y su equipo de 12 personas se reunieron con 116 candidatos el año pasado, en un proceso que comparó con tener citas amorosas; empezaron a hacer recomendaciones de apoyo a Trump. “Los candidatos importan”, me comenta una y otra vez, casi como un mantra.
La referencia era obviamente para Roy Moore, exjuez en jefe de Alabama que ganó la votación republicana primaria en una elección especial para el Senado en 2017, solo para perder en la elección general ante Doug Jones. Muchos republicanos consideran la contienda como aberrante a causa de las acusaciones de abuso sexual en contra de Moore, acusaciones tan aborrecibles que le permitieron a un demócrata ganar en uno de los estados más rojos de la nación.
RESISTIR ANTE LA RESISTENCIA
Prácticamente todas las personas con quienes hablé están de acuerdo en que hay un factor que podría salvar a los republicanos en las elecciones de mitad de la legislatura: los demócratas. “Los demócratas siempre son holísticamente malos en elecciones fuera de los escaños seguros, y tienden a aferrarse a problemas que solo sus bases adoran”, dice
Wilson, el consultor republicano con fuerte opiniones contra Trump. Para muchos demócratas de hoy, el problema principal que los anima a votar es la posibilidad de impugnar a Trump. El multimillonario californiano Tom Steyer ha atizado ese deseo, ostensiblemente recolectando dinero (y direcciones de correo electrónico) para una acción de impugnación, incluso cuando muchos miembros del Congreso lo han instado a que renuncie en lo que ellos ven como su campaña quijotesca y autocomplaciente.
“Si eres un liberal con algún interés de servir en el Congreso, tal vez nunca tengas una mejor oportunidad que ahora”, escribió recientemente Alex Seitz-Wald, de NBC News. La resistencia está motivada, pero los demócratas dominantes podrían tener dificultades para aprovechar significativamente esa motivación. Un aumento de candidatos liberales podría resultar en elecciones primarias costosas y disputadas que jalen al Partido Demócrata hacia la izquierda, haciendo más difícil el atraer votantes en distritos “indecisos” de inclinación moderada. Esos son precisamente los distritos que los demócratas necesitan ganar.
Tampoco está claro cómo la ira contra Trump se traducirá en una estrategia electoral. Al escribir para el blog progresista Daily Kos, el activista demócrata Nate Lerner recientemente advirtió que el partido carece de un mensaje que pudiera unir a los candidatos. “Aun cuando pudiera parecer obvio declarar que los demócratas necesitan una visión definitoria y un mensaje, toda la evidencia hasta ahora sugiere que no surgirá una en el corto plazo” escribió. “Demasiadas estrellas demócratas claves en ascenso están enfocadas en sus propias aspiraciones presidenciales, en vez de en reconstruir al partido”.
No ayuda que los demócratas tendrán problemas para romper con lo que Mara Liasson, de la NPR, llama “la poderosa fortaleza de la reordenación”. Las elecciones a la mitad de la legislatura de 2010 dieron triunfos enormes a los republicanos tanto en las cámaras estatales como en las mansiones de los gobernadores. Usaron esto para volver a trazar las circunscripciones congresistas de maneras que suprarrepresentó a los republicanos e infrarrepresentó a los demócratas. En un estado con sus circunscripciones manipuladas de esta manera, los demócratas pueden ganar el voto popular general, pero aun así perder escaños en la Cámara de Representantes, simplemente porque sus votos cuentan menos.
La recaudación de fondos por parte de los demócratas también ha sido anémica. El Comité Nacional Republicano recabó 132.5 millones de dólares en 2017, contra los 65.9 millones de dólares del Comité Nacional Demócrata. Y el partido está plagado de conflictos entre los centristas de Obama y los progresistas de Sanders. “Nunca se han recuperado de su votación primaria”, dice Stepien. “No tienen un líder del partido”. Thomas Perez, presidente del CND, ha prometido una “estrategia de 50 estados” para recuperar las mayorías legislativas en toda la nación. Algunos piensan que el plan es “retórica hueca”, como dijo un demócrata al Washington Examiner, porque está declarada en subsidios a los estados, no en involucramiento directo del CND en las contiendas.
Stepien también se burla de esa acción. “Me encanta que los demócratas estén buscando una estrategia de 50 estados”, comenta, y añade que tal estrategia sería insuficiente. “Hay algunos estados en los que no vale la pena que un partido invierta”.
“GOBIERNO DE UN SOLO HOMBRE”
Como lo descubrió Roosevelt, un presidente casi siempre pierde en las elecciones a la mitad de la legislatura porque los votantes quieren recordarle que tienen el poder de controlar el suyo. Ello es especialmente cierto cuando su partido controla ambas cámaras del Congreso. “No estoy dispuesto, en la búsqueda de una administración eficiente, a establecer un gobierno de un solo hombre en este país”, dijo el senador Edward Burke antes de las elecciones a la mitad de la legislatura de 1938.
En el mitin en Cincinnati previamente en febrero, Trump dijo que no habría “complacencia” en su enfoque de las elecciones a la mitad de la legislatura. No está claro qué quiso decir, aunque bien pudo ser una referencia a su deseo previamente declarado de hacer campaña por los candidatos hasta cinco días a la semana.
Y todavía queda el asunto de gobernar, por poco glamoroso que sea en comparación con la emoción de la campaña. La mayoría de los candidatos no quieren que la contienda se trate de Trump porque no pueden imitarlo. A veces, ni siquiera pueden explicarlo. El presidente puede ayudar dándoles algo más en qué hacer campaña.
La parte “política” de la ecuación en la Casa Blanca hoy día le pertenece a Marc Short, su director de asuntos legislativos. Desde hace mucho asesor del vicepresidente Mike Pence, quiere reunir a los republicanos detrás del mensaje de Trump, para que, a su vez, tengan más de qué hablar aparte de los cambios fiscales del año pasado.
Las principales prioridades del presidente son la inmigración, de la cual la pieza central es el muro fronterizo con México y que se calcula que costará por lo menos 25,000 millones de dólares, y un plan de infraestructura que podría costar 1.5 billones de dólares, con mucho de ese costo absorbido por los gobiernos estatales. Pero Trump necesitará el apoyo de los demócratas en ambos casos. Si no lo obtiene, podría enfrentar un segundo año sin algún logro legislativo significativo.
Short reconoce que hay pocas probabilidades de que los demócratas ayuden a Trump, incluso en asuntos en los que nominalmente están de acuerdo, como el gasto en infraestructura. “Están obcecados en su oposición a este presidente”, explica. “Quieren ser más un movimiento de resistencia para detener cualquier cosa que este presidente pueda hacer”. Esta era la postura de los republicanos cuando trataron de convertir a Obama en un presidente de un solo periodo. Decidieron que ningún compromiso político valía ceder una victoria política. Los demócratas ahora hacen el mismo cálculo, apostando a que los votantes recompensarán la combatividad más que el compromiso.
Mientras tanto, cada día trae una nueva encuesta y, con ella, nuevas sugerencias sobre lo que quiere el pueblo estadounidense y lo que los políticos deberían esperar. De nueva vez, en política como en todo lo demás, queremos creer que somos superiores a las tendencias estadísticas. Así que buscamos tranquilidad en los casos atípicos, nos sentimos cómodos con los pronósticos contrarios a la lógica de los expertos.
En el otoño de 2009, exactamente un año antes de que los republicanos tomaran la Cámara de Representantes, los demócratas perdieron elecciones especiales de gubernaturas en Nueva Jersey y Virginia. Algunos tomaron esto como un presagio de una derrota en las elecciones a la mitad de la legislatura. En The New York Times, el estratega demócrata Ruy Teixeira aseguró que tal cataclismo no sucedería. “Si hay algún repudio en marcha, tal vez sea del ala conservadora del Partido Republicano”, escribió, justo cuando el movimiento del Partido del Té cobraba fuerza en el país. Y qué decir del título del artículo de opinión de Teixeira, tal vez su característica más memorable: “Relájense, demócratas”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek