Un documental de HBO intenta capturar el talento explosivo del legendario actor. Tal vez no exista una botella con la capacidad suficiente, pero esta se aproxima bastante.
El 11 de junio de 2004, Billy Crystal encendió el televisor para mirar el funeral de Ronald Reagan. De pronto, sonó su teléfono.
“Bill”, dijo una voz al otro lado de la línea. “Hola. Soy Ron Reagan”. Era idéntica a la voz del 40º presidente de Estados Unidos: afable, con un ligero acento campirano. “Quería decirte que ya estoy en el cielo, y estoy pasándola maravillosamente”. Crystal decidió seguirle el juego: “Ah, ¿en serio? ¿Y cómo es el cielo?”. “Bueno —respondió la voz—, es mucho más caliente de lo que imaginé”.
Crystal relata la anécdota en el nuevo documental de HBO, Robin Williams: Come Inside My Mind, en el cual platica una de las numerosas bromas telefónicas que le hizo su amigo de años. Fue un clásico de Williams: una ocurrencia hilarante de un hombre con un deseo insaciable de hacer reír a la gente. Williams se quitó la vida el 11 de agosto de 2014; y la nueva película, dirigida por Marina Zenovich, nos recuerda cuán singular fue su talento.
El documental lleva como título una línea tomada de una de las primeras rutinas de Williams: un típico número delirante en el que imita al cerebro despavorido de un comediante que intenta hacer un buen chiste, y termina agitando los brazos en un ademán de angustia, como un capitán de un barco que se va a pique: “¡SOS! ¡SOS!”. El significado ulterior: para Williams, hacer un buen chiste era cuestión de supervivencia. “La risa es una droga”, dice Crystal en la cinta. “Y es muy difícil reemplazarla con alguna otra cosa”.
Williams hizo comedia con sus problemas de alcohol y drogadicción; empezó a hacerlo durante su época de stand up en San Francisco, en la década de 1970. Cuando su amigo John Belushi murió por una sobredosis en 1982, “me sacó un susto de mierda”, confiesa Williams en la película, porque el dúo había estado de parranda unas cuantas horas antes (en 1992, durante una entrevista con Lawrence Grobel para Playboy —un audio que Zenovich consiguió para el documental—, Williams describe su uso de drogas en los años 80 como una forma de locura: “Era como si tuviera la cabeza en una campana”.)
Sin embargo, tuvo recaídas frecuentes, y Zenovich —cuyo documental de 2013, Richard Pryor: Omit de Logic, plasmó a otro cómico perturbado y radical—, tiene una teoría. “Robin necesitaba tener un pequeño momento de conexión con todos. Creo que eso terminó por volverse agotador”.
La cinta “no está centrada en este final”, en su muerte, advierte Zenovich. Tampoco intenta explicar qué la causó. En vez de ello, captura la amplitud de su comedia de gesticulación plástica, ágil, infantil, con su compasión y vulnerabilidad persistentes. Alguna vez, Judd Apatow afirmó que no existía cosa tal como “una imitación de Robin Williams”, y Zenovich hace una labor estupenda disecando un talento descrito, más de una vez, como algo fuera de este mundo (aquí cabe recordar que Williams alcanzó la condición de superestrella interpretando a un alienígena en la serie de comedia Mork & Mindy de la cadena ABC).
No tenía parangón en la improvisación. Un corto de 1986 —durante su especial de stand up en el Metropolitan Opera House, considerado la cumbre de su comedia en vivo— muestra una jocosa descripción de las virtudes de una presidenta (de espeluznante relevancia en 2018, por cierto). Su mánager revela que el número fue eminentemente improvisado.
Justo antes de esa presentación, Williams figuró en la portada de esta revista. El fotorreportero Arthur Grace (quien aparece en la película) salió de gira con él y, después, se volvió su amigo y fotógrafo personal. “Pensaba en cosas graciosas más rápido que cualquiera que jamás haya conocido en mi vida”, revela Grace a Newsweek, al cabo de 32 años. No obstante, agrega, “debías saber cuándo quería estar en silencio”.
Otras revelaciones fueron proporcionadas por familiares, amigos comediantes (Crystal, Steve Martin, Whoopi Goldberg, David Letterman) y el mismo Williams; momentos de video y audio tomados de presentaciones en programas de entrevistas, actuaciones en vivo y charlas con reporteros, los cuales Zenovich unió creando la espeluznante sensación de que el cómico está narrando su propia historia. También incluyó raras escenas de archivo de sus primeros stand ups, así como cortos de sus películas: más de 30 años de créditos, los cuales incluyen la exitosa Papá por siempre (es, posiblemente, el único comediante que ha tenido éxito interpretando provocadores números de stand up, así como papeles en películas para toda la familia) y dramas posteriores que le granjearían cuatro nominaciones de la Academia (ganó en 1997, con En busca del destino).
Uno de los pasajes más tristes de la cinta aborda el divorcio de su primera esposa, Valeri Velardi, convertido en burdo sensacionalismo por los medios. Una portada de la revista People acusó a Williams de abandonarla por la niñera de su hijo (la que pronto sería su segunda esposa, Marsha Garces) cuando, de hecho, Williams y Velardi se habían separado de común acuerdo mucho antes de que él se relacionara con Garces. Velardi, quien aparece en la película, no manifiesta la menor amargura, como tampoco lo hace su hijo, Zak (Garces y la tercera esposa, Susan Schneider, se negaron a participar porque, según Zenovich: “Tal vez era demasiado pronto para ellas”).
Hacia el final del documental, Crystal recuerda un último y conmovedor encuentro con Williams, durante el cual reveló que le habían diagnosticado la enfermedad de Parkinson, y rompió a llorar. “Nunca vi a Robin atemorizado, excepto en ese momento”.
Su muerte desató expresiones extraordinarias de dolor y admiración, las cuales conmovieron intensamente a Zenovich durante el estreno del documental, en enero, en Sundance Film Festival. “Sabía que la gente lo quería, pero no sabía cuánto”, confiesa. “Todos sentían que les pertenecía”.
—
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek