El árbitro Cuneyt silbó el final del segundo tiempo extra y nosotros, lo que solo vimos el Croacia-Inglaterra en la pantalla, también nos queríamos abrazar con alguien, gritar sudorosos frente a una tribuna de cuadritos rojiblancos que nos gritaba con sus ojos acuosos, tirarnos felices al césped: quizá para llorar un poco, quizá para darle paz a nuestros cuerpos desfallecientes después de 130 minutos de juego, quizá solo para pensar cómo el futbol puede ser tan maravilloso.
No es normal lo que sucedió ayer. No es normal que a la 1 pm, cuando encendimos la tele para ver la Semifinal, Croacia fuera para los mexicanos una selección más bien indiferente, y ahora los queramos tanto. Desde esta porción de América, Croacia era un país lejanísimo con un idioma muy distinto, una cultura extraña, un color de piel diferente al nuestro.
Sabíamos que el joven país fue parte de un enorme estado llamado Yugoslavia, y que con la caída del bloque socialista se había partido en muchas naciones luego de terribles guerras en las que se mezcló la tierra, identidad, la religión. Si oíamos “Balcanes” en nuestra mente desfilaban las secuencias que nos dieron las noticias: familias destruidas, blancos habitantes de casas de piedra en medio de la desolación y la metralla, caras quebradas por el maldito fuego de las bombas, las minas, las balas que mataron a quienes amaban.
Pero no sabíamos mucho más de Croacia, y es probable que por Croacia sintiéramos poco.
Tres horas después, al final del partido, los queríamos. ¿Por qué si nosotros somos mexicanos y ellos croatas? ¿Por qué si somos tan distintos?
Ahora pienso que fuimos las venturosas víctimas de un encantamiento. La magia de Croacia fue no sólo permitirnos contemplar sentados, cómodos, inmóviles, su hazaña. No, Croacia nos hizo sentir que en todo eso que veíamos también estábamos nosotros.
Nos hicieron sentir que éramos Vrsaljko mandando desde la derecha un zapatazo descomunal, golpeado con el alma, volando altísimo, cayendo poderoso. Y fuimos Perisic viendo ese balón con hambre, estirando la pierna, superando la cabeza rival, ejecutando ese split de acrobacia, coraje y desesperación con que empató a los ingleses.
Nosotros fuimos Modric, humilde, trabajador, austero, buscando mil caminitos para destronar los mandatos del futbol y lograr que un gol los llevara al partido más insospechado de su historia. Nosotros fuimos Vrsaljko salvando un gol en contra en la línea, al contener una bola con un cabezazo que le pudo dislocar el cuello.
Nosotros fuimos Mandzukic en el tiempo extra, retorcido del dolor por el golpazo con un arquero rival que había salvado un gol que parecía consumado. Nos hicieron sentir que nosotros éramos ese equipo que en el primer partido de la fase final jugó tiempos extras, y en el segundo también, y en el tercero también, y que si contaba todos los minutos extra sumaba un partido más que los ingleses.
Pese a esa montaña que tenía enfrente, pese a que no había explicación para tener fuerza sobrante, Croacia seguía y seguía y dominaba, y ahí iba al frente porque era su deber y remataban al arco y no se rendían y eran algo así como un pueblo desplazado por la guerra que abandona su tierra con la ropa, la piel y el corazón hechos jirones, pero que camina porque se aferra a la vida y la defiende pese al dolor y la sangre.
Croacia también nos hizo sentir que éramos Perisic recibiendo un empujón y en vez de caerse saltar, de espaldas al arco y descompuesto, para que la bola ingresara al área. Y fuimos Mandzukic viendo esa pelota botar una vez, dos, para luego empalmarla hasta el fondo con un remate cruzado que, te juramos, Croacia, jamás olvidaremos.
Y después Croacia nos hizo sentir que éramos esa bolita de hombres felices, encimados, gritando la victoria, y sentimos que nosotros éramos el fotógrafo salvadoreño que estaba abajo, al que abrazaron, besaron y casi asfixiaron con todo su amor hasta que ese afortunado moreno de bigotito emergió vivo y sonriente con su cámara.
Desde Rusia, mi amigo Agustín me mandó en un tuit la imagen del defensa Vida (tenía que apellidarse así) besando al fotógrafo Yuri, y abajo esta línea: “Ese beso vale más que la nacionalidad de cualquier país”. Le respondí: “El súper estrella besa a un trabajador que ni por asomo conoce. Beso hermoso, eterno: hay gente buena en el mundo”.
Ayer Croacia nos hizo sentir que si así juegas, si así vives, importa nada si eres rubio o moreno, o si eres croata, mexicano o de donde sea. El equipo de un país que conocemos poco nos hizo sentir en medio de esa increíble bolita humana de alegría. Croacia le dio un beso al mundo.