James Mattis enfrenta una oleada de apoyo a una guerra preventiva contra Pionyang desde el interior de la Casa Blanca. También considera la posibilidad de desplegar más armas cibernéticas para ralentizar el programa nuclear de Kim Jong Un.
James Mattis ha pasado los últimos meses viajando por todo el mundo con Grant, la biografía de Ulysses S. Grant escrita por Ron Chernow. Su maltratada copia detalla el respeto y el afecto mutuos entre Grant, el principal líder militar estadounidense de la Guerra Civil, y su jefe, el presidente Abraham Lincoln.
Si bien Grant apoyó públicamente a Lincoln, Mattis, el secretario de Defensa, se ha mantenido notablemente reservado con respecto a su presidente, Donald Trump. En una extraña reunión del gabinete, realizada en junio de 2017, en la que prácticamente todos los demás funcionarios ofrecieron efusivos elogios para Trump, Mattis se abstuvo. En lugar de ello, ha viajado por el mundo tratando de impedir una guerra en la Península de Corea, nacida de una disputa retórica entre su jefe y el dictador norcoreano Kim Jong Un. Su avión es un Boeing E4-B de la época de la Guerra Fría, diseñado para ayudar a dirigir una guerra nuclear desde el aire, una perspectiva que espera poder evitar.
Mattis enfrenta una oleada de apoyo a una guerra preventiva contra Pionyang desde el interior de la Casa Blanca. También considera la posibilidad de desplegar más armas cibernéticas para ralentizar el programa nuclear de Kim, al tiempo que presiona más agresivamente a favor de cualquier tipo de solución diplomática. Una guerra podría costar hasta 3 millones de vidas. Es un conflicto que Mattis parece ansioso por evitar, y muestra un cansancio que se evidencia en las grandes bolsas bajo sus ojos.
Durante el año pasado, el general retirado de la Infantería de Marina fue una presencia tranquilizadora para los aliados que se han sentido molestos por el discurso aislacionista de Trump, por las agresivas acciones de Moscú en Ucrania y Crimea, y por la tendencia de Pekín de construir pistas de aterrizaje y bases en cualquier franja de tierra disponible en el Mar del Sur de China.
Mientras Trump y Kim intercambian insultos y amenazas, Mattis habla acerca de Corea del Norte utilizando términos calculados e insistiendo siempre en que las represalias verbales están fuera de su ámbito. Cuando Trump lanzó su amenaza de “fuego y furia” contra Corea del Norte en agosto pasado, Mattis dijo que “la retórica pertenece al presidente”. Se abstiene de responder a las amenazas de Pionyang y de evaluar las posibilidades de un conflicto. “Poseo expectativas modestas con respecto a mi capacidad de predecir la conducta de Kim Jong Un”, declaró Mattis a Newsweek.
El secretario de Defensa estadounidense ataja las preguntas sobre posibles planes de guerra e insiste en la necesidad de la diplomacia. “Estos [planes de guerra] existen para que los diplomáticos hablen desde una posición de autoridad desde la cual tienen que ser escuchados”, dice. “Debido a que un ataque contra la República de Corea será severamente repelido si se intenta”.
También evita que parezca que él y Trump pudieran tener desacuerdos. Quizás esta sea la razón por la que es una de las pocas figuras de alto nivel del personal de Seguridad Nacional del presidente que no ha tenido ninguna pelea pública importante con su jefe, por lo que desempeña una función muy destacada en la conformación de la política exterior estadounidense. “Trump podrá estar loco —señala el exsecretario de Defensa Leon Panetta—, pero en el fondo confía en el buen juicio de Mattis, y en una forma tan destacada que esa relación podría ser lo que nos esté salvando ahora mismo de cometer alguna estupidez”.
Este año, el gobierno de Trump intentó recortar 30 por ciento los fondos del Departamento de Estado. Simultáneamente, buscó aumentar los gastos del Pentágono, lo cual indica cuánto valora la acción militar por encima de la diplomacia.
Y en esa medida, Mattis se ha visto obligado a desempeñar ambas funciones, frecuentemente reuniéndose con ministros y jefes de Estado extranjeros para representar los intereses de Estados Unidos. Trata de aparecer perfectamente en sintonía con el secretario de Estado, Rex Tillerson, señalando que ambos coordinan frecuentemente sus acciones, a pesar de los persistentes rumores de que el hombre que presuntamente es el diplomático de más alto nivel de Estados Unidos podría abandonar pronto el gabinete de Trump. Según informes, ambos se han unido para trabajar en muchos temas polémicos dentro de la Casa Blanca, desde la conservación del acuerdo con Irán hasta contrarrestar los llamados a favor de un ataque preventivo contra Corea del Norte.
Prácticamente en todas las reuniones a las que Mattis asiste se incluye un análisis sobre cómo tratar con Kim. Corea del Norte no es el primer enemigo estadounidense que adquiere armas nucleares, a pesar de las objeciones de Estados Unidos. Tampoco es la única potencia nuclear que preocupa a Washington. El servicio de inteligencia de Pakistán mantiene relaciones con diversos grupos calificados como terroristas, y ese país cuenta con reservas de armas nucleares mal vigiladas. Sin embargo, a diferencia de Corea del Norte, Pakistán habla con Estados Unidos. “Siempre hemos tenido algún tipo de relación con Pakistán”, declaró a Newsweek Chuck Hagel, uno de los predecesores de Mattis. “Ha sido una comunicación esencialmente transaccional, pero hemos tenido una relación bastante estable con Pakistán. Podemos decir lo mismo de las otras potencias nucleares”.
Lo que hace que la situación actual sea diferente para Mattis es que Corea del Norte y Corea del Sur, y por extensión, Estados Unidos, siguen en guerra, y lo han estado desde la década de 1950. “No ha habido ningún tratado de paz, existe solo un armisticio”, dice Mattis.
Asimismo, el país de Kim está aislado en gran medida del mundo exterior. No tiene relaciones diplomáticas con Estados Unidos, y la información que tiene Washington sobre el programa nuclear de Pionyang, así como de las intenciones de Corea del Norte, sigue siendo irregular.
La falta de información es parte de lo que impulsa los diálogos sobre un ataque preventivo contra Corea del Norte, una acción arriesgada que, según los expertos, podría desencadenar una guerra en toda forma. La idea detrás de esa campaña tan limitada es que demostraría que Estados Unidos habla en serio, sin poner en riesgo el poder de Kim. Pero nadie sabe cómo respondería el líder norcoreano. Aun si evita el uso de armas nucleares y se desata una guerra más convencional, el número de víctimas sería enorme. “Un ataque limitado trata de pasar por alto el principio fundamental de que las consecuencias de ese tipo de ataques son totalmente impredecibles”, señala Panetta, que dirigió a la CIA antes de asumir el cargo más alto en el Pentágono. “[Esto] podría provocar no solo la pérdida de millones de vidas, sino también la posibilidad de una confrontación nuclear”.

Mattis está consciente de este enigma, y ha comparado el número posible de víctimas que se produciría en caso de un conflicto como el de la última Guerra de Corea, que cobró millones de vidas. Pero su trabajo le exige trazar un posible plan e informar al presidente sobre las consecuencias.
Por supuesto, existen límites a lo que cualquier secretario de Defensa puede hacer. “El secretario de Defensa no hace política”, afirma Hagel. “Eso solo lo hace el presidente, la Casa Blanca”.
Esto hace que la relación entre Trump y Mattis sea tan importante. “Francamente, tenemos una Casa Blanca muy inexperta”, señala Hagel. “Tenemos a un presidente que basó su campaña en una plataforma muy simple en 2016: elíjanme como presidente de Estados Unidos, no sé nada sobre el puesto”.
Mientras tanto, Mattis tendrá que adaptarse a la cambiante naturaleza de la guerra. Ha pasado cuatro décadas en la milicia, aunque la mayor parte de ese periodo se produjo antes del surgimiento de las armas cibernéticas, las cuales han sido usadas por Corea del Norte en años recientes para eludir un conflicto directo. El ejemplo más tristemente célebre: el ataque contra Sony después de que esta empresa produjo una película en la que se burlaba de Kim. Según informes, Estados Unidos ha utilizado armas cibernéticas para interferir en el desarrollo de armas nucleares en Corea del Norte, y esta también podría ser una estrategia que Mattis vuelva a utilizar en un futuro cercano. “Tenemos muchas más oportunidades de controlar la escalada si usamos armas cibernéticas —dice Panetta— en lugar de una bomba”.
Pero si el secretario de Defensa no puede lograr que Kim renuncie a sus armas nucleares, su única opción, además de la guerra, podría ser un regreso a la estrategia que Estados Unidos utilizó durante décadas contra la Unión Soviética: contención y disuasión. De acuerdo con Hagel y Panetta, Kim es un líder nacional y no un demente; es alguien a quien se puede inducir a cambiar su conducta. Y una guerra, dicen, puede evitarse si Estados Unidos es capaz de aplicar la presión correcta sobre Pionyang. Si esto sucede, Mattis podría verse obligado a desempolvar esas estrategias mientras dirige la potencia nuclear más antigua contra las ambiciones de la más nueva.
Como si quisiera demostrar esta idea, su avión del juicio final, la vieja aeronave construida durante el punto más alto de la Guerra Fría, se averió el 26 de enero, después de una reunión con el jefe de Defensa de Corea del Sur, Song Young-moo. Mattis tuvo que volar a casa en un avión de carga militar sin armamento con un remolque modificado instalado en su parte inferior. Dentro del remolque, durante el viaje nocturno a Washington, mantuvo a su lado el libro de Chernow.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek