El Kremlin los acosa, encarcela, estigmatiza y orilla a huir del país por considerarlos antipatriotas.
Amanecía el 10 de abril en Ufa, una ciudad industrial en la región central de Rusia, cuando Anatoly y Alyona Vilitkevich escucharon el timbre de su departamento. Los visitantes madrugadores eran agentes de policía enmascarados que portaban armas automáticas. “¡Abran!”, gritaron. En el interior, el matrimonio se vistió de prisa y llamó a su abogado. “Eran diez, incluidos investigadores vestidos de civil”, informa Alyona (35 años) a Newsweek. “Uno filmaba todo. Me dijeron que no podía usar el teléfono”.
Luego de registrar el departamento, los agentes ordenaron a Anatoly (empleado de mantenimiento de 31 años) que reuniera algo de ropa abrigadora. “Dijeron que no volvería a casa”, recuerda Alyona. Su marido ha estado bajo custodia policiaca desde la redada, y la mujer asegura que los investigadores no le han permitido hablar con él.
Las tácticas policiales de aquella mañana suelen utilizarse para aprehender criminales peligrosos. Pero Anatoly no es sospechoso de terrorismo, ni de homicidio, ni narcotráfico. La policía lo arrestó porque él y Alyona son testigos de Jehová, movimiento cristiano evangélico que se destaca porque sus miembros hacen proselitismo puerta a puerta. Además, los testigos de Jehová son pacifistas decididos. A lo largo de su historia han sido perseguidos por gobiernos de todo el mundo debido a que se niegan a prestar servicio militar o a rendir honores a la bandera. Algunas de las represiones más brutales ocurrieron bajo el régimen del cubano Fidel Castro, en la Alemania nazi y en la Unión Soviética.
Y ahora, el Kremlin —con la bendición de la Iglesia ortodoxa rusa— está incrementando la tensión. La represión de Estado forma parte de un esfuerzo gubernamental para suprimir las religiones minoritarias “extranjeras”. La campaña se inició en julio de 2016 cuando el presidente, Vladimir Putin, aprobó una legislación que prohibía las labores misioneras y establecía que las personas solo pueden compartir sus creencias religiosas en lugares de culto reconocidos por el Estado. La ley entró en vigor en un momento en que Moscú emprendía un gran esfuerzo propagandístico antioccidental, el cual abarcó desde acusar a Estados Unidos y al Reino Unido de tramar el derrocamiento de Putin hasta jactarse de la capacidad de Rusia para reducir a Estados Unidos a “cenizas radiactivas”. Hasta ahora, los únicos que han sufrido bajo la controvertida ley son los seguidores de religiones “importadas”, como los mormones y los bautistas. Y la razón es que enfrentan problemas frecuentes para obtener los permisos estatales necesarios para abrir sus templos, por lo que no tienen más remedio que organizar reuniones informales en los hogares de sus seguidores.
Sin embargo, quienes se han llevado la peor parte son los testigos de Jehová, cuya sede mundial se encuentra en Nueva York. En abril de 2017, la Suprema Corte de Rusia decidió clasificarlos como una “organización extremista”, y englobó a la corriente cristiana con el movimiento Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) y los neonazis. Los fiscales del Ministerio de Justicia afirmaron que los testigos de Jehová representaban una amenaza al “orden y la seguridad pública”, y funcionarios rusos los acusaron de predicar “la exclusividad y la supremacía” de sus creencias.
Rusia también clausuró los centros de culto del grupo y prohibió sus traducciones de la Biblia (la diferencia principal entre su versión y las versiones cristianas restantes: usan la palabra Jehová en vez de Dios o Señor). Esta prohibición fue aprobada a pesar de que una cláusula de la ley prohíbe que los tribunales califiquen de “extremistas” incluso los extractos de los libros sagrados de las cuatro religiones más importantes del país (cristianismo, islamismo, judaísmo y budismo).
Los críticos acusan a las autoridades de explotar las leyes antiterroristas para presionar al grupo. “No hay fundamento alguno para proscribir a los testigos de Jehová”, señala Alexander Verkhovsky, experto en legislación antiextremista en Sova, centro moscovita de derechos humanos. “Es verdad, ellos insisten en que solo su religión es cierta. Pero lo mismo hacen otras religiones. Y nadie los ha acusado de alguna acción extremista específica” (el Ministerio de Justicia ruso no respondió a la solicitud que se hizo sobre su postura sobre este tema).
Analistas de Naciones Unidas opinan que la supresión de movimiento cristiano presagia un “futuro sombrío” para la libertad religiosa en Rusia. Sin embargo, el Kremlin insiste en que el dictamen de la Suprema Corte se limita a los testigos de Jehová, y no viola el derecho individual a practicar la religión elegida, como garantiza la Constitución postsoviética del país.
Muchos observadores difieren. “La creciente represión de los testigos de Jehová es, sin duda, el peor retroceso de la libertad religiosa en Rusia desde la era soviética”, asegura Geraldine Fagan, editora de East-West Church and Ministry Report, publicación en línea que informa sobre asuntos cristianos en los países del antiguo bloque soviético.
Y hay pocos indicios de que la campaña esté por concluir. El arresto matutino de Anatoly Vilitkevich fue parte de un operativo nacional que los servicios de seguridad rusos implementaron contra los testigos de Jehová. Desde febrero, la policía emprendió redadas en ocho ciudades, pero el ritmo de la operación se aceleró a partir de marzo, cuando Putin fue reelecto para un cuarto periodo presidencial. El 18 de abril, agentes armados detuvieron a Roman Markin, un testigo de Jehová de 44 años, luego de derribar la puerta de su departamento en Múrmansk, una ciudad del círculo polar ártico. “Hicieron que él y su hija de 16 años se tendieran en el suelo a punta de pistola”, informa Yaroslav Sivulskiy, portavoz de la Asociación Europa de los testigos de Jehová. También arrestaron a otras dos personas durante las redadas. Cada cual podría enfrentar hasta diez años de prisión por la acusación de “organizar las actividades de una organización extremista”.
La policía no se limitó a hacer arrestos durante el operativo nacional; se sabe que también interrogó a decenas de individuos, incluidos niños y ancianos. Según Sivulskiy, después los agentes presionaron a algunas personas para que renegaran de su fe, les dijeron que serían puestas en libertad si lo hacían. Los testigos de Jehová también han denunciado incendios provocados en sus propiedades y amenazas de funcionarios de quitarles a sus hijos y ponerlos a cargo del Estado. La ley rusa establece que los menores pueden ser separados de sus padres si estos están implicados en actividades “extremistas” (el Ministerio del Interior ruso fue consultado sobre el tema, pero no respondió).
También en abril dio inicio el juicio de Dennis Christensen, ciudadano danés de 46 años que fue arrestado en mayo de 2017, cuando policías armados, cubiertos con pasamontañas y chalecos antibalas, irrumpieron en un centro de culto de los testigos de Jehová en Oriol, pequeña ciudad localizada a unos 360 kilómetros al sur de Moscú. Un video de la redada reveló que, mientras vigilaban a unas tres docenas de asistentes —incluidos niños—, los agentes estaban acompañados por investigadores del Servicio Federal de Seguridad (FSB, por sus siglas en ruso) vestidos de civil.
Desde su arresto, las autoridades han mantenido a Christensen en un centro de detención policial. Las condiciones en dicha cárcel son terribles, según informó en una reciente entrevista de prensa. Ha tenido que asearse con agua de botellas de plástico, y sobrevive con sémola, granos y otros alimentos apenas comestibles. Su salud se ha deteriorado en prisión: su esposa, Irina, dice que sufre de dolores de espalda, problemas digestivos e infecciones de oído. Christensen, quien emigró a Rusia en el año 2000, enfrenta hasta diez años de prisión si es hallado culpable de organizar reuniones de oración. Aunque funcionarios de la embajada danesa han asistido a las audiencias judiciales, no han hecho declaraciones públicas sobre el juicio.
Al proseguir la represión, los grupos proderechos humanos empiezan a manifestarse. “Abandonar el caso contra Christensen sería un primer paso positivo hacia el fin de las redadas y otros procedimientos criminales contra personas que solo están practicando su fe”, dice Rachel Denber, subdirectora de Europa y Asia Central para Human Rights Watch. Memorial, la organización proderechos humanos más antigua de Rusia, describe a Christensen como “la primera persona, en la historia de la Rusia moderna, que ha sido privada de la libertad por su afiliación religiosa”.
El juicio de Christensen podría ser el primero en su tipo de las últimas décadas, pero Rusia tiene una historia de persecución religiosa muy extensa y siniestra. Las autoridades de la Unión Soviética ejecutaron, por lo menos, a 200,000 clérigos ortodoxos rusos, según consta en los archivos del Kremlin, y millones de cristianos sufrieron encarcelamiento o discriminación a manos de un Estado oficialmente ateo.
Para los testigos de Jehová de Rusia, los arrestos y las redadas son un retroceso a aquellos años de terror. “Los creyentes de más edad dicen que lo que ocurre hoy no es más que la continuación del periodo soviético. Están usando los mismos métodos de represión”, informa Sergei, un testigo de Jehová moscovita (quien, como muchos otros miembros del movimiento, pidió a Newsweek no divulgar su apellido por razones de seguridad).
La diferencia es que las autoridades soviéticas atacaban a los seguidores de todas las religiones, sin excepción; esta vez, el Kremlin actúa con la aprobación y el apoyo de su poderoso aliado, la Iglesia ortodoxa rusa. Si bien la Constitución de Rusia establece la separación de Estado e Iglesia, los críticos afirman que el Kremlin y la Iglesia han desarrollado una proximidad peligrosa en las casi dos décadas del régimen de Putin. En años recientes, el patriarca Cirilo I, líder de la Iglesia, ha hecho declaraciones públicas sobre numerosos temas, desde la “guerra santa” de Rusia en Siria hasta la “abominación” del matrimonio homosexual. No solo eso, el patriarca ha descrito el régimen de Putin como un “milagro de Dios”.
Cirilo no se ha manifestado públicamente sobre la campaña estatal contra los testigos de Jehová, pero portavoces de la Iglesia la han respaldado con fervor. “[Los testigos de Jehová] manipulan los sentidos de las personas y destruyen mentes y familias”, dice el Metropolita Hilarión, un asistente del patriarca. Activistas cristianos ortodoxos ultraconservadores, allegados a Cirilo, también han celebrado la decisión de la Suprema Corte de proscribir al grupo. “Los testigos de Jehová tratan de imponer una religión extranjera a los rusos. Pero nadie quiere verlos aquí, y debieran regresar al lugar de donde salieron”, exige Andrey Kormukhin, fundador de Sorok Sorokov, grupo activista cuyos críticos describen como la “unidad de combate” de la Iglesia ortodoxa rusa. Según una encuesta de opinión hecha el año pasado, 80 por ciento de los rusos apoyaba la prohibición de las actividades de los testigos de Jehová. Eso equivale, más o menos, al mismo porcentaje de la población que se identifica como cristiano ortodoxo ruso.
Como muchos otros grupos religiosos, incluida la Iglesia ortodoxa rusa, los testigos de Jehová se han visto implicados en los escándalos de pederastia de los últimos años. En marzo, docenas de miembros británicos —activos y retirados— denunciaron haber sido agredidos sexualmente. Y también acusaron a autoridades de los testigos de Jehová de encubrir los abusos. “Los mayores tratan a las víctimas de abuso infantil con compasión, comprensión y bondad”, respondieron los testigos de Jehová en un comunicado. En Rusia no han emergido alegatos de abuso infantil contra este grupo religioso y los fiscales del Ministerio de Justicia no lo mencionaron como un elemento para que la Suprema Corte emitiera su fallo, pero sí la clasificaron como una organización extremista.
Pese al entusiasmo de la Iglesia ortodoxa rusa por el esfuerzo del Estado para suprimir a los testigos de Jehová, algunos analistas señalan que la decisión de aprobar una prohibición nacional pudo estar motivada por consideraciones políticas y de seguridad. “Los testigos de Jehová se convirtieron en blanco porque no apoyan la oleada de patriotismo que ha recorrido al país durante el enfrentamiento con Occidente”, comenta Roman Lunkin, analista de religión en la Academia Rusa de Ciencias, en Moscú. “Las autoridades y los servicios de seguridad tienen un gran temor de la religión y de la actividad religiosa”.
Y esos temores, agrega Lunkin, se extienden incluso al activismo civil por parte de los cristianos ortodoxos rusos. “Tal vez Putin sea cristiano ortodoxo, pero si te paras en las calles de Moscú con un cartel que pregone: ‘Construyamos una comunidad cristiana en Rusia’, entonces, bajo nuestras leyes, pueden encerrarte”.
Cosa nada sorprendente, algunos testigos de Jehová quieren salir de Rusia. Los portavoces calculan que cientos han huido del país en los últimos meses. Sin embargo, decenas de miles están decididos a quedarse, e interpretan la represión del Kremlin como una prueba para sus convicciones. “Mis años de servir a Jehová Dios bajo una prohibición me enseñaron que esto fortalece al creyente”, dice Pavel Sivulskiy, de 86 años, quien pasó siete de ellos en un gulag soviético a causa de sus creencias. “Oramos con más frecuencia y más fervor, y nos reunimos más a menudo”.
Tras la clausura de sus centros de culto, los testigos de Jehová de Rusia han recurrido a la práctica soviética de reunirse en secreto en los hogares de sus correligionarios. Durante un encuentro reciente en un departamento de una habitación, en el norte de Moscú, unas dos docenas de hombres y mujeres hablaron de las sagradas escrituras, oraron y escucharon lecturas sobre las virtudes del perdón. Los asistentes abarrotaban la diminuta sala de estar y la cocina, y entonaban himnos en voz baja para no alertar a los vecinos. Muchos de los presentes dijeron que habían descubierto la religión en la década de 1990, después del colapso de la Unión Soviética, cuando millones de rusos exploraron ideas antaño consideradas tabú.
“Nos duele y ofende la prohibición de nuestras creencias religiosas”, dice Yelena, la anciana propietaria del apartamento. “Pero no tenemos miedo. ¿Por qué temer si tenemos fe?”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek