El paso de la Caravana Migrante por Tijuana fue caótico. Ahora algunos centroamericanos se debaten entre seguir o establecerse en esta frontera.
Ignacio Villatoro, guatemalteco, se despidió de su esposa y cuatro hijos cuando terminó el campamento en la garita El Chaparral.
Ellos pidieron asilo en EUA y él prefirió esperar. Teme que una deportación de hace siete años complique su caso.
“Quedarme o irme, pero pa’tras no”, dice después de entrevistarse con personal de la Agencia de la ONU para los refugiados que visitó el albergue Movimiento Juventud 2000, donde llegó la mayor parte de la caravana el pasado 24 de abril.
Allí, a unos metros de la línea fronteriza, permanecían 80 personas de unas 400 que llegaron a la ciudad en al menos tres etapas.
Isabel Rodríguez llegó desde El Salvador con sus nietos de 11 y siete años. Estuvo en el campamento pero se detuvo a pensar su siguiente paso. Crió a esos niños, pero al no ser su madre serán registrados como menores no acompañados y los separarán.
“Desde el 2009 andamos rodando a un lado, a otro. Y siempre nos hallan. Yo ya me cansé, ya quiero estar en un lugar estable”, dice.
Isabel e Ignacio cruzaron México huyendo de las pandillas en su país, alcanzaron la frontera, pero el camino no termina.