¿Acaso un sistema abierto de patentes podría estimular la tecnología y el crecimiento económico?
Hace mucho que dependemos de las patentes para convertir ideas en productos tangibles. Incluso antes de la Ley de Patentes de 1790, con la que Estados Unidos otorgaba 14 años de exclusividad a cualquiera que tuviera una propiedad intelectual, hemos recurrido a un código legal muy estricto para asegurar que el creador de algo nuevo coseche los beneficios de esa idea y su ejecución.
Las 15 personas recién inscritas en el Salón de la Fama de los Inventores Nacionales tienen, colectivamente, 545 patentes. Eso representa un montón de momentos de inspiración, y muchos de ellos condujeron a un desarrollo demostrable. Sin embargo, algunos están cuestionando: ¿qué habría pasado si las patentes también hubieran entorpecido ese desarrollo?
Una de esas personas es Elon Musk, CEO de Tesla y fundador de SpaceX. Franco opositor de la ley de propiedad intelectual, Musk sostiene que las patentes son perjudiciales para la invención, y ha actuado en consecuencia: en 2014, Tesla prometió que no demandaría a las personas que usaran sus patentes para el auto eléctrico.
“Creía que las patentes eran buena cosa y trabajé mucho para conseguirlas”, escribió Musk en un blog del sitio Web de Tesla, en 2014. “Y tal vez fueran buenas hace mucho, pero en estos tiempos, a menudo solo sirven para sofocar el progreso, afianzar las posturas de corporaciones gigantescas, y enriquecer a los abogados, en vez de a los inventores”.
Musk no es el único que piensa así o toma medidas para remediar la situación. Docenas de artículos de opinión han denunciado nuestro “sistema de patentes averiado”; y meses después del anuncio de Musk, Toyota abrió 5,680 patentes relacionadas con sus celdas de combustible. Ahora, cualquiera puede trabajar con esas patentes sin pagar regalías a la compañía. Sin embargo, los inventores deben acceder a renunciar al cobro de regalías por cualquiera de las propiedades intelectuales que puedan resultar. David Levine -economista del Instituto Universitario Europeo- dice que ese requisito es indispensable para un sistema abierto de patentes. Por su parte, los inventores de software y biotecnología también están haciendo que sus creaciones patentadas sean gratuitas para todos.
Renunciar a las regalías podría parecer un desperdicio de dinero. Pero, según Levine, abrir una patente promovería el crecimiento del mercado al facilitar la creación de nuevos productos. Las patentes abiertas resultarían en ganancias monetarias más rápidas para cualquiera que tenga una participación financiera en un campo emergente. “Aunque solo tengas una acción en el mercado, tendrás una acción en un mercado en crecimiento, en vez de una participación mayor en un mercado que no crece”, explica Levine.
Por ahora, las patentes siguen estando la orden del día y, hasta que eso cambie, liberar la propiedad intelectual significa que, primero, debes tenerla. Y para eso, tendrás que vértelas con un sistema averiado diseñado para protegerla.
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Gratificación superpostergada
Cinco inventos transformadores que llegaron al salón de la fama… eventualmente.
JAN MATZELIGER
Nacido en la actual Surinam, el autodidacta Matzeliger (1852-1889) mecanizó el proceso de combinar la suela del zapato con la parte superior. Los primeros modelos de su Máquina manufacturera de zapatos estaban hechos con cajas de madera para habanos, elástico y alambre. A la larga, creó una versión capaz de producir 700 pares de zapatos al día, y así allanó el camino para la futura adicta al calzado, Imelda Marcos (admitido en el Salón de la Fama en 2006).
JOHN KELLOGG
Kellogg (1852-1943) era un fanático de la salud con ideas raras, pero creó el cereal seco, accidentalmente. Él y su hermano trataban de producir un nuevo alimento de trigo para los pacientes del Manicomio Battle Creek, en Michigan, donde Kellogg era el superintendente. Cierta noche, dejaron descubierta algo de la masa que habían triturado con el rodillo y por la mañana, descubrieron que se había fragmentado en delgadas hojuelas de maíz. Los pacientes quedaron fascinados; presuntamente, añadiendo leche (admitido en 2006).
LUTHER BURBANK
Este botánico estadounidense (1849-1926) no inventó los melocotones, solo la variedad “freestone”, cuya semilla se retira fácilmente de la fruta. Uno de 18 hermanos, Burbank creó 113 variedades de ciruelas y ciruelas pasas, y 10 variedades de bayas. Su patata Burbank ayudó a los irlandeses a combatir la plaga de la patata (conocida como la Gran hambruna irlandesa); y los 150 dólares que ganó con la venta de los derechos los usó para ir a Santa Rosa, California, donde fundó la Granja Experimental, venerada por los cultivadores de plantas (admitido en 1986).
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Clarence Birdseye y Mary Pennington
Criado en Nueva Jersey, Birdseye (1886-1956) comenzó a vender pescado congelado en 1924, luego de ver que los pescadores de Labrador conservaban fresca su captura colocándola en la superficie del hielo. Birdseye refinó la técnica entre 1925 y 1930 (la velocidad de congelación fue crítica) y por fin, fundó la industria de alimentos congelados que conocemos hoy. Sin embargo, hizo falta una mujer, Pennington (1872-1952) -la primera jefa de laboratorio de la Administración de Alimentos y Medicamentos- para incursionar en la refrigeración y el transporte de los alimentos congelados (Birdseye fue admitido en 2008 y Pennington, en 2018).
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek