Tras siglos de indiferencia e, incluso, de aprobación tácita (y en ocasiones abierta) del acoso, el abuso y la violencia sexual, a veces estamos en medio de una pelea de gallos. Poderosos hombres de Hollywood, de la política, del periodismo y de muchas otras profesiones están siendo ridiculizados, despedidos o encarcelados por haber cometido actos degradantes o criminales hacia las mujeres.
Para comprender cómo comenzó esta lucha, debemos hablar con franqueza acerca del Jardín de los Penes, un lugar mítico en el lóbulo cavernario del cerebro masculino. Al igual que aquel otro paraíso primigenio, el Jardín del Edén, durante miles de años los hombres han tratado de recrearlo aquí en la Tierra.
El Jardín de los Penes es un restaurante Hooters. Es un vestidor de la NFL. Es el Vaticano. Es el jet privado de los Rolling Stones. Es la suite de Harvey Weinstein en el Tribeca Grand Hotel.
Es una agencia de supermodelos en Nueva York dirigida por un hombre que, tras años de aprovecharse de sus modelos, cayó en desgracia por tener relaciones sexuales con menores. Se excusó diciendo: “Soy un hombre, y tengo necesidades”.
Es una oficina principal de Fox News decorada con objetos que denotan un gran poder, entre ellos, un ladrillo del complejo de Osama bin Laden en Abbottabad, Pakistán, habitada por un ejecutivo que era un lobo con piel de oveja, y que hacía propuestas indecorosas a sus colegas femeninas, les robaba besos, exigía favorecer sexuales a cambio de empleos y decía cosas como: “Ya lo sabes, si quieres jugar con los grandes, tienes que acostarte con los grandes”. Y: “Bueno, es posible que tengas que chupársela a alguien de vez en cuando”. Al fondo del pasillo, ese ejecutivo presuntamente enviaba porno gay, se masturbaba mientras hacía llamadas a altas horas de la noche a sus subordinadas y realizaba muchos otros desagradables desplantes sexuales.
Es un “comité de evaluación” en línea, donde unos 18,000 varones, muchos de ellos presuntamente trabajadores de tecnología, calificaban las habilidades sexuales de mujeres coreanas, víctimas del tráfico humano.
Es una fiesta celebrada después de un concurso de belleza, en la que una de las concursantes de la edición de 1997 de Miss Estados Unidos conoció al dueño del evento. “Me besó directamente en los labios”, relató Temple Taggart a The New York Times acerca de su encuentro con el hombre que es actualmente el presidente de Estados Unidos. “Yo pensé: ‘Oh, Dios mío. Qué asco’. En aquel momento, él estaba casado con Marla Maples. Creo que hubo algunas otras chicas a las que besó en la boca. Yo pensé: ‘Guau, eso es totalmente inapropiado’”.
En el Jardín de los Penes, la sensación de merecimiento con respecto a los cuerpos femeninos es tan grande que muchos hombres suponen que las mujeres “te permitirán hacer cualquier cosa”, como ha insinuado Donald Trump en más de una ocasión. “Se acercarán y se quitarán la blusa y las pantis”, dijo en una ocasión al conductor de radio Howard Stern.
En el Jardín de los Penes, un hombre puede decir algo así y creerlo porque siempre habrá un Stern o un Billy Bush que lo incite y se ría de sus gracejadas. “Le lancé los perros con ganas, pero no lo conseguí. Y estaba casada”, le dijo Trump a un lisonjero Bush en un micrófono abierto de camino a la grabación de un segmento de Access Hollywood hace más de diez años. “Cuando eres una estrella, ellas te permiten hacerlo. Puedes hacer cualquier cosa. Agarrarles la vagina. Puedes hacer cualquier cosa”.
Luego, ocurrió el debate presidencial republicano en marzo de 2016: cuatro varones en el escenario, y Trump jactándose del tamaño de su pene en una transmisión televisiva en vivo y en horario estelar.
En el Jardín de los Penes siempre se trata del pene.
En el Jardín de los Penes, la negación plausible se da por hecha. Cuando 17 mujeres salieron a la luz pública durante la campaña de Trump, el año pasado, para afirmar que él había puesto en práctica aquello de agarrarles la vagina, las había obligado a besarlo, y les había introducido la lengua hasta la garganta, este las tachó de mentirosas. “Esos sucesos nunca ocurrieron. Nunca. Todas esas mentirosas serán demandadas cuando la elección termine”, dijo durante un discurso en Gettysburg, Pennsylvania, semanas antes de ser elegido. Sus fanáticos rugieron como bestias.
Trump aún no ha demandado a esas “mentirosas”. Quizá porque estaba demasiado ocupado mudándose a la Oficina Oval, donde inmediatamente estableció un Jardín de los Penes. Steve Bannon, su exasesor principal, dijo que Paul Ryan, vocero de la Cámara, era “un hijo de puta de pito aguado”, y que Mitch McConnell, líder de la mayoría del Senado, era “un cobarde chupapitos”. El asesor no oficial Roger Stone perdió su cuenta de Twitter por decir demasiadas veces que los críticos de Trump eran unos “chupapitos”. Y Trump nombró a un director de comunicaciones que fue despedido poco después de llamar a un reportero de la revista New Yorker y decirle: “No soy Steve Bannon. No trato de chupar mi propio pito”.
DI WHISKY: La agencia de modelos y los concursos de belleza
de Trump le permitieron tener un acceso fácil a muchas mujeres. FOTO: MICHAEL
NORCIA/NYP HOLDINGS, INC./GETTY
En el Jardín de los Penes, las mujeres van y vienen, trabajando, sirviendo y sometiéndose, tratando de ganarse un sueldo, tratando de hallar un marido o un empleo, buscando capital de riesgo, o simplemente deseando pasarla bien, tratando de obtener un grado académico avanzado, o un papel en una película. Con frecuencia, no tenemos opción. Entramos en una habitación y de inmediato nos damos cuenta: “Oh, se trata de ese lugar”. Siempre hay algo desconcertante en el ambiente, como cuando los hombres presentes en ese sitio acaban de reír de una broma que se suponía que nosotras no debíamos escuchar. Y seguimos adelante, desviando la mirada.
TOMAR LA DELANTERA
La victoria de Trump en noviembre pasado fue un insulto para todas las mujeres que lo acusaron de agresión o acoso sexual y que han sido calificadas de mentirosas. También fue una pesadilla hecha realidad para los millones de mujeres que, en las degradantes declaraciones de Trump, escucharon ecos del acoso y de las agresiones que han tenido que soportar. Muchas personas han dicho que el triunfo del magnate es un repudio del feminismo. Y, sin embargo, un año después de su ascenso, su cáustico estilo de misoginia está bajo asedio. Por primera vez en la historia, hombres poderosos de distintos campos están siendo echados por la fuerza de sus lugares privilegiados debido a su rapacidad, mientras que mujeres de todo el mundo finalmente se atreven a hablar.
Este levantamiento se venía gestando desde hace mucho tiempo. Hace 40 años, la erudita en leyes Catharine MacKinnon escribió un artículo fundamental para una clase de la Facultad de Derecho titulado “Acoso sexual de las mujeres trabajadoras”. En ese artículo afirmó que el acoso sexual viola el Título VII de la Ley de Derechos Civiles de 1964, la ley federal que prohíbe que los empleadores discriminen a sus empleados por motivos de sexo, raza, color de piel, origen nacional y religión.
En 1986, la Suprema Corte determinó que el acoso sexual puede ser una forma enjuiciable de discriminación sexual y que dicho acoso podría incluir la creación de un ambiente laboral hostil mediante la violación y otras agresiones sexuales. La Comisión para la Igualdad de Oportunidades en el Empleo definió el acoso sexual como “insinuaciones sexuales no deseadas, solicitud de favores sexuales y otro tipo de acoso verbal o físico de naturaleza sexual”.
Tras esa determinación, las mujeres presentaron cada vez más acusaciones afirmando que habían sido acosadas en el lugar de trabajo. Las corporaciones respondieron ofreciendo capacitación en diversidad, y se desarrolló toda una nueva subcultura legal para demandar y defender a los acusados. Junto con ello, surgió el arbitraje obligatorio, que redujo notablemente el número de casos que llegaron a juicio. Bueno para los hombres, malo para las mujeres.
Treinta años después de la resolución de la Suprema Corte, el acoso sexual sigue siendo endémico y se denuncia en muy pocos casos. La gran mayoría de los incidentes (75 por ciento) nunca se denuncia por temor a represalias, un miedo que, de acuerdo con encuestas y las respuestas de mujeres que han acusado a figuras públicas como Trump, Weinstein y el director de Hollywood Brett Ratner, está justificado.
En las décadas en las que la ley sobre el acoso sexual se formulaba en los tribunales, Trump creaba su personaje como un depredador que se vanagloriaba de serlo. Degradaba a las mujeres en foros públicos y alardeaba de sus agresiones sexuales (para algunas personas, esto forma parte de su atractivo). También apoyó a otros acosadores. Contrató como asesor de campaña a Roger Ailes, antiguo ejecutivo de Fox que había caído en desgracia y había sido depuesto de su cargo. “Yo sé cuánto ha ayudado a muchas de las mujeres que lo acusan”, dijo Trump en NBC en julio de 2016, mientras se acumulaban las acusaciones de agresión sexual contra Ailes. Cuando el enormemente popular conductor de Fox Bill O’Reilly fue sacado del aire entre revelaciones de que la empresa había pagado decenas de millones de dólares para llegar a acuerdos extrajudiciales en demandas de acoso sexual presentadas contra el conductor, Trump declaró a The New York Times: “No creo que Bill haya hecho nada malo”.
Sin embargo, hay un depredador sexual al que Trump no ha apoyado: el hombre cuyos ataques contra mujeres famosas y jóvenes subalternas fueron tan numerosos y tan familiares en cuanto a su estilo y sustancia que dieron pie a una revuelta en línea con la etiqueta #MeToo (#YoTambién). Harvey. Y así como así, Weinstein y el numeroso movimiento #MeToo lograron hornear el pastel perfecto para servirlo en el aniversario de la elección del primer agarravaginas en jefe de la nación.
MEDALLA AL VALOR: Trump estuvo en la radio muchas veces con
Stern (derecha), alardeando sobre sus desplantes sexuales, y diciendo que las
enfermedades de transmisión sexual habían sido su “Vietnam personal”. FOTO: JAMES
DEVANEY/WIREIMAGE/GETTY
‘¿ACASO NO SABES QUIÉN SOY?’
Las mujeres van y vienen, hablando de acoso sexual.
¿Es justo centrarse en Trump durante esta primavera de #MeToo, cuando en todos nuestros mensajes de Twitter, informes noticiosos y pausas para el café hablamos de los inmundos delitos de tantos otros nombres conocidos? Después de todo, el Departamento de Policía de Nueva York no lo investiga por violación, como a Weinstein. No ha sido obligado a renunciar, como Mike Oreskes, el director de noticias de NPR. Ni siquiera ha sido obligado a ofrecer disculpas por su tratamiento hacia las mujeres, como Alec Baldwin, Dustin Hoffman y el expresidente George H. W. Bush. Pero es justo colocarlo en el banquillo de los acusados porque es el presidente de Estados Unidos, porque es admirado por millones de hombres y mujeres, y porque no se arrepiente de lo que hizo.
Diecisiete mujeres han acusado a Trump de agresión sexual, afirmando que él las tocó de manera sexual sin su consentimiento, acciones que coinciden con la definición legal de agresión sexual en la mayoría de los estados de la Unión Americana. Ninguna de estas mujeres conocía a las demás cuando presentaron su denuncia, pero describieron actos similares, revelando un patrón de conducta que se extiende por varias décadas.
Para poner en perspectiva la historia del presidente, mientras Bill Clinton tenía relaciones sexuales con una becaria de la Casa Blanca en 1996, Trump estaba en un restaurante de Nueva York, presuntamente haciendo que varias mujeres caminaran por una mesa, mientras veía por debajo de sus faldas y comentaba acerca de sus genitales con el agente de modelos John Casablancas (que había llevado consigo a cinco o seis modelos para que Trump pudiera inspeccionarlas). Cuando el fiscal especial Ken Starr investigaba a Clinton por tener relaciones sexuales en la Oficina Oval con esa becaria, en 1997, Cathy Heller asistía a una parrillada por el Día de las Madres en Mar-a-Lago cuando conoció a Trump. Dice que el magnate la besó inmediatamente en los labios y la forcejeó mientras ella trataba de alejarse. Ese mismo año, diez concursantes de belleza recuerdan haberlo visto merodeando en sus vestidores. Mientras el juicio político a Clinton se cernía en el horizonte en 1998, Trump presuntamente tocó el seno de Karena Virginia mientras ella esperaba un auto fuera del Abierto de Estados Unidos. “¿Acaso no sabes quién soy? ¿Acaso no sabes quién soy?”, le dijo mientras ella se alejaba.
Varias participantes en concursos de belleza han acusado a Trump de entrar en sus vestidores sin anunciarse y sin ser invitado, en 1997, 2000 y 2001, mientras estas mujeres se encontraban en distintos grados de desnudez. Trump no lo ha negado. Por el contrario, alardeó ante Stern diciendo que “podía salirse con la suya en cosas como esta” (Stern soltó una risita y dijo que era “como un médico”).
ESCALOFRIANTES MENSAJES Y DEGRADACIÓN OCASIONAL
Pocos varones son depredadores y pocas de las mujeres que se quejan de ellos odian a los hombres, pero muy pocos varones han estado dispuestos a arriesgarse a ser excluidos del club de los chicos por denunciar a los depravados. Ese muro de silencio masculino ahora parece estarse agrietando en unas cuantas industrias: Hollywood, la política y los medios noticiosos. Tras la publicación del relato de la actriz Annabella Sciorra aparecido en The New Yorker, donde narra un encuentro con Weinstein que, en su opinión, fue una violación, el director y libretista Brian Koppelman (Ocean’s 13 [Ahora son 13] y Billions, la serie de Showtime) escribió en un tuit que el relato “me hizo sentir casi físicamente enfermo”. Añadió: “He escrito antes acerca de la complicidad entre los varones en la degradación ocasional de las mujeres en las mesas de póquer, en los campos de golf, etcétera”.
“’Siempre tratas de obligar a Masha y a Sveta por debajo de la mesa para que te la chupen. No es divertido. Ellas no creen que sea divertido’, se quejó Kara.
“’Pero es que… es divertido’, dijo Matt.
“Hemos sido bastante rudos con nuestras chicas. Les hemos pedido a nuestras empleadas rusas que nos muestren el culo o las tetas. Les hemos dicho que, si querían conservar su empleo, debían tener sexo anal sin protección con nosotros. Casi todos los días les preguntábamos a nuestras empleadas si estaban dispuestas a tener sexo anal. Era una fijación para nosotros. ‘¿Puedo metértela por el culo? ¿Eh? Es decir, sin condón. ¿No hay problema?’. Todo era parte de la diversión”.
SOSTENIÉNDOSE: Trump se hizo famoso como desarrollador, pero
siempre le gustó relacionarse con las ganadoras de sus distintos concursos de
belleza. FOTOS: BETTMANN ARCHIVE/GETTY; D DIPASUPIL/WIREIMAGE/GETTY
ACEPTE MI HUMILLACIÓN, POR FAVOR
En el Jardín de los Penes existe un temor peculiar: la pérdida del poder; la castración por otros medios.
En su libro titulado Trump: The Art of the Comeback (Trump, el arte del regreso), el futuro presidente de Estados Unidos escribió: “Las mujeres tienen una de las mayores habilidades de todos los tiempos. Las inteligentes actúan de manera muy femenina y se muestran muy desvalidas, pero en su interior son verdaderas asesinas. La persona que creó la expresión ‘el sexo débil’ o era muy ingenua o estaba bromeando. He visto mujeres que manipulan a los hombres con tan solo un movimiento de sus ojos, o quizás de alguna otra parte de su cuerpo”.
Y uno nunca sabe cuándo una de esas “asesinas” comenzará a sangrar por su “como se llame”.
Una de las acusaciones más desconcertantes contra Weinstein es que se masturbaba dentro de una maceta frente a una reportera de televisión. Cuando la avalancha de relatos escabrosos sobre el Cachondo Harvey se nos vino encima, en octubre pasado, su inquietante proclividad a mostrar sus genitales en compañía de personas diversas parecía un vicio sui géneris. Entonces, gracias a la campaña #MeToo, mujeres periodistas acusaron públicamente a Mark Halperin, un periodista político de alto nivel, de agresión y acoso sexual, afirmando, entre otras cosas, que una vez se había masturbado frente a una joven en el trabajo. Según docenas de relatos de empleadas de Fox, a Ailes también le gustaba bajarse el pantalón cuando alguna joven se aparecía en su oficina.
El hecho de que hombres poderosos muestren su cuerpo ante sus subordinadas no sorprende a James Gilligan, psiquiatra y escritor que ha dedicado décadas a trabajar con violadores y que ha escrito varios libros sobre la violencia masculina, entre ellos, Violence: Reflections on a National Epidemic(Violencia: reflexiones sobre una epidemia nacional). Gilligan piensa que el acoso sexual se relaciona con la vergüenza y la humillación de los varones con respecto a su carencia percibida de potencia sexual o terrenal. “El propósito de este tipo de conducta es que un hombre trate de eliminar sus propios sentimientos de incompetencia transfiriéndolos a la mujer mediante la humillación”, dice. “Una de las maneras en las que una persona puede avergonzar más profundamente a otra es atacando sus genitales o mostrándole sus propios genitales a ella. No hay nada más humillante que dominar sexualmente a alguien, someterlo a una actividad sexual no deseada”.
La investigación de Gilligan con violadores durante un periodo de diez años en una prisión de San Francisco lo llevó a pensar que el miedo a la impotencia, en el sentido sexual literal y en el figurado del poder terrenal, está detrás de todos los actos de agresión sexual, desde el acoso hasta la violación y otros tipos de violencia. “Lo que subyace a esta agresión sexual masculina compulsiva es el temor de que uno no sea lo urgentemente potente”, afirma. “Lo que he observado al trabajar con criminales violentos es que la voluntad de poder es exagerada en proporción con lo impotente que se siente la persona”.
Trump, afirma Gilligan, “es un ejemplo perfecto” del tipo de hombre que se siente humillado y que debe trasladar esa vergüenza hacia las mujeres. “Nadie quiere humillar a otros a menos de que se sienta humillado. No solo el ‘agarrar la vagina’, sino también la discusión sobre ‘las manos pequeñas’ en el debate [de la primera elección primaria]. Se trata de un hombre que se postula para ser el presidente de Estados Unidos y trata de asegurarle a la gente que su pene es lo urgentemente grande. Nunca habíamos tenido un presidente tan obsesionado con su propia incapacidad”.
UN REALITY SHOW ALTERNATIVO
El periodo de Trump en el cargo se ha caracterizado por un diluvio de indignación por parte de mujeres, primero en la forma de la Marcha de las Mujeres, realizada en enero, y ahora con el movimiento #MeToo. La frecuencia del término “acoso sexual” casi se duplicó en Facebook y Twitter en 2016, el año de la postulación de Trump, de 3.8 millones de menciones durante el año anterior hasta 6.6 millones, de acuerdo con la empresa de análisis de redes sociales Crimson Hexagon. Este año, dicha cifra aumentó de nuevo en un millón, de acuerdo con algunos análisis, aun cuando las menciones de los medios noticiosos del término “acoso sexual” cayeron en 2017 en comparación con 2016.
La furia y la expiación se han extendido hasta Europa. La primera ministra británica Theresa May tuvo que reemplazar a su secretario de Defensa tras acusaciones de acoso sexual, y al menos otros dos prominentes políticos del Reino Unido luchan por salvar sus carreras tras ser acusados por mujeres. “Ahora, el dique se ha roto, y estas profesiones dominadas por varones, esas profesiones abrumadoramente dominadas por varones, en las que ha prevalecido la cultura del vestidor de los chicos, y donde todo se ha reducido a unas cuantas risas, tiene que parar”, declaró la lideresa conservadora escocesa Ruth Davidson.
Gretchen Carlson, una periodista que demandó a Fox y ganó 20 millones de dólares por el acoso sufrido a manos de Roger Ailes cuando ella trabajaba allí, piensa que esta revolución va en aumento. “En el ciclo noticioso, no hablamos una y otra vez acerca de ciertos temas, aun cuando deberíamos hacerlo. Sin embargo, los medios noticiosos están hambrientos por encontrar más historias de mujeres, y esto me indica que se trata de un punto de inflexión”.
Algunas curtidas veteranas de la guerra de los sexos son menos optimistas. Ellas saben que el patrón del movimiento a favor de las mujeres con demasiada frecuencia ha sido un paso adelante y dos pasos atrás. También saben que las campañas con etiquetas van y vienen. Cuando Elliot Rodger mató a seis personas e hirió a 14 más en 2014, en un acceso de furia alimentado por una rabia misógina, una campaña con la etiqueta #YesAllWomen (#SíTodasLasMujeres) logró que salieran a la luz millones de historias de odio y violencia contra las mujeres, y provocó más conversaciones en las redes sociales que #MeToo. Todo ello reveló que Estados Unidos sufría una crisis de salud mental, en la que millones de mujeres eran víctimas de la agresión.
Esa etiqueta tuvo su auge y luego desapareció.
EL INDECENTE: La victoria de Trump en la elección
presidencial de noviembre pasado hizo que muchas personas salieron a las calles
para protestar contra sus actitudes y su trato hacia las mujeres. FOTO: KENA
BETANCUR/AFP/GETTY
HABLA, MAMÍFERO
Durante años, las cosas casi siempre han sido así: una mujer acusa a un hombre conocido de acoso, y luego ese hombre famoso la llama mentirosa. Los medios informan acerca de ello, abogados que cobran altos honorarios se agrupan rápidamente para decir también que la mujer es una mentirosa y quizá también una oportunista, o algo peor, y luego, ambas partes se escabullen para mediar el caso a puerta cerrada. La mujer, que generalmente solía ser una desconocida, desaparece de la vista pública, en ocasiones con una compensación económica y un acuerdo de confidencialidad, o con una mordaza impuesta por el tribunal que mantendrá cerrada su boca durante toda su vida.
Cuando las mujeres revelan sus historias, invariablemente se convierten en participantes involuntarias de un reality show alternativo. Una acusadora anónima de Weinstein le dijo a Ronan Farrow, redactor de The New Yorker, que no deseaba revelar su nombre en la nota porque revelar su identidad “es como elegir un camino de vida distinto”. Los hombres poderosos con acceso a personajes influyentes de los medios de comunicación siempre podrían mantener el control de la narrativa durante más tiempo (y con mayor intensidad) que sus acusadoras, y estas mujeres suelen encontrarse representadas como arpías, intrigantes o psicóticas. Y así, acaban tragándose su dolor.
El año pasado, Jessica Leeds narró a The New York Times un incidente ocurrido en un avión a principios de la década de 1980, cuando Trump, que estaba sentado a su lado, la manoseó durante el vuelo. Más tarde, Trump alardeó desde el podio de un mitin de campaña, diciendo que ella era demasiado fea como para que él hubiera hecho lo que ella describía. La noche de la elección, Leeds fue invitada a una fiesta para celebrar a la primera presidenta de Estados Unidos. “Cerca de las diez de la noche recogí mi tienda de campaña”, recuerda. “Ver el diario la mañana siguiente fue como recibir un golpe en el estómago”.
Pero en el otoño de 2017, los acosadores, abusadores y violadores ya no pueden dar por hecho que su presa saldrá disparada de regreso al bosque, perdiéndose de vista y con los ojos vidriosos. Las mujeres les han arrebatado el garrote de la humillación pública a los criminales, y los medios ya no son el flexible instrumento de los lobos y de los cerdos, como lo fueron alguna vez. La elección de Trump fue un duro golpe para sus acusadoras, y todas ellas fueron ignoradas por los medios. Se volvieron historia, con excepción de Summer Zervos, una concursante del programa The Apprentice (El aprendiz), que afirma que Trump la besó agresivamente y que tocó su seno en reuniones privadas. Ella ha demandado por difamación al presidente de Estados Unidos por llamarla mentirosa.
En el aniversario de la publicación de la grabación de Access Hollywood, el grupo de mujeres UltraViolet colocó una pantalla de 4 por 3 metros cerca de la Casa Blanca y mostró el video continuamente durante 12 horas. El presidente Trump no dijo si espió desde su terraza. ¿Y por qué había de hacerlo? Él tiene el púlpito presidencial para bravuconear, calificando a lo que dicen las mujeres como “noticias falsas”. En una conferencia de prensa en Rose Garden, realizada en octubre pasado, respondió a una pregunta sobre las acusaciones: “Lo único que puedo decir es que se trata de noticias totalmente falsas. Es falso. Es falso. Son cosas inventadas, y es vergonzoso lo que ocurre, pero esas cosas ocurren en el mundo de la política”.
La periodista Natasha Stoynoff está capacitada profesionalmente para apegarse a los hechos. Cuando se publicó la grabación de Trump de Access Hollywood, Stoynoff escribió en la revista People sobre un incidente ocurrido en Mar-a-Lago en 2005, a donde fue enviada para entrevistar a Trump y a su esposa, Melania, la víspera de su primer aniversario. Stoynoff escribió que, mientras su nueva esposa embarazada estaba en otra habitación, Trump condujo a la periodista a otra habitación, la empujó contra un muro y le metió la lengua hasta la garganta, diciéndole que iban a tener una aventura. Stoynoff puede corroborarlo: les contó el hecho a sus amigos, a su familia, a sus colegas y a un catedrático de periodismo. Pero no hizo una acusación pública, y la revista publicó su nota acerca del inminente paquete de alegría que habría de llegar para los Trump.
Durante la campaña, Trump negó en un mitin la acusación de la periodista con una floritura característicamente degradante: “Mírenla… Yo creo que no”.
Aquello la hizo enfurecer, pero a Stoynoff la asombró y tranquilizó la gran cantidad de personas que se pusieron en contacto con ella para compartir historias de agresión y acoso sexual tras la publicación de su artículo. “Demasiados hombres no tienen ni idea de que esto le haya ocurrido a tantas mujeres; ¡Yo tampoco lo sabía! Eso es lo que ha logrado el movimiento #MeToo. Los números son poderosos”.
Desde el año pasado, Stoynoff ha estado trabajando en un libro no relacionado con el hecho, y ha publicado una serie de textos y videos para People titulada Women Speak Out (Las mujeres hablan). Se siente optimista a pesar de ser una de las muchas mujeres a las que el hombre más poderoso del mundo ha calificado como mentirosa. “Independientemente del daño que este gobierno haga ahora a las mujeres, confío en que lo remediaremos tan pronto como termine este periodo de gobierno. Aun cuando quieran tomarnos del cabello y arrastrarnos a su caverna, no son más que un pequeño problema pasajero en la historia y el progreso de las mujeres, y nunca eliminarán el conocimiento que hemos adquirido ni los avances que hemos logrado. Nunca”.
Catharine MacKinnon ha librado esta batalla durante 40 años. Actualmente tiene 71 años de edad, sigue siendo una ferviente feminista antipornografía y sigue enseñando leyes en la Universidad de Michigan. Su consejo: si las mujeres (y los hombres) quieren un cambio real, deben luchar por derechos más codificados, en la forma de una Enmienda de Igualdad de Derechos. Y la eliminación de la mediación obligatoria. No más acuerdos de confidencialidad.
También dice que las activistas del movimiento #MeToo deben prepararse para un repugnante contragolpe. “No den por hecho que las mujeres que han hablado abiertamente, que son las verdaderas impulsoras de esta conciencia, no serán atacadas y vilipendiadas. No den por hecho que, dado que hay muchas de ellas, la conciencia que están creando es irreversible. No den por hecho que las consecuencias que tendrán estos hombres debido a su conducta voluntaria no generarán una gran simpatía hacia ellos. La supremacía del hombre blanco no estaría donde se encuentra hoy si hubiera permitido que la realidad venciera”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek