Con su esposa y los trabajadores detrás alcanzó los límites del colegio, desde donde pudo ver que el salón de su hijo seguía en pie —no así la parte en cuya cúpula la directora mandó construir su departamento—. Abrasado por el miedo, descubrió un grupo de adolescentes apiñados y temblorosos en uno de los patios traseros. El impacto emocional le hizo ver en cada uno de ellos a su hijo. No sabía si llorar o reír, así que solo quedó paralizado hasta que un brazo en lo alto se agitó frente a él.
“Vives dos etapas de la vida en un mismo instante”, intenta describir Ramírez ese momento, dos días después de ocurrido. “Cuando vi la escuela devastada me quería morir, y cuando lo ves, es la felicidad rotunda”.
El temblor sorprendió a todos. La alerta sísmica se activó cuando parte del colegio había colapsado en la recta final de las clases del martes 19 de septiembre. Un par de horas antes, alumnos y maestros se habían adherido al simulacro que anualmente realiza la ciudad como una forma de prevenir el caos justo en el aniversario del peor terremoto sufrido por la ciudad en 1985. Pero está visto que el miedo difícilmente se controla con ensayos. El movimiento trepidante desató el instinto de sobrevivencia y en cuestión de segundos aquello se volvió un tropel desorbitado. Muchos no alcanzaron a salir y desaparecieron bajo muros y trozos de techo.
“Sentí que el tiempo iba muy rápido. Estaba muy nervioso y con miedo”, narra su experiencia Leonardo Ramírez Valdez, el hijo del dueño de la cafetería. “Empecé a llorar cuando vi a mi papá y a mi mamá porque pensé que era la última vez que los iba a volver a ver, pensaba que iba a morir ahí”.
El relato del menor da cuenta de emociones que nublan la razón. Muchos otros testigos vieron derrumbarse parte del colegio cuando aún la tierra se movía, y tras el estupor vino la urgencia por rescatar a quienes quedaron sepultados. Una urgencia que devino en esperanza y que fincó en ella, y en ese lugar preciso, el deseo de una nación entera por revertir la fatalidad.
Eso fue el marco del caos posterior, en el que alguien emergió con la falsa historia de una niña a la que el primer círculo de autoridades, encabezado por la Secretaría de Marina, identificó con edad, 12 años; estatura, 1.50 metros; y nombre personal: Frida Sofía. Una pifia que se reprodujo sin verificaciones por la televisión hasta el punto culminante de un rescate que jamás existió, y que algunos diarios incluyeron en sus portadas del día siguiente.
El miércoles 20, el almirante José Luis Vergara, oficial mayor de la Marina, brindó declaraciones en las que aseguró que personal a su cargo había establecido contacto con la menor. Con esa noticia expuso el ejercicio de diversas estrategias para mantenerla con vida, suministrándole agua y oxígeno por medio de sondas.
Los detalles corrieron a cargo de reporteros de las televisoras, a quienes la autoridad les permitió el mayor grado de aproximación a la zona del derrumbe. La trama seguida por millones de mexicanos incluía hasta diálogos y reportes que terminarían por volverse una crueldad: junto con Frida yacían otros cuatro o cinco sobrevivientes, decían los reportes de esa historia inventada.
Ninguna de las empresas que difundió el caso asumió responsabilidades. La Marina lo hizo.
Escuela Enrique Rébsamen: La alerta sísmica se activó cuando
parte del colegio había colapsado en la recta final de las clases del martes 19
de septiembre. FOTO: SARAIRIS AGUILAR/AFP
La noche del jueves, Enrique Sarmiento, subsecretario de la Marina, y el almirante Vergara, ofrecieron un mensaje ante los medios para desmentir la existencia de Frida Sofía. Ofrecieron disculpas por la información emitida hasta entonces. Sin embargo, dijeron que todos los datos provinieron de los cuerpos de rescate que utilizaron aparatos de alta tecnología, entre ellos uno que permite escuchar y captar el calor de personas atrapadas en zonas muy profundas.
Lo dicho averió los motores de la esperanza nacional.
“En la información que prevalece hasta el momento no se asegura si se trata de una persona mayor o de una niña”, quiso matizar el subsecretario. “Mientras exista la mínima posibilidad de alguien con vida lo seguiremos buscando”. Pero el daño estaba hecho.
Horas antes, la inexistencia de Frida Sofía ya había sido revelada a Newsweek en Españolpor Izanagy Peniche, la madre de un estudiante sobreviviente de segundo de secundaria. “La niña que mencionan, Frida Sofía, no existe en ninguna lista. Probablemente un rescatista se confundió. Los padres estamos haciendo listas para reconstruir los grupos y saber dónde están cada uno de los pequeños”, dijo.
Indicios de la mentira tuvieron lugar desde el día previo, cuando el secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño, declaró a las principales televisoras que llevaba horas intentando contactar a la familia de Frida Sofía, sin éxito. “Se me hace muy mal que solo tengamos una fuente de información y que digan que los papás no estamos, cuando hemos estado al pie del cañón, incluso nos sacaron de la escuela cuando estábamos ayudando”, decía Izanagy Peniche.
En el pequeño espacio destinado a la prensa, a unos metros del colegio, los rumores corrían como pólvora, pero no había autoridad que confirmara ninguna información. Los brigadistas, algunos policías o personal de bomberos, de vez en cuando se acercaban a contar lo que habían escuchado. Aquello fue por horas un régimen de datos falsos o, por lo menos, sin sustento; con la autoridad al mando valiéndose solo de las televisoras para informar lo que juzgaron necesario.
Dorian Riva, de 17 años, se ofreció como traductor de alemán para hacer contacto con ingenieros y “topos” enviados a México. Esperó durante horas a ser requerido y finalmente no usaron sus servicios. Como sea, afirmó que un policía federal le contó que Frida Sofía no existía y que en realidad no se sabía cuántas personas ni de qué edades estaban bajo los escombros. También le dijo que no había ningún padre reclamando a sus hijos y por eso no sabían quiénes y cuántas personas seguían vivas o muertas.
Hasta el 21 de septiembre, la Secretaría de Marina informó del rescate de 11 menores con vida. Los cuerpos de otros 19 menores y seis adultos fueron localizados sin vida.
“Todo era tristeza y mucho pánico”, dice otro de los alumnos sobrevivientes, Emilio, de 13 años. “Me quedé en shock,tenía ganas de llorar… ahora valoro más mi vida, pero me siento triste por los niños y maestros que fallecieron, no solo aquí, sino en toda la ciudad y en otros estados”.
Convertida su cafetería en un centro de acopio, Edgar Ramírez intenta darle sentido al absurdo de estos días. No tiene respuesta precisa, pero entiende que el caos se instaló a la llegada de los marinos.
“Después de que llegaron fue un peleadero de ego —dice—. Los marinos y los del Ejército a lo único que llegan es a meter conflictos con los ingenieros; les empiezan a decir: ¡Por qué estás haciendo esto o aquello! ¿Quién te mandó? Se peleaban los que estaban adentro políticamente”.
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