Henry Rollins, pionero del punk hardcore, era famoso por darles una paliza a los seguidores revoltosos. Como líder de Black Flag, se oponía a la autoridad, no era conformista y se alejaba intencionalmente, incluso, en ocasiones, de sus compañeros de grupo (Greg Ginn, fundador de Flag, alguna vez lo llamó un “macho pendejo”).
La banda se separó en 1986 (aunque tuvo reuniones breves en 2003 y 2013), y Rollins, quien está a punto de cumplir 57 años, ya no se siente atraído por la violencia. En parte, ello tiene que ver con el desgaste sufrido en los mosh pits y aullar en los micrófonos. Pero también es por la flexibilidad (al menos emocionalmente) que llega con la madurez. “Estoy en el gimnasio todo el tiempo; he ido desde que tenía 16 años, y ya nada funciona: rodillas, caderas, hombros”, dice Rollins. “Pero si no te ríes de hacerte viejo, lo único que puedes hacer es lamentarte de tu propio pellejo envejecido”.
Describe su mentalidad actual como “finalmente estar de acuerdo contigo mismo en quién eres”. Con ello, llega la voluntad de alejarse de lo que no funciona, en vez de (como lo hizo a veces en el pasado) darte de topes contra la pared. “Voy a dejar de presentarme, porque la vida es breve, y estoy harto”, continúa. “Me duele el trasero. Estoy cansado”.
Rollins se burló de sí mismo en un episodio reciente de Portlandia. En el sketch, interpreta uno de tres punketos envejecidos —junto con Brendan Canty, baterista de Fugazi, y Krist Novoselic, de Nirvana— que tratan de reunir a su vieja banda. En un momento, el trío, de fácil distracción mientras ensaya, se pone a rememorar. “Solía odiar todo cuando era joven”, dice el personaje de Rollins. “Ahora amo muchas cosas”. Una de ellas es Bruno Mars.
Incluso cuando era una pared de músculos enfurecidos, Rollins sentía la misma inclinación a defender los derechos de las personas LGBT que a golpear a un skinhead. Sin embargo, paulatinamente, la consideración y el humor acerbo desplazaron a la ira. Aprendió algo de ello mientras viajaba por el mundo como artista oral. Ha escrito más de 16 libros, algunos de ellos tomados de los diarios que escribía en las giras de Black Flag y luego con la Rollins Band. Por siete años, escribió una columna de cultura para LA Weekly. “No sé cómo decir esto con gracia, pero no fue por el dinero”, comenta Rollins. “Pensaba: debo amar esto de verdad”.
En 2016, un nuevo propietario, Semanal Media, despidió a todos los amigos y colegas de Rollins en Weekly. “No les dieron un aviso, solo un ‘lárguense’”, dice Rollins. “Más tarde ese día, el nuevo editor llamó para decir: ‘Eres parte del ADN de LA Weekly’. Él quería que me quedara, y pensé: ¡Espérate! Me quedo, y mi gran editor, Andy Herman, y su personal, quienes se rompieron el lomo —el grado de dedicación de todo semanario, simplemente aplastante—, ¿son completamente despedidos?”.
Rollins de inmediato renunció y pasó su columna a su sitio web epónimo. “Extraño mi empleo y a mis colegas, pero no puedo dejar de escribir esto. Si no voy al gimnasio, me deprimo. Si no escribo mi artículo, siento como si me faltara un riñón o algo”.
Usualmente hay pocos proyectos que compitan por su tiempo, una mezcla de sus pasiones resistentes al encasillamiento (por ejemplo, el activista antibélico se presenta con regularidad ante soldados estadounidenses a través del USO). Hay trabajo en cine y televisión (un memorable líder de una pandilla de supremacistas blancos en Sons of Anarchy, también fue un juez en RuPaul’s Drag Race); su imprenta, 2.13.61 (nombrada así por su cumpleaños, ha publicado su obra, así como la de Nick Cave y Exene Cervenka, entre otros grandes del punk), y un programa nocturno de radio los domingos para KCRW, una estación de radio pública en L. A. El programa, que ofrece una amplia gama de música, está pensado en “el muchacho o la muchacha de 13 o 14 años que no le agrada a nadie en la ciudad”, dice Rollins. “Por lo menos tienen dos horas a la semana en que pueden oír buena música copilada por alguien que los acepta incondicionalmente. El programa es para los jóvenes”, añade. “Pero todos los viejos bastardos también pueden asomarse si quieren, porque es libre”.
No es tanto que Rollins se haya suavizado, sino que halló un equilibrio entre el nihilismo y el optimismo, y ese “optimismo no radica en el correo de odio que recibo. No se puede cambiar a un tipo que dice: ‘¡Liberal subnormal, lárgate de mi país!’. No puedes cambiar la mentalidad de un adulto de mi edad”. Él le dice a su público de radio: “No discutan con su tío. Hallen una manera de entender al tipo, disfruten lo que puedan, porque él se irá, y lo extrañarán. Pero no van a cambiar su mentalidad”.
Y continúa: “No trato de mandar a nadie a la tumba, pero la generación que ve Fox News y apoya a Trump está muriendo”. Para Rollins, eso es motivo de esperanza. “A los jóvenes estadounidenses de hoy no creo que sean capaces de convencerlos de que se unan al racismo. La mayoría de la música en sus teléfonos la hacen afroestadounidenses. La última reina de la graduación que eligieron era un muchacho, y todos pensaron que eso fue maravilloso. Este no es un grupo que te permitirá vender el cambio climático como un complot liberal para acabar con el mundo”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek