Integrante del dueto Marlango junto a Alejandro Pelayo, Leonor Watling asegura no aspirar a un Premio Nobel de Literatura como Bob Dylan, pero puede contar al mundo que fue “chica Almodóvar” (Hable con ella, 2002) en la etapa que ella considera la “preparatoria” del cineasta español, a quien, asegura, le debe toda su fama internacional. Este 24 de octubre vuelve a México por segunda vez en 2016 para presentar su disco Porvenir en el Lunario del Auditorio Nacional.
—Como compositora, ¿qué te dice que un músico haya obtenido el Nobel de Literatura?
—Es sinónimo de mucha alegría, aunque en realidad no me lo esperaba, pensaba quizás en un [Haruki] Murakami –ríe del otro lado del teléfono–, pero sin duda [Bob] Dylan para mí representa una corriente muy contemporánea de escritura; no sé cómo le siente a él, ya que es tan exitoso, pero personalmente me alegra mucho… Aunque no creo que eso abra las puertas a los músicos —suelta una carcajada—, me alegro muchísimo por él, pero no creo que tenga que ver con el oficio de la música.
—¿Crees que la poesía es el fin último de la música, o viceversa?
—Yo escribo las letras de Marlango, y Alejandro y yo solemos tener fuertes discusiones cuando yo me bloqueo con una letra por un día entero… Las canciones son una mezcla de tantas cosas por separado, pero un gran poema no tiene por qué ser una gran canción, y una canción preciosa no tiene por qué leerse como un poema, lo que pasa es que Dylan trasciende eso, tú lees sus letras y no necesitan música, aunque cuando se las pone, son grandes canciones.
—¿Qué busca transmitir Marlango con su música?
—Marlango es lo que hacemos Alejandro y yo juntos para celebrar cosas de la vida, para curarnos, evadirnos de la realidad, explicárnosla y embellecerla.
—¿Y para Leonor qué significa?
—Yo busco que, si estamos tristes, la música haga que la vida sea hermosa, y si estamos contentos, que sea una gran celebración. Cuando compongo lo que busco es adueñarme del tiempo y convertirlo en algo.
—¿El momento de la inspiración cómo lo describes?
—¡Qué buena pregunta, no tengo ni idea! –vuelve a reír, y le digo que quizás entonces la pregunta no sea tan buena, sino, más bien, muy mala–. La verdad es que no soy disciplinada, lo he intentado, pero nunca me ha funcionado repetir horarios, nunca voy sin mi cuaderno.
—¿Llevas una Moleskine?
—Sí, podría abrir una papelería, tengo miles de cuadernos, he escrito cosas superbonitas en hojas sueltas, pero siempre llevo una Moleskine.
—Fuiste una “chica Almodóvar”, ¿qué significó esto en tu carrera?
—No te diría todo porque sería muy injusta con los demás directores con los que he trabajado. Internacionalmente creo que todo, yo no existía antes de (Pedro) Almodóvar.
—Más allá de la fama, ¿qué te deja Almodóvar como persona?
—Es una persona enriquecedora, de una curiosidad infinita, de gran energía. Ve todas las películas, escucha todos los discos, lo cual no es nada normal entre la gente que se dedica al cine, aunque muchos crean lo contrario. Pedro es una máquina de hacer películas y de contar historias. Me contagió y aprendí de él a perder la vergüenza, a intentar hacerlo lo mejor que puedas.
—¿Siempre, hasta el último momento?
—Sí. En España somos muy secos y muy miedosos, solemos decir: “Haré esto, pero no pasa nada si sale mal”. ¡Tenemos una coartada siempre lista! No todos, pero muchos somos así. Hay un cierto punto en el discurso de: “Bueno, tampoco importa tanto”. La historia que Almodóvar contó en Hable con ella me explotó la cabeza, y si te equivocas te equivocas cien por cien, y no tienes escapatoria.
—En el horizonte de Marlango, lo has dejado claro, no está un Nobel de Literatura… ¿entonces?
—¡No, no, para nada! Estamos componiendo, estamos felices de volver a México con la banda por segunda vez en este año, queremos seguir creando momentos y compartirlos con la gente, sea poca, mucha o muchísima. Es importante que nos cuenten cosas, que nos transformen, con esto es más que suficiente, estamos bendecidos como músicos.