Hubo un tiempo donde fumar era políticamente correcto, sobre todo en la primera mitad del siglo XX. Hoy día la adicción al tabaco se ha vuelto un problema de salud debido a su alta mortandad y los problemas y gastos que genera al Estado y a los consumidores. De acuerdo a datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 80% de los fumadores se encuentran en países de ingreso medio y bajo, y el consumo del cigarro mata a 6 millones de personas al año.
Por ello, la OMS estableció convenios de colaboración para erradicar el consumo del tabaco, estableciendo seis medidas dentro de las cuales, se encuentra el aumento al impuesto del cigarro.
De acuerdo al reporte “Epidemia Global de Tabaco en 2015”, establecer un mayor impuesto a este producto es el mayor inhibidor de su consumo, especialmente entre los jóvenes y los pobres. Y, pese a que la adopción de esta política es una práctica poco frecuente, México y Estados Unidos la han puesto en práctica.
Se esperaría que con la aplicación de estas medidas el consumo sea menor. Sin embargo, en regiones transfronterizas como esta, tenemos oferta y demanda de dos mercados, donde los consumidores, ante medidas restrictivas como lo es la subida del precio del tabaco propiciado por la aplicación del impuesto, buscarían aquel mercado que resulte más atractivo para sus bolsillos.
Es así que en México, el precio promedio de la cajetilla (de 20 cigarros) cuesta 45 pesos, de los cuales el 65.87% del precio son de impuestos. Mientras que en Estados Unidos, la misma cajetilla cuesta 112.14 pesos, siendo un 42.54% de impuesto.
En noviembre se votará la Proposición 56 en California, —uno de los estados de la Unión Americana con menor impuesto al tabaco— que de aprobarse, aumentará el precio de la cajetilla hasta en 36 pesos más.
De lo anterior quiero hacer énfasis en dos cuestiones: el precio del tabaco y el ingreso por los impuestos. De entrada, el precio es más atractivo en nuestro país aunque el impuesto sea mayor. Sin embargo, de aumentar el precio en Estados Unidos, específicamente en California, observaríamos dentro de la economía fronteriza de nuestra región, un mayor consumo de tabaco del lado mexicano así como una disminución en el lado norteamericano. Lo anterior es relevante porque demuestra que aunque el impuesto disminuya el consumo en un mercado, el efecto puede aumentar el consumo en otro.
Ahora bien, ¿qué pasa con los impuestos que se generan? Suponemos que deberían de ir a combatir el consumo de tabaco. En México por impuestos para el año 2013 se registra una cantidad superior a los 34 mil millones de pesos. Para el caso de Estados Unidos se genera una cantidad de 612 mil millones de pesos. ¿Qué tanto de ese dinero está siendo utilizado en campañas anti-tabaco?
Sin duda, la restricción económica para muchos consumidores, —sobre todo aquellos de menores ingresos— los obligará a dejar el tabaco, pero los que se encuentren en un grupo con mayor adicción, abrirán la puerta a un mercado emergente de consumo de tabaco ilegal y en algunos casos “pirata”, que puede ocasionar efectos no previstos en la salud y las economías locales.
No basta con que se aplique un mayor impuesto para reducir el consumo del tabaco, sino que con dicha recaudación se desarrolle un programa tanto integral como asistencial, pensando en los adictos de menores ingresos principalmente y en mensajes preventivos e informativos para los niños y los jóvenes sobre las repercusiones del consumo del tabaco.
No se les puede prohibir a los consumidores fumar, pero sí se tiene la responsabilidad, por un lado, de ayudarlos a salir de la adicción (que ellos mismos financian con los impuestos). Y por otro, de prevenir informando de las consecuencias de hacerlo, como actualmente se hace de manera gráfica en las cajetillas.