En el sector, hablar de inclusión bancaria ya no puede limitarse a una declaración de valores. Se trata de actuar, de abrir espacios, de garantizar condiciones equitativas para que cada persona —ya sea en zonas rurales, comunidades indígenas, mujeres emprendedoras o adultos mayores con limitaciones tecnológicas— pueda desarrollarse libremente, sin miedos ni barreras.
Reconocer los retos existentes como la exclusión por falta de documentación, ingresos insuficientes o desconfianza en el sistema es parte del compromiso, pero también lo es visibilizar que ya hay pasos concretos hacia un cambio cultural.
Cada vez más, las instituciones financieras están incorporando la diversidad y la inclusión como parte integral de sus estrategias. Inspirados en el valor del respeto, se están impulsando espacios en ejes estratégicos como equidad de género y personas con discapacidad y comunidad LGBTIQ+, pero también en el diseño de productos que atiendan a quienes hoy están fuera del sistema: microcréditos para informales, cuentas sin comisiones o seguros accesibles para poblaciones marginadas.
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Y más allá del cumplimiento normativo, es fundamental seguir cultivando acciones como campañas de sensibilización, talleres de educación financiera en lenguas indígenas, y espacios de diálogo internos que generen un entorno de pertenencia y equidad. Porque la inclusión no es un destino, es un ejercicio cotidiano que debe combinar tecnología con humanización, especialmente para quienes no tienen acceso a internet o dispositivos digitales.
Este tipo de esfuerzos no solo benefician la cultura organizacional de nuestro sector; también amplían la capacidad de respuesta ante las necesidades de una base de clientes cada vez más plural. Hoy, más que nunca, el enfoque inclusivo debe verse reflejado también en los productos, servicios y canales de atención.
CÓMO HACER DE LA BANCA UN VEHÍCULO REAL DE MOVILIDAD SOCIAL
Así, ¿cómo diseñamos soluciones para personas que históricamente no han tenido acceso a instrumentos financieros? ¿Cómo replicamos modelos exitosos como en Kenia o en India, que vinculan identidad digital con inclusión financiera? ¿Cómo hacemos de la banca un vehículo real de movilidad social para quienes hoy dependen del efectivo y enfrentan riesgos como robos o exclusión crediticia?
Es momento de reconocer que la banca inclusiva no es una meta lejana, sino una transformación posible. Una que exige valentía, compromiso y colaboración entre bancos, fintech y gobiernos para cerrar brechas geográficas, económicas y culturales.
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Las instituciones del sector seguimos haciendo esfuerzos y recordándonos que la diversidad no es solo parte de la agenda social, sino también una herramienta poderosa para construir mejores empresas, mejores equipos y una mejor sociedad. La falta de inclusión financiera limita oportunidades: sin ahorros formales las familias no pueden enfrentar emergencias; sin créditos, los negocios informales no crecen. Por eso, innovar con soluciones como cuentas básicas o pagos móviles no es solo un avance técnico, es un acto de justicia económica.
Cuando los equipos reflejan y priorizan la pluralidad de la sociedad, se amplía la capacidad para entender y responder a diferentes necesidades. Diseñar un producto financiero que considere a mujeres emprendedoras, migrantes, personas mayores o quienes viven en zonas rurales —donde la conectividad es escasa y el acceso a sucursales, limitado— no es solo una acción inclusiva: es una decisión que fortalece nuestra relevancia como industria.
EL VERDADERO SIGNIFICADO DE INCLUSIÓN BANCARIA
Una banca que refleja la diversidad de la sociedad es más capaz de innovar, empatizar y brindar soluciones relevantes para todos los sectores, en especial aquellos históricamente excluidos del sistema financiero. Porque una verdadera cultura de inclusión financiera no se limita al acceso: implica comprensión, acompañamiento y productos que eviten costos ocultos o requisitos excluyentes, asegurando que una cuenta bancaria no sea solo un número, sino una herramienta de crecimiento.
Esta inclusión debe ser un compromiso transversal, es decir, que involucre desde los puestos más altos hasta cada colaborador de la organización. Esto requiere políticas claras y sostenibles, indicadores de seguimiento —como métricas de acceso real a créditos en poblaciones vulnerables— y una comunicación constante que mantenga viva la conversación todo el tiempo.
La inclusión financiera es también una expresión concreta del propósito de la banca: generar bienestar, construir confianza y facilitar oportunidades. Y eso se logra cuando todos —sin importar origen, identidad o condición— podemos acceder a los instrumentos necesarios para crecer, emprender y soñar, incluso si hoy no tienen smartphone o viven en la última milla.
Si esto sucede, el sector financiero puede convertirse en un verdadero motor de cambio social, que inspire a otros sectores y a sus colaboradores a seguir el mismo camino. Porque en un mundo verdaderamente diverso, todos tenemos un lugar.
Y en una banca verdaderamente inclusiva —donde la digitalización no deje a nadie atrás y los productos hablen el lenguaje de las realidades marginadas— todos podemos ser quienes somos, con orgullo. N
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Edith González es directora de Talento, Cultura y Marca de Banco Base. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad de la autora.