En la sala de espera de una clínica veterinaria, una mujer de rostro cansado acaricia con ternura la cabeza de su perro. No dice mucho, pero su mirada lo revela todo: ese animal la sostiene. En otra parte de la ciudad, un joven con ansiedad severa ha vuelto a dormir sin pesadillas desde que un gato adoptado se enrosca cada noche a sus pies. Y en una casa de retiro, los ojos de una anciana recuperan el brillo cada vez que un golden retriever entrenado se acerca a lamerle la mano.
Estos casos, aunque azarosos, no son aislados. A medida que la salud mental se abre paso en las conversaciones cotidianas, las mascotas —tradicionales o no— comienzan a ocupar un lugar central en el debate. Ya no se trata solo de animales de compañía: cada vez más evidencia exhibe que perros, gatos, hámsteres y hasta aves o reptiles pueden convertirse en aliados clave para enfrentar la ansiedad, la depresión, el estrés, la soledad y hasta el duelo de los humanos.
“Antes la mascota era una parte más de la familia, pero no se involucraban tantas emociones porque no era una figura primordial“, explica María Becerril, psicoterapeuta especialista en emociones e integración familiar y colaboradora en el Centro de Atención Psicológica, Neurológica, de Aprendizaje y Lenguaje Psicoaprende. Sin embargo, añade, esa época ha quedado atrás, pues en un mundo cada vez más individualista, donde los modelos familiares tradicionales han mutado, las mascotas hoy ocupan vacíos emocionales profundos: “Se han vuelto imprescindibles por el acompañamiento que significan, porque no estar solo es una necesidad muy humana”.
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Así, perros y gatos, principalmente, se han transformado en refugio emocional y, para muchas personas, en una extensión de su hogar afectivo. Y no se trata solo de una percepción nacida del amor por los animales: múltiples estudios respaldan esta intuición. Universidades e instituciones de varios países han documentado cómo la convivencia con mascotas reduce significativamente los niveles de estrés, ansiedad y depresión. “Son un ancla que mantiene seguros a los seres humanos. Es un vínculo real con otro ser vivo que está ahí, que te ama, que genera una conexión emocional”, explica la terapeuta en conversación con NW Noticias.
Hace un par de meses, la empresa Mars dio a conocer los hallazgos del Programa de Estudio sobre Mascotas y Bienestar (Pets and Wellbeing Study, PAWS), el cual halló que hasta 83 por ciento de las personas que poseen una mascota reconocen los impactos positivos de esta convivencia en su bienestar mental.

TUTORES IDENTIFICAN QUE SUS MASCOTAS LOS AYUDAN A PRESERVAR LA SALUD MENTAL
La investigación también arrojó que casi la mitad (49 por ciento) de los tutores de perros y gatos identifican que sus mascotas reducen su estrés, ansiedad o pensamientos negativos y afirman que pasar tiempo con sus animalitos funciona como un apoyo en momentos difíciles.
El estudio, cuyos resultados son producto de una encuesta realizada a más de 30,000 tutores de perros y gatos en más de 20 países, también refleja que seis de cada diez personas prefieren pasar tiempo con su mascota cuando se sienten estresadas, más que con su pareja (32 por ciento), familia (23 por ciento) o hijos o amigos (18 por ciento).
En ese sentido, un punto toral que la psicoterapeuta María Becerril subraya es la sensibilidad energética de las mascotas. “Los animales son mucho más sensibles a la energía que nosotros”, asegura. “Ellos perciben si estás triste, si estás estresado, si algo no va bien. No necesitan que lo digas: lo sienten”.
De ahí, expone, que el vínculo humano-mascota no es solo unilateral, pues si el humano está bien, el animal también; pero si hay caos emocional, este puede transmitirse con fuerza a la mascota.
QUE TE MUEVA LA COLITA HACE LA DIFERENCIA
A ese respecto, la especialista considera vital educar a los animales permitiéndoles ser lo que son: animales. “Un animalito corre, brinca, ensucia, hay que dejarlo ser; si no, te crearás un problema a futuro, pues lo educarás para que sea codependiente, para que te necesite y tú lo necesites”.
En su trabajo con niños, adolescentes y adultos, Becerril ha visto de cerca cómo una mascota puede ser el punto de quiebre para comenzar a sanar. “El simple hecho de que llegues a tu casa y te reciba alguien que se emociona de verte, que te mueve la colita, que ronronea, hace la diferencia”.
Los animalitos, en sus palabras, “nos devuelven a lo esencial: cuidar a otro, estar presentes, compartir con un ser que siente, que responde al amor sin condiciones”. En ese sentido, aclara, las mascotas no necesitan más que ser aceptados como son, sin carriolas, sin ropa, sin accesorios que los hagan parecer lo que no son. Y si se llega a ese equilibrio justo entre compañía, afecto y respeto por su naturaleza, entonces sí: ladridos, maullidos y patitas pueden convertirse en un bálsamo real para el alma.
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Y es que el auge de las mascotas también ha generado un fenómeno comercial evidente. De restaurantes “pet friendly” a spas caninos y carritos de supermercado adaptados, la presencia animal ha sido absorbida por el mercado. Para Becerril, ello tiene luces y sombras: “Mientras eso deje dinero, la industria va a seguir creciendo. Pero eso no significa que sea sano humanizar a un animal. Yo te puedo garantizar que ninguna mascota se despierta diciendo: ‘Ojalá hoy me lleven al spa o me pongan un pañal'”.
Este “amor fashion”, añade, puede llevar a extremos absurdos donde el animal ya no tiene espacio para actuar como tal. Y es que a veces, sin nadie darse cuenta, la mascota se vuelve una extensión del ego o de las carencias del tutor, cuando no una justificación emocional para no enfrentar otras relaciones o responsabilidades.
María Becerril se entusiasma al hablar del impacto positivo de las mascotas, pero a la vez lanza una advertencia crucial: es fácil cruzar la línea entre el vínculo saludable y la dependencia emocional. “Una mascota no es un hijo ni una pareja. Es un ser que siente, que acompaña, que necesita, pero no es responsable de nuestra felicidad. Eso es lo que no podemos olvidar”.

LA CODEPENDENCIA AFECTA TANTO AL HUMANO COMO AL ANIMAL
Con esa afirmación tajante pone sobre la mesa de discusión un fenómeno creciente en la vida moderna: la profunda —y a veces excesiva— conexión emocional que las personas establecen con sus mascotas. Desde su consultorio, advierte sobre la delgada línea que separa el amor genuino por un animal de compañía y la dependencia emocional que puede volverse patológica.
“Hay muchas personas que dependen cien por ciento de su mascota, pero es emocional, no médico. Giran alrededor de ella porque no tienen otros satisfactores en su vida”, explica. Y añade: “Lo vuelcan todo sobre ese ser porque no se sienten amados por nadie más. Pero eso no es justo ni para esas personas ni para el animalito”.
A su consultorio llegan pacientes cuya vida entera orbita en torno a su perro o su gato: personas que cancelan compromisos sociales por no querer dejarlos solos, que los sobreprotegen al punto de generarles ansiedad o que, en casos extremos, los tratan como sustitutos de un hijo o una pareja. “La mascota se vuelve el receptor emocional de todas estas emociones que no canalizamos con otras personas. Es una codependencia que afecta tanto al humano como al animal”, señala con firmeza.
En ese sentido, concluye con una advertencia simple, pero poderosa, pues la convivencia con una mascota debe sumar, no restar: “Todo lo que incomoda, todo lo que limita mis actividades normales, regulares, es una bandera roja. Si eso sucede habrá que asistir con un especialista”.
VACACIONES CON HUELLAS
Cada vez son más las personas que deciden llevar a sus mascotas consigo al momento de vacacionar, y la industria turística ha sabido adaptarse a esta tendencia. Hoteles, aerolíneas, restaurantes y destinos completos han abierto sus puertas a perros y gatos y hoy en día ofrecen experiencias pensadas tanto para los humanos como para sus compañeros peludos. Sin embargo, viajar con animales implica mucho más que buena voluntad: requiere planificación, conocimiento de las reglas y una actitud responsable.
En el caso de los vuelos, la mayoría de las aerolíneas permiten transportar mascotas en cabina siempre que no excedan cierto peso —generalmente de 8 a 10 kilos, transportadora incluida— y cuenten con la documentación sanitaria exigida por el país de origen y destino. Algunas razas braquicéfalas, como los bulldogs o los pugs, tienen restricciones especiales debido a su sensibilidad respiratoria.
Además, es obligatorio reservar con anticipación, ya que el cupo por vuelo suele ser limitado. En vuelos largos lo recomendable es consultar con el veterinario sobre el estado de salud del animal y si es necesario algún tipo de preparación especial para el viaje.
Una vez en el destino, los hoteles “pet friendly” ofrecen desde simples camas para mascotas hasta menús especiales, servicios de guardería, paseadores y hasta spas caninos. Sin embargo, no todos aceptan animales sin restricciones: algunos imponen límites de peso, cobran tarifas extra o condicionan la estadía a ciertas normas de comportamiento.
Lo mismo ocurre en los restaurantes, donde es común que los animales solo sean admitidos en terrazas o zonas al aire libre. Por ello, antes de reservar conviene verificar con detalle las políticas del lugar. Al final, vacacionar con una mascota es una experiencia entrañable, pero también una oportunidad para ejercitar el respeto, la responsabilidad y el disfrute compartido.
CUANDO EL AMOR TIENE PATAS
“La conexión que se crea entre una persona y su mascota es profunda y se le considera un lazo incondicional, ya que ambos generan un bienestar mutuo”, afirma con convicción la doctora Paula Trejo, médica veterinaria y gerente de Credibilidad en Mars Pet Nutrition México. Para ella, ese vínculo es mucho más que compañía: es una forma de afecto silenciosa, constante y profundamente transformadora.
Desde su rol como especialista y vocera de la investigación científica en bienestar animal, Trejo es determinante: “Nuestras mascotas, además de brindarnos tranquilidad, nos impulsan a cuidarnos mejor y a tomar descansos que de otro modo no tomaríamos”.
Y es que los animales nos devuelven al presente de una manera única, explica la médica veterinaria: “El PAWS señala que, cuando una mascota se deja caer, suspira y se acomoda, el 84 por ciento de los tutores dice que también sienten la calma, como si la paz de su mascota les diera permiso para hacer una pausa”.

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Y es que esos momentos de quietud compartida no solo son entrañables —señala la veterinaria—, sino también tienen un efecto real en el cuerpo y en la mente, pues ayudan a bajar el ritmo y a reconectar con uno mismo y con el entorno. Es la sabiduría del descanso sin culpa, de estar sin hacer, que los humanos solemos olvidar.
Sin embargo, como en todo vínculo fuerte, también puede haber riesgos si no se cuida el equilibrio. “El apego excesivo a las mascotas puede llevar al aislamiento social, lo que le crea dificultades al ser humano para establecer relaciones saludables”, advierte Trejo. Y no solo eso: la salud emocional de la mascota también se ve afectada, pues si su tutor depende emocionalmente de ella en exceso el animal puede desarrollar comportamientos ansiosos o agresivos.
Por eso, advierte, el vínculo debe sostenerse desde la reciprocidad, no desde la dependencia: “A pesar de que las mascotas sean parte fundamental de nuestra salud y bienestar, es importante encontrar ese equilibrio”.
Más allá del juego, del paseo o de la rutina diaria, convivir con una mascota es entrar en una relación donde el cuidado mutuo transforma a ambos. “El cuidar de nuestras mascotas no solo satisface sus necesidades. En reciprocidad, ellas nos brindan calma, presencia y apoyo emocional, lo que nutre un vínculo que eleva a ambos”, concluye la veterinaria. Y tal vez ahí esté la enseñanza más grande: no se trata solo de tener un perro o un gato, sino de dejarnos enseñar por ellos una forma más honesta, simple y humana de estar en el mundo. N