Un grupo de enfermedades silenciosas avanza en México sin que la mayoría lo sepa. Se trata de las dislipidemias, un conjunto de alteraciones metabólicas poco conocidas tanto por la población como por muchos profesionales de la salud, pero que se han convertido en uno de los principales riesgos para el corazón. Afectan al 37 por ciento de los mexicanos, pero solo 9 por ciento sabe que las padece. De quienes reciben tratamiento, apenas la mitad lo sigue de forma adecuada y solo tres de cada diez alcanza sus metas terapéuticas. Con estas cifras sobre la mesa, el desafío es claro: ¿a qué se enfrentan los médicos y la sociedad en general?
En palabras del doctor Daniel Elías López, endocrinólogo con alta especialidad en diabetes, las dislipidemias son alteraciones en los niveles de lípidos en sangre. Esto incluye colesterol elevado o triglicéridos altos o niveles bajos de colesterol HDL, que es el llamado “colesterol bueno”.
“Se resume como la afección de uno, dos o tres de estos factores. El gran problema es que son asintomáticas. La mayoría de los pacientes no siente nada, aunque sus niveles estén muy por encima de lo normal. Por eso se consideran enfermedades silenciosas: muchas veces solo se detectan cuando ya causaron un daño serio, como un infarto”, explica en entrevista con NW Noticias.
“EN LAS ESCUELAS DE MEDICINA SE DEDICAN MUY POCAS HORAS DE ENSEÑANZA A LAS DISLIPIDEMIAS”
A tenor del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP), las dislipidemias más comunes son niveles bajos de colesterol HDL e hipertrigliceridemia (triglicéridos elevados). Aunque suelen pasar desapercibidas, pueden manifestarse síntomas inespecíficos como fatiga crónica, dificultad para respirar (disnea), mareo, dolor abdominal, hormigueo y entumecimiento de brazos y piernas. Además del aumento del tamaño del hígado y el bazo.
El doctor López, también investigador del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán”, participó como editor del libro 50 preguntas clave en dislipidemias, donde más de 20 expertos aportan conocimientos para que profesionales de la salud aborden este problema de manera multifactorial, derriben mitos y contribuyan a la prevención del riesgo cardiovascular.

—En la obra se afirma que las dislipidemias siguen siendo un tema poco tratado, tanto entre la población como en el sector salud. ¿Por qué sucede esto? —preguntamos.
—Es un tema complejo, amplio, pero a la vez tan prevalente. En las escuelas de medicina o nutrición apenas se le dedican unas cuantas horas en la currícula. Por ello, cuando egresamos como médicos generales, tenemos un panorama limitado sobre cómo abordar y tratar este problema. Esto es preocupante, ya que identificar y tratar las dislipidemias es una de las estrategias más costo-eficaces para la reducción de las enfermedades cardiovasculares.
“El gran reto es dejar de ser reactivos y empezar a ser proactivos. No podemos esperar a que el paciente venga a decirnos que tiene colesterol alto. Nosotros como profesionales de la salud, debemos buscar activamente a quienes tienen factores de riesgo, hacerles estudios y, sobre todo, saber qué hacer con esos resultados”, agrega en una videollamada.
REQUIEREN TRATAMIENTO A LARGO PLAZO
Uno de los errores más comunes, advierte, es que, aunque se realizan análisis de laboratorio y se detectan niveles alterados de colesterol o triglicéridos, muchas veces no se inicia ningún tratamiento. “Nos ha tocado ver pacientes que llevan cinco o diez años con el mismo patrón de lípidos alterados y nadie ha hecho nada al respecto”.
Otro problema frecuente en el manejo de esta condición es la suspensión prematura del tratamiento. “Cuando el paciente empieza a tomar el medicamento, a las seis u ocho semanas sus niveles pueden normalizarse. Pero al ver eso, muchos médicos suspenden el tratamiento, creyendo que el problema está resuelto. Y no es así. En cuanto se deja el medicamento, el colesterol vuelve a subir”.
El especialista compara esta situación con otras enfermedades crónicas como la hipertensión. “Si un paciente con presión alta toma medicamento y se normaliza, no significa que puede dejarlo. Si lo hace, la presión volverá a subir. Lo mismo ocurre con las dislipidemias, que requieren tratamiento a largo plazo para prevenir complicaciones graves, como infartos y accidentes cerebrovasculares”.
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—¿Cómo se diagnostican las dislipidemias?
—A través de un estudio llamado perfil de lípidos, que mide triglicéridos, colesterol total, LDL (colesterol malo) y HDL (colesterol bueno). Si los triglicéridos están por encima de 150 miligramos de azúcar por decilitro (mg/dL) o el colesterol total supera los 200 mg/dL, ya hablamos de dislipidemia. A veces se necesita hacer el estudio en ayunas, pero muchas guías internacionales ya permiten hacerlo sin ayuno, lo cual facilita el acceso al diagnóstico.
“Si alguien tiene triglicéridos arriba de 150, se llama hipertrigliceridemia. Si alguien tiene colesterol total arriba de 200, se llama hipercolesterolemia. Si alguien tiene los dos, se llama hiperlipidemia mixta”, puntualiza.
—¿Qué papel juegan los pacientes en el abandono del tratamiento?
—Es compartido. Si el médico no explica bien para qué sirve el medicamento, el paciente no le ve sentido. Vino por una infección quizá de oído, le dieron una pastilla para el colesterol, y él se siente igual con o sin el fármaco. El beneficio no se ve en días ni semanas, se ve en años, al evitar un infarto o una embolia. Hay que explicarlo como una inversión a largo plazo en su salud.
“Es decir, el beneficio no lo verá en 10 o 15 días, pero sí en 20 años. El infarto puede ocurrir después de muchos años de tener el colesterol alto; es una inversión en su salud”, añade el investigador.
DISLIPIDEMIAS: FACTORES DE RIESGO, TRATAMIENTOS Y TIPOS
De acuerdo con el INSP, los factores de riesgo son:
- Hereditarios (historia familiar de enfermedad cerebrovascular prematura).
- Edad (en hombres mayores de 45 años y en mujeres mayores de 55 años).
- Estilo de vida sedentario.
- Género masculino.
- Enfermedades asociadas como diabetes, hipertensión arterial, sobrepeso y obesidad.
En contexto, la dislipidemia se puede clasificar en dos tipos según su etiología:
Primaria: debidas a trastornos genéticos en los receptores y sustancias que participan en la formación de las lipoproteínas.
Secundaria: asociadas a otras enfermedades como diabetes, nefropatía, síndrome metabólico, hipotiroidismo e ingesta de medicamentos.
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El tratamiento de las dislipidemias implica un enfoque integral. En primer lugar, se promueven cambios en el estilo de vida: adoptar una dieta baja en grasas saturadas, aumentar la actividad física, evitar el alcohol y el tabaco, y mantener un peso saludable. Cuando estas medidas no son suficientes, se recurre a tratamientos farmacológicos como las estatinas, que son los medicamentos más utilizados por su eficacia para reducir el LDL y prevenir eventos cardiovasculares.
—¿Cuál sería su mensaje final para médicos y pacientes?
—Las dislipidemias son muy comunes, pero también muy tratables. Tenemos las herramientas. El reto es detectarlas a tiempo y no subestimarlas. Son una inversión en el futuro del paciente. Prevenir un infarto puede empezar con una simple prueba de laboratorio y una decisión médica bien informada.

¿UN LIBRO DE BOLSILLO?
Respecto al libro, fue un proyecto colectivo que reunió a 25 especialistas del Grupo de Dislipidemias de la Sociedad Mexicana de Nutrición y Endocrinología. Está diseñado para médicos de primer contacto, con un formato de 50 preguntas clínicas reales. La idea es que cada capítulo parta de una duda frecuente en consultorio, lo que hace el contenido más accesible y útil para la práctica diaria.
El laboratorio Silanes patrocinó una primera impresión de 4,000 ejemplares, los cuales fueron distribuidos gratuitamente entre profesionales de la salud. Además, su versión digital se puede descargar a través de esta liga sin ningún costo. N