EL MITIN de Dothan, Alabama, se inició con una oración, un furioso versículo del Salmo 5 dirigido a los enemigos del Señor: “Su corazón está lleno de malicia. Su garganta es una tumba abierta”. Estos maliciosos mensajeros también eran, presumiblemente, los enemigos de Roy Moore, el antiguo presidente de la Suprema Corte de Alabama, postulado como candidato republicano para el Senado. El principal de sus enemigos era el diario The Washington Post, que recientemente había publicado los relatos de varias mujeres que acusaban a Moore de mostrar una conducta sexual extremadamente perturbadora con mujeres menores de edad. Pero entre esos enemigos también estaba el líder de la mayoría del Senado, Mitch McConnell, que evitaba mostrar abiertamente su apoyo a Moore, así como Richard Shelby, el veterano senador por Alabama que había asumido el papel de Judas al declarar en televisión nacional que “absolutamente no” votaría por el feroz jurista.
Moore es un cristiano conservador, lo mismo que muchos de sus partidarios que asistieron a aquel mitin el 11 de diciembre de 2017, justo antes de que las casillas de votación abrieran en todo el estado. En el mitin se mezclaron libremente la política y la religión: varios hermanos radiantemente rubios subieron al escenario para cantar, y un niño, que definitivamente aún no tenía edad para conducir un automóvil, tomó el micrófono y dijo: “Agradezco al Señor que el juez Roy Moore nos haya mostrado en el pasado que defenderá nuestras creencias y que dará la cara por Jesucristo”.
Steve Bannon subió al escenario más de una hora después del comienzo del mitin. A diferencia de los demás oradores, Bannon no hizo ninguna alusión elogiosa al programa de futbol americano de la Universidad de Alabama: su interés en los deportes parece ser tan escaso como el de un intelectual con traje de tweed.
Bannon tampoco habló sobre la homosexualidad o el aborto, los dos temas sobre los que Moore y sus partidarios muestran una enorme pasión. En lugar de ello, calificó la inminente elección como una batalla entre aquellos que creían en el “milagro de Trump” y aquellos que quieren someterlo a un juicio político. Luego, habló con gran entusiasmo al público, compuesto casi en su totalidad por personas de raza blanca, acerca de “la clase trabajadora hispánica y de raza negra”, que se beneficiaría con las estrictas políticas de inmigración del gobierno de Trump.
“En el nacionalismo económico no importa cuál es tu raza, tu color, tu origen étnico, tu religión, tu género, tu preferencia sexual”, dijo, añadiendo las dos últimas categorías después de una breve vacilación. Solo una cosa importaba: la ciudadanía estadounidense. “Empleos estadounidenses para empleados estadounidenses”, dijo tras mencionar de nuevo a la clase trabajadora de raza negra e hispánica. La idea del trabajo como una fuerza redentora es un elemento fundamental en el pensamiento de Bannon, así como en sus propios hábitos. Hasta donde puedo darme cuenta, Bannon no hace mucho más que trabajar. El hecho de que esto resulte emocionante o aterrador depende de lo que cada uno piense sobre el trabajo que él hace.
Veinticuatro horas después me reuní con Bannon en la habitación de un hotel en las afueras de Montgomery. Ambos habíamos pasado la tarde en el Centro de Actividades de la torre RSA, en el centro de la ciudad, donde se encontraban las oficinas de la campaña de Moore. Era una campaña que avanzaba confiadamente y sin esfuerzo. En la mañana, cuando me tropecé con Dean Young, asesor de Moore, él estaba seguro de la victoria. Lo mismo ocurría con los cientos de personas reunidas en el salón de baile de Montgomery. Los hermanos rubios cantaron de nuevo, y los oradores que la noche anterior habían elogiado a Moore como un hombre de Dios volvieron a hacerlo. Después, comenzaron a llegar los resultados. La gente de mayor edad comenzó a orar. Jóvenes pasmados miraban fijamente sus iPhone.
Moore rehusó reconocer su derrota aquella noche, pero había perdido, y Bannon lo sabía. También lo sabían sus muchos enemigos. “Toma eso, Bannon”, tuiteó una jubilosa Meghan McCain, hija del senador John McCain, representante republicano de Arizona, y ella misma una prominente figura conservadora.
Bannon es vilipendiado por muchos izquierdistas, pero tiene casi el mismo número de enemigos en la derecha. Los republicanos establecidos temen que su campaña populista renegada permita que los demócratas obtengan victorias importantes en las elecciones intermedias de 2018. “Él es un cáncer”, me dijo Charles Sykes, el popular locutor de radio residente de Wisconsin que recientemente abandonó al Partido Republicano.
Tales calumnias podrían amedrentar a algunas personas, pero no a Bannon, que describió su comportamiento tras la derrota de Moore como “totalmente impávido”. Dejó la Casa Blanca en agosto, y en octubre prometió una “temporada de guerra” contra lo que él consideraba como un Partido Republicano moribundo, así como contra McConnell, a quien acusa de deslealtad hacia Donald Trump, y contra el vocero de la Cámara Paul Ryan, a quien alguna vez calificó como “un hijo de puta de pito aguado”.
Quizá Bannon no sea muy querido, pero aquellos a quienes trata de eliminar también son vilipendiados en muchos frentes. El Congreso ahora disfruta un índice de aprobación de 14.7 por ciento, de acuerdo con Real Clear Politics. En agosto pasado, los índices de aprobación de McConnell entre su electorado de Kentucky era de 18 por ciento. Cuanto más es denostado Bannon por republicanos poderosos pero odiados, tanto más fácil le resulta presentarse a él mismo como el insurgente paladín de la verdad que salvará al Partido Republicano.
“Steve Bannon debería enviarle una canasta de frutas a Mitch McConnell”, bromea Andrew Surabian, que trabajó con Bannon en la Casa Blanca y ahora es su asistente de campo. De manera similar, él podría ser el receptor de un Acuerdo Comestible de parte de Tom Pérez, presidente del Comité Nacional Demócrata.
Si el apoyo que le dio a Moore ayudó a que un demócrata triunfara en este estado totalmente republicano, los demócratas desearán con toda el alma que Bannon los enfrente en los 50 estados de la Unión Americana.
ELOGIO DE LO IRRAZONABLE
El primero en hablar en el almuerzo para conservadores de raza negra, en el Hotel Willard InterContinental de Washington, D. C., fue el senador Ron Johnson, representante republicano de Wisconsin. Con su monótono acento del Oeste Medio para causar un efecto letal, Johnson habló ampliamente sobre las corporaciones S (empresas que no pagan el impuesto sobre la renta, sino que transfieren sus pérdidas o ganancias a sus socios, quienes, a su vez, las informan ante el Departamento del Tesoro), y de las entidades de flujo directo. Cuando llegó el momento de responder preguntas, una mujer que se autodenominó como “una estadounidense negra a ultranza” le suplicó a Johnson que ayudara a la comunidad afroestadounidense. El político la escuchó respetuosamente, mencionó algunos programas sociales a los que les tiene cariño, y luego volvió a hablar sobre las entidades de flujo directo.
Doscientas cincuenta personas no habían acudido a ese hermoso salón neoclásico para escuchar homilías sobre bandas impositivas. Tampoco habían ido a comer bocadillos con ensalada César. Habían ido a oír a Steve Bannon. Cuando fue presentado por Raynard Jackson, fundador de la organización Estadounidenses de Raza Negra por un Mejor Futuro, el supercomité de Acción Política que organizaba el evento, los teléfonos desaparecieron; las espaldas se enderezaron. Jackson citó a George Bernard Shaw: “El hombre razonable se adapta al mundo: el irrazonable persiste en tratar de adaptar al mundo a él mismo”. Entonces, Bannon el Irrazonable subió a escena.
Cuando cesaron los aplausos, comenzó a hablar con su estilo acostumbrado: contenido alusivo y libre presentado con la cadencia precisa y confiada de un oficial militar (siete años en la Marina). En lugar de pararse en el podio, caminaba por el escenario, vistiendo una chaqueta deportiva negra y una camisa del mismo color. En un claro guiño a la elegancia en el vestir, los faldones de su camisa estaban metidos en unos pantalones caqui. Lucía como un agitado profesor de historia cruzado con el predicador de un templo ambulante. Bannon es católico practicante, pero su verdadera religión es lo que él llama nacionalismo económico. Es el principio que, en su opinión, llevó a Trump a la Casa Blanca y que podría garantizar el predominio republicano para los próximos 75 años. “Ha demostrado que el nacionalismo económico funciona”, dice Bannon acerca del presente estadounidense.
A pesar de esa seguridad, Bannon puede mostrarse bastante impreciso con respecto a lo que implica exactamente el nacionalismo económico. La explicación más clara que pude obtener me la dio Surabian, quien afirma que el nacionalismo económico de Bannon descansa en tres pilares: alivio regulatorio para los propietarios de negocios, recortes de impuestos a las familias de clase media y un programa de infraestructura para los pobres. Los dos primeros elementos han sido dogmas públicos desde hace mucho tiempo, mientras que el tercero está inspirado en la Administración del Progreso en los Empleos, de Franklin D. Roosevelt. No obstante, de acuerdo con Bannon, esos tres elementos requieren un enfoque mucho menos generoso hacia la inmigración legal e ilegal. Esto emociona a algunas personas, mientras que horroriza a otras.
El contacto de Bannon con los afroestadounidenses da la impresión de ser algo calculado, al menos en parte, para acallar las críticas de que es un nacionalista blanco o un supremacista blanco. Aunque le han puesto ambas etiquetas, así como la de racista, misógino y antisemita, esta no es, de ninguna forma, una lista completa de sus supuestas transgresiones. No ayuda nada a Bannon que Breitbart News publique frecuentemente artículos que, aunque su contenido sea convencionalmente conservador, estén coronados con encabezados incendiarios que hablen de “novias Godzilla lesbianas” o que califiquen al neoconservador Bill Kristol como “un judío renegado”. Algunos de los antiguos colegas de Bannon han dado fe de su decencia en publicaciones creíbles. Dichas publicaciones no parecen haber tenido el efecto deseado.
Con una línea que repetiría días después en Dothan, Bannon explicó a los conservadores de raza negra reunidos en el Willard que “una tesis central” de su nacionalismo económico estaba formada por “programas que detengan la destrucción de la clase trabajadora negra e hispánica”. Mencionó los miles de millones de dólares que Estados Unidos asigna a campañas militares en Afganistán e Irak, y pidió al público que imaginara si se hubieran prodigado cantidades igualmente generosas a Baltimore, St. Louis y Detroit. “¿Hemos perdido el sentido de nuestras prioridades?”, preguntó.
Una mujer del público respondió “Sí” en voz alta y con mucha seriedad, como en la iglesia cuando se nombra algún pecado colectivo. Más adelante, un miembro del público le preguntó a Bannon sobre la falta de minorías en puestos de alto nivel del Ala Oeste. “Es inexcusable —dijo—. Simplemente inexcusable. Es imposible estar a favor de ello”.
Vi a Jackson un par de noches después, en una fiesta para antiguos miembros de la campaña de Trump. Es claro que lo alegra tener a Bannon como aliado. Al mismo tiempo, gran parte de su trabajo implica convencer a las personas de que Bannon no se parece en nada a la imagen que está ampliamente disponible en los informes de noticias, los monólogos de los programas nocturnos de entrevistas y los memes de las redes sociales. Esta labor se ve complicada frecuentemente por las palabras y los hechos del propio aludido.
“En la mente de los medios de comunicación resulta inconcebible que una persona de raza negra esté de acuerdo con cualquier cosa que Steve Bannon tenga que decir”, me dice Jackson más tarde. Afirma que, aunque sus amigos y socios de negocios inicialmente se muestran escépticos, el hecho de escuchar a Bannon invariablemente disipa sus preocupaciones. Les intriga particularmente su argumento de que desligar a Estados Unidos de sus obligaciones en el extranjero daría acceso a los empresarios afroestadounidenses a un capital que históricamente se les ha negado. “Yo creo que Steve tiene la capacidad de establecer una coalición que podría dejar perplejo a todo el mundo”, dice Jackson.
STEPHEN DE ARABIA
En 1916, el oficial de la inteligencia británica T. E. Lawrence llegó a la Península Arábiga para organizar a los nativos árabes de la región en una revuelta contra los gobernantes turcos del Imperio Otomano, que habían estado en la región desde el siglo XVI. Lawrence adquirió renombre rápidamente por comprender lo que haría que la Revuelta Árabe resultara exitosa.
Un año después, Lawrence publicó “Veintisiete artículos” en los que ofrecía consejos a sus compatriotas. “Sumérjanse en círculos árabes, no tengan ningún otro interés ni otra idea más allá del trabajo que están realizando, de manera que su cerebro esté saturado con una sola cosa”.
Cuando visité a Bannon a principios de diciembre, uno de los dos libros que había en su suite de hotel era una biografía de Lawrence. “La estructura de esto es realmente muy parecida a la Revuelta Árabe”, me dijo Bannon, al hablar acerca del movimiento político que ha tratado de construir desde que dejó la Casa Blanca, hace cuatro meses. Entre los aspectos más prácticos de esa revuelta está su juramento de enfrentar a candidatos de las elecciones primarias contra cada uno de los republicanos que se encuentran en el Senado estadounidense, con excepción de Ted Cruz de Texas, y presentar candidatos de la Cámara. El costo de una guerra de esa escala estaría muy por encima de los 100 millones de dólares, lo que quizá pondría a prueba la paciencia (y las billeteras) de los donantes conservadores que desean ver victorias electorales y no intelectuales.
Bannon expresó su admiración sobre la forma en que Lawrence unió a facciones árabes dispares sin obligarlas a ceder su identidad. Piensa que puede desempeñar una función similar en el ala derecha del Partido Republicano, uniendo a tribus ideológicas en una furiosa lucha contra las fuerzas establecidas lideradas por McConnell y Ryan.
Por ahora, está creando una alianza informal de conservadores que comparten su programa populista. “Lo que estamos haciendo es llegar a todos esos grupos de las bases, independientemente de si se trata de la derecha religiosa, de grupos del Partido del Té, o de los grupos de Dave Bossie”, me dijo Bannon en Montgomery (Bossie es director de la organización activista conservadora Ciudadanos Unidos y fue subdirector de campaña de Trump durante la contienda presidencial de 2016).
Admite que Moore no era el candidato ideal. De hecho, Bannon inicialmente apoyó al representante Mo Brooks, un republicano de Huntsville, que fue derrotado en la elección primaria por supercomités de acción política alineados con McConnell, los cuales gastaron 10 millones de dólares en la contienda. El candidato de McConnell (y brevemente, también de Trump) era el senador Luther Strange, a quien Moore derrotó en una segunda vuelta durante las elecciones primarias.
“El juez Moore nunca ha sido realmente una persona interesada en la economía”, dijo Bannon. Más rotundamente, es muy difícil imaginar a Moore y Bannon sosteniendo una conversación. Y dado que las conversaciones de Bannon suelen incluir referencias frecuentes y desalentadoras a los precios del petróleo apuntalados por el yuan y a la Crisis de la Anulación de 1832, podría tener dificultades para encontrar candidatos capaces de conectar con él, y al mismo tiempo, con los votantes suburbanos de Virginia del Norte.
Bannon promete una contienda más intensa por parte de Kelli Ward de Arizona, postulada para el Senado de Estados Unidos. “La inmigración y el comercio serán una parte importante de la contienda en Arizona”, dice. Bannon también apoya a Michael Grimm, un republicano de la ciudad de Nueva York que busca recuperar su escaño en la Cámara estadounidense. Grimm, que pasó varios meses en prisión por evasión de impuestos, busca reemplazar a Daniel Donovan Jr., también republicano. En mayo pasado, Donovan fue uno de los 20 republicanos que votó en contra de la revocación de la Ley de Atención Sanitaria Asequible. En octubre, Bannon apoyó a su contendiente, y Grimm tuiteó una fotografía de ambos hombres posando en la “embajada de Breitbart”, es decir, la casa en Capitol Hill que funciona como sala de prensa de Breitbart. Bannon también vive ahí.
Grimm dice que Bannon le recuerda a la familia de su padre, compuesta por inmigrantes alemanes e irlandeses que realizaban trabajos en fábricas de Brooklyn y que veían muy poca utilidad en las nimiedades, fueran políticas o de otro tipo. “Si el presidente Trump no tiene éxito, perderemos a nuestro país como lo conocemos”, dice Grimm. “Nadie comprende esto mejor que Steve Bannon”. Aparentemente, Ryan no comparte ese punto de vista. Varios días después de que Bannon apoyara a Grimm, Ryan apoyó a Donovan. Eso puso a Bannon, de nueva cuenta, en la posición de tener que combatir con su propio partido en lugar de hacerlo con los demócratas.
Lo que Bannon considera como una batalla de principios hace que muchos republicanos teman que se trate de un bombardeo suicida. Como explica el estratega republicano Tim Miller, la influencia de Bannon podría llevar a los conservadores establecidos a virar hacia la derecha, como lo hizo Ed Gillespie, con la esperanza de atraer el apoyo de Bannon (Gillespie perdió la contienda de noviembre para elegir al gobernador de Virginia). Por el contrario, los republicanos que no deseaban hacer eso, pero que también temían recibir ataques por parte de Breitbart News por elegir posturas moderadas, podrían decidir no postularse.
Probablemente esa sea la razón, informa The New York Times, de que algunos republicanos “pretendan dispararle” a Bannon “antes que tenga la oportunidad de recuperarse” de la pérdida de Moore. Wilson, el veterano estratega republicano, afirma que el Partido Republicano necesita “derrotar a sus candidatos justo en el momento en que él los apoye”.
Pero Bannon, que se autodefine como un peleador callejero, da la bienvenida a tales ataques, dado que pueden aumentar el contraste entre él y un orden establecido republicano con dinero, pero impopular. Esto, a su vez, lo hará parecer aún más como el vocero del hombre común.
LOS AGONISTAS DE BANNON
El segundo libro que estaba en el cuarto de hotel de Bannon era la impresión encuadernada de un informe del Congreso sobre China. “Volveré para conseguir cualquier documento gubernamental sobre China que pueda obtener”, dice, blandiendo el grueso volumen. “Esas son mis lecturas ligeras”.
Si Richard Nixon “hizo crecer” a China con su visita a ese país en 1972, Bannon está decidido a achicarla. Para él, el crecimiento de China es atemorizante, pero su dominio de los asuntos globales todavía no es inevitable. Piensa que el ascenso de China a la escala de superpotencia ha sido fomentado por lo que denomina “el equipo Bush-Clinton”, que dio la bienvenida a esa nación a la Organización Mundial de Comercio (Clinton) y no la reconoció como una creciente amenaza geopolítica (Bush).
La creencia de que China constituye una amenaza mortal para la hegemonía estadounidense es un artículo de fe inquebrantable para Bannon. Me dijo que apoya “absolutamente” las opiniones de línea dura de Peter Navarro, el autor de Death by China (Muerte provocada por China), cuyo nombramiento por parte de Trump como asesor de la Casa Blanca fue una señal de que se avecinaba una guerra comercial. Bannon piensa que la guerra ya está aquí, y que los estadounidenses han tardado en reconocer la amenaza incipiente, como lo hicieron los polacos durante el verano de 1939, cuando la Wehrmacht se reunió en la frontera occidental de Polonia.
“Es algo parcial. Tienen todas las fuerzas del poder del Estado impulsando esto”, dice. Alude a los planes más ambiciosos de China: un plan de infraestructura internacional de un billón de dólares, conocido como Una Franja, Una Ruta, la incorporación de la mayor y más rápida red de telecomunicaciones móviles del mundo, y “Made in China 2025” (Hecho en China 2025), una mejora en diez industrias, entre ellas, la biomedicina, la tecnología de la información y la generación de energías limpias.
Sin embargo, mientras Bannon anhela una confrontación con China, a otras personas les preocupan los efectos potencialmente devastadores en la economía estadounidense, y mencionan investigaciones que indican que una guerra comercial podría provocar la pérdida de millones de empleos y el aumento de precios para los consumidores.
Trump ya era un proteccionista mucho tiempo antes de conocer a Bannon. En la década de 1980, criticaba frecuentemente a Japón, que en ese entonces estaba en medio de una expansión económica. “Vienen aquí, venden sus autos, sus videocaseteras”, se quejaba Trump en 1988 con la conductora Oprah Winfrey. “Golpean muy fuerte a nuestras empresas”. En 2015, puso en marcha su campaña presidencial con un ataque similar contra Japón, aunque esta vez sin mencionar las videocaseteras. Describió un panorama nacional que recordaba a la novela Las viñas de la ira: “No pueden obtener un empleo debido a que no hay empleos porque China tiene nuestros empleos y México tiene nuestros empleos”.
El director de la campaña de Trump en los primeros días, cuando su apuesta para obtener la nominación republicana parecía una broma o un truco publicitario, era Corey Lewandowski, quien canalizó la belicosidad y la bravuconería de Trump. Luego llegó Paul Manafort, que piloteó la campaña hasta Cleveland para la Convención Nacional Republicana. Pero para finales del verano, señala Lewandowski, su “Leviatán de la elección primaria” había sido pervertido por Manafort, que lo convirtió en un “fracaso en la elección general”. En su nuevo y agradablemente incisivo nuevo libro sobre la campaña, titulado Let Trump Be Trump (Que Trump sea Trump), coescrito con Bossie, Lewandowski describe a Bannon viendo, horrorizado, a Manafort dando una entrevista por televisión desde los Hamptons, vestido con un atuendo náutico. Manafort fue despedido pocos días después.
El hombre que lo reemplazó era poco conocido para el tipo de personas cuyo negocio es conocer a todo el mundo en Washington. Había trabajado para Goldman Sachs, había realizado algunos documentales conservadores en Hollywood y había obtenido millones de dólares por haber comprado una participación en el catálogo antiguo de la serie de televisión Seinfeld. Ahora dirigía Breitbart News, una potente fuerza del ala derecha que aún era desconocida para los lectores de The New York Times. En un perfil publicado en Bloomberg Businessweek, Bannon aparecía vistiendo un pantalón corto y una camisa con los faldones fuera de este, luciendo como una persona ligeramente contrariada que pasa todo el día en el sofá viendo televisión.
El ascenso de Bannon al grado de director de campaña parecía una señal de desesperación, reacción que ahora recuerda con regocijo. “Tan pronto asumí el cargo, dijeron: ‘Dios mío, ahora Trump perderá por 25 puntos y trajeron al bombardero loco solo para destruir a sus enemigos mientras él se hunde’”. No insiste en la victoria sobre Clinton tanto como Trump, pero lo ha mencionado en todos los discursos que le he escuchado: en California, Alabama, Washington. Para él, es una lección de que el moribundo orden establecido puede ser derrotado. Y debe ser derrotado.
Los antiguos miembros de la campaña frecuentemente siguen a su candidato victorioso hasta la Casa Blanca, pero desde que Karl Rove llegó al Ala Oeste con George W. Bush, ningún nombramiento había hecho sonar tantas alarmas: el nuevo puesto de Bannon sería el de jefe de estrategia política, se decía en un comunicado de prensa emitido pocos días después de la elección. “Bannon será la persona más poderosa en la Casa Blanca de Trump”, escribió Ryan Lizza de The New Yorker.
Entonces, ¿por qué Bannon no usó ese poder para defender más enérgicamente sus puntos de vista populistas? Miller, que dirigió el área de comunicaciones de la campaña de Jeb Bush y que ahora es uno de los críticos republicanos más vociferantes de Trump, piensa que esas ideas nunca fueron más que un entramado ideológico para provocar “el agravio cultural y racial”. Señala que la genialidad de Bannon consistió en detectar las primeras señales de ese agravio en el salvaje ecosistema de los medios noticiosos de derecha en internet.
Aunque se dice que Bannon buscaba una tasa impositiva máxima “con un 4 al inicio”, la idea de un aumento de impuestos fue descartada como una fantasía: “el salto de un gato muerto”, en palabras de Grover Norquist, el activista del libre mercado. La Semana de la Infraestructura, que pudo haber sido usada por la Casa Blanca para presentar argumentos a favor de un plan al estilo de la Works Progress Administration (organismo creado para dar empleo a millones de desempleados durante la crisis de la década de 1930), terminó con una propuesta de privatizar el control del tráfico aéreo. Bannon tampoco impulsó el tipo de soluciones a menor escala que republicanos y demócratas podían haber apoyado: una internet más rápida en las comunidades rurales, universidades comunitarias gratuitas, programas eficaces para conservar el empleo, expansión de los programas de tratamiento de opioides. Estas propuestas no habrían sido revolucionarias, pero quizá sí efectivas.
Bannon dejó la Casa Blanca a mediados de agosto, tras un enfrentamiento con el asesor de seguridad nacional H. R. McMaster, el asesor económico en jefe Gary Cohn y la influyente hija del presidente, Ivanka Trump (esta no es, de ninguna manera, una lista completa). En ese momento, lucía abatido y exhausto.
“Me siento muy feliz desde que dejé la Casa Blanca”, dice ahora. “Simplemente no estoy hecho para ser un miembro del personal, ¿verdad? En la Casa Blanca yo tenía mucha influencia, pero al final era un miembro del personal. Es simplemente algo distinto. Es muy jerárquico, y uno tiene un carril en el que debe mantenerse. No es así como yo trabajo”.
Bannon sigue hablando periódicamente con el presidente. Sin embargo, aunque dijo que habló con Trump durante más de 30 minutos el día de la elección especial en Alabama, alguien con acceso a los registros de llamadas de la Casa Blanca afirma que esa llamada no duró más de nueve minutos.
Esa discrepancia podría ser reveladora. Un funcionario de alto nivel de la Casa Blanca, que hablo únicamente con la condición de que su nombre no fuera revelado, me dijo que la relación entre Trump y Bannon se ha “agriado”, aun cuando los informes de los medios de comunicación siguen presentando a Bannon como una especie de Rasputín, con una capacidad singular de influir en el presidente. Dicha persona descartó la idea de que Bannon estuviera asesorando al mandatario sobre la estrategia para las elecciones de 2018. “No tenemos el deseo de participar con él de ninguna forma en las campañas de 2018 o en ningún otro tema”, declaró el funcionario a Newsweek.
El funcionario de la Casa Blanca añade que la influencia de Bannon con respecto a China ha sido exagerada: “A la gente le gusta dar crédito a Steve por una parte del lenguaje y la retórica, pero esas son cosas de las que el presidente ha venido hablando durante años”.
En lo que respecta a Bannon, ninguna intriga palaciega puede eclipsar el trabajo de Trump en la economía. Al preguntársele si Trump era un nacionalista económico, responde: “Mira su política”. Atribuye el éxito de Trump al proteccionismo que los anima a ambos, y menciona los decretos que, en su opinión, acelerarán a la economía estadounidense, y particularmente al sector de fabricación: “El decreto 301 sobre la propiedad intelectual, el 201 sobre el aluminio, el 232 sobre el acero”.
Aunque admite que el proyecto de ley fiscal que los republicanos del Congreso acaban de aprobar tiene varias fallas, no considera que sea un regalo para las corporaciones y los multimillonarios, habiendo adoptado aparentemente la amplia convicción de los republicanos del Congreso de que aprobar cualquier cosa, sin importar lo impopular que pudiera ser, es mejor que no aprobar nada.
“El presidente Trump debería ser candidato al Premio Nobel de Economía”, dice Bannon. “Ha demostrado que el nacionalismo económico funciona. Ha logrado que los espíritus de los animales floten por todo Estados Unidos”.
EL LIBERAL DE DERECHA
Robert Kuttner estaba de vacaciones en Tanglewood, el bucólico retiro de música clásica en Lenox, Massachusetts, cuando recibió un correo electrónico del asistente de Bannon, en el que se le invitaba a una reunión en la Casa Blanca, en la que Bannon aún trabajaba en esa época. Incapaz de viajar a Washington, Kuttner acordó hacer una llamada telefónica. Bannon lo llamó de inmediato, escribió Kuttner, en un relato de ese diálogo.
“He seguido sus escritos durante años”, le dijo Bannon. Esto sorprendió a Kuttner, quien edita The American Prospect, una revista progresista que critica constantemente a Trump y al Partido Republicano. Sin embargo, Bannon reconoció que Kuttner, al igual que otros progresistas, compartía su antipatía contra el libre comercio y el militarismo. Pareció pasar por alto sus muchas diferencias, especialmente con respecto a los temas sociales.
“Estamos en una guerra económica con China”, le dijo Bannon a Kuttner, en una entrevista que resultó sorprendente por su imprudente honestidad. Prometió instalar en el Departamento de Estado a personas con una postura de línea dura ante China, al tiempo que admitió que “no había ninguna solución militar” al enfrentamiento con una cada vez más belicosa Corea del Norte. Al preguntársele sobre los nacionalistas blancos que supuestamente eran sus aliados y a quienes Trump había elogiado como “personas excelentes”, Bannon las desestimó, calificándolas como “un grupo de payasos”.
Bannon dejó la Casa Blanca en los siguientes dos días. Aun cuando ya iba de salida, la entrevista con Kuttner fue como mostrar el dedo medio al aire. También fue un enigmático recordatorio de que existen ciertas coincidencias entre la extrema izquierda y extrema derecha, al menos con respecto a sus puntos de vista económicos. Los extremos políticos están cerca uno del otro con respecto a su antipatía hacia el capitalismo de libre mercado del mundo aplanado y digitalizado. Doce por ciento de las personas que votaron por el senador de Vermont, Bernie Sanders, autoproclamado socialista demócrata, votaron por Trump en la elección general.
Hablé con un miembro del personal del Congreso demócrata en Capitol Hill, que había sido invitado a la embajada de Breitbart debido a que Bannon se había enterado de su trabajo y le intrigaba la posibilidad de una cooperación entre ambos. El miembro del personal, que solicitó que su nombre no fuera publicado, dijo que se sintió “muy sorprendido” por el “interés y nivel de respeto” de Bannon. Hablaron sobre el populismo y la guerra. “Su disposición a involucrarse resultó muy sorprendente. Fue una experiencia surrealista”.
“Era obvio que no podía durar en el puesto durante todo el gobierno de Trump, en parte debido a su oposición a las guerras de elección, al hipermilitarismo y a las interminables ocupaciones estadounidenses, así como a algunas políticas nacionales en las que se inclina más hacia el lado de los demócratas liberales que al de los republicanos, entre ellas, el pleno empleo, el aumento en los salarios, el comercio justo, la aplicación de las leyes antimonopolio y un gasto serio en la infraestructura”, señala el miembro del personal demócrata, quien teme ser “crucificado” por sus homólogos liberales de Washington simplemente por haberse reunido con Bannon.
El hecho de que Bannon comprendiera que el descontento de clase eclipsaría la afiliación partidista en la elección de 2016 resultó profético, e incluso sus más feroces críticos lo admiten. Steve Schmidt, uno de los asesores principales de la campaña presidencial de John McCain en 2008, afirma que Bannon se dio cuenta del cambio hacia el populismo antes de que muchas otras personas. Sin embargo, señala que el movimiento del nacionalismo económico de Bannon es “una absurdidad” que arruinará al Partido Republicano, a menos de que McConnell y Ryan lo derroten antes de la elección intermedia de 2018. “La revolución de la que habla no es más que un espectáculo de circo”, dice Schmidt, refiriéndose al movimiento de Bannon. “Lo único que falta es que alguien se ponga un disfraz de Chewbacca y se pare junto a él en el escenario”.
Kuttner también se muestra escéptico de que Bannon pueda obtener conversos en el ala izquierda. “Hitler tenía un extraordinario sistema de carreteras interestatales”, dice. “Hitler también tenía un extraordinario estado de bienestar para la población. Pero eso no significa que los progresistas tengan algo en común con Hitler”. Señala que esto no equivale a comparar a Bannon con Hitler, sino que pretende advertir que una “superposición incidental” no debe exagerarse para convertirla en una confluencia política mayor. Al igual que muchas personas con las que hablé, Kuttner señala que, hasta ahora, Bannon no ha logrado presentar un candidato que haya adoptado su ecléctico conjunto de ideas. “A menos de que planee postularse él mismo para el cargo, principalmente está vendiendo humo”, dice Kuttner.
Bannon no planea postularse. Y, sin embargo, sigue coqueteando con ideas que podrían resultar más atractivas para la centroizquierda que para la extrema derecha. Por ejemplo, piensa que Silicon Valley se ha vuelto demasiado poderoso. “Google y Facebook deberían ser empresas públicas. Pienso que son demasiado grandes para controlarlas. Y creo que es necesario mantener seguros los datos. Esas empresas deben ser reguladas como las empresas públicas, tal como funcionan las compañías de gas”.
Se trata de una idea fascinante, la cual ha estado rondando por los medios de comunicación liberales durante algún tiempo. Desde luego, nada haría que esa idea resultara tan tóxica para los liberales como un apoyo por parte de Bannon. Los demócratas solo pueden rogar que no comience a predicar a favor de un salario mínimo de 15 dólares la hora.
EL LUCHADOR SOBREVIVE
Las campañas políticas se parecen a las campañas militares, y no solo por la falta de sueño. La facción derrotada recurre a la culpa y la recriminación, mientras que los ganadores embalsaman su victoria con ámbar inmaculado. La Cámara de Representantes podría cambiar en 2018 y, bajo el control demócrata, podría votar para someter a Trump a un juicio político. Pero aquellos que pelearon por él en los meses previos al 8 de noviembre de 2016, esa minoría dichosa, siempre tendrá Wisconsin.
Una fría noche de diciembre, Bannon hizo una fiesta para Lewandowski y Bossie, que acaban de publicar Let Trump Be Trump, su brioso relato de la marcha de Trump hacia Washington. La fiesta se realizó en un restaurante de carnes frente a las oficinas generales de Fox News, en el centro de Manhattan. Poco a poco, el lugar se llenó de luminarias conservadoras como Ann Coulter, que ignoró a alguien que quería tomarle una foto, y Sean Hannity, que vestía una gabardina verde que lo hacía lucir como un papá suburbano. Ruidoso y feliz, Lewandowski convivía con los invitados. Cindy Adams, la columnista de chismes, llevaba un abrigo blanco. Un importador de aceite de oliva me contó acerca del guerrero cultural prototrumpiano Patrick Buchanan y su colección de armas antiguas. Recuerdo el tocino, grande y delicioso.
Bannon llegó cerca del final de la reunión. Cuando lo hizo, el atestado local hizo implosión a su alrededor, como si se hubiera formado un nuevo campo gravitacional. Era la estrella entre las estrellas. Bannon lo sabía, incluso acentuaba su importancia al haberse vestido para la ocasión con una chamarra campera y pantalones con bolsillos laterales, que parecían cómodos y enteramente inapropiados en este sitio, lleno de trajes hechos a medida. El verdadero poder viste exactamente como le da la gana.
Bannon es especial entre aquellos que han dejado el gobierno de Trump en cuanto a que no ha intentado utilizar su relación con el presidente para obtener un provecho personal. Muchas otras personas lo han hecho, aun cuando su relación con el mandatario haya sido mucho más tenue. Al haber jurado seguir luchando por Trump cuando dejó la Casa Blanca, Bannon ha hecho justamente eso. No es probable que perder una escaramuza en Alabama vaya a disminuir su fervor. Se avecinan batallas mayores. “Algo que él hace, y que muchos de nosotros en Washington no hacemos, es que piensa en relación con la historia”, dice Keith Koffler, autor de White House Dossier (El expediente de la Casa Blanca), que publicó recientemente una biografía autorizada de Bannon, Bannon: Always the Rebel (Bannon: El eterno rebelde). “Lo que ocurrió en Alabama no será más que un elemento disuasorio insignificante para él”.
Unos días después de la derrota de Moore, expertos y columnistas discutían todavía si aquello era culpa de Bannon, qué significaba la elección para los demócratas, qué significaba para los republicanos, qué significaba para los estadounidenses, y si ello salvaría a la democracia.
Mientras tanto, Bannon viajó a Tokio. En esa ciudad pronunció un discurso ante un grupo conservador, elogiando al primer ministro japonés, Shinzo Abe, por ser “Trump antes que Trump” al revivir los impulsos nacionalistas japoneses que habían estado dormidos durante largo tiempo. “Japón tiene todas las oportunidades de tomar las riendas de su destino”, dijo. Pero solo si le hace frente a China junto con Estados Unidos.
En Estados Unidos, Trump hizo pública una estrategia de seguridad nacional en la que calificaba a China como una amenaza creciente. “China expandió su poder a expensas de la soberanía de otros”, se lee en el documento. “Su arsenal nuclear crece y se diversifica. Parte de la modernización militar y de la expansión económica de China se debe a su acceso a la economía de innovación de Estados Unidos, que incluye a las universidades estadounidenses de talla mundial”. Si aquello no fue escrito por Bannon, sí que estaba influido por sus ideas.
Pero casi como si quisiera subrayar cuánto ha disminuido la influencia de Bannon, la Casa Blanca nombró poco después a Susan Thornton como su diplomática de mayor nivel en Asia Oriental. Esto fue considerado como otra derrota para Bannon, que alardeaba ante Kuttner de que él la había expulsado del Departamento de Estado.
Y, así, ha llegado el invierno, y Bannon está en los bosques, abriéndose paso en la nieve y preparándose para las incontables batallas que vienen. Escucha los crujientes informes del fuego que viene, pero no se toma la molestia de esconderse. “Creo que uno de mis superpoderes consiste en que no me importa lo que diga la gente. Realmente no me importa”. Para él, este es apenas el comienzo de su movimiento, no el final: la primera entrada, no la novena, como me lo dijo en Montgomery, mientras las estrellas brillaban sobre Alabama, Roy Moore exigía un recuento, y los reporteros escribían en sus computadoras portátiles, redactando obituarios para Bannon y su revolución.
“Peleamos esta noche”, dijo Bannon mientras varios de sus asesores entraban en su cuarto de hotel cargando pesadas y grasosas bolsas del restaurante Arby’s. “Mañana por la mañana, nos levantaremos y pelearemos”