Si uno busca en la enciclopedia la frase “sexo, alcohol y rock and roll”, seguramente estará ilustrada con la foto de Lemmy Kilmister, un hombre que se dio el lujo de fornicar con más de mil mujeres, beber una botella diaria de Jack Daniel’s por casi cuarenta años y tocar el rock más estruendoso durante cincuenta años.
La vida del líder de Motörhead, una banda que de ser considerada “la peor del mundo” por la prensa especializada pasó a convertirse en una verdadera leyenda del rock, se vio caracterizada por el desenfreno, porque tal era la única respuesta de alguien que siempre fue marcado como un marginado. Así fue desde los 10 años, cuando era “el único niño inglés entre 700 galeses” y recibió el apodo que lo acompañaría toda la vida “Lemmy”. (Nunca supo con seguridad por qué lo llamaron así, aunque se dice que fue por su costumbre de pedir dinero prestado para las máquinas tragaperras:Lemmy = Lend me.)
Antes de cumplir los 16 años, las mujeres se convirtieron en una de sus mayores pasiones. Poco antes de abandonar para siempre la escuela, aprendió que una guitarra producía en las muchachas el mismo efecto que un tarro de miel en las moscas. Sin siquiera saber cómo afinarla, iba con una a todas partes, y las mujeres lo rodeaban por el simple hecho de llevarla consigo. Desde entonces, pasaron por su cama más de 1,000 mujeres, razón por la cual algunos lo consideraron una “leyenda sexual” y otros lo consideraron un “calavera machista”. Sin embargo, su relación con las mujeres no era un simple “úsalas y tíralas”, pudiendo tener relaciones lo más serias posibles para alguien a quien jamás se le inculcó la necesidad de tener una relación seria. “A decir verdad, son las mujeres que he perdido en quienes pienso, no en ex miembros de Motörhead”, diría en 2011.
Y el sexo, definitivamente era “la mayor diversión que puedes tener sin reír”. Sin compromisos, porque para Lemmy su único compromiso era con Motörhead. No permitía que los demás miembros llevaran a sus parejas mientras se hallaban de gira, pues cuando eso pasaba “le das a ella toda tu atención, o ella quiere que le des toda tu atención, y la banda es lo primero”.
En un medio donde la cultura de las drogas es prevalente, uno pensaría que consumirlas es una manera de integrarse y no de ser marginado. El caso de Lemmy demuestra que esta suposición es errónea. Durante su estadía en el grupo Hawkwind, se acostumbró a consumir con asiduidad anfetaminas porque “era una droga utilitaria y te mantenía despierto cuando necesitabas estar despierto”. Luego, durante una gira por Norteamérica en 1975, fue arrestado en Canadá por posesión de cocaína; cuando el análisis toxicológico reveló que eran anfetaminas, fue puesto en libertad –no obstante, fue despedido de Hawkwind porque su consumo de LSD a veces le imposibilitaba tocar de manera apropiada, a pesar de que en esa época “todos consumían ácido”.
Aun así, los opiáceos fueron de las pocas cosas en las que Lemmy era inflexible. “Toda mi generación fue parada en seco por la heroína, y ahora esta generación está a punto de ser parada también”. Aunque no despreciaba a quienes la utilizaban e incluso departía con ellos, él siempre se mantuvo alejado de los opiáceos, a pesar de “haber probado todas” las demás.
Sin duda, su droga favorita era el alcohol, el cual consumió en grandes cantidades la mayor parte de su vida. Durante cuarenta años bebió una botella de Jack Daniel’s al día, siempre acompañado de refresco de cola. Cuando alguien le preguntó si alguna vez había sufrido resaca, él respondió: “Solo te da resaca cuando dejas de tomar”. Así que probablemente tuvo su primera cruda a los 68 años, cuando la diabetes y la hipertensión le obligaron a dejar de tomar, y pasó de fumar dos cajetillas diarias a solo dos cigarrillos al día.
Otra pasión suya que fue altamente cuestionada en su momento, era coleccionar artículos alemanes militares. Aun cuando lo hacía por cuestiones puramente estéticas, no faltó quien lo acusara de simpatizar con los nazis. Y es curioso que se haya siquiera pensado eso, cuando él fue uno de los rockeros con más letras en contra del abuso de poder, la guerra y los políticos en general. Todo lo que pudiera sonar a autoritarismo le resultaba despreciable. Aun así, tuvo una impresionante colección de cuchillos alemanes de la Segunda Guerra Mundial, y casi siempre se lo podía ver con una Cruz de Hierro al cuello. Incluso el famoso Snaggletooth o War-Pig (el símbolo de Motörhead, que apareció en las portadas de 20 de los 22 discos de la banda) solía tener una esvástica en uno de los picos de su casco. Y el mismo nombre de la banda lleva la diéresis por cuestiones estéticas, no para modificar la pronunciación. “Solo se la puse para que nos viéramos malos”.
Pero definitivamente el verdadero amor de Lemmy fue Motörhead, la banda que lideró durante cuarenta años. Después de su salida de Hawkwind, Lemmy formó una banda que primero pensó en llamarla Bastard, pero optó por usar el título de la última canción que compuso para Hawkwind. (Irónicamente, “Motorhead” es una forma de llamar a los adictos a las anfetaminas.)
Como si su destino de marginado no pareciera querer abandonarlo, la banda fue considerada “la peor del mundo” en sus dos primeros años. Por esas fechas, Lemmy tomó la costumbre de colocar demasiado alto su micrófono para obligarlo a mirar al techo en lugar del público, por “comodidad personal… [Pero también] era una manera de evitar ver que soloteníamos diez personas y un perro” como público.
El golpe de suerte se dio la noche en que la banda decidió dejarlo todo por la paz. Un contrato de grabación se había venido abajo, el éxito parecía evadirlos y la prensa no les ayudaba mucho en este aspecto, así que decidieron darse una última tocada antes de separarse. Esa noche, le pidieron al dueño de una disquera independiente que grabara esa última tocada como un buen recuerdo, pero ante la tarifa excesiva que exigía el lugar por dejarlos grabar allí, el promotor prefirió regalarles dos días en un estudio para que hicieran un sencillo. La banda aprovechó esos dos días al máximo, y grabaron casi completas 11 canciones. El dueño de la disquera, al oír las cintas, decidió pagar más tiempo en el estudio para que terminaran de pulirlas, y el resto ahora es historia.
El sonido de Motörhead, a lo largo de sus múltiples cambios de alineación, siempre se basó en tres cosas: la voz de Lemmy, el bajo de Lemmy, y el rock and roll más furioso y estruendoso que pudiera salir de una pila de amplificadores. Como bajista, Lemmy era el menos ortodoxo que se pueda pensar: en realidad, no era un bajista, sino que tocaba una guitarra rítmica muy grave de cuatro cuerdas. Por esta misma razón, la gran mayoría de las canciones de Motörhead tienen una cualidad que las marca de manera indeleble en la mente: un riff que nunca se pierde en el fondo de los demás instrumentos, máxime porque Lemmy solía bajarle casi por completo a los graves y subirle al máximo a los agudos en su bajo y sus amplificadores, los cuales también solían tener el volumen a todo lo que daban. La distorsión que se escucha en el sonido de Motörhead no se debe tanto a efectos externos como los de una pedalera, sino al dolor que han de haber sentido esos amplificadores al tener que retumbar a nivel 11 sin volar los conos. (Su favorito se llamaba “Murder One”.)
Hay un viejo debate que a Lemmy lo fastidiaba cada vez que alguien lo sacaba a relucir: ¿Motörhead era una banda de metal, hard rock o qué? Él mismo dijo que siempre tocaron rock and roll, y hasta la fecha sigo preguntándome por qué la gente no se dedica simplemente a oír los discos para saber que, en efecto, él tenía razón. La legendaria “Ace of Spades”, que muchos consideran una de las canciones germinales del thrash metal, en realidad es una pieza de rock and roll tocada a cientos de revoluciones por minuto. Gran número de canciones de la banda tienen una notoria influencia del blues; es más, la estructura de los riffs de Motörhead suelen seguir una base clásica de rock/blues. Vamos, si a un Mustang le pisas el acelerador hasta el fondo y lo haces correr a esa velocidad durante media hora, no se convierte en un Fórmula 1, ¡sigue siendo un maldito Mustang! Y Motörhead era ese Mustang del rock and roll.
Lo curioso es que la banda, y sobre todo su líder, se convirtieron en iconos de la escena subterránea que gozaron de mucho menos éxito que quienes construyeron su sonido basados en las enseñanzas de Lemmy. La canción que da título a su séptimo disco de estudio, “Orgasmatron”, tuvo un éxito inusitado cuando Sepultura la grabó, dejándoles una cantidad de dinero que Motörhead nunca aspiró a ver. E infinidad de las bandas que hoy han dado el salto de los bares y pequeños salones a los estadios, constantemente tocan las canciones de Motörhead a manera de recuperar esa integridad que, en no pocas ocasiones, han perdido. Y cuando a su gente se le preguntaba por qué Lemmy seguía en el negocio a pesar de que no cosechaba en la misma medida que actos mucho menores, la respuesta era sencilla y siempre la misma: “No es por el dinero, créeme; es por la adrenalina”.
A pesar de esta aparente falta de éxito (40 años de carrera; 22 discos de estudio, varios de ellos certificados “de oro”; llenos absolutos doquiera se presentaban; no es precisamente la historia de unos fracasados), el grupo se mantuvo fiel al estilo musical que definió casi desde las primeras notas de su disco debut. Cierto, en realidad Motörhead grabó 21 versiones diferentes del mismo disco, pero no hay artista que no haya hecho esto. Con toda honestidad, si algo no está roto, no lo repares. Incluso en su disco más vituperado,March ör Die (porque, según algunos, habían dado un peligroso paso hacia la comercialización), es posible hallar la furia contra la clase política que convierte a los ciudadanos en autómatas solo útiles para producir o para morir en las guerras, el desdén por la religión que le quita todo lo placentero a la vida y vuelve irresponsables a los humanos (“No necesito esconderme detrás de nada. Yo lo hice… cualquier cosa que hice”), el gusto por encontrar una mujer y practicar la danza horizontal, y, sobre todo, la filosofía de vida más importante para Lemmy: “Vive con desenfreno, muere viejo”. Y como suele suceder, un disco malo de Motörhead es superior al mejor disco de muchos otros.
Y sobre esa filosofía, casi la logró llevar hasta el último de sus días. Después de haber reducido sus excesos al mínimo (en 2013, cuando su salud se mermó al grado de amenazar con impedirle hacer lo que más le gustaba: rocanrolear), se dio el lujo de grabar un último disco en agosto y de dar conciertos dos semanas antes de su muerte. Cuatro días después de su 70º cumpleaños (el 24 de diciembre), y dos días después de que le diagnosticaran un cáncer, el hombre que era la encarnación misma del rock and roll dejó de existir.
Así, hoy solo nos quedan dos opciones: actuar un poco o un mucho timoratos ante la vida, o poder decir al final: “No tuve una vida en verdad importante, pero por lo menos ha sido divertida”. No sé usted, pero yo tengo ganas de otro Jack Daniel’s y otro disco de Motörhead; nunca se puede tener suficiente de ambos.