Hace algunos años, mientras trabajaba en un reportaje sobre consentimiento sexual para Newsweek en Español, me encontré con cifras alarmantes sobre abuso sexual infantil. En 2019, México ocupaba el primer lugar mundial en abuso sexual infantil, según cifras de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Cada año, 5.4 millones de niñas y niños mexicanos son víctimas de este delito; seis de cada diez de estas violaciones suceden en casa y en 60 por ciento de los casos el agresor es un familiar.
Pensar que esas cifras son solo de los casos registrados continúa afectándome mentalmente. De ahí nació Oídos de palo, una novela sobre una infame realidad mundial: el abuso sexual infantil, un tema que todo el mundo conoce, que los medios difunden con esas alarmantes cifras, pero del que dentro de las casas no se permite hablar.
OÍDOS DE PALO POR MIEDO A LA HUMILLACIÓN
Dentro del hogar y sobre la familia estamos obligados socialmente a mantener los labios cerrados porque abrirlos puede significar una “humillación pública”. Vivimos en una sociedad que prefiere infancias traumatizadas que adultos siendo responsabilizados públicamente por sus actos impropios. “Eso no pasa en nuestra casa, somos una familia feliz”. No oigo, no oigo, soy de palo… y los gritos de quien padece el abuso son asfixiados antes de siquiera llegar a la garganta.
“Unforgettable” es la primera palabra que leerán ustedes en este libro. Así es el abuso sexual, en cualquier momento de la vida en el que se sufra: inolvidable. La gran sociedad adultocéntrica en la que nos movemos nos jura que las infancias olvidan, que aquellos que fueron abusados de pequeños no recordarán lo que les ha sucedido una vez sean adultos. Eso es una gran mentira. Con el abuso sexual se confunde todo, el mundo se pone de cabeza, no entendemos lo que es correcto y lo que no, las formas de mostrar amor se complejizan a tal grado que después ya no sabemos cuál es la manera correcta de hacerlo.
LAS HERIDAS NUNCA SANAN
Y en el centro de toda esa información imposible de digerir para una infancia, esa pequeña persona está sola, sola entre una culpa que cree le pertenece y una tristeza que no es posible superar.
Las heridas de un abuso sexual en la infancia nunca sanarán por completo, pero menos lo harán si quienes estamos obligados a proteger a las infancias hacemos oídos sordos a sus gritos de ayuda.
Oídos de palo entra en una casa a romper el silencio porque el grito debe salir para que las heridas cicatricen, aunque no se borren por completo. La novela, desde su lenguaje infantil e inocente, debe de incomodar al lector, incomodarlo tanto que no pueda ya cerrar los ojos. Debe de darle tanta comezón que la única forma de tranquilizar los nervios será observar hacia el interior de su propia casa, abrir espacios de confianza con las infancias para que estas sepan que cuentan con alguien, que no están solos, que sepan que nadie los puede tocar y que estén seguros de que, si alguien osara tocarlos, tú –su cuidador –te encargarás de hacer justicia, de proteger, de ofrecer consuelo siempre y en contra de quien sea.
CONVERSAR PARA SANAR
Decimos mucho: “Hay que cuidar a las infancias. Esa es la etapa más importante en el desarrollo de una persona”. Lo decimos y después miramos hacia otro lado. Pero la premisa es cierta: sí hay que cuidar a las infancias y sí es la parte más importante del desarrollo humano. Solo falta dejar de decirlo y empezar a actuar.
Los invito a leer Oídos de palo y a que esa lectura sea el detonante de una serie de conversaciones que —aunque pueden ser incómodas mientras suceden— serán sumamente sanadoras cuando se resuelvan. Te invito a prender en fuego tus oídos de palo. N
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Camila Sánchez Bolaño es periodista, librera, escritora feminista y conferenciante sobre creatividad y creación literaria.