Cuando en 1864 el escritor ruso León Tolstoi escribió La Guerra y La Paz, ese fue el título original, su logro literario más importante, que se transformó con el correr de los años en una obra indispensable para todos los que disfrutamos de narrativas atrapantes y de los clásicos que superan idiomas, distancias y siglos, para demostrarnos que la historia de las guerras se repite una y otra vez, con otras armas, con otra tecnología, otros actores, pero con el afán destructivo, sin la misericordia de siempre, ahora con el fatal agregado de no respetar sexos ni edades y mucho menos códigos para la guerra, que sí existen. Hoy da lo mismo que sean soldados preparados para morir en combate, que desvalidos, ancianos, mujeres, niños y jóvenes sorprendidos en un evento. Lo estamos viviendo y observando con azoro y pavor, en los últimos acontecimientos que ocurren en Israel y la Franja de Gaza, esa estrecha, importante y caótica franja de tierra, entre Israel y Egipto, en el Mar Mediterráneo, donde se han desatado los demonios en forma de supuestos combatientes de Hamas, -que poco tienen que ver con el grueso de la población Palestina-, éstos son terroristas destruyendo todo a su paso. La contraofensiva israelí no se hizo esperar y ya hay más muertos que lamentar de ambos lados, todos los días. Inocentes palestinos e israelíes seguirán pagando con sus vidas en medio de esta sorda lucha que parece no tendrá fin, porque los tiempos de paz y guerra se alternan continuamente en esa zona convulsa y proclive a este tipo de conflictos, aunque nunca como en estos aciagos días que vivimos.
No soy analista político, ni trato de establecer posturas sobre el grueso de los pueblos palestinos ni israelíes, que seguramente merecen cosas buenas de la vida, simplemente cuando una invasión como la de Hamas, -no una guerra con soldados y armamentos-, donde fusilaron a familias enteras, decapitaron niños (¡) y violaron a mansalva, para luego ejecutar a seres humanos indefensos, escapa a cualquier análisis geopolítico que dejo a los especialistas en la materia, sólo deduzco que este penosísimo hecho, rebasó las ideologías y religiones, para transformarse en la peor salida posible, traumática y salvajemente aplicada, encendiendo luces de venganza que –insisto- pagarán miles de civiles inocentes.
Mientras tanto, pasan los años y la mayoría de la población mundial, que es sólo observadora y quiere paz sin intermitencias, rogando a Dios por ella. Sin embargo en la región, siguen prestando sus hijos, algunos de ellos todavía niños, para que los mezclen en conflictos que ni siquiera conocen a fondo y terminen masacrados por hacerlos enarbolar intereses desmedidos, creencias llenas de fanatismo y odios ancestrales. Y pensar que en esta obra cumbre mencionada, el autor expone de manera magistral, el punto de vista de Dios sobre estos acontecimientos, por lo visto, hoy se hace oído sordo a todo lo expuesto.
Aunque es bueno reconocer que en La Tierra, la mayoría de los países gozan de paz, también es menester recordar que mientras siga habiendo un solo conflicto armado en el mundo y que éste cobre vidas humanas, nunca estaremos hablando de un lugar pacífico, ese que todos deseamos, más allá de intereses espurios y actos demenciales.
Evidentemente, si Tolstoi estuviese vivo y fuese espectador de lo que ocurre en la guerra desigual y fratricida de Rusia contra Ucrania, más la de estos últimos días en la Franja de Gaza, no podría creer que el hombre se haya alejado tanto del supremo creador del cielo y de la tierra, desatando nuevos actos de guerra, planeados desde el salvajismo humano, que cuando aflora, no hay fuerza divina alguna que lo detenga. Hasta los llamados desesperados del Papa para detener estas barbaries y sus buenos deseos, suenan a discurso naif para los oídos de quienes eligen el camino de la guerra, que genera más violencia.
Los organismos internacionales como la ONU y la OEA, serán los encargados responsables de detener, o por lo menos ordenar este nuevo conflicto, -con olor a viejo-, entre judíos y palestinos, se supone que para eso están estas instituciones que deberían actuar con la celeridad requerida porque aquí están en juego vidas humanas que penden de un hilo conductor de la destrucción que nadie quiere, bueno, por lo menos las personas de buena voluntad, -que supuestamente seguimos siendo mayoría en este mundo desigual, caótico y ultrajado en sus entrañas por sus mismos habitantes-. Este globo terráqueo que debemos proteger y defender porque sigue siendo nuestra casa gigante, que hoy habitamos más de ocho mil millones de personas, donde queremos que sus integrantes se sientan protegidos, sobre todo, pensando en las generaciones jóvenes que apenas lo empiezan a conocer y maravillarse con todo lo hermoso y deslumbrante que hay en él, más allá de las guerras.
Defendamos la paz contra viento, marea e intereses desmedidos y egoístas, no dejemos que se multipliquen los fríos y avasallantes conflictos bélicos. Las guerras siempre sembraron el terror, las miserias humanas y las pobrezas más extremas, sólo resultan un buen negocio para los que comercian con la desgracia, para aquellos que se frotan las manos cuando ven llegar una, porque huelen el dinero proveniente de la venta de armas y municiones que irán, seguramente, a parar en algún pecho joven, victima mortal de estas funestas circunstancias.
Si no somos capaces de generar soluciones para la paz entre todos, seguiremos siendo, de alguna forma, victimarios de algunos que darán su vida por otra guerra inútil.
En medio de tanta guerra y muerte, que viva la paz! N