Los guerreros konyaks de India en el pasado eran conocidos como cazadores de cabezas humanas, una acción que los destacaba de sus pares. En la actualidad los pocos que sobreviven consideran a la generación actual demasiado blanda y temen caer en el olvido.
A Nokkho, de 90 años, le cuesta ver más allá de unos metros. Sus tatuajes faciales de guerrero ya no son nítidos y su frágil cuerpo necesita apoyo. Pero al evocar viejos tiempos “más simples”, su mirada se ilumina. “Hemos visto a nuestros valientes ancianos cortar las cabezas de sus enemigos y hemos participado en muchas batallas”, explica a la AFP.
UNA PEQUEÑA COMUNIDAD EN LA INDIA DE GUERREROS FEROCES
Nokkho es un konyak, de la pequeña comunidad de guerreros feroces y respetados del estado de Nagaland, India. Fueron los últimos en abandonar la práctica ancestral de cortar la cabeza de sus enemigos en esta región aislada, montañosa y densamente boscosa, cerca de la frontera con Birmania.
“Tengo la suerte de estar todavía vivo, rodeado de mi familia, pero creo que la generación actual es demasiado privilegiada”, comenta, en el pueblo de Chi, a unos 360 kilómetros de la capital regional Dimapur. El anciano proviene de un linaje en peligro de desaparecer, que practicó o presenció la caza de cabezas hace medio siglo.
“Las cabezas humanas eran trofeos que inspiraban respeto”, indica, sentado frente a una pared decorada con cráneos de animales sacrificados por la familia. Cada guerrero llevaba un tatuaje diferente, representando batallas o decapitaciones. En su juventud, se ejercitó a cortar cabezas sobre grandes títeres, pero nunca cortó él mismo una cabeza humana durante una batalla.
LOS ÚLTIMOS CAZADORES DE CABEZAS
Los dos últimos cazadores de cabezas humanas del pueblo, sus dos viejos amigos, murieron hace veinte años. La mayoría de los combates tribales se libraban debido a las discordias relacionadas con las tierras y los recursos limitados. Los guerreros, armados con lanzas, hachas y machetes, tendían emboscadas a sus enemigos.
Los cuerpos decapitados de los adversarios eran atados a un poste de bambú y llevados a la aldea del vencedor, donde eran exhibidos a la población como un testimonio de valentía que celebrar. “Mi juventud fue un período de gran transición”, relata Nokkho, en referencia a la llegada de los misioneros que denunciaron este rito y progresivamente convirtieron al cristianismo a la población, que practicaba una religión animista.
TODO CAMBIÓ POR LA MODERNIDAD
Como Nokkho, Bo Wang, de 90 años, rey de la aldea vecina de Hongphoi, comenzó a cazar jabalíes y otros animales cuando “la caza de cabezas se convirtió en tabú”. La familia de Wang, al igual que otros reyes de las aldeas konyak vecinas, fue la máxima autoridad de la aldea durante generaciones. “Todo el mundo vivía temiendo una emboscada y se nos enseñaba a desconfiar de todos”, relata Wang, describiendo su infancia.
La región es ahora más pacífica, pero Wang extraña esos días. “Todo cambió con la modernidad, nuestra cultura está muriendo”, lamenta. “La gente respetaba la jerarquía,a los ancianos y a su rey. Hoy ya no es el caso”, comenta. N
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