Cuando pensamos en fósiles, lo que visualizamos son los huesos fuertes y resistentes de los dinosaurios o, tal vez, las conchas duras y calcificadas de los amonites. Pero lo que a casi nadie le pasa por la cabeza es una flor cuyos delicados pétalos han sobrevivido al paso de los milenios.
Es verdad que las flores fosilizadas son muy raras. Sin embargo, en un estudio publicado el 12 de enero en la revista Nature Scientific Reports, un dúo de investigadoras de Berlín y Viena utilizó polen para identificar una flor de 40 millones de años preservada en resina de ámbar.
“En términos generales, las inclusiones de plantas en ámbar son más raras que las inclusiones animales”, explica a Newsweek la Dra. Eva-Maria Sadowski, autora principal del artículo. “En cuanto se refiere al ámbar báltico, solo entre 1 y 3 por ciento de todas las inclusiones son de origen botánico. Por esa razón es excepcional encontrar una inclusión vegetal tan exquisitamente preservada y tan grande como la flor de nuestro estudio”.
Y, ciertamente, el tamaño de la flor es de lo más inusual. Se trata de la inclusión floral en ámbar más grande del mundo, pues tiene un diámetro de más de 2.5 centímetros. Aunque tal vez no parezca gran cosa, hay que señalar que la mayor parte de los fósiles florales rara vez mide más de un centímetro.
Esta flor específica creció en los bosques bálticos del norte de Europa. “Aun cuando [esa región] es un depósito de ámbar muy importante, aún sabemos muy poco sobre su vegetación y su clima”, agrega Sadowski. “Por ello, cada nuevo espécimen, como este, expande nuestros conocimientos sobre aquel paleoecosistema”.
LA AMBARIZACIÓN
La fosilización de plantas o animales pequeños en ámbar se conoce como ambarización. “No hemos esclarecido bien el proceso”, reconoce Sadowski. “No obstante, sabemos que hay varios factores que son cruciales para ello, incluidos la química de la resina —no todas las resinas se convierten en ámbar—, la temperatura, la presión y la sedimentación”.
El ámbar se inicia como una resina que mana de la corteza de los árboles y actúa como sellador de las grietas abiertas en el tronco y las ramas. Durante las primeras etapas del proceso de ambarización, la resina impide la entrada de oxígeno para evitar que los microbios puedan descomponer la flor incluida en su interior. “La química de la resina es crítica para este proceso porque, dependiendo de sus propiedades, actúa como una barrera contra los microbios”, explaya Sadowski.
El espécimen de ámbar en cuestión fue descrito inicialmente en 1872 y enviado al Servicio Geológico de Prusia, actual Instituto Federal de Geociencias y Recursos Naturales (BGR, por sus siglas en alemán), sito en el distrito de Spandau en Berlín, Alemania. Pese a ello, Sadowski no sabía nada de dicho espécimen hasta que su colega, el Dr. Dieter Weyer, le habló de una flor enorme e increíble que formaba parte de la colección de ámbar de la institución.
“¡Ni siquiera me había enterado de que tenían una colección de ámbar!”, recuerda la investigadora. “Así que fui con la curadora de la colección BGR, la Dra. Angela Ehling, para pedirle que me permitiera verla. Fue así como encontré el espécimen de nuestro estudio.
EXTRAORDINARIA CONSERVACIÓN DE LA FLOR
“La conservación de la flor y su polen es extraordinaria. Pero lo más impresionante es tener una flor preservada en ámbar —de por sí, un caso muy raro— justo en el momento de la antesis y proporcionando suficiente polen para la extracción”, detalla Sadowski.
La antesis es el momento en que una flor se abre por primera vez, cuando el polen aún se encuentra fresco en las anteras. Tras extraer ese polen, Sadowski y su colega, la Dra. Christa-Charlotte Hofmann, profesora en el Departamento de Paleontología de la Universidad de Viena, pudieron determinar la especie moderna más estrechamente emparentada con el fósil.
Hace 150 años, cuando se hizo la primera descripción, la flor fósil recibió el nombre de Stewartia kowalewskii (la segunda parte del nombre hace referencia al entonces propietario).
Sin embargo, el reciente análisis del polen reveló que el espécimen tenía mucho más en común con el género floral Symplocos, al que pertenecen las actuales S. tinctoria (conocida comúnmente como “hoja dulce”) y S. paniculata (conocida en inglés como “hoja dulce asiática” o “baya zafiro”). Esa semejanza condujo a reclasificar el ejemplar con el nombre de Symplocos kowalewskii.
“Los fósiles de flores Symplocos suelen ser bastante raros”, aclara Sadowski. “Hasta el momento, solo se han confirmado dos ejemplares fósiles de este género, y no están incluidos en ámbar. Aun así, cada fósil aporta información adicional sobre el aspecto que tuvo el género en su pasado paleolítico”.
Sadowski añade que, en su opinión, la flor creció de una conífera y probablemente fue endémica de los hábitats boscosos del bosque de ámbar, aunque también es posible que poblara zonas pantanosas.
SABER MÁS SOBRE LOS BOSQUES
“Nuestro estudio expande el conocimiento de los bosques del Eoceno tardío de Europa, y sobre el aspecto que posiblemente tuvieron en aquel periodo geológico”, añade Sadowski. “Por supuesto, también nos ayuda a sacar conclusiones sobre el clima que imperaba en la región en aquella época y cómo ha cambiado hasta nuestros días”.
Los bosques bálticos se alzan en el norte de Europa central y abarcan Dinamarca, Alemania, Polonia y Suecia. Si bien el clima de la región suele ser bastante frío, las plantas fósiles —de 30 o 40 millones de años de antigüedad— sugieren que esos bosques solían ser templados y húmedos.
“[La investigación] también nos da idea de los patrones de distribución que seguían los taxones/linajes de plantas en el pasado y cómo fueron cambiando hasta nuestros tiempos”, indica Sadowski. “Por ejemplo, hemos encontrado que muchos taxones obtenidos del ámbar báltico —incluido el fósil floral de nuestro estudio— tienen afinidad con las plantas modernas del este y sureste de Asia, y ya no están presentes en la Europa actual”.
En cuanto a sus proyectos a futuro, Sadowski dice que seguirá estudiando especímenes de plantas de la misma era geológica para averiguar más sobre el aspecto que tenían las especies botánicas de aquel periodo. “Seguiré reuniendo las piezas de este rompecabezas”, promete la investigadora. N
(Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek).