Aprendizajes de Estación Espacial Internacional con Dr. Serena Auñon-Chancellor
La medicina en el espacio
197 días en la Estación Espacial Internacional.
Ingeniera de vuelo para las expediciones 56 y 57 de la NASA, la doctora Serena Auñón-Chancellor, registró un total de 197 días en la Estación Espacial Internacional (EEI). Durante su misión contribuyó a cientos de experimentos en biología, biotecnología y medicina, entre otras disciplinas. Médico, exploradora incansable y fuente de inspiración para las próximas generaciones, comparte con Newsweek en Español lo que residir en el espacio le ha enseñado sobre la vida en la Tierra.
Desde que Auñón tenía ocho años de edad sentía una gran fascinación por la ciencia y el espacio. “Era una niña muy curiosa, pasaba horas viendo series de ciencia en la televisión, absorbiendo toda la información que podía”, recuerda.
Fue su padre quien la inspiró a estudiar ingeniería eléctrica en la Universidad George Washington, en D.C. Al darse cuenta que la Medicina Aeroespacial le permitiría fusionar todas sus pasiones, obtuvo un Doctorado en Medicina de la Universidad de Texas en Houston y terminó un año adicional como jefe de residentes en el 2005.
“En esa época no había muchas mujeres interesadas en temas de medicina e ingeniería relacionadas con el espacio, por lo que fue difícil encontrar mentores que creyeran en mí. Cuando expresaba que mi sueño era ser astronauta, las respuestas que recibía eran que mis probabilidades de lograrlo eran mínimas. Sin embargo, desde muy chica aprendí que con perseverancia, trabajo y disciplina puedes lograr lo que te propones”.
En 2006, recién graduada, Auñón tuvo la oportunidad de formar parte del equipo del Centro Espacial Johnson, ubicado en Houston, como cirujano de vuelo. Tres años más tarde fue oficialmente confirmada como uno de los 14 miembros del vigésimo grupo de astronautas de la NASA, haciendo realidad un sueño por el que jamás dejó de luchar. A partir de entonces se sometió a una preparación que incluía sesiones intensas de entrenamiento físico y prácticas para sobrevivir en el mar, e incluso simulaciones de vuelo y caminatas espaciales.
“Es crítico lograr un nivel de habilidad experta en todas las áreas, por lo que fueron años desafiantes”, comenta. “Una vez que terminas estos pre requisitos el siguiente paso es brindar apoyo a las misiones que están en la EEI; hasta que un día llega tu turno, el jefe de la oficina de astronautas te invita a su oficina y te dice ‘Tengo un vuelo para ti’. Ese es un día muy emocionante”.
La expedición espacial número 56 de la NASA “Horizontes”, despegó en el cohete ruso Soyuz MS-09 el 6 de Junio del 2018, con Auñón como la única mujer en el vuelo y la segunda astronauta Latina asignada a una misión. “La mañana del despegue definitivamente puedes sentir que será un día especial. El lanzamiento tuvo lugar en Kazajistán, después de vestirnos con los trajes de astronauta nos despedirnos de nuestras familias y nos dirigimos hacia la rampa para abordar la nave. A pesar de haberla vivido en mi mente muchas veces, fue una experiencia surrealista.
Una vez dentro de la nave pasamos varias horas revisando las secuencias del vuelo. Es muy importante evitar que la emoción o los nervios nos distraigan mientras hacemos este trabajo, y aquí las innumerables horas de entrenamiento mental son clave”. El lanzamiento de un cohete es, por definición, una explosión controlada. “Hay un momento, justo antes de que se encienden los motores, en el que te das cuenta que estás dentro de una bomba de 300 toneladas. Creo que es normal tener un poco de miedo al despegar, pero esto dura solo unos segundos, porque las tareas por cumplir vuelven a enfocarnos en nuestra misión”.
“Es increíblemente emocionante cuando el cohete finalmente se enciende”, continúa “y aproximadamente ocho minutos y cuarenta segundos después alcanzas la órbita. Durante este trayecto no podemos ver fuera de la nave ya que está envuelta por una cubierta de metal, pero cuando ésta se desprende es como un velo que cae; entonces entra la luz y ves la curvatura de la Tierra en toda su belleza… jamás voy a olvidar ese momento”.
Las primeras semanas en la EEI requieren de muchos ajustes para la tripulación: “Sin duda el mayor reto es adaptarse a la microgravedad. En esos primeros días en el espacio tus movimientos no tienen mucha gracia y te sientes como la bailarina más torpe”, comparte Auñón.
“Es un cambio que sientes inmediatamente después de despegar, porque el cerebro no percibe su entorno de la misma forma que en la Tierra. Hubo un momento durante el vuelo en el que sentí que todo estaba inclinado a 45 grados y el panel de control del Soyuz me parecía totalmente distorsionado, lo que fue desconcertante. Pero una vez en la estación, poco a poco te conviertes en un ser con ligereza y belleza de movimiento que se ha adaptado a vivir en el espacio. Esta experiencia me hizo apreciar aún más lo maravilloso que es el cuerpo humano, no le damos el crédito suficiente a su capacidad de adaptación”.
Auñón realizó 3,152 órbitas terrestres, viajó 83,3 millones de millas y colaboró en más de 250 experimentos durante su misión.
“Uno nunca deja de sorprenderse de flotar dentro de la EEI, incluso después de 197 días es maravilloso sentir esa libertad de movimiento. ‘Ver la Tierra’ desde el espacio es una experiencia que no puede describirse con palabras. La majestuosidad de nuestro planeta te hace sentir pequeño y te das cuenta de que estamos todos conectados. Tuve la oportunidad de presenciar la belleza de una tormenta eléctrica pasando sobre África durante la noche, y nuestra vista de la Vía Láctea es una de las cosas más fantásticas que he visto en mi vida. También vi cosas aterradoras, como huracanes dirigiéndose a ciudades. Todo esto te hace realizar que la Tierra está viva, que tenemos que cuidarla, que no vivimos por siempre y hay que aprovechar cada día. Quisiera que todos pudieran tener esta experiencia”.
El espacio proporciona un entorno único para la ciencia, por lo que en la EEI continuamente se realizan un gran número de investigaciones médicas. “Cuando no hay gravedad las células se comportan de una manera completamente distinta, y eso nos permite hacer estudios que no es posible realizar en la Tierra. Por ejemplo, observamos una quimioterapia que trabaja atacando las células que suministran de sangre al tumor, lo que los hace crecer”.
“En los laboratorios normales estos estudios solo se pueden realizar en dos dimensiones, pero en el espacio podemos hacer que las células crezcan en 3D, simulando lo que sucede en nuestro cuerpo. Esto nos permite hacer observaciones más profundas y obtener mejores resultados”.
Investigaciones sobre Parkinson, Alzheimer y atrofias musculares también formaron parte de la labor de Auñón. “Nuestros organismos son completamente diferentes en el espacio, por lo que incluso documentamos la respuesta de nuestro cuerpo, convirtiéndonos en parte de un gran experimento. Es un honor estar allá arriba representando a tu país y a la humanidad, así que hay que aprovechar cada segundo y cada oportunidad para el avance de la ciencia”.
Siempre en busca de nuevas fronteras que conquistar, Auñón ha fijado su mirada más allá de la órbita terrestre. Como miembro del proyecto Artemis, cuyo objetivo es construir una estación en la Luna para apoyar la trayectoria de futuros vuelos a Marte, es parte de un equipo que en el 2024 logrará que la primera mujer, y también la primera persona de color, deje sus huellas sobre la superficie de este planeta.
Parte de su investigación se centra en la forma en que estancias prolongadas en el espacio pueden afectar el cuerpo humano, pues se estima que un viaje a Marte tendría entre seis a nueve meses de duración.
“Hay muchas interrogantes, por ejemplo, la exposición a la radiación en el espacio profundo es extrema ¿cómo vamos a proteger a nuestros astronautas?¿Podríamos considerar la propulsión de iones para acelerar el viaje? ¿Qué organismos podremos encontrar, y cómo es que se sostienen? ¿Qué tecnologías debemos desarrollar para sobrevivir Marte? Existen tantas preguntas en el estudio de la ciencia, que es importante integrar el mayor número de puntos de vista posibles. Es por esto que es importante inspirar a las mujeres, a través del ejemplo, a considerar carreras en este campo, a ser audaces para desafiar el statu quo, y con ello ampliar las posibilidades de resolver estos misterios. Cuanto más poder femenino y mano de obra tengamos en órbita, más descubrimientos científicos podremos lograr para proteger la vida aquí en la Tierra”.
Un aspecto clave del éxito de Artemis son las sociedades que NASA está formando con empresas privadas. “Durante mi misión en la EEI, naves de Space X, Northrop Grumman y de otras empresas internacionales nos apoyaron transportando carga y personal, y es increíble ver cómo el espacio comienza a abrirse a tantas personas. Estamos en una nueva era de exploración, e incluso de turismo espacial; finalmente, la gente presta nueva atención a lo fantástico que es lo que hemos logrado estos últimos 50 años. Es increíble que nuestra tecnología nos permita vivir cómodamente fuera del planeta, y que estemos hablando de proyectos como hoteles que orbiten el espacio. Sin embargo, hemos normalizado acontecimientos admirables, y creo que es importante mantener esa capacidad de asombro para valorar este momento en la historia”.
“En mi pequeño lugar para dormir en la EEI tenia fotos de mi esposo y mis hijos, y no dejaba de sorprenderme que estando a 400 kilómetros de la Tierra podía hablar con mi familia todos los días. Quizá eso también fue lo más difícil. Porque no solo me hacían falta mis seres queridos, pero extrañaba la Tierra. Cuando estás en el espacio puedes ver imágenes maravillosas de nuestro planeta y sientes su presencia. Pero extrañas el olor del pasto justo después de la lluvia. No puedes sentir el frío amargo de un día de invierno, o de un respiro cuando estás en lo alto de una montaña. Estas sensaciones no las tenemos allá arriba, y los instantes a los que no les prestamos atención son los que más añoras.
Después de volver de mi última misión tengo una apreciación inmensa por un amanecer, o por un momento de tranquilidad en mi jardín. Todo esto significa mucho más para mí ahora que antes”. Después de más de seis meses en órbita, Auñón abordo el módulo del Soyuz para iniciar su viaje de regreso a la Tierra. Seis semanas más tarde, y una vez que podía caminar nuevamente, inició su primer turno como internista en la clínica de la Universidad Estatal de Louisiana (LSU), en Baton Rouge. “Para los astronautas es obligatorio pasar unas semanas en cuarentena antes de un vuelo; jamás hubiera imaginado que el mundo entero tendría esa experiencia a raíz de la pandemia”. A igual que las clínicas y hospitales de todo el mundo, LSU enfrento un influjo de pacientes con COVID-19, muchos de ellos en condiciones críticas, para los que el sistema no estaba preparado.
“La pandemia nos obligó a ser creativos y a operar de manera diferente. Nos convertimos en los familiares de los pacientes que no podían estar con sus seres queridos, y lo que aprendimos del poder del contacto humano a través de esta experiencia fue sorprendente. Adaptamos tecnologías que utilizamos en el espacio, como la telemedicina, para evitar que las personas tomaran riesgos innecesarios. Aprendimos a racionar medicamentos, para lo que también me apoyé en mi experiencia como astronauta, pues allá arriba nuestras vidas dependen del uso óptimo que le damos a cada uno de nuestros suministros. Con suerte las pandemias ocurren una vez cada siglo, pero esta es la nuestra, y el aprendizaje ha sido tremendo”.
Hoy en día Auñón alterna su trabajo en la Oficina de Astronautas de la NASA con su labor en LSU, en donde también es Profesora Asociada de Medicina Clínica y directora del programa de residentes de medicina interna. “Mis días fluctúan entre conferencias con otros médicos astronautas sobre hábitats lunares seguros, porque vamos a regresar a la Luna, hasta cómo optimizar las experiencias de nuestros residentes en LSU para formar doctores extraordinarios comprometidos con su vocación”.
Al final de la conversación, Auñón reflexiona sobre una trayectoria, literalmente, estelar. “Estoy orgullosa de lo que logramos en nuestra misión en la EEI, y de la respuesta humana y profesional que dio mi equipo en LSU durante la pandemia. Pero, sin duda, mi mayor objetivo sigue siendo inspirar a mis estudiantes, y por supuesto a mis hijos, para que cuando vean las insignias bordadas de la misión espacial de su mamá, se sientan orgullosos”.
“Desde que vi el lanzamiento de un cohete por primera vez, y las imágenes de esos hombres flotando en el espacio pensé: ‘Este tiene que ser un lugar fascinante para vivir y trabajar’. En ese momento supe que iba a ser astronauta”.
Nacida en Illinois en 1976, sus padres emigraron de Cuba a los Estados Unidos con la determinación de forjar un futuro lleno de posibilidades para ella y sus tres hermanas.
En 2006, recién graduada, Auñón forma parte del equipo del Centro Espacial Johnson, como cirujano de vuelo. Tres años más tarde es confirmada como uno de los 14 miembros del vigésimo grupo de astronautas de la NASA, haciendo realidad su sueño.
Parte de su investigación se centra en la forma en que estancias prolongadas en el espacio pueden afectar el cuerpo humano, pues se estima que un viaje a Marte tendría entre seis a nueve meses de duración. N
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek