La ola de la variante ómicron, que actualmente arrasa el mundo, podría haber llegado a su punto máximo. Es posible, aunque está lejos de ser seguro, que la violenta oleada de ómicron sea el principio del fin de la pandemia de covid-19. El panorama más optimista sería algo parecido a esto: una vez que ómicron termine de causar estragos en el mundo, un número suficiente de personas habrá adquirido inmunidad natural. Estas, junto con quienes han sido vacunadas, hará que el virus quede reducido a niveles bajos en la población de forma más o menos permanente.
Cuando ese feliz día llegue (si es que llega), el mundo comenzará a hacer la transición de una crisis continua a algo más manejable. Es decir, una preocupación de baja intensidad que mantendrá ocupados a los científicos y a los funcionarios de salud pública. Pero que dejará al resto de la humanidad libre para dedicarse a los asuntos de la vida cotidiana.
El panorama pesimista, que por desgracia es igualmente válido, comienza con esa pesadilla con la que estamos tan familiarizados. Esta es el surgimiento de una amenaza aleatoria provocada por alguna nueva e imprevista mutación del virus del covid-19 que acabará con todas nuestras esperanzas. En esta situación, ómicron decrece solo para ser reemplazada por otra nueva y problemática variante que provoca más enfermedad y muerte y prolonga la pandemia.
Es demasiado pronto para saber cuál es el panorama que representa mejor nuestro futuro inmediato, y es probable que solo lo podamos ver en retrospectiva. Pero una cosa es razonablemente segura: el SARS-CoV-2, el virus que provoca el covid-19, no va a desaparecer. Prácticamente todos los científicos están de acuerdo en que el virus será algo con lo que tengan que convivir las generaciones venideras.
Aun si la pandemia reduce su intensidad, no está claro cómo será nuestro futuro con el SARS-CoV-2. ¿Acaso el virus mutará para convertirse en algo benigno, como el resfriado común? ¿O nos acosará como la influenza y requerirá una vacuna anual y una constante vigilancia para detectar la próxima pandemia? ¿O romperá totalmente con todas las convenciones y seguirá algún camino nuevo y catastrófico? Los científicos han hecho un llamado a los gobiernos a que actúen para hacer frente a las implicaciones a largo plazo de vivir con el SARS-CoV-2.
Mientras tanto, la pandemia aún no termina. Dado que existen miles de millones de personas que aún no se infectan, ómicron tiene todavía una amplia capacidad de maniobra para provocar el caos. Ha superado a la variante delta en 110 países, señala la Organización Mundial de la Salud (OMS). Entre estos se encuentra Estados Unidos, donde el número de casos ha alcanzado hasta tres veces más que la cifra máxima anterior en enero de 2021.
Esta variante es tan contagiosa e infecta por igual a personas vacunadas y no vacunadas, que en los próximos dos o tres meses, afirman los científicos del Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud de la Universidad de Washington (IHME), podría infectar a tres billones de personas. Es decir, más de un tercio de la población mundial.
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“Tengo la esperanza de que, en el panorama muy, muy general, las cosas estén mejorando”, señala Jonathan Eisen, biólogo evolutivo de U. C. Davis. “Sin embargo, cuando realmente vemos los detalles, esa esperanza se debe moderar de acuerdo con los datos disponibles. Y estos son verdaderamente preocupantes”.
LA OLA
El hecho más preocupante actual es la velocidad y la magnitud del brote de ómicron, que todavía habrá de provocar mucho más sufrimiento y muerte.
La buena noticia es que ómicron causa una enfermedad menos grave que el virus original de 2020, o que la variante delta del año pasado.
Con base en los datos de los organismos nacionales de salud que los científicos recopilan periódicamente, en este caso, particularmente en Sudáfrica, el Reino Unido, Dinamarca y Noruega, el equipo de la Universidad de Washington ha calculado que “más de 90 por ciento y quizá hasta 95 por ciento” de las personas infectadas no tendrán síntomas. Muchas de ellas ni siquiera se enterarán de que tuvieron el virus.
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Y el índice de mortalidad, con base en informes de esos países, “es probablemente entre 90 y 96 por ciento menor con ómicron que con delta”, la variante que causó tanto dolor y muerte el año pasado.
Sin embargo, la enorme cantidad de personas que se han infectado al mismo tiempo ha puesto a prueba a los hospitales y sistemas de salud pública. Incluso, un virus menos grave pero altamente contagioso puede enviar a muchas personas al hospital.
Ómicron también está demostrando ser una importante amenaza para las poblaciones vulnerables, como las personas de la tercera edad o aquellas con sistema inmune comprometido. Las personas no vacunadas podrían tener hasta 13 veces más probabilidades de morir que quienes tienen su esquema completo de vacunación, de acuerdo con datos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC).
Los índices de vacunación en algunos de los países más pobres del mundo equivalen a la sexta parte de los observados en Estados Unidos. Y los efectos del “covid-19 de larga duración”, en el que los síntomas duran meses o años, aún no se comprenden del todo.
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En cuanto a lo que ocurrirá inmediatamente después de que la ola de ómicron decline, los científicos están divididos. Ali Mokdad, epidemiólogo del IHME, se muestra optimista. “Después de ómicron, en algún momento alrededor de marzo o abril esto quedará en el pasado”, dice.
“A menos de que surja una nueva variante, pensamos que estamos en una muy buena posición. No en la normalidad; no volveremos a la normalidad, sino hasta que dejen de surgir nuevas variantes. Pero estamos en una posición mucho mejor: nuestros hospitales no estarán saturados, nuestro personal médico tendrá un descanso. Las personas viajarán. Las cosas cambiarán”.
Sin embargo, Eisen afirma que no hay cifras sólidas que apoyen la opinión de que ómicron aumentará la inmunidad de las personas en una magnitud suficiente para impedir el surgimiento de nuevas variantes. “Lo veo por todas partes”, dice. “Se basa principalmente en esperanzas y no en datos”.
UNA EVOLUCIÓN DESCONCERTANTE
Casi todos los científicos están de acuerdo en que, en el futuro, el SARS-CoV-2 se volverá “endémico”. Ello significa que pasará más o menos a segundo plano y generará brotes ocasionales que quizás alcancen niveles endémicos de vez en cuando. Y posiblemente se requerirán campañas de vacunación para controlar dichos brotes.
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Pero, en términos generales, la expectativa es que se convierta en algo más parecido a una de las enfermedades infecciosas con las que ya vivimos. Por ejemplo, el VIH o el VSR, que provoca síntomas semejantes a los del resfriado, pero puede ser peligroso para niños pequeños y adultos mayores.
“Podemos decir, en forma bastante definitiva, que el virus llegó para quedarse”, dice Josh Michaud, director asociado de políticas globales de salud de la Fundación Kaiser Family. “Aunque puede tratarse de un virus permanente, no creo que esta crisis también lo sea”.
Esta expectativa se deriva principalmente de los antecedentes de otras enfermedades infecciosas, y no de algún conocimiento fundamental sobre el SARS-CoV-2. La función que el virus tendrá en nuestro futuro sigue siendo un misterio.
“Algo de lo que no se habla en todas las conversaciones es que estamos lidiando con un nuevo coronavirus”, afirma el Dr. Preeti Malani, director de salud y catedrático de medicina en la División de Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Michigan. “Nunca nadie había experimentado esto”.
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La sabiduría convencional sobre los virus es que tienden a volverse menos agresivos con el paso del tiempo. Por ejemplo, los virus de la gripe estacional que actualmente están en circulación suelen ser benignos en comparación con el covid-19. Dado que estos virus han estado con nosotros por mucho tiempo, se conoce poco sobre sus orígenes. Aun así, algunos científicos piensan que el SARS-CoV-2 ocupará un lugar como un virus endémico benigno.
Este punto de vista sostiene que los virus evolucionan para volverse menos perjudiciales debido a que es una estrategia efectiva de supervivencia. Si una variante hace que el hospedero se sienta tan enfermo como para no poder salir de la cama, o si le provoca la muerte, esto inhibirá su capacidad de propagarse y acabará desapareciendo. Las variantes que sobreviven son aquellas que se transmiten fácilmente, lo que favorece a aquellas con menos probabilidades de causar inmovilidad y muerte. Con el paso del tiempo, la selección natural hace que un virus mortífero se vuelva más benigno en un proceso denominado “atenuación”.
El SARS-CoV-2 encaja en este molde, afirma Paul Ewald, biólogo de la Universidad de Louisville. La variante ómicron es tres veces más transmisible que el virus original de 2020, de acuerdo con la OMS, además de ser menos mortífero. A principios de 2020, alrededor de 6 por ciento de los pacientes de covid-19 fallecieron; ahora esta cifra es mucho más baja.
Ciertamente, los tratamientos se han vuelto más efectivos debido a que se han desarrollado nuevos medicamentos. Y los hospitales han aprendido mejor cómo manejar a los pacientes. Sin embargo, el virus también ha cambiado.
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Y los humanos también. Desde que el SARS-CoV-2 invadió nuestra vida hace dos años, nos hemos vuelto más resilientes. En varios países la población está ya vacunada. Y las personas que se han infectado probablemente han desarrollado anticuerpos que ofrecen al menos una protección temporal contra el virus.
“Una vez que se tiene una gran proporción de la población con cierta inmunidad, y actualmente nos acercamos a ello, cada variante sucesiva provoca cada vez menos problemas”, señala Ewald. “En primer lugar, debido a la inmunidad, pero también debido a su tendencia evolutiva, que hace que cada variante sucesiva tienda a ser menos agresiva”.
A pesar de la gran confusión inicial, añade, “parece que la variante delta, y especialmente ómicron, son menos perjudiciales que los virus que se transmitieron originalmente a los seres humanos. Y eso es exactamente lo que habíamos esperado, lo que pronosticamos que ocurriría desde el inicio”.
No todos los científicos están de acuerdo. Eisen señala que, en relación con el covid-19, solo tenemos datos sobre unas cuantas variantes, como la original, alfa, delta y ómicron. Esta información es demasiado poca para respaldar el argumento de Ewald. Además, señala Eisen, la variante delta fue más perjudicial para sus hospederos que alfa, a la que superó como variante dominante.
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“En general, el virus no evoluciona para volverse menos mortífero”, escribió en un correo electrónico. “Tenemos una enloquecida variante, ómicron, que parece estar causando, en promedio, una enfermedad menos grave entre las personas vacunadas. Pero la variante dominante anterior (delta) era mucho más severa que las dominantes anteriores. ¿Entonces están utilizando un solo punto de datos (ómicron) para concluir que existe una tendencia? Eso parece muy poco sólido desde el punto de vista científico”.
Aún si el SARS-CoV-2 llega a convertirse en otro virus relativamente inofensivo, esa evolución podría tardar años. Mientras tanto, los científicos tratan de averiguar cómo se podría manejar el virus mediante las vacunas. Para ello, están examinando los coronavirus existentes en busca de pistas.
Por ejemplo, los estudios sobre el HCoV-229E, un coronavirus que provoca resfriado y neumonía, indican que el virus tiende a reinfectar a las personas cada pocos años al desarrollar cierta capacidad de evadir las protecciones del sistema inmune. De hecho, ómicron, cuyo éxito se debe a que puede infectar a los vacunados y a quienes han tenido infecciones anteriores, parece haber replicado esta capacidad del 229E. Es razonable suponer que las futuras variantes del SARS-CoV-2 continúen con esta práctica.
El hecho de que el SARS-CoV-2 finalmente asuma una nueva función como virus endémico no significa que los brotes se vuelvan cosa del pasado. El virus de la influenza y los coronavirus provocan brotes de vez en cuando, y en ocasiones se convierten en pandemias. La pregunta es qué tan problemáticos serán esos brotes y cómo los manejarán los funcionarios de salud pública.
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Es poco probable que el SARS-CoV-2 se comporte como el sarampión, cuya vacunación en la infancia confiere inmunidad de por vida. Es más probable que la vacunación infantil pueda proteger a las personas contra una enfermedad grave hasta la edad adulta. O bien, el virus puede convertirse en algo más problemático, como la influenza, que evoluciona rápidamente para evadir las protecciones del sistema inmune y exige que las personas se vacunen cada año contra las nuevas variantes. Otra vacuna anual no será agradable, pero no es lo peor que podría pasarnos.
Dicho lo anterior, no hay ninguna ley que diga que el SARS-CoV-2 debe comportarse como lo han hecho otros virus en el pasado. De hecho, el verano anterior, un grupo asesor del gobierno del Reino Unido planteó la escalofriante posibilidad de que el SARS-CoV-2 pudiera adquirir el hábito de recombinarse con otros coronavirus para asumir nuevas y problemáticas formas. El virus, acorralado por las vacunas y la inmunidad de infecciones anteriores, podría adquirir una gran cantidad de nuevas características. Entre ellas, la capacidad de provocar una enfermedad más grave que las versiones anteriores, evadir las vacunas y resistir los tratamientos antivirales. El informe calificó a cada una de estas situaciones como una “posibilidad realista”.
PREPARÁNDOSE PARA LA PERMANENCIA
Muchas personas suelen ponderar si el (pequeño) riesgo que la vacunación implica para ellas mismas compensa el riesgo (mucho mayor) de contraer la enfermedad. Es comprensible. Sin embargo, lo que pocas veces se toma en cuenta es la función de la vacunación en la estrategia global para contener a un virus. Cualquier discusión sobre el futuro del SARS-CoV-2 incluye inevitablemente el estado de la vacunación.
Esto se debe a que, cuanto más tiempo persista un virus sin control, replicándose y mutando entre miles de millones de personas, tanto más probable es que gane la lotería genética y se transforme en algo que perjudique la vida de las personas (o que acabe con ella). Una vez que surjan estas variantes no necesariamente desaparecerán.
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Esta también es la razón por la que muchos científicos y funcionarios de salud pública se muestran renuentes a echar las campanas al vuelo. “Sabemos que, cuanto más se propaga el virus, tanto más se replica, tantas más mutaciones se producen y tantas más variantes habrá”, dice la Dra. Céline Gounder, experta en enfermedades infecciosas de la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York. “Yo cuido mucho de no saltar a la conclusión de que después de esta ola de ómicron el virus se volverá ‘endémico’. O que todos tendremos suficiente inmunidad como para que se transforme simplemente en un resfriado común. No creo que lo sepamos ahora mismo”.
La Dra. Gounder, que formó parte del consejo de asesores del entonces presidente electo Biden sobre el covid-19, escribió, junto con cinco colegas, un cortés pero directo llamado público a la Casa Blanca para que dejara de prometer que “se impondrá” al virus y que, por el contrario, se comience a hacer planes a largo plazo para aceptarlo como la nueva normalidad.
“No dejamos de decir: ‘Oh, esta será la última oleada, y podremos seguir adelante’, cuando en realidad no es así”, dice. “Y realmente creo que debemos decir: ‘Bueno, tendremos que vivir con él’. Entonces, necesitamos actuar en consecuencia y crear un plan a largo plazo”.
Los miembros del consejo de asesores piden un reinicio de la política del gobierno con respecto al covid-19, con un nuevo énfasis en la realización de pruebas y la entrega gratuita de cubrebocas N95, así como una menor dependencia de las vacunas. “Esto no quiere decir que las vacunas no son importantes. Son la primera, segunda y tercera herramienta más importante del instrumental. Pero al tratar con un público que ha llegado a una meseta en el número de vacunaciones, las vacunas no lo harán todo solas”, dice.
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El plan incluye una drástica reconstrucción de los sistemas de salud pública, que languidecían en los años previos al covid-19. Requiere un nuevo cuerpo de trabajadores de la salud que se acerquen a la gente en tiempos de crisis. Recomienda vacunas que funcionen contra muchas enfermedades respiratorias distintas en lugar de estar dirigidas únicamente al virus del momento. Y mejores sistemas de ventilación para las escuelas y otros lugares públicos (nuevos sistemas de calefacción y aire acondicionado) podrían marcar una gran diferencia. Sobre todo, si se tienen en cuenta todo lo que se ha aprendido sobre la propagación de los virus que se contagian a través del aire. Además, afirman, se necesita un plan para varios años en el futuro. Ello porque el covid-19 está lejos de desaparecer y pueden surgir rápidamente pandemias futuras a partir de una sola mutación genética.
“Realmente espero que aprendamos la lección”, afirma la Dra. Gounder. “Por eso presentamos este tipo de argumentos, ya que francamente nos aterroriza lo que pasará si no lo hacemos”.
Los especialistas en salud pública también hacen un llamado a establecer sistemas de alerta mejores y más modernos que adviertan de inmediato sobre nuevos brotes. Los equipos de pruebas deben ser más sencillos y mucho más fáciles de obtener. Y aunque muchas personas puedan odiarlas, probablemente requeriremos vacunaciones periódicas durante un tiempo muy largo. Por supuesto, estas estrategias cuestan dinero.
Los defensores también llaman a poner más atención al resto del mundo, no solo por una preocupación humanitaria, sino como un tema de autoprotección. Un equipo del Hospital Infantil de Texas, en Houston, encabezado por los doctores María Elena Bottazzi y Peter Hotez, desarrolló una vacuna denominada Corbevax y la donó, libre de patentes, a una empresa farmacéutica de India. Se basa en tecnología médica de la década de 1980, mucho menos sofisticada que las vacunas utilizadas en Estados Unidos, pero es notablemente más barata. Una dosis podría costar uno o dos dólares. Los fondos para el desarrollo fueron aportados por organizaciones filantrópicas. Hotez la ha calificado como “algo revolucionario a escala mundial”, especialmente si otros países menos favorecidos pueden utilizarla.
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UNA CRISIS PREDECIBLE
En algún momento las pandemias terminan, sin importar lo bien o mal que fueron manejadas. La llamada gripe española de 1918-1920, que se propagó en un mundo que ya había sido arrasado por la Primera Guerra Mundial, pudo haber matado a 50 millones de personas.
En 1918 no había vacunas, sana distancia ni grandes avances médicos. La pandemia duró dos años, con cuatro mortíferas olas, y después se desvaneció, en gran medida porque el virus se quedó sin posibles víctimas. Es probable que la mayoría de las personas se haya infectado, con un índice de mortalidad de alrededor de 10 a 20 por ciento en todo el mundo.
Dicho virus también evolucionó para volverse menos mortífero, la cual podría ser una de las razones por las que todavía está con nosotros. Conocido actualmente como H1N1, sigue siendo una de las muchas cepas de gripe estacional que circulan por todo el planeta. Por cierto, nunca fue realmente “española”. El nombre se le quedó porque el gobierno español, que era neutral en la guerra, no trató de suprimir la información acerca de ella. Y aunque los brotes anuales de influenza son terribles, no suelen paralizar al mundo.
Los médicos del equipo de transición de Biden piensan que la población considerará que la crisis del covid-19 habrá terminado cuando la tasa de mortalidad alcance una cifra parecida a la de la influenza estacional.
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“Las personas se vacunan y ya está”, afirma Mokdad, de la Universidad de Washington. “No cerramos el gobierno. No rastreamos los contactos de las personas con influenza. Es una situación endémica, y es lo que esperamos del covid-19”. N
(Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek)
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