ES IMPRESCINDIBLE revisar y continuar con las reflexiones que Umberto Eco nos dejó sobre el impacto del 11 de septiembre de 2001 en las Torres Gemelas y la unanimidad de las lecturas que en su momento generó en la mayoría de los espacios informativos: Osama Bin Laden hirió de muerte a uno de los símbolos más poderosos de occidente bajo las garras del terrorismo islámico y conmocionó no solo a Estados Unidos, sino al mundo entero.
Esa lectura, que 20 años después resurge a la luz de los acontecimientos actuales, podría transformarse desde sus símbolos más significativos con los que la humanidad percibe y responde a la red fundamentalista, porque ahora lo que está en el reflector es el anhelo de libertad de las niñas y mujeres de todas las latitudes.
Partamos del análisis de Umberto Eco: “Si el objetivo de Bin Laden era impresionar a la opinión pública… ¿estaban obligados (los medios de comunicación) a repetir la noticia todos los días, al menos durante un mes, (hoy sabemos que fueron años) con fotos, reportajes e infinitos relatos de testimonios oculares, reiterando a los ojos de todo el mundo la imagen de aquella herida? Es muy difícil responder.
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“Los periódicos aumentaron las ventas gracias a aquellas fotos, las televisiones aumentaron la audiencia con aquellos reportajes, y el propio público exigía volver a ver aquellas terribles escenas, ya fuera para cultivar su indignación o por un sadismo inconsciente.
“Tal vez era imposible obrar de otro modo, pero lo cierto es que con esa actuación los medios de comunicación regalaron a Bin Laden miles de millones de dólares de publicidad gratuita en el sentido de que mostraron a diario las imágenes que él había creado precisamente con intención de que todos la vieran, para desconcierto de los occidentales y para orgullo de sus seguidores fundamentalistas”.
Las disertaciones sobre el ataque de Bin Laden no las abordó el escritor desde el enfoque mediático solamente, eso lo sabemos. Sin embargo, ateniéndonos a este, podríamos tratar de ir en esa misma dirección para observar que el tratamiento de los medios podría darle un giro a la percepción de los significados de paz en Afganistán, ante el avance del poder talibán y la invasión de Kabul, la retirada de cuerpos diplomáticos y tropas extranjeras, las protestas de los propios afganos que imploran la intervención internacional para no perder lo ganado en estos años con independencia de las prácticas religiosas, porque hay que decirlo: no todo fundamentalismo tiene vena terrorista ni los terroristas merecen la indiferencia internacional.
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Los símbolos importan y han importado siempre. No podremos borrar de la memoria las imágenes del avión incrustado en las Torres Gemelas superando cualquier ficción insólita, ni el horror que significó ver a personas heridas y aterrorizadas saliendo de nubes de polvo mientras los equipos de emergencia trabajaban en lo que parecía una dimensión desconocida del rescate civil en la Zona Cero, como tampoco olvidaremos las imágenes de las personas que preferían lanzarse al vacío a morir envueltas en llamas, entre otras y tantas escenas dolorosas de las que el mundo fue testigo con horror.
Sin embargo, lo que sí podemos es entender las consecuencias que esos símbolos han tenido a lo largo de estos 20 años y la importancia para el mundo de transformarlos por otros que, aunque comunican también desde lo inusitado, buscan ideales y escenarios distintos: familias enteras se amontonan dentro de un avión y hombres desesperadamente se aferran a él en pleno despegue para salir de territorio afgano; mujeres que desean entregar a sus hijos a soldados con tal de librarlos de las amenazas y los yugos que las oprimen; niñas y mujeres que protestan con pancartas frente a talibanes para no perder la educación y el derecho al trabajo que nos hablan del inmenso anhelo de paz y libertad que por fortuna está encontrando la solidaridad internacional.
Ojalá los medios de comunicación informen con la misma fuerza lo que ocurre con las niñas y mujeres en Afganistán como lo ocurrido en septiembre de 2001 en Nueva York.
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Ojalá, porque estar a favor de la paz, de las niñas y las mujeres no es estar en contra de nadie, de ningún gobierno, ni de ninguna práctica religiosa.
Estar a favor de la paz es hablar de lo que la comunidad internacional puede lograr cuando sustituye la experiencia de un hecho histórico y doloroso, por otro que enmiende las consecuencias que lo originaron.
Estar a favor de la paz es aprender a dialogar, aunque eso signifique ahondar en las diferencias de la humanidad.
Como dijo Umberto Eco: ¿Por qué no intentamos razonar? N
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Adriana García es escritora y periodista. Sus ensayos y novelas se han publicado en México y Estados Unidos. Ha dirigido diversas oficinas de comunicación y es asesora en comunicación política de organizaciones públicas y privadas. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad de la autora.