Las primeras citas tienen el objetivo de conocer a la otra persona con un interés más personal para definir si es compatible como compañera (ya sea para algo formal, informal, casual, etc.). Si a esto sumamos que las primeras impresiones son muy importantes es normal que haya expectativa, nervios y hasta ansiedad cuando se trata de encontrarnos y abrirnos con alguien nuevo.
¿Qué pasa cuando la primera cita no se trata del primer encuentro, cuando las dos personas en cuestión no sólo se conocen, sino que se reconocen a pesar del tiempo, distancia y las circunstancias?
Tomás se divorció joven, dos meses después de haber contraído matrimonio con Rebeca, su amor de verano antes de iniciar su primer año en la universidad. Ambos se dieron cuenta de lo delgada que era la línea entre los polos opuestos que se atraen y las diferencias irreconciliables, así que decidieron cortar por lo sano y seguir por separado con sus vidas como si nunca hubiera pasado.
Él se concentró en terminar su carrera universitaria, vivió con Naomi, no funcionó, se fue a estudiar fuera del país, conoció a un par de chicas y no funcionó, al regresar salió con la cuñada de su hermano, y tampoco no funcionó, si acaso , esto último sólo hizo las consecutivas reuniones familiares un poco incómodas.
En fin, digamos que había decidido quedarse soltero un tiempo, al menos al inicio de alguna manera le emocionó la experiencia de volver a empezar, como si con decidirlo mágicamente se hubiera desarrollado una nueva versión de sí mismo. Una versión remasterizada, lista para iniciar con la mejor parte de su vida, con aquello que se había estado “perdiendo”.
Después de un tiempo de esta remasterización Tomás cayó en cuenta de que, para bien o para mal seguía siendo él mismo, y no sólo eso, sino que lo que más añoraba de ser él mismo era poder compartir su verdadero yo con alguien más. Extrañaba el cotidiano, lo que había visto en su casa, con sus abuelos; las charlas largas en la noche mientras hacían de cenar, platicar sobre los libros que cada uno leía, los besos en la frente, caminar de la mano, cocinar para dos…Comenzó a cambiar las descripciones de sus perfiles en apps de citas, ya no buscaba sólo divertirse ni tampoco ponía chistes insinuantes o fotos editadas, decidió ajustar sus preferencias para encontrar a alguien con quien, de hecho disfrutara pasar tiempo.
Claro que es complicado encontrar un match con quien se haga clic en persona a la primera, así que Tomás pasó de una a una docena de malas experiencias en un par de meses aún después del ajuste en su ‘persona’ virtual. No tenía prisa, así que se desanimaba un poco pero continuaba en sus ratos libres haciendo swipe a la derecha o a la izquierda según fuera el caso, hasta que en uno de esos lapsos se encontró con una descripción que parecía hecha a su medida; las fotos no eran muy claras, la silueta de una mujer y un perro en una roca con montañas de fondo, gente abrazada usando suéteres navideños y una de una mujer con lentes oscuros gigantes de plástico y vestido largo en lo que parecía ser una boda, parecía divertida, en buena forma y sociable pero al mismo tiempo reservada, no había mucha información sobre ella, su trabajo, ni nada realmente, pensó Tomás de forma breve porque lo distrajo la sonrisa que se le salió al leer MATCH al deslizar el dedo.
Quedaron de verse en un café cerca de su trabajo, era una opción buena y segura, un café es ideal para una primera cita; hay intimidad pero no demasiada, se presta para conversar pero también para ser capaz de huir en cualquier momento, suelen ser espacios abiertos y seguros, ah claro y hay bebidas humeantes recién hechas.
Tomás llegó unos minutos temprano, era un lugar acogedor lejos del concepto pídalo usted mismo, había mesitas de distintas formas, incienso en algunas salas y sillones que extrañamente quedaban bien juntos llenos de cojines de colores y texturas poco uniformes. Con la mirada recorrió el lugar, después de unos minutos pidió un vaso con agua y tomó un libro de un estante para hacer cómo que leía algo. Pasó media hora.
Revisaba el celular de reojo, no había notificaciones ni señales de vida, y si le había pasado algo, o que tal que llegó al lugar y al verlo decidió marcharse, Tomás sabía que no era un Don Juan, aparte se había esmerado; llevaba la barba recortada y una camisa estampada que se había animado a comprar por sugerencia de su asistente. Otra media hora pasó y ordenó un café.
Fue entonces que entró una mujer lloviendo a mares, cargaba un perro -igualmente mojado- entre los brazos, tiritaban pero se veían contentos. Después de disculparse varias veces por los charcos que iba dejando cual migajas de Hanzel y Gretel por fin pudo secarse, instalar al perro y relajarse. De casi un salto se sentó a su lado en un gran sillón verde esmeralda, ordenó un tisana y después lo miró como quien intenta ver algo por una rendija.
Los ojos de Tomás estaban muy abiertos, no era obvio que la taza de café que acababan de colocar frente a él fuese la primera, dio un sorbo, estaba aún muy caliente. No podía seguir buscando distractores para ignorar lo obvio así que le preguntó: ¿Rebeca Robles? ¿Eres tú? ¿Rebeca, Rebeca? Sonriendo asintió.
Habían pasado casi 10 años desde la última vez que se habían visto, ahora que sus versiones adultas coincidían se reconocieron en seguida. Resulta que el perfil de citas de Rebeca había sido diseñado por su hermana, harta de que se la pasara sólo con su perro Chente para todos lados dio match a diestra y siniestra hasta que, presionada Rebeca accedió ir sólo a una cita ¿Cuántas posibilidades había de que esa primera cita fuera con su ex esposo Tomás? Ninguno de los dos creía en el destino, ni en teorías mágicas, de lo que sí están seguros hoy, que ya llevan dos años juntos, es que a veces una primera cita no es suficiente. Habrá quienes lo ‘sepan’ en el primer momento y a quienes les puede tomar diez años.