Pese a los estragos de la pandemia y el cierre de espacios culturales, el Teatro Penitenciario es reconocido por el impacto social logrado en 11 años tanto dentro como fuera del Cereso del oriente de CDMX
CON TRES NOMINACIONES previas y a poco más de una década de que la comunidad varonil de la penitenciaría de Santa Martha Acatitla, en CDMX, se integrara al teatro, la Compañía de Teatro Penitenciario fue reconocida con el Premio de la Ciudad de México que otorga la Academia Metropolitana de Teatro a proyectos de impacto social a través de las artes escénicas.
La Compañía de Teatro Penitenciario es un proyecto que integra a actores internos y externos de la Penitenciaría de Santa Martha Acatitla con la coordinación y dirección de Foro Shakespeare & Cía. Ambas partes han desarrollado un modelo de gestión autónomo e independiente con el objetivo de profesionalizar a los actores que estén en la cárcel y quieran dedicarse al teatro, además de brindar empleo remunerado y la reinserción social a través del arte y la cultura.
“Estamos emocionados, pensamos que la tercera es la vencida, y si no es por amor, es por cansancio. Este premio lo esperábamos con ganas. Lo necesitamos. Estamos en un hoyo muy grande porque cerramos con muchas deudas”, dice Valeria Lemus, coordinadora de programación y difusión de El 77 Centro Cultural Autogestivo, en entrevista con Newsweek México.
El 77 es el espacio cultural enfocado en el desarrollo de proyectos de impacto social del Foro Shakespeare y es, a la vez, la sede externa de la Compañía de Teatro Penitenciario. Este proyecto aglutina, entre otros, a actores que en prisión hicieron sus pinitos en el teatro y que, ya en libertad, continuaron dedicándose a la actuación.
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Tras el anuncio de cierre de museos y espacios culturales, el pasado 21 de marzo, como parte de las medidas para mitigar la propagación del coronavirus, el Foro Shakespeare y El 77 también bajaron el telón.
La pandemia trajo estragos administrativos importantes en la gestión del inmueble, ya que, como muchos otros espacios culturales y restaurantes en Ciudad de México, tienen encima la deuda del pago de servicios.
“Nosotros, como compañía, cerramos el 20 de marzo y hay que pagar la luz. Cerramos pagando los gastos al día, pagamos a los actores, pagamos derechos y gastos que son necesarios para dar función”, agrega Lemus, quien además se encarga de desarrollar proyectos de impacto social en el Foro.
BAJAN EL TELÓN… UN RATO
Para sostener los proyectos culturales, los integrantes del Teatro Penitenciario se han puesto creativos con ideas para llevar a cabo las puestas en escena a otro nivel, como presentarse en línea o crear foros de discusión en torno a la reinserción social, como lo han hecho a través de Facebook durante estos tres meses de confinamiento social.
“Muchos de nosotros no cobramos y nos fue muy difícil afrontar la pandemia, aunque, claro, dentro de la tragedia hay creatividad, entonces nos pusimos a hacer cosas en línea”, agrega Lemus.
Hasta ahora, 11 actores internos que formaron parte del Teatro Penitenciario han salido libres de Santa Martha. De acuerdo con Valeria Lemus, no todos continúan en el teatro, sino que algunos han migrado o han vuelto con sus familias después de haber trabajado en alguna de las puestas en escena.
“Tenemos tres compañeros que actualmente trabajan de base en la compañía. No es a fuerza que se tengan que quedar, aunque nos encantaría que se pudiera. Tiene mucho que ver con el sentido y realización personal que buscas”, menciona.
Javier Cruz, coordinador y actor en el Teatro Penitenciario, dice a Newsweek México que la llegada de este premio durante la pandemia es una oportunidad para no dejar caer este proyecto después de varios años de “picar piedra”.
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“Hay que levantar el Centro Cultural. El premio nos da aliento porque tenemos los proyectos detenidos por falta de flujo. Nosotros hacemos teatro, y si las salas están cerradas nos pega en la producción, la dirección, a las familias y a todos. Eso sí, seguimos trabajando en lo que nos gusta, que es hacer teatro”, añade.
En tanto, el actor Ismael Corona ve este horizonte como una motivación para mantener el proyecto de impacto social y continuar creciendo para que más personas que se encuentran privadas de su libertad sepan que, al salir de la cárcel, hay oportunidades para seguir adelante a través del teatro, oferta que no se limita solo a los expresidiarios, sino que está abierta también para quienes están presos.
“Queremos llegar a otros centros de readaptación ahora con mujeres, pero, aunque hay proyectos, no hay una constante en ellos. Queremos que sepan que se puede vivir de esto. Independientemente del teatro, hay áreas como vestuario, iluminación, donde necesitamos gente”, agrega Corona.
UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD
Mantener a flote el proyecto de impacto social a través de la Compañía de Teatro Penitenciario radica en las nuevas generaciones. Los resultados no solo se reflejan en lo logrado fuera de la cárcel, sino que comienzan a verse dentro de cada persona privada de su libertad.
Para Valeria Lemus, los resultados de este proyecto se ven con el paso del tiempo, como sucedió en el Cereso de Santa Martha donde, hace 11 años —lo que lleva operando el proyecto de impacto social— no era posible ingresar con público a ver una obra en la prisión.
“Hoy los compañeros que han salido de Santa Martha y que formaron parte de la compañía no han vuelto a delinquir. Ese indicador pudo generarse porque el proyecto ya tiene ciertos años de vida”, añade.
De ahí que El 77 Centro Cultural Autogestivo, dirigido, en su mayoría, por exinternos de Santa Martha, forme parte de esta oportunidad de desarrollar iniciativas que posicionen la cultura como una herramienta de cohesión y transformación social.
Los cuatro ejes de trabajo en El 77 son: prevención del delito con la promoción de la reinserción social mediante la profesionalización a través del teatro; el desarrollo comunitario con la idea de crear vínculos entre organismos sociales y culturales que refuercen la participación vecinal; la recuperación de espacios públicos para promover el desarrollo de actividades artístico-culturales en las calles; y el fortalecimiento del sector cultural al estimular y apoyar iniciativas de creadores, intérpretes, promotores y educadores para la creación de proyectos integrales.
“Este proyecto te sensibiliza y genera autodisciplina. Tiene que ver con el respeto al otro y el control de emociones. Los requisitos para pertenecer a una obra de teatro los terminan aplicando en sus vidas y los modifica. Se convierte en una persona que hace preguntas, es decir, que piensa dos veces antes de volver a delinquir”, señala Lemus.
LIBERTAD EN EL TEATRO
Para Javier Cruz e Ismael Corona, el teatro ha sido una segunda oportunidad tras haber obtenido su libertad, sin delinquir y con la premisa de haber encontrado la libertad y expresión de sus emociones.
“Llegué al teatro gracias a que un compañero de mi celda me invitó a ser parte de las pastorelas. Fui técnico, iluminador, encargado de audio, pero no actuaba, hasta que lo hice. De ahí llegué a Foro Shakespeare y creamos la compañía de Teatro Penitenciario”, recuerda Cruz.
Javier estuvo en la penitenciaria por vender y comprar autos robados. Lo acusaron de robo, lo que le costó 20 años en prisión. De Oaxaca al Estado de México y, finalmente, Ciudad de México, fue el recorrido carcelario por el que pasó hasta toparse, en 2009, con la actriz Itari Marta —hoy directora artística de la compañía de teatro penitenciario El Mago, en Santa Martha Acatitla—, en las cuatro sesiones de teatro que dio en el Cereso.
Con 11 años de formar parte del Teatro Penitenciario, Cruz reconoce que la libertad la encontró en el teatro. “Me siento más libre. Tienes el chance de expresarte, de sentir, de reír y de llorar. Tienes la oportunidad de enfrentarte a ti y a tus demonios en el escenario. Puedes decir lo que quieras, aunque tengas un texto, y sabes que nadie va a callarte por muy duro que sea lo que estés diciendo”, señala.
Por su parte, para Ismael Corona, de 28 años edad y con siete de pertenecer a la comunidad de Teatro Penitenciario, el teatro representa una segunda oportunidad de vida después de cumplir una sentencia de cinco años con pena máxima a menores de edad por homicidio calificado en una riña.
“Por querer resaltar en el grupo, en esa riña maté a una persona que murió por deficiencia renal y me trasladaron a [la Correccional de Menores Tutelar No. 1] San Fernando, en Ciudad de México, donde descubrí mi libertad estando encerrado. Yo era muy maldoso, me gustaba mandar y sentirme más poderoso que otras personas a causa del machismo que fue lo que me llevó a la cárcel”, dice.
Cuando fue trasladado a Santa Martha ingresó en este proyecto de impacto social, primero por conveniencia porque, al tener una formación académica, su sentencia se reduciría.
“En el teatro descubrí quién soy. Me cuestioné. No acepté. Acepté. Quité cosas. Quité culpas, pero también aprendí tanto de mis defectos como de mis cualidades y eso me permitió hacer una balanza en mi vida”, agrega Ismael.
En cambio, para Javier este proyecto le da sentido de pertenencia. “Si no hubiera estado en la cárcel no estaría haciendo teatro, la verdad, puede que ya estuviera muerto”, concluye. “Del teatro, me gusta expresarme y emocionarme. Recibir un aplauso al final de mi trabajo es algo muy chingón, la verdad”.