Uno de los problemas más sentido de la época actual es el hartazgo de propaganda en la vida cotidiana en su cosmos de mercado, incluido el político por la disputa por el poder público, desde luego, la persistente e innecesaria forma de propaganda personalizada. El gobernante no pude desarrollar su trabajo de conducir la “res pública” sin poner su rostro, sin darse cuenta que el lenguaje no verbal, el simbólico y la gestualidad operan de manera contraria a los que ellos esperan de su propaganda. La vanidad de su diccionario perdió el concepto información, con rango institucional. Las relaciones de poder se debaten entre la economía industrial generadora de cosas para usos que facilitan resolver las necesidades por vía de los “aparadores” de mercado.
Las masas como entes políticos, el público amorfo, caldo de necesidades, son encaminadas hacia la existencia de mercados de satisfactores. En ese marco de insuficiencias y complacencias nace la publicidad, una manera pública de saber cómo resolver necesidades mediante la utilización de productos anunciados. Esta producción industrial es una de las columnas de la sociedad del bienestar. Hasta aquí la publicidad adquiere importancia en los medios de comunicación. De manera que, como el producto X se vende y es reconocido por sus cualidades, si las tiene, es el espejo del político que determina ser el modelo de la propaganda y su publicidad.
En campañas electorales se muestra el vértice de una geometría de la competencia política entre productos similares llamadas candidaturas, de manera que, publicitar a fulano o zutana en su candidatura sobrepasa la idea de darlo a conocer en el mercado electoral, la confronta es entre otras candidaturas que van en competencia. En este didáctico instante la publicidad deja de ser información, pues las cualidades, modos, condiciones, se transitan a un proceso de estrés publicitario que deberá superar la disputa del poder público para influir en el inconsciente y subconsciente del elector sobre las ofertas, eso lo hacen todos los participantes en el juego político, el mercado se enloquece y produce un gran agobio entre la sociedad electora. Quién promete más y quién posee el discurso verbal, no verbal, colorimétrico, tipográfico…, los más provocativos usos de las nuevas tecnologías, sobre el beneficio social del pueblo al comprar uno de los productos del mercado político. La información se pone traje de propaganda.
Desde luego que el derecho de las personas a ser informado y a estar informado es rostro de sociedades democráticas, es decir, libres y autónomas; en este fenómeno se encuentra la publicidad de productos, incluido el mercado político, incluye la publicidad de los productos del mercado político pero no la publicidad que se muestra como vulgaridad de la propaganda.
Los gobernantes de hoy violentan su obligación constitucional y legal de INFORMAR al pueblo de las gerencias de gobierno, de justificar las políticas públicas que el colectivo requiere y demanda. La propaganda gubernamental está prohibida en todo momento para los gobernantes, lo ordena nuestra Carta Magna en su artículo 134, ocurre lo contrario en la necedad del gobernante, cancela la obligación de informar, en su lugar se entroniza el culto a su personalidad, generalmente narciso con todo y sus arrugas o con la lozanía de la escases de años y carencia de deontología política y sentido común, ambas formas impulsan una carga de manipulación y simulación psicológica en un corto circuito que pone en aprietos las ansiedades y las esperanzas de la vida compartida, imponen una crisis de imágenes que no dicen nada, menos lealtades, las elecciones de los últimos 29 años en México han demostrado que a pesar de la reiteración del mensaje y su propósito dominante, a pesar de la grotesca y cansada propaganda gubernamental el elector castiga, es falsa la subliminalidad que les venden los mercadologos refractarios a la anhelo colectivo.
La sociedad ha dejado de ser receptor del mensaje para constituirse solo en rentabilidad política. El empacho se precipita, la pesadumbre de la propaganda crea a un ciudadano apático, silente, no participativo, no deliberativo. Las ciudades, donde mora la ciudadanía, se emborrachan de medios gráficos, auditivos, de vídeos, de medios alternativos como carteles, panfletos, dípticos, trípticos, molestas e indeseadas llamadas telefónicas para encuestas o preferencias, de la misma manera la saturación de los nuevos nichos cibernéticos, Facebook, Twitter, Instagram, Wasap, Telegram…
En la cumbre de los Derechos Humanos habrá una respuesta sobre la legalidad de las presiones psicológicas de la que es víctima la sociedad por vía de la propaganda gubernamental y la electoral. El derecho a no ser molestado en el espacio público, merced a ser alma, corazón y vida de él. El derecho a no ser invadido en la intimidad del teléfono residencial o celular, pues estos han transitado de medios de comunicación a prótesis de datos e información de la persona.