La crisis de nuestro sistema de partidos políticos es evidente: las denuncias de fraude que se expresaron ayer durante el proceso de renovación de la dirigencia nacional del PRI, la crisis de liderazgo, fragmentación y desorientación política del PAN, así como la propuesta presentada por el PRD para renovarse junto con otras fuerzas postulando un proyecto libertario y de justicia social, para reconstruir la oposición política a las prácticas clientelares y al discurso autoritario del actual gobierno, obligan a reflexionar sobre las alternativas disponibles para fortalecer nuestra democratización y reorientar la deriva populista que actualmente la amenaza.
Morena que representa al partido gobernante se autodefine como movimiento, pero es una organización “atrapa-todo” caracterizada por la ausencia de equipamiento ideológico, por el enquistamiento de sus dirigentes en las cúpulas del poder, por cancelar el rol del militante y por el acceso directo de los grupos de interés en las decisiones de la organización. Se ha convertido en un partido de conveniencia que busca construir un monopolio político incorporando la política-espectáculo a sus estrategias electorales.
Los partidos nacen como una proyección representativa de la sociedad civil. Son estructuras organizativas para la agregación de los intereses sociales y su representación política. Ellos se caracterizan por su organización formal, la participación voluntaria de sus militantes y porque su actuar se orienta a influenciar las acciones del gobierno. Tienen la función de mediación entre las instituciones públicas y la sociedad civil, es decir, entre el Estado y los ciudadanos.
En el estudio de los modelos de partido confluyen grandes pensadores, desde su vertiente clásica con Moisei Ostrogorski, Robert Michels y Max Weber, para quienes los temas privilegiados del análisis son los tipos de partido, su organización y funciones en la lucha por el poder, hasta los análisis contemporáneos con Maurice Duverger, Giovanni Sartori y Angelo Panebianco quienes ofrecen una perspectiva sobre su estructura, número de organizaciones en la arena política, tipo de relaciones, ubicaciones ideológicas y estratégicas, así como sus relaciones con la militancia y el sistema político. Los conciben a partir de su dinámica organizativa interna en términos de alianzas y conflictos por el poder.
A diferencia de otras partes del mundo democrático donde los sistemas de partido representan escisiones o fisuras existentes en la comunidad política que determinan las tendencias del voto, en México se desarrolló un sistema que prescinde de las identidades colectivas. Los votantes eligen partidos que ofrecen opciones, soluciones y alternativas sobre distintos problemas, seleccionando el más cercano a sus posturas. En el cuerpo electoral coexisten votantes sólidamente vinculados a ciertos partidos así como grupos de ciudadanos cuyo comportamiento es más elástico y susceptible de modificación. Esto explica el crecimiento de la volatilidad electoral y es el primer indicador del debilitamiento de la capacidad de las organizaciones para representar las preferencias políticas de los grupos.
La ausencia de programas consistentes de transformación democrática que guíen la acción de los partidos, produce desencanto político, implicando el riesgo de que importantes grupos de la población se conviertan en presa fácil de los demagogos. Las concepciones autoritarias plantean un sistema de dominación política que merece más atención, pues derivan de ideas que encarnan el “moralismo de la voluntad” para la formación de individuos capaces de sacrificarse por los ideales de redención, postulando un nuevo orden nacionalista con un estilo de mando unipersonal, autoritario y carismático.
@isidrohcisneros
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