Durante los últimos meses el gobierno enfatiza cotidianamente el componente moral de su acción política. Una moralidad que alcanza distintos ámbitos de la vida social. Se habla de “cartilla moral”, de “economía moral” y se postula la idea de una nueva Constitución Moral para México, además desde sus inicios apareció la consiga partidista de: “no mentir, no robar, no traicionar al pueblo”. Con esta insistente campaña de moralidad se pretenden solucionar todos los problemas del país, desde la endémica corrupción política hasta el persistente saqueo de los gasoductos o la evasión fiscal. El discurso es usado incluso, por sus propagandistas para legitimar las decisiones gubernamentales ya sea que se trate de la depuración de los trabajadores de la administración pública o del impulso a los nuevos proyectos como el aeropuerto de Santa Lucía o la refinería de Tabasco, los cuales se harán a toda costa, independientemente de su viabilidad, dado que: “son buenos porque beneficiarán al pueblo”.
Para entender la política de los moralistas es necesario delimitar los conceptos de moral y ética usados como si fueran sinónimos. De un lado, la moral —del latín mos, moris— denota las costumbres del individuo, describiendo y determinando el contenido de los valores, lo bueno y lo malo, lo justo e injusto, el deber y la responsabilidad; del otro, la ética —del griego ethos— designa las costumbres sociales, el modo de ser y la disposición ante la vida, es una ciencia y una teoría filosófica que investiga la realidad moral de manera objetiva para hacerla comprensible a la razón. La ética es una teoría de la virtud que forma a las personas y representa los hábitos sociales que son susceptibles de valoración. Su tarea es doblegar las inclinaciones naturales de la sociedad y educarla para que sea virtuosa. La ética valora los actos humanos que afectan a otros, a determinados grupos sociales o a la sociedad en su conjunto. Es una construcción humana y desde ella pueden juzgarse todos los fenómenos sociales y políticos. Su objetivo es la plena realización de la libertad humana, por eso es que en las democracias se postula una conjunción entre la justicia y la ética pública.
El teórico de la política, Norberto Bobbio, considera que la moral —en cuanto sistema normativo— y la política —en cuanto sistema de poder—, involucran diferentes ámbitos y distintas dimensiones. El héroe de la vida moral es el santo que sufre el martirio para salvar el principio del bien, en tanto que el héroe político es el individuo de la historia universal de Hegel, el jefe carismático de Weber o el gobernante de Maquiavelo que salva (o cree salvar) a su pueblo, incluso al precio de una inaudita crueldad.
Contrariamente para el moralista, la política y la moral son la misma cosa. Recurre al mandamiento divino y parte de presupuestos teológicos para fundamentar sus acciones. Se apoya en las obligaciones religiosas para determinar el bien y rechaza el mal que prohíbe la divinidad. Por ello la moralidad política se articula con el integrismo, el clericalismo y el fundamentalismo. Ella se contrapone a la laicidad que permite la distinción entre la esfera privada de la fe religiosa y la esfera pública de la política. De esta forma, es como los moralistas subordinan las exigencias de la política a las consideraciones de la moral.
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