La ciencia política demuestra que no todo cambio es hacia adelante, sino que también existen transformaciones que producen involuciones y regresión. Es el caso del actual proceso político donde la ciudadanización, que se suponía era la marca distintiva de nuestra democracia, resultó más un buen deseo que una realidad efectiva. Aparece paulatinamente en amplios sectores sociales un conformismo apático e indiferente frente a las distorsiones del sistema democrático que provoca el autodenominado “gobierno del cambio”. El nuevo conformismo representa el declive del ciudadano libre, cívicamente educado, consciente de sus obligaciones y exigente de sus derechos, que cede a las tentaciones del clientelismo, el paternalismo y el populismo.
Sin embargo, el nuevo conformismo resulta más pernicioso porque involucra a la clase dirigente. Se trata de una élite en el poder abiertamente antidemocrática, facciosa y pendenciera que proclama un discurso de cambio, pero que en los hechos se encuentra inmersa en conflictos de interés, es rencorosa con sus correligionarios —quienes por disensos en la forma en que se conduce el país deciden abandonar al gobierno—, es improvisada y manifiestamente incapaz e ineficiente. Ejemplos de locuacidad, vanidad y protagonismo sobran a todos los niveles del gobierno: desde la Agencia de Noticias del Estado, hasta la Secretaría de la Función Pública, desde Hacienda hasta la Cancillería, desde la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México hasta la misma Presidencia de la República. El conformismo como emblema de nuestro tiempo.
Hablar de política es referirse al poder, a quién lo ejerce, cómo lo hace, durante cuánto tiempo y cómo accedió a él. En la democracia el dirigente es un empleado del Estado y por lo tanto tiene más obligaciones que derechos. La preocupación sobre el liderazgo es tan antigua como la política misma. Sus primeros estudios están vinculados a grandes nombres del pensamiento como Platón, Maquiavelo o Gaetano Mosca quienes se preocuparon por aquellos que conducen la vida política en una sociedad. Sus análisis tienen a las élites como actores principales. Las modalidades bajo las que se organizan las comunidades políticas marcan una diferencia muy importante para la vida cotidiana de las personas.
En México se busca que todo cambie para seguir igual. El ejercicio gubernamental se distingue por su liderazgo absoluto, la jerarquización del mando, el dirigismo y el rechazo a la transparencia. Tradicionalmente, las transiciones políticas representaban procesos de cambio, en los cuales un régimen preexistente era sustituido por otro, y donde los viejos valores, normas, instituciones y reglas del juego dejaban de existir plenamente. Nada de ello ha ocurrido.
Por el contrario, en medio del más abyecto sometimiento a las políticas antiinmigrantes impuestas por los Estados Unidos, la impunidad que caracterizó al anterior gobierno continúa desarrollándose. La enorme corrupción que caracterizó a la “estafa maestra”, un fraude al erario público calculado conservadoramente en 7,670 millones de pesos, sigue sin castigo. La crisis de los derechos humanos que padecemos ha superado todos los récords de ejecutados. La militarización de la sociedad avanza sin contrapesos y por si fuera poco, se comete un atropello contra el sufragio y la legalidad en Baja California ampliando anticonstitucionalmente el periodo del gobernador electo. Ya no sólo son estancamientos sino evidentes retrocesos. El nuevo conformismo amenaza con convertir la euforia del cambio en una gran decepción, en un proceso político que dilapidó rápidamente el entusiasmo original.
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