En términos de políticas económicas, Estados Unidos apenas se compara con Dinamarca y Suecia, naciones que Bernie Sanders cita como sus ideales socialistas.
Hace unos días, una mujer de mi gimnasio proclamó que era socialista. Así, de pronto. Y entonces lanzó una apasionada perorata sobre el socialismo contra el capitalismo. Apasionada, sí; pero un tanto confusa. Y por una buena razón: es un argumento estúpido.
A lo largo de mi carrera profesional, he trabajado en 26 países y he aprendido cuán engañosas son las etiquetas de “socialismo” y “capitalismo”, pues todas las economías modernas son una combinación de los dos sistemas. Y Estados Unidos es tan socialista como el que más.
Desde hace 25 años, Heritage Foundation —centro de estudios sito en Washington, D. C.— ha publicado un Índice de Libertad Económica que califica cada país del mundo con una escala de 0 a 100 y, según la cual, una economía completamente libre de intervención gubernamental (digamos la “menos socialista”) obtendría un puntaje de 100. A decir del índice de 2019, la nación más socialista del mundo es Corea del Norte, cuya calificación de 5.9 se encuentra 20 puntos por debajo del país que le sigue en la lista. Y resulta que Estados Unidos no es el país menos socialista (o más libre). Ni por asomo.
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Con 77 puntos, Estados Unidos ocupa la posición número 12. Y Holanda obtuvo la misma calificación que, por ciento, se encuentra apenas una fracción por arriba de Dinamarca y supera con menos de dos puntos a la de Suecia, dos naciones que Bernie Sanders cita como sus “ideales socialistas”.
Puntuaciones tan cerradas podrían sorprender a los progresistas estadounidenses. Y ni hablar de los conservadores, quienes opinan que convertirnos en Suecia es apenas un poquito menos espantoso que encerrarnos en un ascensor con Alexandria Ocasio-Cortez.
Es más, casi todas las naciones occidentales caen en un estrecho rango que oscila de 65 a 80 puntos. Así que, cuando los estadounidenses debatimos sobre el socialismo contra el capitalismo, lo que hacemos es debatir sobre subir o bajar el termostato y no en quitar el calefactor.
El índice contempla 12 medidas y, de ellas, la única en que Estados Unidos es manifiestamente “más libre” que las naciones homólogas es el parámetro de carga fiscal. Es verdad que algunos definen el socialismo con base en la tasa fiscal marginal. De hecho, en una entrevista reciente con Newsweek, John McAfee —exempresario, CEO y sospechoso de homicidio— declaró que los impuestos son una “esclavitud”. A todas luces, McAfee no ha leído gran cosa sobre la esclavitud. No obstante, lo que quiere decir es que los impuestos son una violación de la libertad personal. ¿Y eso qué? Lo mismo podemos decir de los semáforos, los cinturones de seguridad y las leyes que te prohíben conducir mientras te zampas una botella de tequila. En palabras de Oliver Wendell Holmes, los impuestos son el precio de la civilización, y los estadounidenses pagamos menos que el resto del mundo desarrollado.

Afirmar que Estados Unidos se ha vuelto tan socialista como cualquier otro no quiere decir que el país no necesite un cambio. Hemos hecho un pésimo trabajo en algunos aspectos de la red de seguridad social. Y lo sé por experiencia. Crecí por debajo del nivel de pobreza en uno de los proyectos habitacionales de Waycross, Georgia. La pobreza es un asco, y ser pobre no solo significa que tienes carencias. Ser pobre significa vivir en constante temor. Los pobres son hemofílicos económicos. Un rasguñito puede ser mortal. Pero los ricos y la clase media creen entender la pobreza porque un día quedaron “en bancarrota” durante un paseo universitario. No saben lo que dicen.
Ahora bien, podemos lograr grandes cambios sin deshacernos de todo el sistema. Y no debemos temer el cambio. Por ejemplo, podemos aumentar la tasa de los ricos o adoptar un sistema de atención médica universal sin correr el riesgo de un desastre. ¿Qué importa que nos equivoquemos? Los eruditos quieren convencernos de que, si nos desviamos aunque sea un poquito del camino del progreso, arremeteremos contra las vallas de contención y nos precipitaremos por el precipicio económico. Pero la realidad es más parecida a circular por el carril contrario y mover un poco el volante para regresar a nuestro carril.
Afirmar que Estados Unidos se ha vuelto tan socialista como cualquier otro no quiere decir que el país no necesite un cambio.
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Las economías modernas siempre están haciendo adaptaciones. Se ajustan. Solo mira a Nueva Zelanda. Se hizo socialista en la década de 1970 y, con el tiempo, terminó disparando el gasto como proporción del PIB, lo que paralizó su crecimiento económico hasta que apareció Roger Douglas para dirigir la liberación de la economía. Viví seis años en Nueva Zelanda, trabajando con empresas que hacían la transición de socialismo a economía de mercado y, a lo largo de la siguiente década, cayó el gasto gubernamental como proporción de la economía, en tanto que el crecimiento económico aumentó, si bien reconozco que Nueva Zelanda ha experimentado algunos altibajos desde entonces.
Esta reflexión pretende explicar que las naciones occidentales tienden a ser más socialistas de lo que les conviene, porque siempre retroceden cuando la cuenta se dispara. Pero eso no importa. ¿Adivinas quién supera la medida de libertad económica de Estados Unidos? Así es, Nueva Zelanda, la tercera economía más libre del planeta.
Es absurdo descartar nuestro sistema económico actual a favor de otro que ha fracasado muchas veces, y que sigue fracasando en lugares como Corea del Norte, Cuba y Venezuela. Igual de estúpido es amenazar con que cualquier ajuste nos conducirá a un socialismo distópico.
Es mejor debatir sobre el problema real: los gastos a que están destinados nuestros impuestos. Tenemos que presentar los argumentos de otra manera. Con esto me refiero a presentar argumentos más eficaces y productivos.
Porque, en este caso específico, el argumento de “socialismo vs. capitalismo” no nos ayuda.
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Sam Hill es autor y exempresario. Fue director de estrategia internacional en Kraft Foods, y vicepresidente y director mundial de estrategias para DMB&B (hoy conocida como Publicis). También fue socio de la consultoría Booz Allen & Hamilton. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek