Existen circunstancias en la vida que, inmerecidamente, te colocan frente a la historia. Puedo decir que de esta fortuna me he beneficiado al poder frecuentar entre 1988 y 1994 al gran politólogo Giovanni Sartori, mientras cursaba mis estudios de posgrado en Italia, y deseo recordarlo ahora que se cumplen dos años de su ausencia. Fue fundador de la Facultad de Ciencias Políticas “Cesare Alfieri” en Florencia, sede del prestigioso Doctorado de Investigación en Ciencia de la Política que aún cuenta con distinguidos profesores y es semillero de investigadores de talla mundial. Al profesor, periodista y divulgador de las ciencias sociales debemos el impulso que adquirieron las investigaciones de política comparada durante los últimos decenios del siglo XX. Autor de obras de gran calado relacionadas con la teoría de la democracia y de los partidos, la ingeniería constitucional y las sociedades multiétnicas, el estatuto científico de la política y la formación del homo videns —que sustituye al homo sapiens en virtud de la gran influencia de los medios masivos de comunicación en nuestras sociedades—, así como el futuro de la izquierda y los derechos de la naturaleza. Su última obra publicada en 2016 con el título La Carrera hacia Ningún Lugar, representa una advertencia respecto a los enormes peligros que derivan de la sobrepoblación del planeta.
Giovanni Sartori fue docente de Filosofía Moderna, Lógica y Doctrina del Estado, fundador de la reconocida Revista Italiana de Ciencia Política y profesor de las Universidades de Stanford y de Columbia donde tuvo la condición de Emérito. Recibió múltiples premios entre los que destacan: el Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales (2005) y el Karl Deutch de la International Political Science Asociation (2009). Le fue otorgado el Doctorado honoris causa por al menos cinco universidades alrededor del mundo. Dentro de sus enseñanzas más importantes se encuentra la consideración de que el realismo forma parte de cualquier sociedad política. Una democracia que carece de correctivos realistas internos se convierte en una “democracia irreal” en la que se separan la retórica y las acciones, los ideales y la práctica.
Sostenía que el realismo tiene como objeto, no las ideologías, sino los hechos del poder. La experiencia sin la historia es ciega, mientras que la historia sin la experiencia resulta engañosa. En esta configuración, el realismo político es una forma de empirismo radical que deriva de los hechos que caracterizan a la política. Notoriamente, el realismo se contrapone a las utopías e ideologías. De manera tal que, mientras que el utopista busca la perfección política en un mundo de abstracciones y el ideólogo transforma la realidad del poder con apariencias que engañan, el realista busca el verdadero rostro de la política bajo el mundo de las ideas y detrás de las máscaras que desean legitimarla. Afirmaba que el realista político rechaza los sueños de las utopías y las manipulaciones ideológicas. El realismo representa una práctica política que usa virtuosamente las simulaciones y el secreto de Estado, y a través de estas técnicas favorece el surgimiento de construcciones políticas “más allá de las ilusiones”.
Vanni Sartori —como le decían sus amigos más cercanos— fue un politólogo militante, un filósofo de la razón y un agudo maestro del análisis empírico de la política cuya herencia ética e intelectual, aún después de haber partido, continúa dando provechosos frutos.
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