Adjetivizar a la mujer y su lucha por la equidad de género es la peor manera de conmemorar el Día Internacional de la Mujer. Las melosas felicitaciones y la fútil condescendencia masculina (y femenina) en nada contribuyen como para verdaderamente valorar el papel y la aportación social de la mujer.
Los estereotipos, roles y perjuicios son añejas costumbres difíciles de eliminar; no es a través de ellos que las mujeres pretendemos acabar con la discriminación y el trato desigual. De hecho, resulta indispensable que nosotras mismas dejemos de mirarnos como objeto de melosa admiración, por el simple hecho de ser mujeres.
Persisten toda una serie de factores socioculturales que provocan que las mujeres sigamos siendo miradas, tanto desde la perspectiva masculina como femenina, como esa parte de la sociedad encargada del hogar y de cuidar a los hijos. En muchas ocasiones, a pesar de ser conscientes de ello, nosotras mismas nos asumimos bajo esa creencia socialmente aceptada.
En la lucha contra la discriminación, las mujeres estamos obligadas a ser mucho mejores, más capaces y altamente competitivas para arribar a los puestos de responsabilidad, pues es solo a través de ese trabajo intenso que podemos aspirar en condiciones de igualdad con los hombres a puestos de mayor relevancia y mejor remunerados.
Desafortunadamente, no todas lo logran. No todas podrán tener la oportunidad de ese empuje extra que se nos exige, porque simplemente estamos muy ocupadas en otras cosas. Asuntos de mujeres, como estar embarazadas, parir y cuidar a los hijos. No cabe duda que el don de dar vida nos ha resultado un privilegio demasiado caro.
En el México actual las noticias no son buenas en la lucha por la valoración de nuestra contribución social. Vivimos un régimen que ha renovado el machismo a través de la instrumentación de agresivas políticas públicas francamente retrógradas y opuestas al ideal de equidad de género, por el que tanto luchamos cotidianamente.
Uno de los pilares básicos para que la mujer verdaderamente pueda desarrollarse laboralmente está en la disposición de guarderías para los hijos. Sabemos que el hombre difícilmente se quedará en casa voluntariamente a cuidarlos, de manera que, a pesar del paso de los siglos, seguimos siendo nosotras las responsables del cuidado cotidiano de los críos. Si el Estado mexicano no dispone de una estructura adecuada y suficiente para encargar a los pequeños, es imposible que podamos contar con el tiempo y espacio necesarios para abocarnos a nuestro propio desarrollo sin necesidad de ocuparnos resignadamente a la labor doméstica del cuidado de los hijos.
Dejarlos en una guardería gran parte del día no nos hace malas mujeres ni desconsideradas. Es un derecho al que debemos tener acceso, pues de lo contrario poco tiempo quedará para nosotras mismas. No se trata de desentendernos de uno de nuestros deberes primordiales como lo es la atención de los hijos, sino de encontrar el equilibrio entre todas las facetas de nuestro desarrollo.
Lejos de encontrar el ensanchamiento de esas oportunidades, el gobierno actual ha dispuesto la clausura de la infraestructura de guarderías que venía funcionando aceptablemente en el país. La hace so pretexto de erradicar la corrupción detectada en ese ámbito. La descabellada solución: que la abuela se encargue.
Cercenar la existencia de esos centros tan indispensables para el cuidado de los menores, es una afrenta a nuestra dignidad, a nuestro derecho a realizarnos y a la libre disposición de nuestro tiempo. Claro, ello no afecta al varón, quién, de cualquier manera, saldrá a trabajar como todos los días, en el entendido de que aquello es algo que le corresponde resolver a la mujer.
Aunado a lo anterior, la violencia contra la mujer permanece inamovible como una de las principales causas que nos impiden aspirar a una verdadera equidad de género. En mi actividad profesional he sido testigo directa del sufrimiento que esto provoca en las mujeres que no hallan como conseguir ayuda.
Lejos de buscar resolverlo, el gobierno de López Obrador ha decidido pichicatear el presupuesto destinado a los centros de apoyo a la mujer sometida a violencia. ¿Qué quiere que hagan las mujeres sometidas a la crueldad de sus parejas? ¿Ante quien deben acudir cuando es el Estado mismo el que se niega a apoyarlas en las crisis más severas de su existencia? La respuesta es proporcionarles un puño de billetes para que hagan con ese dinero lo que quieran.
Cito solo esos dos casos paradigmáticos que pintan al nuevo régimen de cuerpo entero y para demostrar que mayor insensibilidad no se veía desde hace muchos sexenios en contra de las mujeres.
En este Día Internacional de la Mujer, poco hay que celebrar en México. Lejos de avanzar hemos retrocedido. Parece que tendremos que seguir siendo nosotras mismas, por nuestros propios medios quienes labremos las parcelas de oportunidades, nada hay que esperar del régimen. Afortunadamente contamos con nosotras y con muchos hombres que si alcanzan a comprender la realidad y actúan en consecuencia.