Hay una cantidad de insectos increíble. Y es difícil determinar cuántos son, pues los taxonomistas aún no han descrito alrededor del 80 por ciento de ellos. Sin embargo, es probable que haya cerca de 5.5 millones de especies. Si a esta cifra añadimos las otras especies de animales con exoesqueletos y patas articuladas -lo que conocemos como artrópodos, filo que incluye a los ácaros, las arañas y las cochinillas-, el total sumaría unos siete millones de especies.
A pesar de su ubicuidad en el reino animal, un informe reciente advierte de un “bichocalipsis”, ya que diversos estudios apuntan a que las poblaciones de insectos se están reduciendo a un paso alarmante. En las próximas décadas, esto podría traducirse en la extinción de 40 por ciento de las especies mundiales de insectos.
Lo más preocupante es que no sabemos, a ciencia cierta, por qué están decayendo sus poblaciones. Buena parte del problema podría deberse a la intensificación de la agricultura y al uso de plaguicidas. Aunque sin duda la situación es mucho más compleja, porque la pérdida de hábitat y el cambio climático también podrían desempeñar un papel importante.
Aun cuando algunos informes noticiosos han sugerido que los insectos podrían “desaparecer en cuestión de un siglo”, es debatible que la extinción sea universal. Lo más probable es que desaparezcan algunas especies mientras que otras proliferan y ocupan sus nichos. Con todo, semejante pérdida de diversidad podría tener consecuencias catastróficas por sí sola, debido a que los insectos son fundamentales para la ecología y, si desaparecen, las consecuencias serán terribles para la agricultura y la vida silvestre.
El inmenso reino de los insectos
Es difícil exagerar la cantidad de especies que existen. De hecho, el cálculo de siete millones podría ser excesivamente conservador. Hay muchos insectos que se parecen tanto entre sí -lo que llamamos especies “crípticas” o especies gemelas-, que solo podemos distinguirlos mediante su ADN. En promedio, hay seis especies crípticas por cada una que podemos reconocer con facilidad. Si aplicamos esta regla a la cifra original, los artrópodos alcanzarían un total potencial de 41 millones de especies.
Y aun así, cada especie tiene numerosos parásitos que son específicos de una especie huésped. Muchos de dichos parásitos son ácaros que, a su vez, son artrópodos. Si hacemos el cálculo muy conservador de que solo hay un ácaro parasitario por cada especie huésped, los ácaros alcanzarían un total potencial de 82 millones de especies. Si comparamos esta cantidad con las cerca de 600,000 especies de vertebrados -los animales que tienen columna vertebral-, estaríamos hablando de 173 especies de artrópodos por cada especie de vertebrado.
Ante esas cantidades astronómicas, sir Robert May (físico convertido en biólogo) bromeó diciendo que “con mucha aproximación, todas las especies [animales] son insectos”. May era muy hábil para calcular cifras grandes -llegó a ser el científico principal del gobierno británico-, y su ocurrencia de 1986 se antoja bastante certera en estos momentos.
No obstante, solo hemos contemplado el tema de la diversidad. Pensemos ahora en cuántos insectos individuales se perderían durante una extinción masiva y cuál sería su peso combinado, puesto que su relevancia ecológica depende de estas dos medidas. Resulta que los insectos son tan cuantiosos que, pese a su tamaño, su peso colectivo supera con mucho al de los vertebrados.
E. O. Wilson, el ecologista más celebrado de su generación y entusiasta de la mirmecología [rama de la entomología dedicada a las hormigas], calculó que en cada hectárea del bosque amazónico habitan apenas unas cuantas docenas de aves y mamíferos. En cambio, esa misma hectárea alberga más de mil millones de invertebrados, en su mayoría artrópodos.
Una sola hectárea podría contener alrededor de 200 kilogramos de tejido animal seco. Los invertebrados representarían 93 por ciento de ese peso; y de ellos, la tercera parte estaría compuesta por hormigas y termitas. Estas cifras desafían nuestra percepción de un mundo natural centrado en los vertebrados.
Los convulsos cimientos de la vida
Desde nuestra perspectiva del mundo natural, la función de los diminutos insectos es comer y ser comidos. Sin embargo, los bichos son eslabones críticos en toda cadena alimentaria terrestre. Los insectos herbívoros (que son mayoría) comen plantas, y desarrollan sus tejidos y órganos a partir de la energía química que las plantas obtienen de la luz solar. Es una tarea muy grande que se divide en numerosas especialidades.
Orugas y saltamontes mastican las hojas de las plantas; los áfidos y los fulgoromorfos succionan sus líquidos; las abejas roban su polen y beben su néctar; mientras que los escarabajos y las moscas comen sus frutos y destruyen sus raíces. Hasta las larvas de los insectos que horadan la madera consumen los troncos de enormes árboles.
Los insectos herbívoros sirven de alimento a muchos otros insectos que los capturan, matan o parasitan; y estos, a su vez, son consumidos por los animales u otros insectos más grandes. Es más, cuando las plantas mueren y se descomponen por la acción de hongos y bacterias, los insectos especializados llegan para alimentarse con esa papilla.
Al subir por a cadena alimentaria, observamos que cada animal se vuelve menos quisquilloso en cuanto al tipo de alimento que consume. Mientras que el insecto herbívoro típico solo se alimenta con un tipo de planta, los animales insectívoros (en su mayoría artrópodos, aunque también hay muchas aves y mamíferos) no se fijan mucho en la especie de insecto que ingieren. Es por eso que hay muchas más especies de insectos que de aves y mamíferos.
Y dado que solo una pequeña fracción de la materia de un organismo se transforma en la materia de su depredador, cada eslabón sucesivo de la cadena alimentaria contiene cada vez menos materia viva. Si bien este proceso se vuelve más eficiente conforme subimos por la cadena alimentaria, los animales “de la punta” representan apenas un pequeño porcentaje de la biomasa total. De allí que haya muy contados animales grandes y feroces.
Por todo lo anterior, resulta evidente que, al disminuir la cantidad de insectos, los niveles más altos de la cadena alimentaria sufrirán las consecuencias. Y esto ya está ocurriendo: la menguante abundancia de insectos en los bosques tropicales de América Central se ha acompañado de una reducción equivalente en las poblaciones de ranas, lagartos y aves insectívoras. Como humanos, debemos ser mucho más cuidadosos en nuestra relación con los bichos que dominan el mundo. Como señaló Wilson:
La verdad es que necesitamos a los invertebrados, pero ellos no nos necesitan.
Estudiar a los insectos y conocer sus hábitos no son tareas opcionales. Thomas Eisner, amigo y colega de Wilson, afirmó:
Los bichos no van a heredar la tierra. Ya la poseen.
Si los desposeemos, ¿podremos gestionar el planeta sin su ayuda?
Stuart Reynolds es profesor emérito de entomología en la Universidad de Bath, Reino Unido.
Este artículo fue tomado de The Conversation bajo una licencia de Creative Commons. Lea el artículo original.
Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.