El campo magnético que rodea la Tierra es como un campo de fuerza invisible: protege la vida de las dañinas radiaciones solares al desviar las partículas cargadas. Sin embargo, lejos de ser fijo, este campo cambia continuamente. De hecho, a lo largo de la historia de nuestro planeta, se han registrado varios centenares de inversiones magnéticas globales, fenómeno en que los polos magnéticos norte y sur intercambian posiciones. ¿Cuándo ocurrirá la próxima inversión y cuáles serán las consecuencias para la vida terrestre?
Cuando ocurra una inversión, el campo magnético no será de cero, sino que asumirá una forma más debilitada y compleja. Su fuerza podría ser de apenas el 10 por ciento del nivel actual, y los polos magnéticos se ubicarán en el ecuador. Es más, podría haber varios polos magnéticos “norte” y “sur” simultáneos.
En promedio, cada millón de años se registran unas cuantas inversiones geomagnéticas. Ahora bien, el intervalo entre dichas inversiones es muy aleatorio, y puede prolongarse hasta decenas de millones de años.
También puede haber inversiones temporales e incompletas, lo que denominamos “eventos”. En estos casos, los polos magnéticos se alejan de los polos geográficos -e incluso pueden cruzar el ecuador-, para luego regresar a sus ubicaciones originales. Conocida como inversión magnética de Brunhes-Matuyama, la última inversión completa ocurrió hace unos 780,000 años; mientras que el evento de Laschamp fue una inversión temporal ocurrida hace cerca de 41,000 años. Este evento tuvo una duración de menos de un milenio, y el cambio real de la polaridad persistió alrededor de 250 años.
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¿Apagón o extinción masiva?
Durante una inversión, la alteración del campo magnético debilita su efecto protector, y esto permite que se incremente el nivel de radiación en y por arriba de la superficie de la Tierra. Si algo así ocurriera en este momento, aumentarían las partículas cargadas que alcancen nuestro planeta poniendo en mayor grave riesgo los satélites, la aviación y la infraestructura eléctrica terrestre. La interacción de nuestro campo magnético con erupciones de energía solar violentas genera lo que se conoce como tormentas geomagnéticas, y estos fenómenos pueden darnos una idea aproximada de lo que podríamos experimentar con un campo magnético debilitado.
En 2003, la llamada “tormenta de Halloween” causó fallas en los satélites y los sistemas de comunicación, así como apagones locales en la red eléctrica de Suecia, situación que obligó a desviar los aviones para evitar interrupciones en las comunicaciones y el riesgo de radiación. No obstante, aquella tormenta fue poca cosa comparada con otras del pasado reciente, como el evento de Carrington, el cual ocurrió en 1859 y generó auroras que llegaron hasta el Caribe.
Si bien no se ha podido precisar el impacto que tendría una gran tormenta en la infraestructura electrónica de nuestros días, todo el tiempo que pasemos sin electricidad, calefacción, aire acondicionado, GPS o Internet tendría serias repercusiones. Entre tanto, los apagones generalizados podrían provocar un trastorno económico que ascendería a decenas de miles de millones de dólares diarios.
En cuanto a la vida terrestre y el impacto que una inversión magnética tendría en nuestra especie: no hay manera de predecir, a ciencia cierta, lo que ocurrirá con la humanidad, ya que los humanos modernos no existían cuando ocurrió la última inversión total. Varios estudios han intentado establecer nexos entre las inversiones del pasado y las extinciones masivas, y algunos sugieren que las inversiones y los episodios prolongados de vulcanismo pudieron tener una misma causa. Pese a ello, no hay evidencias de un vulcanismo catastrófico inminente; así que, en la eventualidad de que el campo se invierta a corto plazo, es muy probable que tengamos que encontrar la manera de hacer frente al impacto electromagnético.
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Muchas especies animales poseen alguna forma de magnetorrecepción que les permite percibir el campo magnético de la Tierra, por lo que es posible que aprovechen esta cualidad para navegar grandes distancias durante una migración. Aun así, no queda claro cuál sería el impacto de una inversión en esas especies. Lo único que podemos afirmar es que los humanos primitivos se las arreglaron para superar el evento de Laschamp, y que la vida misma ha sobrevivido a cientos de inversiones completas que han dejado su huella en el registro geológico.
¿Podemos predecir las inversiones geomagnéticas?
Debido a que estamos a la espera de una inversión total que se ha “retrasado”, y al hecho de que el campo terrestre está disminuyendo a una tasa de 5 por ciento por cada siglo, se especula que nuestro campo magnético podría invertirse en los próximos 2,000 años. No obstante, es difícil precisar la fecha, al menos por ahora.
El lento movimiento del hierro fundido en el núcleo líquido de nuestro planeta es lo que genera el campo magnético terrestre. Igual que la atmósfera y los océanos, ese movimiento se rige por las leyes de la física. Por consiguiente, si estudiamos ese movimiento, podríamos predecir el “clima del núcleo” de la misma manera como predecimos el clima real haciendo observaciones de la atmósfera y los mares. Podríamos equiparar la inversión magnética con un tipo específico de tormenta que ocurre en el núcleo, la cual trastorna la dinámica y el campo magnético (al menos por un tiempo), para luego restablecerse.
A pesar de que vivimos dentro de la atmósfera y podemos observarla directamente, todos conocemos muy bien las dificultades inherentes a predecir el clima más allá de unos cuantos días. De modo que hacer predicciones sobre el núcleo del planeta resulta mucho más complicado, sobre todo porque está sepultado bajo una capa de roca de más de 3,000 kilómetros de espesor. Es por eso que nuestras observaciones han sido muy contadas e indirectas. Sin embargo, no estamos completamente a oscuras: conocemos la composición del material que se agita en el núcleo; y también sabemos que ese material es líquido. Por otra parte, contamos con una red mundial de observatorios terrestres y satélites orbitales que miden los cambios del campo magnético, y eso nos da una idea del movimiento en el núcleo líquido.
El hallazgo reciente de que hay una corriente de chorro dentro del núcleo puso en evidencia nuestro ingenio evolutivo, así como nuestra capacidad creciente para medir e inferir la dinámica del núcleo. Esto, aunado a las simulaciones numéricas y los experimentos de laboratorio que estudian la dinámica de fluidos en el interior del planeta, apunta a que nuestros conocimientos están avanzando con gran celeridad. Así pues, la posibilidad de pronosticar el núcleo de la Tierra podría no estar muy lejos de hacerse realidad.
Phil Livermore y Jon Mound son profesores asociados de Geofísica en la Universidad de Leeds, Reino Unido.
Este artículo fue tomado de The Conversation bajo una licencia de Creative Commons. Lea el artículo original.
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