Miles de jóvenes están abandonando la Iglesia cristiana-evangélica de Estados Unidos. A diferencia de sus padres, muchos luchan a favor de la justicia social para los migrantes, las personas LGBTQ, y se oponen al encarcelamiento en masa. Conoce quiénes son los “exvangélicos”.
ALEX CAMIRE dejó la iglesia pocos meses antes de que su pastor anunciara desde el púlpito que la elección de Donald Trump había sido “un milagro del Señor”.
El trabajador social de 29 años, originario de Connecticut, había sido criado en la tradición evangélica; sus padres se casaron bajo ese rito. Sin embargo, la fe de Camire comenzó a menguar una década antes, cuando su iglesia consideró al alcoholismo de su madre, y el posterior divorcio de sus progenitores, como un pecado. Más tarde, la educación universitaria secular le enseñó que “el mundo”, es decir, la comunidad fuera de la iglesia, no lo arrastraría hacia una cloaca de sexo y drogas, como le habían enseñado desde niño. El patente apoyo de su pastor hacia Trump lo convenció de que había tomado la decisión correcta.
Jason Desautels, de California, comenzó de manera similar a dudar de su fe cuando era adolescente. Una semana después del bombardeo en la Ciudad de Oklahoma, el ministro de su iglesia arremetió contra “los pueblos del desierto” y los musulmanes. “Cuando se reveló que el culpable había sido un nacionalista blanco, el ministro no se disculpó ni dijo nada más”, recuerda Desautels. “Y a los adultos no parecía molestarles. Eso fue lo que plantó la semilla”.
Más tarde, siendo soldado de infantería del Ejército estadounidense en Irak, Desautels, que actualmente tiene 39 años, se alejó aún más de la Iglesia. “Estaba en la tierra del Patriarca Abraham”, dice. “Y tuve un extraño momento espiritual en el que me di cuenta de que esas familias habían vivido en este vecindario desde antes de que Estados Unidos se convirtiera en una nación, y aquí estábamos nosotros, diciéndoles qué hacer”. Rompió toda relación con la iglesia cuando su hermana se declaró abiertamente gay y sintió que tenía que pedir perdón a sus padres.
Blake Chastain, de 35 años, ingresó en la Universidad Wesleyana de Indiana la semana del 9/11, con la esperanza de graduarse en el seminario. En lugar de ello, comenzó a alejarse de la Iglesia cuando no pudo conciliar lo que aprendía en los estudios bíblicos con el apoyo de su profesor hacia la guerra de Irak. “El cristianismo conservador”, dice, “iba en contra de las enseñanzas de la Biblia”. Dejó la escuela y comenzó a escribir y a producir su propio podcast. Su nombre: Exvangelical (Exvangélico).
Estos tres hombres están en la vanguardia de un creciente movimiento entre los millennials, el cual da una nueva forma a la Iglesia evangélica y al panorama político de Estados Unidos. Desde la década de 1970, los evangélicos de raza blanca han constituido la columna vertebral de la base republicana. Sin embargo, ahora que los miembros más jóvenes rechazan el virulento partidismo de la era de Trump y dejan la iglesia, dicha base se vuelve cada vez más pequeña y más vieja. Las cifras son reveladoras: hace 20 años, apenas 46 por ciento de los protestantes evangélicos tenían más de 50 años; ahora, 62 por ciento de ellos superan esa edad. La edad promedio de los evangélicos de raza blanca es de 55 años. Solo 10 por ciento de los estadounidenses de menos de 30 años se identifican a ellos mismos como evangélicos de raza blanca. El éxodo de los jóvenes es tan veloz que los demógrafos pronostican que los evangélicos probablemente dejarán de ser una fuerza política importante en las elecciones presidenciales de 2024.
Y las fisuras ya comienzan a verse.
En las elecciones intermedias de 2018, las encuestas de salida mostraron que los evangélicos de raza blanca apoyaron a los republicanos en una proporción de 75 a 22 por ciento, mientras que el resto de la población votante favoreció a los demócratas en una proporción de 66 a 32 por ciento. Sin embargo, los evangélicos mostraron una probabilidad ligeramente menor de apoyar a los republicanos de la Cámara en 2018 que la que mostraron al apoyar a Trump en 2016, lo cual pudo haber contribuido a la recuperación de escaños en la Cámara por parte de los demócratas. El apoyo a Trump declinó más entre los varones evangélicos de raza blanca que entre las mujeres. La brecha de género de 11 puntos entre hombres y mujeres evangélicas de 2016 se redujo a 6 en las elecciones intermedias.
Desde luego, los cristianos evangélicos han sido recompensados por apoyar a Trump tras soportar ocho años de vagar en el desierto político de Obama. Tienen a dos jueces conservadores en la Suprema Corte, y nueve miembros del gabinete han profesado su fe evangélica, al igual que un aluvión de leyes y órdenes ejecutivas que arremeten contra los roles de género, el aborto y los derechos de la comunidad LGBTQ. Sin embargo, los expertos afirman que esto podría representar la última recompensa para un poder político en decadencia. A diferencia de sus padres, a la generación más joven no la animan las guerras culturales; muchos de sus miembros luchan a favor de la justicia social para los migrantes y las personas LGBTQ, y están contra el encarcelamiento en masa, posturas que están más en línea con las del Partido Demócrata.
El resultado es un bloque conservador cada vez más pequeño, algo que podría debilitar al poder político cristiano de raza blanca y, en consecuencia, a un Partido Republicano cuyo futuro depende de su alianza con la derecha religiosa. Es un enigma que Barry Goldwater, padre del moderno conservadurismo del Partido Republicano, pronóstico en 1994: “Recuerden lo que les digo: cuando estos predicadores tomen el control del partido, y seguramente lo harán, será un terrible y condenado problema”.
¿EL FIN DE LA ALIANZA?
La asociación de la derecha religiosa con el Partido Republicano tiene sus raíces en el fallo emitido en 1954 por la Suprema Corte en el caso de Brown vs. el Consejo de Educación de Topeka, tras el cual los sureños de raza blanca comenzaron a huir de las escuelas públicas debido a la abolición forzada de la segregación racial. Abrieron las llamadas academias de segregación: escuelas religiosas exentas de impuestos. Cuando el IRS, el organismo tributario de Estados Unidos, fue tras los colegios evangélicos como la Universidad Bob Jones, en la que se prohibía oficialmente que sus alumnos salieran con personas de otras razas, estas escuelas enfrentaron la pérdida de su exención fiscal.
Eso había significado la ruina financiera. Sin embargo, un activista republicano llamado Paul Weyrich, con el apoyo del segregacionista del Oeste y multimillonario cervecero Joseph Coors, forjó alianzas con líderes religiosos del sur como Jerry Falwell y cabildeó con éxito para apaciguar al IRS. La Mayoría Moral había nacido, y en 1980, se anunció como una fuerza política al ayudar a Ronald Reagan a llegar a la Casa Blanca. Los estrategas republicanos utilizaron los temas del aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo para cimentar la unión y llevar a las urnas a los cristianos de derecha.
Esta relación se mantuvo sólida por décadas, y los evangélicos se convirtieron en un bloque confiable de apoyo para el Partido Republicano. Desde el año 2000, han formado regularmente cerca de la cuarta parte de los votantes, superando a su porcentaje en la población en general, que es mucho menor. Y a pesar de los pronósticos hechos por los expertos en ciencias políticas sobre la inminente desaparición de la asociación entre evangélicos y republicanos, los primeros han continuado emitiendo sus votos. En 2016, fueron un grupo clave para Trump; el magnate, casado tres veces, de lenguaje vulgar y con acusaciones de agresión sexual obtuvo más de 80 por ciento del voto evangélico, superando incluso a George W. Bush, un cristiano renacido que hablaba abiertamente de su fe.
Sin embargo, las tendencias demográficas diluyen gradualmente su poder de influencia. El investigador Robert Jones, autor de The End of White Christian America (El fin de Estados Unidos como país cristiano de raza blanca), ha dado seguimiento a lo que denomina “la trayectoria descendente de la presencia de los cristianos de raza blanca en el electorado”. En 1992, cuando Bill Clinton fue elegido, 73 por ciento del electorado era cristiano y de raza blanca. Para 2012, esa cifra se redujo a 53 por ciento. “Si se mantienen las tendencias actuales, 2024 será un año que marcará un hito: la primera elección en Estados Unidos en la que los votantes cristianos de raza blanca no constituirán una mayoría”, declaró a Newsweek Jones, quien dirige el Instituto de Investigación Pública sobre la Religión (PRRI, por sus siglas en inglés).
Hasta hace una década, los evangélicos de raza blanca fueron un caso excepcional, pues su número se mantuvo estable. Sin embargo, sus filas se reducen, debido en parte al éxodo de los jóvenes. De acuerdo con Jones, los evangélicos de raza blanca constituían 21 por ciento de la población en 2008, cuando Obama fue elegido. Ocho años después, en 2016, esa cifra se redujo a 17 por ciento. Actualmente, constituyen 15 por ciento de los estadounidenses.
Preocupado por esta reducción y por un deslucido número de votantes en las elecciones intermedias, este verano, Trump convocó a cerca de 100 partidarios evangélicos a la Casa Blanca. Si los republicanos pierden el control del Congreso, les dijo, los demócratas “echarán abajo todo lo que hemos hecho, y lo harán de forma rápida y violenta”. Instó a los pastores a utilizar el poder de sus púlpitos para llevar más gente a las urnas “Odio decirlo”, dijo Trump, “pero si ustedes fueran acciones del mercado de valores, estarían muy estancadas”.
Los organizadores políticos evangélicos de raza blanca captaron el mensaje. La Coalición de Fe y Libertad de Ralph Reed se comprometió a gastar 18 millones de dólares para contactar a 125 millones de votantes conservadores antes de las elecciones intermedias. Otros grupos religiosos emprendieron una campaña para alentar el voto en todo el país. Una organización asociada con el exgobernador de Arkansas (y pastor bautista) Mike Huckabee, denominada “My Faith Votes” (Mi fe vota), gastó 3.5 millones de dólares con el fin de llevar a los evangélicos a las urnas en las elecciones intermedias y además, organizó una sesión de Facebook Live con Phil Robertson, del programa Duck Dynasty. El Instituto para la Familia, del Dr. James Dobson, con sede en Colorado, encabezó una iniciativa nacional de “Orar. Comprometerse. Votar” antes de las elecciones intermedias.
El resultado: los evangélicos de raza blanca conformaron 26 por ciento de los votantes en las elecciones de noviembre, y 75 por ciento de ellos votaron a favor de los candidatos republicanos a la Cámara. Sin embargo, ese logro será cada vez más difícil de reproducir, afirma Jones.
Como analogía, este investigador utiliza las “etapas del duelo”, de Elisabeth Kübler-Ross, experimentadas por quienes están a punto de morir y por sus familiares, para describir lo que ocurre con los evangélicos y la política estadounidense. Primero, surge la negación, después, la ira, seguida por la negociación, la depresión y la aceptación.
“Estamos más allá de la negación. La gente ve estas señales como un cambio demográfico. Y esa es también la razón por la que vemos cómo la inmigración se convierte en el tema central. Eso, junto con el muro, simboliza la resistencia ante este cambio demográfico”, afirma Jones. “Pienso que estamos entre la ira y la negociación. Y de muchas formas, este matrimonio a la fuerza entre Trump y los evangélicos de raza blanca se produjo bajo cierta coacción, y es una negociación desesperada que se hace al final de la vida. Eso es lo que estamos viendo realmente”.
JUVENTUD DESILUSIONADA
Para comprender lo que ocurre entre los evangélicos, los investigadores estudian los resultados de la amplia encuesta del Atlas de Valores Estadounidenses, en la que se realizaron 80,000 entrevistas. En la encuesta más reciente, con datos de 2017, 40 por ciento de los entrevistados de menos de 30 años dicen no tener “ninguna afiliación religiosa” (y se les llama a veces “the nones”). “Los evangélicos de raza blanca son una gran parte de esa disminución”, afirma Jones.
Los entrevistados dijeron no creer en las doctrinas y, de manera sorprendente, en la política. “Ellos mencionan el partidismo”, dice Jones. “Ese es un gran motivo de desánimo para los jóvenes estadounidenses. Lo mismo ocurre con el trato negativo hacia las personas gays y lesbianas”.
Las encuestas indican que más de 80 por ciento de los jóvenes apoyan el matrimonio entre personas del mismo sexo. Esta cifra incluye a jóvenes republicanos y de menos de 30 años. “Incluso las personas como yo, un varón de raza blanca con grandes privilegios sociales, pueden ver que los líderes evangélicos se sienten completamente felices de unir fuerzas con políticos y líderes nacionalistas blancos y de darles el beneficio de la duda cuando atacan a las comunidades marginadas”, dice Chastain. “Y eso es abiertamente hipócrita”.
Él y otros exvangélicos que forman parte de sus redes sociales también se sienten desanimados por la alianza con Trump. “El hecho es que líderes como Robert Jeffress [líder de la megaiglesia de Dallas y partidario de Trump] y Jerry Falwell Jr. tienen una descarada hambre de poder y están dispuestos a hacer esas alianzas, aportando una teología que apoya el nacionalismo blanco”.
No es de sorprender que algunos importantes líderes y pensadores evangélicos rechacen esta afirmación.
Ed Stetzer, experto en ciencia política y pastor con sede en el Colegio Wheaton, lo sabe todo acerca de los pronósticos de investigadores como Jones, y está consciente de los puntos de vista de los jóvenes. Sin embargo, considera el desgaste de las juventudes evangélicas como una especie de descarrío demográfico juvenil, en el que los jóvenes se sienten previsiblemente desilusionados, pero solo temporalmente. Está seguro de que regresarán al redil cuando sean un poco mayores. El nombre que da a este fenómeno es “reemplazo generacional de cohortes”.
Stetzer señala que los jóvenes que se salen del redil esencialmente vuelven a incorporarse a la iglesia como una categoría de mayor edad y con mayores probabilidades de votar. “Las personas de entre 18 y 29 años de edad son ahora realmente seculares”, dice. “Pero lo que encontramos es que las personas crecen y se vuelven más religiosos. Así, quienes tienen 60 años ahora son tan religiosos como quienes tenían 60 años en la década de 1970”.
Russell Moore, presidente de la Convención Bautista del Sur, también tiene fe en el futuro de la juventud evangélica. Moore no votó por Trump: calificó al candidato como “un caudillo de la Edad de Bronce” debido a su actitud hacia las mujeres. A su vez, Trump escribió en Twitter que Moore era “un tipo repugnante”.
Moore comprende que los jóvenes estadounidenses generalmente son más tolerantes con respecto a la sexualidad y al matrimonio, pero afirma que “en mi rama del evangelismo, no hay prácticamente ninguna diferencia entre jóvenes y viejos” en relación con estos temas. Niega que las congregaciones estén envejeciendo. Él ve “iglesias realmente vibrantes, llenas de jóvenes, que surgen explosivamente en todo el país” y afirma que habla periódicamente con los jóvenes acerca de los desafíos de combinar la fe con la política y la vida secular.
“Los evangélicos de la Generación X, los millennials y la Generación Z muestran una profunda suspicacia con respecto a cualquier uso desvergonzado de la religión para fines mundanos”, dice Moore. “Por ello, debo motivarlos en forma distinta a como lo haría, digamos, con el grupo demográfico que sigue a los televangelistas, que es el que vienen a la mente de muchas personas cuando piensan en el evangelismo. Cuando estoy con un grupo de evangelistas de mayor edad, mi mensaje suele ser ‘Buscad primero el reino de Dios. La idolatría política nos matará. Recordemos lo que es trascendentalmente importante’. Pero cuando habló con evangélicos más jóvenes, afronto el problema opuesto y digo que no podemos simplemente retirarnos de la vida política como una reacción excesiva ante algunas acciones perturbadoras que han ocurrido”.
Los jóvenes evangélicos no son susceptibles al slogan de “Hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande”, dice Moore, debido a que nunca vivieron en un Estados Unidos en el que su forma de cristianismo ferviente estaba en ascenso. “Los jóvenes evangélicos no sienten que están perdiendo nada en relación con la cultura estadounidense”, dice. “Crecieron en una época en la que seguir a Cristo les parecía contracultural de cualquier forma. Nunca experimentaron una cultura nominalmente cristiana en la que ser un feligrés era el equivalente a ser un buen estadounidense”.
Christopher Maloney, de 32 años, fue criado como evangélico, abandonó su fe y realizó una película documental sobre el movimiento exvangélico llamada In God We Trump (juego de palabras con la frase In God We Trust (En Dios confiamos), que es el lema oficial de Estados Unidos). No está de acuerdo con la idea de Moore, según la cual los jóvenes evangélicos como él habrán de volver al redil.
“Las personas que tienen más o menos mi edad o son más jóvenes están deconstruyendo su fe evangélica en cantidades mayores que cuando Trump entró en escena”, dice. “Lo que hizo la elección de 2016 fue acelerar lo que ya estaba ocurriendo. Ya habíamos comenzado a caminar hacia la salida, y cuando los evangélicos apoyaron a Trump, echamos a correr hacia fuera. Francamente, no veo un regreso de las jóvenes generaciones a la iglesia como la conocemos”.
Ya no les interesa, dice, acudir a un lugar central para rendir culto, particularmente si los otros feligreses son partidarios de Trump. “En gran medida, los millennials viven según la ética cristiana sin ninguna doctrina o dogma formal”, afirma. “Simplemente, no necesitamos una estructura religiosa que nos diga que debemos ser amables unos con otros”.
Y también tenemos el movimiento #MeToo, que sacudió a las iglesias tanto como al resto de la sociedad, lo que explica en parte por qué, de acuerdo con estudios del Pew Research Center, el apoyo a Trump entre las mujeres evangélicas de raza blanca cayó de 73 a 67 por ciento entre 2017 y 2018.
Entre las filas de las desilusionadas están mujeres como la texana Dawne Marx, de 53 años y con cinco hijos, que se alejó de su comunidad religiosa en 2016 tras décadas de votar junto con la comunidad evangélica. “Yo era una votante de un solo tema, una votante a favor de la vida”, dice a Newsweek. “Todo era tan agradable y ordenado. No tenía que pensar en ninguna otra cosa”.
Pero entonces vio las imágenes de las separaciones de familias en la frontera con México y escuchó cómo el presidente desestimaba con toda tranquilidad el asesinato del periodista Jamal Khashoggi a manos de los saudíes: “y de repente, ahí estaba Trump. Y los niños envueltos en mantas de aluminio encerrados en jaulas, y este hombre grosero y ordinario, diciendo todos los días cosas como, ‘Bueno, así que un periodista fue descuartizado’. Y dice ‘Tenemos un contrato por 100,000 millones de dólares, y habrá muchísimos empleos’. ¡Pero es que descuartizaron a una persona!”
Marx, que tenía su registro como republicana, dedicó el mes previo a las elecciones intermedias a trabajar como voluntaria, realizando llamadas telefónicas a favor del candidato al Senado por Texas Beto O’Rourke, el demócrata que perdió ante el republicano Ted Cruz, hijo de un pastor evangélico.
Chastain ha encontrado a cientos de jóvenes mujeres evangélicas furiosas a través de sus redes sociales y de su podcast. “Las mujeres no necesitan tolerar el tipo de abuso que enfrentan si permanecen en las comunidades evangélicas”, dice.
Moore expresa un punto de vista similar. “Muchas iglesia suponían que la agresión y el abuso sexual ocurrían en otros lugares, pero que nunca sucederían en los espacios seguros de la iglesia, y eso es simplemente falso”, dice. “Una de las cosas que hemos visto durante el año pasado es una voz amplificada de las mujeres y niñas evangélicas que han sobrevivido al abuso y a la agresión sexual, y esto ha sido algo muy bien recibido en la vida eclesiástica evangélica”.
‘ALIMENTAR EL MIEDO’, PERDER EL FUTURO
Para mantener la alianza con los evangélicos, los republicanos deben lograr que los evangélicos voten en mayor proporción que el resto de la población. Y el partido tiene una estrategia doble, afirma Paul Djupe, experto en ciencia política que, junto con Ryan Claassen, publicó recientemente The Evangelical Crackup? The Future of the Evangelical-Republican Coalition (¿El derrumbe evangélico? El futuro de la coalición evangélica-republicana).
“Una parte consiste en reforzar la identidad [de los evangélicos] como republicanos, haciendo énfasis en la amenaza que representan para ellos los grupos tradicionalmente demócratas. Esto sirve para aislarlos de otras fuentes de información, de manera que descarten de plano lo que los medios convencionales dicen y lo que los demócratas afirman, debido a que es un ataque a su identidad. Y en segundo lugar, deben movilizar realmente esa sensación de miedo y amenaza, ya que eso es lo que los hace acudir a las urnas”.
Sin embargo, una campaña basada en “miedo y amenaza”, si bien puede resultar atractiva para la base de votantes mayores y de raza blanca, podría tener repercusiones que les costarían en las urnas si se ganan la antipatía del único grupo demográfico con el que podrían encontrar puntos en común: los hispanos. Algunas denominaciones pertenecientes al núcleo del evangelismo crecen entre los latinos mientras que otros grupos demográficos las abandonan. La Convención Bautista del Sur, por ejemplo, comenzó a decaer hace una década después de más de 200 años de crecimiento, perdiendo 1 millón de miembros después de alcanzar un número máximo de 16.3 millones de feligreses en 2003, cifra que solo ha sido contrarrestada por un aumento en el número de miembros de origen hispánico.
“Si los republicanos decidieran que necesitan aumentar su base, la elección obvia sería recurrir a los latinos socialmente conservadores”, afirma Djupe. “Ello significará realizar concesiones en otros temas, como el tamaño del gobierno y la red de seguridad, que a los republicanos no les van muy bien. Por ello, con una coalición menguante y cada vez más frágil, tienen que alimentar el miedo”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek