La administración de Trump enfrenta una tormenta política y diplomática, cortesía del príncipe Mohammed bin Salmán, quien cada vez está más implicado en la muerte del periodista Jamal Khashoggi.
“Fue un día fabuloso”.
En 2017, Donald Trump no podía disimular el entusiasmo con su primer destino presidencial en el extranjero: Arabia Saudita, donde disfrutó de un recibimiento regio. Tras la relativa frialdad del periodo Obama, Trump prometió que establecería relaciones nuevas y más cálidas con el reino y, rodeado de opulencia, anunció una nueva “visión estratégica” que supondría “inversiones tremendas en Estados Unidos”, así como una alianza clave para la paz de Oriente Medio.
Jared Kushner, su yerno y asesor, no paraba de sonreír y manifestar su emoción, pues había dedicado muchos meses a desarrollar una relación estrecha con el príncipe heredero Mohammed bin Salmán, quien entonces contaba 31 años y se proclamaba como un reformador deseoso de introducir una nueva era en el reino conservador cuya dirección le habían confiado. Para Estados Unidos, esa alianza representaba una apuesta enorme: Arabia Saudita era impopular entre los estadounidenses; por no hablar del exterior, donde la comunidad internacional prefería la estrategia de Barack Obama de acercarse a Irán y suscribir el tratado nuclear de 2015. Kushner argumentó que valía la pena correr el riesgo de cambiar la táctica y asociarse con el reino pues, llegado el momento en que Israel y Palestina hicieran las paces, el joven heredero sería su intermediario en Oriente Medio y usaría su influencia regional para presionar a los aliados árabes y hacer que apoyaran cualquier acuerdo propuesto por Estados Unidos.
Así que, en mayo de 2017, los miembros del gabinete de Trump levantaron espadas ceremoniales, enlazaron sus brazos con los saudíes y cantaron a ritmo de tambores.
Trascurridos menos de 18 meses, la presidencia Trump enfrenta una tormenta política y diplomática debido a que el príncipe Mohammed, conocido como MBS, está cada vez más implicado en la muerte de un reportero saudita —y residente de Estados Unidos— quien había huido del reino para criticar al régimen. El asesinato de Jamal Khashoggi en el consulado saudí de Estambul es solo el incidente más reciente en una serie de controversias vinculadas con Arabia Saudita bajo la dirección del príncipe, quien, previamente, hizo secuestrar al primer ministro libanés Saad Hariri, ordenó un bloqueo contra la vecina Catar, y decidió cortar relaciones con Canadá. Aunque el gobierno saudí niega haber dado instrucciones para asesinar a Khashoggi, ha aceptado que sus agentes lo mataron en una “operación no autorizada”. Y más tarde, orillado por las evidencias turcas, reconoció que el homicidio parecía “premeditado”.
Tantas explicaciones divergentes han disgustado a Washington, donde los legisladores presionan a la presidencia para que tome cartas en lo que consideran un homicidio ordenado por un monarca vengativo. De sí indignados por la impopular y controvertida guerra saudita contra los rebeldes zaidí chiitas de Yemen —conocidos como Ansar Allah o hutíes—, los políticos estadounidenses han hecho nuevos llamados para retirar el apoyo militar al reino a resultas del asesinato de Khashoggi.
La presidencia de Trump tuvo que responder. El secretario de Estado, Mike Pompeo, anunció que revocarían el visado y no emitirían nuevas visas a los 21 sospechosos saudíes que Estados Unidos había identificado. Mientras crecía la indignación mundial, Trump sugirió que si “alguien [en Riad] estuviera” detrás del crimen, ese sería MBS, quien ha desconocido todo el asunto. De igual manera, el mandatario ha retratado la respuesta saudí como “uno de los peores encubrimientos en la historia”. No obstante, al agregar que valora mucho la alianza saudí, Trump parece deseoso de brindar al príncipe el beneficio de la duda. “De verdad quiero creerle”, dijo a The Wall Street Journal.
La situación del presidente se complica debido a sus nexos comerciales con Arabia Saudita, donde niega tener intereses financieros pese a que, en 2015, afirmó que había ganado “40 millones, 50 millones” de dólares con los clientes saudíes. Por su parte, Kushner se resiste a opinar sobre las elaboradas explicaciones árabes respecto de Khashoggi. “Todos los días veo cosas engañosas”, dijo en un foro de CNN. “Las veo en Oriente Medio. Las veo en Washington. Y por ello, repito, tenemos los ojos bien abiertos”.
Tiempo atrás celebrado en Estados Unidos como un visionario, MBS empieza a parecer un adversario. Su régimen ha socavado aun más las posibilidades de Trump de continuar con una política medio oriental en la que Arabia Saudita desempeñe un papel fundamental para enfrentar a Irán; y también en la pacificación del conflicto árabe-israelí, donde la prominencia internacional de Riad sería crítica para que Trump cierre el “trato del siglo”.
Sin embargo, hace tiempo que Estados Unidos considera que Arabia Saudita es un socio indispensable en Oriente Medio; por ello, a fin de maximizar lucrativas oportunidades de negocios y de cooperación estratégica, ha pasado por alto sus preocupantes síntomas de islamismo sunita ultraconservador (15 de los 19 perpetradores de los atentados del 11 de septiembre de 2001 eran sauditas). Aun cuando Washington mantiene lazos estrechos con otros Estados del Golfo, Thomas Lippman —reportero veterano y experto del Instituto de Medio Oriente— asegura que “no comparan con Arabia Saudita en términos económicos y de influencia militar”. Y tampoco compiten con la capacidad del reino para adquirir armas estadounidenses e influir en el mercado del petróleo. Como dice Bruce Riedel, miembro de la Institución Brookings: “No hay alternativa”.
Entrevistado por Newsweek, Lippman explicó que “la estrategia de Estados Unidos para Oriente Medio” consiste en promover la estabilidad regional, garantizar el flujo del crudo, enfrentar a Irán, proteger a Israel, crear oportunidades de inversión, y combatir a las organizaciones terroristas designadas: todos ellos, objetivos en los que Arabia Saudita ha colaborado, al menos de manera nominal. Pero ahora que MBS se ha revelado como una fuerza más siniestra, Estados Unidos “podría concluir que Arabia Saudita es un socio débil y un lastre”, interpone Camille Pecastaing, de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados en la Universidad Johns Hopkins. “Esa fue la postura de Obama, quien abandonó parcialmente a los sauditas y apostó por la colaboración de Irán. Mas esa dinámica tuvo profundas repercusiones en la relación con Arabia Saudita”, agregó. “La nueva presidencia estadounidense ha retomado la política de confrontar a Irán y apoyar a los saudíes. Pero lo que Estados Unidos debió hacer —de una manera discreta, pero contundente— era guiar a Arabia Saudita para que evitara acciones imprudentes y precipitadas”.
Esas acciones —como la redada de noviembre pasado, cuando MBS ordenó la detención de decenas de funcionarios gubernamentales y miembros de la realeza como una medida anticorrupción, la cual fue interpretada ampliamente como un despliegue de poder— han ensombrecido la reputación reformadora del príncipe. Y el asunto de Khashoggi no lo ha beneficiado. “No sé si MBS tenga mucho más margen para cometer un error tras otro sin perder el respaldo en su país y en el extranjero”, señala Lippman. El príncipe heredero no solo ha ensuciado su reputación mundial, sino también la de quienes lo han defendido. En especial, la de Kushner.
Trump ni siquiera ha nominado un embajador ante Riad, y Kushner ha capitalizado su relación íntima con el príncipe heredero. Este par de treintañeros ha estrechado los nexos entre sus países, a pesar de que su relación personal empieza a ser objeto de escrutinio. Riedel dice que MBS “tiene muchos apodos en el reino; uno de ellos es Mohammed bin Kushner”. Aun así, el proyecto de la presidencia Trump para la paz en Oriente Medio ha estado detenido desde hace mucho, pues la dirección de Kushner lo ha plagado de inconsistencias y fracasos.
Kushner solía codirigir una fundación que financia asentamientos judíos en territorio palestino, considerados ilegales por gran parte de la comunidad internacional. No obstante, le dieron la tarea de resolver el conflicto árabe—israelí. Aunque Estados Unidos, Israel y Arabia Saudita comparten el objetivo de enfrentar a Irán, Riad insiste en que el asunto palestino es crítico para el apoyo regional; pero cualquier posibilidad de que el reino trabaje abiertamente con Israel fue aniquilada con la decisión de Trump de mudar la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén, ciudad que israelíes y palestinos reclaman como capital.
“No creo que Kushner haya posicionado a la presidencia para avanzar en la solución del conflicto árabe—israelí”, comentó Brian Katulis, miembro del Centro para el Progreso Estadounidense, añadiendo que la postura de Washington sigue siendo “completamente incompatible con la posición de los saudíes”.
Sin embargo, la presidencia Trump ha hecho una inversión tan grande en su relación con Arabia Saudita que parece haber creado un aliado al que no puede rechazar; y así, los dos países tendrán que permanecer unidos mientras el príncipe heredero sigue gobernando y minando los planes de Estados Unidos y Arabia Saudita para Oriente Medio. “Catar, Canadá, Estambul. Sin duda habrá otros”, prosigue Riedel. “Por su patrón de conducta, es claro que [el príncipe] no se transformará en un hombre hábil y razonable”. Además, añade, es muy improbable que MBS regrese a Estados Unidos en fecha próxima. “Es una especie de paria. En un futuro indefinido, tendrá que asumir la responsabilidad del asesinato de Jamal Khashoggi”.
Entre tanto, Trump y Kushner apuestan a que el público olvidará a Khashoggi, como ha hecho con los civiles masacrados durante los ataques aéreos saudíes en Yemen. Pecastaing dice que “todos esperan que los medios de comunicación globales se concentren en otra historia para volver a la rutina de siempre”. El riesgo inmediato para Estados Unidos estriba en “las relaciones públicas negativas por asociación; pero, a largo plazo, es la inestabilidad de Arabia Saudita y el surgimiento de un trastorno grave o incluso, de un régimen hostil. Un riesgo reducido que aumenta con cada día que MBS es el centro de atención”.
Es muy probable que el asesinato de Khashoggi y otros escándalos asociados con el régimen de MBS sean las únicas consecuencias de una gran apuesta destinada a fracasar desde el principio. Trump y Kushner abrigaban ilusiones de aislar a Irán para acabar con su creciente influencia, y de resolver décadas de conflicto árabe-israelí. Mas esas ilusiones eran improbables, con o sin su regio aliado. “Esos objetivos eran y son ingenuos, no obstante quién esté a cargo”, sentencia Lippman, acerca del par de magnates de bienes raíces sin la menor experiencia y con la esperanza de hacer lo que no lograron sus predecesores experimentados. “Quienes nada saben del Oriente Medio son los que más se equivocan”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek