En su nuevo filme, 22 July, el cineasta británico Paul Greengrass recrea los crímenes a sangre fría del militante noruego Anders Behring Breivik y reflexiona en torno a los sucesos de nuestra perturbadora época donde partidos de extrema derecha e incluso neonazis participan del poder.
EL 22 DE JULIO DE 2011, un hombre de 32 años, fuertemente armado y que dijo ser policía, llegó a la Isla de Utoya, en Noruega, sede del campamento de verano de la Liga de la Juventud Trabajadora, donde se capacita a los líderes del izquierdista Partido Laborista de Noruega. El hombre le dijo al personal que había ido a proteger la isla de fanáticos de extrema derecha que habían bombardeado la oficina del primer ministro en Oslo hacia menos de dos horas.
El hombre dijo a los asistentes que permanecieran en calma; que nadie podía hacerles daño. Minutos después, reveló sus verdaderas intenciones al apuntar su rifle semiautomático hacia los jóvenes, principalmente adolescentes, algunos de apenas 14 años de edad. “Morirán ahora, liberales marxistas, miembros de la élite”, anunció, mientras rociaba de balas a la multitud.
Los aterrados asistentes se dispersaron entre los árboles. Durante poco más de una hora, el asesino los acechó, eliminando metódicamente a quienquiera que encontrara u obligando a sus víctimas a atravesar el bosque hasta las orillas de la pequeña isla, hasta que no quedó ningún lugar donde esconderse. Cuando llegó la policía, el sujeto ya había matado a 69 personas y herido a cien más.
El tirador solitario, un extremista de derecha llamado Anders Behring Breivik, también había sido responsable de la explosión en Oslo, ocurrida horas antes. La bomba casera fue colocada en una camioneta estacionada cerca de la oficina de Jens Stoltenberg, primer ministro de Noruega y líder de la gobernante coalición Rojiverde, comprometida con ideales socialdemócratas. La explosión mató a ocho personas.
El mundo se enteró rápidamente de la ideología islamofóbica, antifeminista y del conservadurismo cultural de Breivik. Su manifiesto de 1,500 palabras, titulado “2083”, fue compartido en línea y traducido a varios idiomas. Se autodenominaba “Caballero Justiciero” que servía como jurado, juez y verdugo a nombre de los europeos occidentales. “Es mejor matar a demasiadas personas que a demasiado pocas”, escribió. “El tiempo de diálogo se acabó… Ha llegado el momento de la resistencia armada”.
Los ataques de Breivik, conocidos también como el 11/9 noruego, ocupan la primera media hora de la película 22 July, escrita y dirigida por Paul Greengrass. Las escenas son desgarradoras, en parte debido a que las presenta con una economía realista, no muy distinta a la carnicería sistemática perpetrada por el asesino.
Breivik se rindió a la policía en Utoya, y la mayor parte de la película de Greengrass se centra en su juicio, el cual tuvo una gran carga, así como en la penosa recuperación y el testimonio de los sobrevivientes, representados en la película por dos de ellos, Viljar Hanssen (interpretado de manera conmovedora por Jonas Strand Gravli) y Lara Rashid (Seda Witt).
22 July, dice Greengrass, “no trata de los ataques. Trata de lo que ocurrió después, sobre cómo Noruega luchó por su democracia y por poner a Breivik de vuelta en una caja, literalmente. Es la forma en que combatieron su ideología y los valores y sistemas que desplegaron para hacerlo”. Lo que se vuelve cada vez más claro conforme avanza 22 July es que, aunque está ambientada en Noruega en 2011, trata sobre todos nosotros, en el actual momento y en el futuro.
Casualmente, entrevisté a Greengrass al día siguiente de que Demócratas Suecos, de extrema derecha, obtuvo 17.6 por ciento de los votos el 9 de septiembre en las elecciones parlamentarias suecas, un perturbador indicio del ascenso del nacionalismo. “Uno sabe que las cosas van mal cuando no solo un partido de extrema derecha sino un partido neonazi participa en el poder”, dice Greengrass. “Y eso ocurre en un país pequeño, como Noruega, considerado comúnmente como un lugar progresista, de paz y sensibilidad”.
Desde luego, dicho ascenso se extiende más allá de las fronteras de Escandinavia hasta llegar a Alemania, Hungría, Austria, Polonia, Italia, el Reino Unido y Estados Unidos. Y esa es la razón por la que el cineasta británico realizó la película, “como una forma de hablar sobre los peligros inherentes en estos cambios políticos sin precedentes”.
Greengrass tiene una mirada periodística para los detalles. Comenzó siendo periodista y, en 1987, fue autor del exitoso libro Spycatcher [Cazador de espías], una obra que el gobierno británico trató de prohibir por revelar, entre otras cosas, la dudosa ética del MI5.
A principios de la década de 1990, Greengrass comenzó a trabajar en dramas televisivos, luego en el cine, y su carrera posterior ha oscilado entre thrillers viscerales (entre ellos, tres de las películas de la franquicia Bourne) y lo que se ha convertido en una especie de nicho: la dramatización de la violencia de la vida real, como United 93 [Vuelo 93], ganadora de varios premios BAFTA, acerca de los ataques del 11/9, así como Captain Phillips [Capitán Phillips], película nominada a los Óscar.
En 2015 leyó el aclamado libro One of Us [Uno de los nuestros], de Asne Seierstad, que trata sobre los ataques de Breivik, y de la respuesta de Noruega ante estos y ante el perpetrador. En esa época, Greengrass no consideró la posibilidad de adaptar el libro. En lugar de ello, había estado interesado en hacer una película sobre la llegada de inmigrantes a la isla italiana de Lampedusa. Pero entonces llegaron el brexit, Donald Trump y la violenta reacción europea ante la crisis de refugiados sirios, “y uno podía sentir que algo profundo estaba cambiando en Occidente”, sostiene. “Recuerdo haber pensado que lo que debería estar haciendo es una película sobre el ascenso de la derecha. One of Us me hizo darme cuenta de que Breivik fue un momento incitante”.
El juicio provocó una crisis de conciencia en Noruega, y puso a prueba plenamente el arraigado compromiso de ese país con la no violencia, la tolerancia y la justicia compasiva. El objetivo declarado de Breivik era usar su juicio como una plataforma para difundir su ideología, y exigió que se le permitiera pronunciar una declaración en la Corte, o de otra manera no presentaría pruebas. “Noruega tenía el problema de cómo lidiar con él”, dice Greengrass. “¿Le impedimos que hable, o debemos escucharle?”.
Al final, a Breivik se le permitió hablar durante más de una hora, en la cual pronunció una declaración preparada en la que describía a Noruega como un país destruido por los izquierdistas. Breivik describió los eventos del 22 de julio como “el ataque político más sofisticado y espectacular que se ha cometido en Europa desde la Segunda Guerra Mundial”. Resultaba claro que le pesaba no haber matado a más personas. (El actor noruego Anders Danielsen Lie hace un trabajo estupendo al recrear la petulante grandilocuencia del asesino.)
Greengrass me cuenta cómo se sintió al leer el testimonio por primera vez. “Breivik no es ningún estúpido, es un hombre inteligente”, apunta. “Y recuerdo haberme sentido helado porque sus opiniones fueron consideradas indignantes y marginales durante su juicio. Hoy, desde luego, ningún político populista de Europa o Estados Unidos tendría ningún problema con ellas”.
Greengrass culpa abiertamente a las fuerzas de la globalización por este giro a la derecha radical que, en los años previos al ataque de Breivik, “desgarraban el orden mundial al provocar la crisis de 2008, generar salarios insuficientes y una falta de crecimiento, así como al hacer que muchas personas se sintieran excluidas del sistema”. Al mismo tiempo, añade, las guerras, las dictaduras brutales y la pobreza “producen movimientos poblacionales sin precedentes”.
Para escribir United 93, leyó el Informe de la Comisión del 11/9, y una de sus frases lo impactó. “La idea central es que uno de los fenómenos de la modernidad fue que Occidente comenzaba a mirar al resto del mundo desde el lado equivocado del telescopio, mientras que el resto del mundo nos miraba a nosotros a través del lado correcto”. En otras palabras, Occidente está cada vez menos interesado en aquellos que están más allá de sus fronteras, mientras que quienes están más allá de nuestras fronteras están cada vez más conscientes de los beneficios y lujos de los que hemos disfrutado. Y también los quieren. “Ese cambio de paradigma —dice Greengrass— “no fue en nuestro beneficio. Porque la gente se moverá, y lo está haciendo y, por cierto, esto apenas comienza”.
Mientras filmaba 22 July, Greengrass pensó mucho en sus padres y abuelos, que vivieron en la década de 1930. “Ellos vieron lo que ocurrió cuando, bajo la sombra del colapso económico, se produjo un crecimiento del proteccionismo y el surgimiento de líderes que pregonaban el populismo”, dice. “Y esos líderes llevaron al mundo a la guerra y a la catástrofe”.
Podría argumentarse que 22 July simplemente le da otra plataforma a Breivik. “Comprendo ese argumento —dice Greengrass—, y tuve que pensar en él antes de hacer la película. Simplemente me pareció erróneo debido a que Breivik no actuó solo. Hizo lo que hizo por propia cuenta, pero no lo hizo en el vacío”.
El cineasta piensa que fingir que esas ideas no existen no hace más que empeorar el problema. En la película, Breivik exige hablar con el primer ministro después de su arresto. “Díganle que le escucho”, dice a un reportero televisivo el actor que interpreta a Stoltenberg. “Ese es un gran momento —comenta Greengrass—, y deben ponderarlo en el juicio. Su conclusión fue que tenían que dejarlo hablar para permitir la presentación de las pruebas que demostraban que era parte de una red de personas que compartían los mismos puntos de vista. Y luego, los sobrevivientes tenían que estar preparados para entrar y no solo testificar, sino también encontrar las palabras, los argumentos, los ideales, las creencias que superaran a las del asesino. Y eso, en miniatura, es lo que estamos viendo actualmente”.
La película fue terminada rápidamente; se filmó en poco más de un año. El primer paso fue reunirse con las familias de las víctimas y los sobrevivientes. En uno de los primeros viajes de Greengrass a Noruega, se reunió con Stoltenberg. “Recuerdo que me dijo: ‘Si las familias le dan su autorización, espero realmente que haga la película debido a que este es un problema del futuro. Solo necesitamos abrir nuestros ojos ante él”.
Las familias y sobrevivientes se sintieron de la misma manera y estuvieron de acuerdo en compartir sus historias. (Greengrass no se reunió con Breivik, ni tiene ningún deseo de hacerlo, “por respeto a las familias”.) El cineasta no habla noruego, pero quería que la película expresara “el alma de Noruega”, según sus propias palabras, por lo que empleó a un reparto y equipo totalmente nativo, esencialmente “haciendo de partero para sus historias”. Ese país es bilingüe, y resultó que los actores deseaban hablar en inglés. Ellos, al igual que Greengrass, esperan llegar a un público lo más amplio posible, particularmente, adultos jóvenes.
Los padres y abuelos de Greengrass resurgieron de la Segunda Guerra Mundial y juraron construir un mundo en el que la práctica de la democracia tuviera como objetivo limitar al nacionalismo, “no erradicarlo, sino mantenerlo dentro de ciertos límites”, afirma. Los jóvenes actuales, que enfrentan un mundo aún más desestabilizado por la sobrepoblación, la desigualdad económica y el cambio climático, necesitarán “encontrar el equilibrio que permita los beneficios de la globalización, pero que no esté cegado a los problemas provocados por este”.
22 July está llena de horror, pero también de esperanza, aunque no del tipo simplista hollywoodense; es una esperanza ganada a pulso y nacida de una tremenda batalla. Lo vemos a través de Viljar Hanssen, que recibió varios disparos y perdió un ojo. Durante los meses de su recuperación, casi sucumbe a la desesperación pero, al final, enfrenta valientemente a Breivik en el tribunal y da un poderoso testimonio en su contra, una confrontación que todos los noruegos recuerdan. “Nunca querría hacer una película nihilista —dice Greengrass— porque no tengo esa inclinación. Tengo hijos de alrededor de 20 años y veo su energía y optimismo como una fuerza que puede mover montañas. Al final, ellos serán quienes tengan que ganar esta batalla”.
Breivik (que actualmente lleva el nombre de Fjotolf Hansen) fue sentenciado a 21 años de prisión, la máxima sentencia disponible en un país que considera a la prisión como un medio de rehabilitación y no de retribución. (Sin embargo, su liberación depende de si se le sigue considerando una amenaza; dado que sigue firmemente comprometido con su ideología extremista, las probabilidades de que sea liberado son muy bajas.) Vale la pena observar que Noruega sigue estando comprometida a vencer a los extremistas y sus métodos. Después del tiroteo ocurrido el año pasado en Parkland, Florida, que produjo la muerte de 17 personas, Noruega, un país que ya tiene estrictas leyes relacionadas con las armas de fuego, anunció planes para prohibir las armas semiautomáticas para 2021.
Greengrass le da a Breivik una reveladora última escena. Mientras se despide de su abogado Geir Lippestad, el asesino en masa, todavía desafiante, le dice con una sonrisa de satisfacción que los guerreros de la derecha terminarán lo que él comenzó. “Y Lippestad le dice lo que piensa: ‘Mis hijos te derrotarán, y sus hijos también te derrotarán’”, dice Greengrass. “Y pienso que es verdad. Será un largo proceso, y apenas estamos en el comienzo, pero siempre apostaré a nuestros hijos”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek